Entrevista

“El confinamiento encuentra a las familias y los docentes con el pie cambiado”

La profesora de la Universidad Pablo de Olavide Rosa María Rodríguez- Izquierdo explica en una entrevista algunas de las principales consecuencias del telecolegio en este periodo de confinamiento

Rosa M. Rodríguez IzquierdoRosa María Rodríguez-Izquierdo es profesora titular en el Área de Didáctica y Organización Escolar del Departamento de Educación y Psicología Social de la Universidad Pablo de Olavide y doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla. Ha sido becaria Fulbright en la Graduate School of Education de Harvard e investigadora visitante en el Departamento de Sociología de la Universidad de esta universidad; también en Australia (Universidad de Sydney, Universidad de Melbourne y Universidad de Brisbane), así como en varias universidades europeas y latinoamericanas. Es investigadora del Real Colegio Complutense (RCC) en Harvard desde 2005. Actualmente, es la directora académica del Grado de Educación Social y coordinadora del Programa Interuniversitario de Doctorado en Estudios Migratorios.

Sus líneas de investigación se han centrado principalmente en la educación inclusiva e intercultural. En el trabajo que desarrolla enfoca la relación entre políticas educativas, expansión educativa y desarrollo social desigual. Además, lidera el proyecto europeo PICESL (Promoting Inclusion to combat Early School Leaving), financiado por el Programa Erasmus+ y en el que durante un periodo de dos años se realizan diversas actividades orientadas a apoyar la inclusión de alumnado en riesgo de exclusión social.

¿Cuál es su visión sobre la situación actual de los escolares? ¿Cómo afecta a las familias el ‘telecolegio’?

La situación excepcional de confinamiento en la que se encuentran 10 millones de estudiantes españoles es nueva para todos. La gran mayoría, 8,2 millones, son escolares de las etapas obligatorias de enseñanza. Los tiempos de pandemia han cambiado drásticamente su rutina, como la de millones de familias en todo el mundo. Las circunstancias son muy diversas en cada caso, y con diferente casuística, pero ya sabemos que el ‘telecolegio’ no tendrá el mismo impacto en todas ellas.

Más de allá del enorme esfuerzo que están realizando  familias, docentes y estudiantes, hablar de ‘continuidad escolar’ es un engaño

¿De qué va a depender este diferente impacto?

Las situaciones familiares son muy variadas. Algunas no tienen conexión a Internet; otras, cuentan con un ordenador para toda la familia, que tienen que repartirse los hermanos y los padres y las madres; en algunos casos, ni siquiera tienen ordenador y/o wifi y los chicos y chicas solo tienen el móvil de los progenitores para recibir y luego enviar la tarea escolar; o bien, no tienen las habilidades tecnológicas o capacidad pedagógica para afrontar este periodo excepcional de enseñanza a distancia, aunque tengan los dispositivos. Todo ello crea situaciones tensas porque, además, los datos se gastan o la conectividad es de baja calidad.

Y los padres y madres teletrabajando…

Esto es otra dimensión. Muchos padres y madres que teletrabajan están desbordados y no dan abasto. No saben, o no pueden, ayudarles porque no tienen el tiempo. Especialmente las madres están en primera línea en esta cuestión. Las mujeres son, en buena medida, las primeras responsables del cuidado de los hijos e hijas. Sin duda, la crisis sanitaria que estamos atravesando también sabe de géneros y, una vez más, como en tantas otras cuestiones, afecta, principalmente, a las mujeres y a las familias monoparentales y de escasos recursos. En definitiva, el confinamiento tiene un enorme sesgo de clase aunque se ha dicho que el ‘virus no conoce de clases sociales’. No es cierto. El virus será el mismo pero las consecuencias son socialmente muy dispares.

Así, resulta evidente que no están dadas las condiciones para enseñar y aprender bajo estas circunstancias. Por eso, y más de allá del enorme esfuerzo que están realizando  familias, docentes y estudiantes, hablar hoy de ‘continuidad escolar’ es un engaño o directamente una farsa. Son tiempos difíciles donde las prioridades no pueden ser las habituales.

Usted lidera un proyecto sobre prevención del fracaso escolar, ¿qué ideas de este estudio relaciona con la situación que ahora se vive?

Estamos notando que hay otros muchos padres y madres que simplemente les dan un dispositivo a sus hijos y tratan de mantenerlos distraídos, ya que tienen que seguir trabajando. Hemos de añadir otra variable más, el bilingüismo; esto dificulta que las familias puedan supervisar las tareas porque no conocen el idioma en el que sus hijos e hijas estudian. A esas dificultades se suma la angustia y la incertidumbre de que en muchos hogares los progenitores se están quedando sin empleo. También en otras casas se está dando la situación dramática de ver cómo familiares enferman o mueren por Covid-19. Es un escenario complicadísimo y sin precedentes. El telecolegio implica una sobrecarga de trabajo en casa para los escolares y para las familias, que se añade a la crisis sanitaria y económica, y a un sistema escolar que ya desatendía a muchos colectivos vulnerables. Esta situación inaudita pone en evidencia que el actual sistema escolar no estaba preparado para responder a las necesidades de todos y todas las niñas. La ‘obsolescencia’ del sistema en su currículum y en su organización se hace notar incluso más ahora.

¿Cuál es la situación del alumnado con distintas capacidades?

Las dificultades se agravan cuando niños y niñas con distintas capacidades necesitan una metodología inclusiva que requiere de especialistas, materiales y entornos adaptados. La sensación de impotencia del profesorado se agrava en estos casos.

Retomando la cuestión del alumnado en riesgo de exclusión social, ¿qué ideas considera necesario destacar?

En las circunstancias actuales, este asunto es particularmente pertinente y preocupante. Sabemos que la formación online hace emerger las desigualdades socioeconómicas entre alumnado con y sin recursos. Según datos de CC.OO., uno de cada tres alumnos no puede seguir las clases virtuales porque no tiene ordenador o Internet en casa. Por ello, muchos estudiantes, de las familias a las que antes me refería, en estos días de confinamiento tienen que hacer esfuerzos ingentes para entregar las tareas online. Las desigualdades socioeconómicas ahora se acentúan. Además, multitud de chicos y chicas tampoco disponen en casa de un espacio o ambiente idóneos para hacer sus tareas. El telecolegio, sobrevenido de repente por el Covid-19, va a dejar fuera de juego a muchos jóvenes. Y este es un panorama desolador en un contexto como el nuestro dónde casi el 22% de los adolescentes andaluces —casi uno de cada cuatro de los jóvenes- no quiere seguir o no puede seguir dentro de un sistema educativo que tiene la tasa abandono más alta de toda la Unión Europea. Todo ello nos lleva a una sociedad peligrosamente segmentada. Un grave problema que con esta pandemia se acentúa.

Además, el objetivo de la Unión Europea era bajar del 10% la tasa de abandono escolar…

Me temo que esta situación propina un verdadero golpe a este objetivo. Hoy es uno de los principales y más urgentes retos que se plantean las sociedades europeas. En cada pupitre vacío nos la jugamos. Por cada adolescente que abandona con 16 años —o menos— eventualmente habrá un adulto condenado al paro o empleo precario.

El papel de las familias es crucial y, como ya sabemos, los deberes en casa benefician a los estudiantes con la capacidad para estudiar autónomamente y pueden dejar desenganchados a los que más ayuda necesitan. En ese sentido, aquellos estudiantes cuyos padres y madres tienen un buen capital cultural, es decir, conocimientos y tiempo para ayudarles, tienen una ventaja formidable. Así pues, considero que no es muy aventurado suponer que en esta tesitura las desigualdades se agravarán. Habrá niños y niñas que avanzarán más que si hubieran ido al colegio. Y otros se habrán quedado mucho más en la cuneta de lo que ya estaban antes del coronavirus.

La lógica de respuestas rápidas e improvisadas que se está aplicando no hace más que reproducir las desigualdades existentes sobre el acceso al conocimiento y, al mismo tiempo, amplificar la ‘brecha académica’.

¿Cree que tras esta experiencia la corriente de enseñanza en casa o homeschooling tendrá más arraigo?

A muchas familias les preocupa cómo influirá esta situación en la educación de sus hijos e hijas. Como investigadora, una nueva dimensión que me inquieta son los padres y madres que se negarán a enviar a sus hijos/as de regreso a la escuela por temor al contagio. Quizás progenitores que ya antes de esta crisis valoraban poco la escuela tal y como la conocemos. Efectivamente, creo que el ‘homeschooling’, muy conocido ya en países como Estados Unidos, empezará a tener más adeptos entre las familias españolas.

Y a los docentes y directores de centros escolares, ¿cómo les está afectando este contexto?

La pandemia causada por el Covid-19 nos ha cogido a todos a contrapié. Ha sido una situación inesperada en la que ha habido que tomar decisiones rápidas e improvisadas. La alerta sanitaria trajo una clausura imprevista de los centros de enseñanza. Nadie en el sistema educativo estaba preparado para algo así. En su mayoría, los docentes nunca se habían encontrado con este reto de tener que dar clase online o de enviar tareas escolares telemáticas. Además, lo que en principio parecía un periodo circunstancial de reclusión de 15 días se ha alargado más de un mes, y, posiblemente, se alargará más tiempo. No lo sabemos. Así las cosas, el curso escolar está en el aire. Y de nuevo, al igual que las familias, cada centro está respondiendo de manera diferente. El liderazgo del equipo directivo tiene mucho que decir como impulsor de medidas excepcionales, sensibles a las variadas situaciones en que se encuentra cada estudiante, incluso dentro de un mismo centro escolar. La individualización de la enseñanza adquiere, en este contexto, una relevancia extraordinaria.

¿Considera que la respuesta del profesorado está siendo también diversa?

Cada docente es un mundo. Como en otros ámbitos de la vida, la pandemia nos pone a prueba y desvela lo que hay dentro de nosotros, lo que somos. Unos eran ya docentes muy centrados en los contenidos, y muestran un exceso de celo por querer abarcar todo el currículum académico. Otros estaban ya acostumbrados a usar las tecnologías de manera habitual en sus prácticas; otros, carecían de las mínimas competencias digitales. También hay centros y docentes innovadores que, ante una nueva situación, buscan respuestas creativas y diferenciadas, adaptadas a cada estudiante y familia. La pandemia es como un espejo que refleja y agranda lo que ya existía.

En general, las escuelas y los docentes están tratando de ser sensibles a las distintas circunstancias de cada estudiante, cuidando de facilitarle las cosas. Hay que destacar que nadie ha acompañado al profesorado y a los centros en el uso de las tecnologías digitales de manera masiva y a distancia. Además, al igual que las familias, no todas las escuelas tienen herramientas virtuales que les permiten seguir estando presentes en la vida de los alumnos. Muchos docentes también se encuentran desconcertados. Es una situación insoslayable y muy complicada para ellos, por las mismas razones que para las familias. El ritmo estos días es, como para casi todos, frenético.

¿Qué acciones podrían llevarse a cabo para evitar la brecha digital?

En estos tiempos extraños, estamos pensando en todos los niños y niñas, estudiantes y familias, que están reordenando sus vidas para continuar su educación formal de manera online. Pensamos que todos los maestros y maestras y equipos directivos de escuelas que ya trabajan incansablemente para apoyar al alumnado más vulnerable, que estaba en riesgo de fracaso escolar, lo sigue haciendo durante esta pandemia. Siempre he estado interesada en estudiar la relación entre la educación y la enseñanza de calidad en sistemas educativos donde la escolarización se ha expandido con rapidez. Esta situación de emergencia es una oportunidad, pero no la debemos de manera oportunista. Estamos viendo ya demasiadas investigaciones rápidas y sobrevenidas. Hay que reposar, pensar y tomar en serio todas estas aristas para estudiar el fenómeno en toda su complejidad, con profundidad y perspectiva. Nos jugamos mucho. La educación es un derecho fundamental y nunca nos debemos olvidar de ello.

Ante el estado de alarma, tanto el Ministerio de Educación como el conjunto de las comunidades autónomas decidieron, implícita o explícitamente, primero, continuar con la actividad docente online, y segundo, avanzar con la impartición de contenidos. Lo que no dijeron es cómo y con qué medios. Tampoco se preguntaron si los docentes y las familias estaban preparados para este cambio drástico, masivo e insólito, en la historia de la escolaridad obligatoria y de la enseñanza.

¿Conoce iniciativas concretas que se estén desarrollando para paliar esta situación?

Algunos Ayuntamientos en zonas rurales están distribuyendo las tareas en papel, fotocopiando los materiales y tareas escolare y distribuyéndolas por las casas. Tal vez este momento nos sirva para recapacitar el rol tan importante que las corporaciones municipales pueden desempeñar en la educación.

En otros países decretaron una semana de ‘vacaciones’ para propiciar que los docentes tuvieran tiempo de adaptar los materiales, actividades, recursos, etc. Creo que hubiera sido una buena medida, una medida prudente para no actuar con angustia. Quienes educamos sabemos que la enseñanza es un proceso programado y planificado que requiere de una enorme rigurosidad. La enseñanza formal no puede ser un ‘ensayo y error’. No considerar este tiempo necesario es ponerse por fuera de toda ética profesional. En mi opinión, es paradójico que el sistema educativo en su conjunto asuma, en un momento realmente histórico, continuidad y normalidad donde las vidas de todos y todas se encuentran completamente alteradas y en riesgo. Las administraciones educativas buscan, a través de la educación a distancia y el teletrabajo, generar en una suerte de ‘como si’: como si los docentes estuviésemos enseñando y como si los estudiantes estuvieran aprendiendo, como si hoy alguien pudiera evaluar y acreditar saberes del currículo educativo.

Un periodo de impasse también hubiera sido favorable para dar tiempo a los niños y niñas para aprender de lo que estaba pasando. Aprender de la vida es un principio fundamental que no sé si estamos aprovechando. Pueden aprender geografía, vocabulario, matemáticas… trabajando con proyectos en torno al Covid-19.

Tenemos una oportunidad para repensar qué escuela necesitan estos nuevos tiempos en los que nos encontramos

¿Qué deben hacer las Administraciones Públicas?

De momento y dadas las circunstancias, el balance puede considerarse que es positivo porque se mantiene la actividad. Se sustituye el colegio físico por la actividad online, pero habrá que estudiar las consecuencias a medio y largo plazo. En realidad, no tenemos datos suficientes ni fehacientes. Nos movemos en el terreno de las suposiciones, no pocas veces cargadas de subjetividad o tintes ideológicos. La digitalización de la escuela tiene muchas implicaciones que no se han tenido en cuenta. No se han previsto medidas paliativas para las familias de bajos recursos, monoparentales, o en situaciones de exclusión o de vulnerabilidad. En un escenario como el actual, el planteamiento debería haber sido priorizar las necesidades del alumnado desaventajado, en lugar de diseñar medidas irreales. Las administraciones no lo han hecho. Una vez más las soluciones han quedado en manos de cada centro educativo o de cada docente. A pesar de sus desvelos, hay que asumir que habrá hogares a las que los docentes no podrán llegar.

En el terreno de los hechos, ha habido mucha improvisación. Docentes y equipos directivos no han contado con instrucciones claras y homogéneas de las distintas consejerías educativas. También habrá que preguntarse si la organización funcional de los centros y la formación de los profesores son las adecuadas Ha sido una carrera y hoy en día a quien más y a quien menos ya le suena: GDrive, Moodle, Hangouts, Google Classroom, Padlet, etc. De repente las aplicaciones disponibles han empezado a ser más conocidas. Pero la destreza técnica no es suficiente. Hay que aprender a integrarlas de manera razonable en los diseños curriculares que no estaban pensados para ser online. Hay muchas ‘disruptividades’, porque todo ha sido vertiginoso y acaso porque nuestro sistema, tan lleno de inercias, no había sido convenientemente actualizado, y tiene grandes dificultades para ‘reiniciarse’.

¿Es momento de repensar la escuela?

Desde luego. Tenemos una oportunidad para repensar qué escuela necesitan estos nuevos tiempos en los que nos encontramos. Aunque a decir verdad no sabemos casi nada de cómo va a ser el tiempo post-Covid-19. Las opiniones se mueven entre el optimismo, el pesimismo o el escepticismo. La emocionalidad y la hiperinformación, en buena medida infundada o sencillamente falsa, lo copan todo. Hay que reflexionar con calma. Y habrá que seguir muy atentos. Todos, familias, gestores, responsables políticos, docentes y estudiantes. Habrá que ser ágiles por una vez, repensar y, si es posible, recrear la escuela: su currículo (es decir, lo que se enseña, cómo se enseña y para qué se enseña), su organización (sus tiempos y sus espacios, su gobierno), sus relaciones externas e internas (con la familia, con la comunidad, entre docentes y responsables políticos). Quiero ser optimista. Todo ello puede constituir un desafío, pero solo si meditamos y nos ponemos manos a la obra. El cambio escolar no va a surgir de la nada ni de la precipitación. Hay que reposar, pensar con tiempo, hacernos preguntas e intentar dar respuestas, con sentido, pero sin ocurrencias felices o soluciones irreales. Desde la investigación pedagógica tenemos muchas evidencias de pedagogías que funcionan, de modelos organizativos comprometidos con el entorno. De momento, no queda otra opción que navegar en la incertidumbre, tratando de ser creativos en este impasse para anticipar distintos escenarios y diseñar medidas justas y solidarias con vistas a ese ‘después’ que un día llegará.

¿Considera que esta experiencia contribuirá a una mayor toma de conciencia sobre la desigualdad que existe? ¿Cree que se actuará en consecuencia?

Puede que esta tesitura nos ayude a pensar en una escuela comprometida, con tareas con sentido y sin sobrecargas. Una escuela que va a lo esencial: acompañar al niño y a la niña en el tránsito para la vida adulta; a que aprenda de forma creativa, crítica, solidaria; y, no para la acumulación de contenidos inútiles que nada tienen que ver con los aprendizajes auténticos conectados con la vida.

Ya la crisis del 2008, de características muy diferentes, pero con algunas similitudes con la actual, puso de manifiesto cómo las situaciones de vulnerabilidad económica afectan al rendimiento del alumnado. Ahora, con el confinamiento en casa, se abre aún más la brecha tecnológica. Pretender que la escuela realice total y convenientemente su función online, como telecolegio, es una quimera que conduce a la frustración de padres y madres y docentes e incrementa las desigualdades educativas.

Su trabajo se ha centrado en la brecha de logros educativos en el marco de la globalización, y la relación entre la calidad del profesorado, la expansión educativa y la desigualdad en España. ¿Qué líneas de investigación, dentro de este marco, considera necesarias en el contexto actual?

Reitero que nos movemos en un escenario incierto. Esto implica trabajar con plazos desconocidos. Cualquiera de los escenarios que podemos conjeturar, representa una crisis educativa sin precedentes que exige adaptar los recursos, las metodologías y los calendarios escolares, con el objetivo de que todo el alumnado, sin excepción, pueda seguir aprendiendo. Necesitamos analizar todo ello, con la determinación, el método y el aplomo que requiere la investigación científica verdadera. La integración de tecnología en las escuelas ha sido utilizada por los gobiernos como un recurso de campaña electoral y nunca la han tomado en serio pensando a largo plazo. Por no hablar de las comunidades que apostaron por negar la evidencia y dejar a las escuelas públicas al albur de las empresas privadas. Muchas investigaciones en los últimos 20 años han indicado, sin ser oídas, muchas razones de este fracaso.

Es necesaria una profunda transformación de la escuela, tal como la conocíamos hasta ahora. Lamentablemente, ha debido producirse un desafío tan extraordinario y doloroso como esta pandemia para desnudar el sistema y mostrar, con toda crudeza, sus innumerables contradicciones y dilemas. Espero que el día después los políticos presten atención al alumnado, al profesorado y a las escuelas y piensen en proyectos inclusivos a largo plazo.

Más información en:

http://orcid.org/0000-0002-9432-1280