Con ciencia de mujer

Paola Bovolenta, una ‘mujer motriz’

Juan Martínez
‘Con ciencia de mujer’: investigadores de la UPO nos hablan de sus científicas de referencia


Paola Bovolenta
Paola Bovolenta

Con motivo de la celebración del 11 de febrero, ‘Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia’, me invita la Comisión de Igualdad del CABD a que escriba unas líneas sobre una científica que haya influido en mi trayectoria investigadora. Mi primer impulso, supongo que es lo natural en estos casos, es tirar de mi galería particular de super-heroínas y escribir sobre Marie Curie, Hilde Mangold, o Rita Levi-Montalcini, figuras a las que admiro y cuyo trabajo me toca el corazoncito por uno u otro motivo. Sin embargo, una breve conversación con mi mujer, para decidir que ‘cromo’ escoger, me disuade de esta idea. —¿Y por qué no escribes sobre alguien que de verdad conozcas? —, me pregunta. Y, la verdad, es que tiene toda la razón. Verán, es bueno recordar que sólo en nuestro país trabajan más de cien mil personas en investigación, y que la ciencia ha sido siempre una labor colectiva. Aunque es cierto que el edificio del conocimiento no sería lo que es hoy sin las aportaciones de algunas figuras icónicas de la ciencia, sus grandes ideas y descubrimientos se han cimentado siempre sobre el esfuerzo constante, la capacidad crítica combinada y las ilusiones comunes de la comunidad científica que las arropaba. En mi opinión, nos hacen falta muchos más modelos cercanos a nuestra experiencia cotidiana, modelos más reales en los que podamos reflejarnos, y que incluso podamos aspirar a alcanzar algún día. Así pues, permítanme escribir sobre una científica de carne y hueso, vivita e investigando, la doctora Paola Bovolenta.

Cuando la conocí en el Instituto Cajal (Madrid), a mediados los 90, era una joven italiana que se abría paso hacia la independencia científica. En aquellos días, que yo terminaba mi tesis doctoral, la recuerdo siempre trabajando: concentrada al microscopio, cortando en el criostato o sembrando placas en la sala de cultivos. Se movía por los pasillos del centro con la determinación de quien tiene mucho que hacer y muy poco tiempo. Usando sus propias palabras “hay gente que destaca a base de allanar el terreno a su alrededor, y hay gente que lo hace por méritos propios”. Paola, desde luego, destacó desde el principio por méritos propios. Después de estudiar la carrera de Biología en la Universidad de Florencia, sus inquietudes la trasladaron a Nueva York. Allí terminó su tesis doctoral en el laboratorio de la doctora Carol Mason, y posteriormente su primera etapa postdoctoral con la doctora Jane Dodd. En una escuela difícilmente mejorable, se formó en una de las disciplinas científicas posiblemente más hermosas, la neurobiología del desarrollo. De esta época proceden algunos de sus trabajos más citados, los que describen durante la formación del sistema nervioso, el comportamiento de los conos de crecimiento (1).

También de esta época proceden sus primeros trabajos sobre el tema de investigación que la acompañaría a lo largo de su carrera como investigadora independiente, tanto en el instituto Cajal, como posteriormente en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (ambos del CSIC, Madrid), el desarrollo del ojo de los vertebrados (2).

Todos estos procesos embrionarios han sido objeto de estudio en el laboratorio de Paola. Con más de 120 publicaciones científicas, algunas en las revistas más prestigiosas del área, y más de 6500 citas, el laboratorio ‘Bovolenta’ es una referencia internacional en el desarrollo del ojo de los vertebrados. Un tema de interés, no sólo por su valor académico, sino también porque es relevante para entender las causas de las malformaciones congénitas de la retina en humanos.

Paola me rescató para la ciencia en un momento de mi vida en el que, por razones que no vienen al caso, estaba considerando seriamente abandonar la investigación. Me escribió para ofrecerme un sitio en su laboratorio, y lo que es más importante, me ofreció una oportunidad para aprender a trabajar con rigor y a ilusionarme con este bendito trabajo. Donde otros vieron un estudiante sin recorrido, ella supo ver algo más, y esto se lo agradeceré toda la vida. Hacer buena ciencia no es sencillo. Se trata de un arte complejo que requiere numerosas cualidades y que se transmite en los laboratorios de generación en generación. Este esfuerzo formativo no está lo bastante valorado ni por las instituciones, ni siquiera muchas veces por los propios científicos. Sin embargo, es tremendamente importante para tejer las redes de investigación de un país. En este sentido el legado de Paola es extraordinario. Muchos de los científicos que pasamos por su laboratorio como jóvenes en formación hemos fundado nuestros propios grupos en España o en el extranjero. Dos de estos grupos están aquí en el CABD (UPO/CSIC/JA), el de Javier López-Ríos y el mío. En junio de 2018 celebramos el 20 aniversario del laboratorio Bovolenta y nos juntamos para celebrar que formamos parte de esta pequeña familia de biólogos del desarrollo. Además de sus ex-alumnos y algunos de sus colaboradores más cercanos, estaba su directora de tesis, Carol Mason. Yo creo que fue el merecido homenaje a una gran científica y una excelente persona.

Desde luego que nos siguen haciendo falta las Marie Curie, Hilde Mangold, y Rita Levi-Montalcinis, pero también necesitamos que haya muchas más Paolas. Mujeres haciendo ciencia de calidad que, con su entrega, con su contagioso entusiasmo, su honestidad, perseverancia y buen juicio, sean capaces de esculpir vocaciones y generar conocimiento; mujeres ‘motrices’ capaces de transformar nuestra sociedad.


(1) El correcto establecimiento de las conexiones neuronales depende de que las prolongaciones neuronales naveguen a través del tejido nervioso reconociendo su entorno para contactar la diana adecuada. Los extremos de estas prolongaciones, los conos de crecimiento, son las estructuras celulares capaces de leer el entorno, estableciendo el rumbo correcto de navegación.

(2) La construcción durante la embriogénesis de un órgano tan complejo como es el ojo es una coreografía fascinante que implica la ejecución de un intrincado programa genético, en el que las “órdenes” moleculares y los movimientos celulares se suceden y solapan en el tiempo: Desde el establecimiento del territorio presuntivo del ojo en la parte anterior del tejido nervioso, hasta la subdivisión del rudimento en sus dominios funcionales, el nacimiento de las primeras neuronas, y finalmente el establecimiento de sus conexiones.

 

Juan Martínez es científico titular del CISIC en el
Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Campus de la Universidad  Pablo de Olavide

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