El catedrático del Área de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Pablo de Olavide Manuel Ricardo Torres Soriano considera que cualquier estrategia contra la desinformación debe tener presente que una sociedad democrática necesita de unos medios de comunicación fuertes comprometidos con la difícil misión de ofrecer a la ciudadanía una información veraz: “La industria periodística no es un actor económico más, cuya supervivencia depende de su acierto a la hora de ofrecer un producto atractivo o su habilidad para prosperar en un entorno competitivo. La protección y potenciación de este sector es una de las principales armas que posee la democracia”.
El profesor, que ha participado en el curso ‘Comunicación política para un super año electoral’ en el marco de la XXI edición de los Cursos de Verano de Olavide en Carmona, ha impartido la ponencia ‘El impacto de la desinformación en campaña electoral’, donde ha explicado que la desinformación es la propagación de manera deliberada de información falsa, sesgada o manipulada con un propósito hostil. Así, apunta hacia uno de los requisitos básicos del orden democrático: la superioridad de los hechos sobre las emociones. “Pero lo hace de una manera lenta y sutil, lo cual le confiere una peligrosidad mucho mayor que cualquier ataque frontal, ya que dificulta que la sociedad pueda reaccionar”.
En su opinión, “Internet ha hecho posible una nueva ‘edad de oro’ para las operaciones de desinformación. Producir y distribuir estos contenidos es cada vez más fácil, lo que ha ampliado el número de actores que participan en este juego, en el cual predomina el enfoque del mínimo esfuerzo. Cuando se persiguen objetivos tan genéricos como agravar las fracturas sociales, provocar desconfianza o indignación, el error es fácilmente asumible, ya que este apenas genera un perjuicio para el instigador de estos mensajes”. Y es que el ciberespacio ofrece un amplio margen para la acción encubierta y esto disminuye enormemente el riesgo reputacional para los manipuladores.
En relación a cómo afecta la desinformación en la toma de decisiones de los votantes, Torres Soriano considera que rara vez trata de cambiar lo que la gente piensa, sino más más bien de confirmar lo que la gente ya cree. Así, cree que, lejos de aportar datos que incomoden y hagan que el receptor tenga que asumir el esfuerzo de replantearse aquellas de sus opiniones que chocan con la realidad, la desinformación lleva a su consumidor a un “confortable estado de confirmación de sus prejuicios. Este efecto es especialmente gratificante cuando la desinformación respalda posiciones que el individuo se muestra reticente a defender de manera abierta, porque considera son impopulares y le pueden acarrear el reproche de los que le rodean”.
Son muchos los actores implicados en la desinformación en las campañas electorales, tales como estados, empresas, partidos políticos, grupos de presión y activistas individuales bajo la premisa de que, con la desinformación, hay poco que perder y mucho que ganar. Sin embargo, “las heridas más destructivas para la causa democrática han sido auto infligidas. En los últimos años, se ha producido una convergencia entre actores externos e internos, estatales y no estatales. Uno de los principales desafíos a la democracia es precisamente que tiene que hacer frente a la acción hostil de grupos distintos que hacen las mismas cosas por razones diferentes, dándose con ello una unidad de intereses entre actores que parten de puntos de partida distintos”, apunta.
La transparencia como arma contra la desinformación
Con respecto a las medidas que se tienen que poner en marcha para combatir la desinformación, no hay que perder de vista que los gobiernos democráticos deben ser consecuentes con el hecho de que una de las principales armas a su disposición es la transparencia. Según señala el ponente: “Los contenidos manipulativos parasitan aquellas realidades sobre las cuales existe un acceso informativo parcial, convirtiendo la ausencia de datos en el argumento que sustenta todo tipo de teorías conspiratorias. La forma de romper este círculo vicioso es evitar que la información pública circule de manera reactiva cuando los manipuladores ya han contaminado las percepciones de la sociedad y resulta difícil revertir el daño”.
Cuestionado sobre si la desinformación en la campaña electoral puede afectar a la legitimidad de las elecciones, Manuel Ricardo afirma que “cuando la autoridad de los datos se erosiona, las emociones llenan el vacío”. Según explica, aunque estas campañas pueden tener objetivos específicos en el corto plazo, en última instancia generan un efecto permanente al dañar la «trinidad de la confianza: confianza en los demás, confianza en la autoridad/experiencia y confianza en la democracia. Cuanto más se deterioran estas bases, más proclive son los ciudadanos a legitimar formas de gobierno no democráticas e incluso a implicarse en un activismo político violento”.
Por último, Manuel Ricardo Torres sostiene que la desinformación vive en una especie de profecía autocumplida: cuanto más marginal es su difusión, más creíble resulta. Eso, en su opinión, explica por qué las personas que asumen este tipo de bulos suelen permanecer inmunes ante los datos objetivos que los desmienten. De esta forma, según explica, la creencia en cualquier teoría de conspiración aumenta la susceptibilidad de alguien a creer en nuevas falsedades. “La desinformación circula, así, como un virus que hace que sus víctimas sean más vulnerables a infecciones posteriores”, concluye.
Fuente: Fundación Universidad Pablo de Olavide