Mirada científica

‘Cyberbullying’ en el confinamiento

Foto: Science Photo Library

Qué duda cabe que desde el inicio del confinamiento el tiempo de uso de internet y de las redes sociales virtuales se ha incrementado en paralelo con las medidas de distanciamiento -o aislamiento- social. En tiempos de incertidumbre, la interacción social, el contacto con nuestros otros significativos y la socialización entre iguales adquieren un valor psicosocial aún mayor porque constituyen uno de los recursos más eficaces en situaciones de estrés. En este sentido, desde los años 70 investigadores de múltiples ámbitos han venido constatando cómo la falta de vínculos sociales se asocia con mayores niveles de estrés y enfermedad, mientras que el apoyo social contribuye a disminuir la evaluación de un suceso como estresante y a amortiguar los efectos negativos de la situación. De manera que nuestra búsqueda activa de apoyo social y de vínculos parece ser una respuesta adaptativa para intentar mantener cierto nivel de bienestar o, al menos, no caer en los innumerables efectos adversos asociados con el aislamiento. Esas comunidades online que estamos generando nos permiten tejer una arquitectura de nuevas relaciones, mantener las existentes y fortalecer la percepción de apoyo social. Así, cuando estamos en una videoconferencia con la familia no sólo nos comunicamos, además, sentimos que seguimos manteniendo el vínculo familiar y percibimos su apoyo.

A través de las redes sociales los adolescentes construyen su identidad, fortalecen relaciones sociales ya existentes y crean nuevos vínculos

Esta necesidad de apoyo y de vinculación social es aún mayor en la adolescencia. En esta etapa, las relaciones con los iguales adquieren una mayor importancia y, en consecuencia, las redes sociales virtuales se erigen como una de las herramientas de comunicación más frecuente. A través de estas herramientas, los adolescentes construyen su identidad, fortalecen relaciones sociales ya existentes y crean nuevos vínculos sociales que permean en los ámbitos offline y online.

Sin embargo, el uso de Internet y de redes sociales virtuales no está exento de riesgos. La facilidad de acceso, la inmediatez y las posibilidades de estas herramientas para la interacción social parecen incrementar el riesgo de desarrollar dependencia hacia estas herramientas virtuales y de ser objeto de conductas de violencia y hostigamiento como el ciberacoso o cyberbullying. Este tipo de conducta engloba todo comportamiento agresivo, repetitivo y deliberado entre iguales, en el cual una persona o un grupo utiliza dispositivos electrónicos para maltratar a una víctima que no puede defenderse fácilmente por sí misma.

El confinamiento genera en los adolescentes sentimientos de hastío, miedo y hostilidad que constituyen los cimientos de comportamientos que se expresan en las redes sociales bajo la forma de ciberacoso

Desde el inicio de las medidas de confinamiento las redes sociales virtuales se han vuelto omnipresentes, por lo que se predice un aumento del cyberbullying en este periodo atribuible, al menos, a tres razones. En primer lugar, ante el cierre de los centros educativos, algunos de los casos de acoso escolar, lejos de remitir, se adaptan al ámbito virtual. En segundo lugar, el incremento del tiempo de uso de estos dispositivos parece generar más oportunidades para este tipo de conductas. Por último, la pandemia que estamos viviendo y las medidas asociadas generan en los adolescentes, al igual que en los adultos, sentimientos de hastío, aburrimiento, ira, miedo y hostilidad que constituyen los cimientos de comportamientos de autopreservación y autodefensa que se expresan en las redes sociales bajo la forma de ciber-odio y el ciberacoso.

El ámbito virtual propicia el anonimato e invisibilidad de los agresores, generando un sentimiento de impunidad en el agresor y de desamparo e indefensión aprendida en la víctima. También, facilita una difusión masiva de las conductas que, además, llegan a una amplia audiencia. Al mismo tiempo, la víctima se encuentra expuesta, en todo momento, a que las conductas se difundan y se repitan en cualquier lugar y ad infinitum, sin que la víctima pueda controlar o parar este comportamiento. Estas características contribuyen a agravar el daño de estas conductas violentas. Inmersos en un entorno virtual ajeno al mundo de los adultos y en el que la ley del silencio es aún más notable que en los casos de acoso escolar, las ciber-víctimas sufren todos los efectos negativos del cyberbullying en un contexto de mayor estrés, miedo e incertidumbre y en el que se reducen los contactos con otros grupos que pueden apoyar a la víctima.

Nuestra labor como sociedad debe implicar varios aspectos. Como familia, generar un clima en el que las víctimas se sientan cómodas para hablar y contar esta situación que, en general, se vive con angustia, miedo, indefensión y culpa. Es muy importante que los adolescentes sientan que pueden contar con su familia. Como amigos o compañeros, apoyar de manera visible a la víctima. Por último, si somos testigos (por ejemplo, se reenvía una foto en un grupo virtual y todos se ríen o consienten esa burla, comentarios denigrantes ante una publicación etc.) debemos dejar de reforzar estos comportamientos mediante la ley del silencio. Para ello, además de verbalizar las implicaciones de ese acto para la víctima podemos hacer algo muy sencillo y eficaz: dejar de reenviar la foto, el vídeo, el texto, el meme etc. En nuestra mano está que podamos construir espacios virtuales de apoyo y de inclusión, en lugar de espacios de potenciación del odio.

 

Belén Martínez en el campus de la UPOBelén Martínez Ferrer
Departamento de Educación y Psicología Social. Universidad Pablo Olavide

Grupo de investigación sobre violencia en la adolescencia LISIS