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El tiempo no pasa por Marcial, el poeta que retrató la vida en la antigua Roma

Grabado de Marcial
Grabado de Marcial a partir de una gema antigua, de la ‘Encyclopaedia Londinensis or, Universal dictionary of arts, sciences, and literature; Volume XIV’, editado por John Wilkes y publicado en Londres en 1816. Wikimedia Commons

Rosario Moreno Soldevila, Universidad Pablo de Olavide

En un capítulo de la serie El Ministerio del Tiempo, Federico García Lorca viaja a finales del siglo XX y escucha sus versos cantados por Camarón. “¿Tanto tiempo después España se acuerda de mí?”, pregunta el poeta, emocionado. En otro capítulo, los funcionarios del Ministerio traen a Miguel de Cervantes al siglo XXI y le muestran la vigencia de su obra.

Aunque los artistas puedan intuir la trascendencia de sus escritos, la amenaza del olvido se cierne pareja a la muerte.

Leyendo el cómic El infinito en un junco, adaptación del ensayo homónimo de Irene Vallejo con ilustraciones de Tyto Alba, me he reencontrado entre sus páginas con uno de mis poetas favoritos de la Antigüedad: Marcial, famoso por sus epigramas.

Y me he preguntado: ¿qué cara pondría Marcial si, cruzando una puerta del tiempo, se viera dibujado como personaje en un libro escrito casi dos milenios después? Sonrío al imaginarlo. Él también podría decir, como hace el poeta granadino y universal en la ficción televisiva, “He ganado yo”.

Marcial y sus epigramas

Marco Valerio Marcial fue un poeta romano del siglo I. Nacido en Hispania, cerca de la actual Calatayud (Zaragoza), y educado en la Tarraconense, buscó fortuna en la capital del Imperio romano. Allí vivió durante más de tres décadas, rodeado de las grandes figuras literarias del momento, cultivando un género menor que él hizo grande: el epigrama.

En los mil quinientos poemas que conservamos recogió infinitos detalles de la vida en Roma, desde sus monumentos y grandeza a sus penurias y miserias. Cuando comenzó el gobierno del emperador Trajano, en torno al año 98, retornó a su ciudad natal, Bílbilis Augusta, donde escribió sus últimos versos y terminó sus días.

Marcial merece sin duda aparecer en un libro sobre libros. Fue consciente de la escasa entidad de la literatura que practicaba. El epigrama es lo mínimo que se despacha en poesía. Por eso, dedicó todos sus esfuerzos a un empeño original: una gran obra formada por poemas breves. Igual que los mosaicos que admiramos en museos y yacimientos los forman pequeñas teselas, los libros de Marcial se componen también de minúsculas y variadas piezas que unidas cobran sentido estético y monumentalidad.

Sus epigramas, además, abren la puerta al fascinante mundo del libro antiguo. En la poesía de Marcial atisbamos los inicios de una de las grandes revoluciones culturales de la historia: el paso del rollo de papiro al códice de pergamino. Y a pesar de los avances tecnológicos, ahí sigue Marcial, de nuevo inmortalizado en un artefacto que ha sobrevivido al paso de los siglos.

Fotografía del _Epigrammata_ de Marco Valerio Marcial, de 1490, custodiado en el Archivo del Gobierno de Aragón.
Fotografía del Epigrammata de Marco Valerio Marcial, de 1490, custodiado en el Archivo del Gobierno de Aragón. Escarlati/Wikimedia Commons, CC BY-SA

Marcial es vanguardista, un experimentador exquisito, pero escribe sobre la gente y para la gente, como indica en la famosa frase “a ser humano sabe nuestro libro” (X 4.10), según nuestra traducción para Akal. Ya no nos reconocemos, por fortuna, en esos romanos antiguos, “brutales, imperialistas y misóginos”, como dice la historiadora clásica británica Mary Beard. Muchos aspectos de esa cultura que permean su literatura nos repelen. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, podemos seguir dialogando con Marcial.

Nos guía por la Roma imperial, que no es una ciudad de postal, sino una urbe cambiante, viva y sucia, siempre en obras, como las ciudades modernas. Pone ante nosotros un espejo que devuelve nuestro propio reflejo: apariencias vanas, brutales desigualdades económicas y humanidades orilladas en favor del lucro. Al padre preocupado por la educación de su hijo le recomienda con sorna que no estudie letras (¿nos suena?):

A qué maestro encomendar a tu hijo, Lupo,
me consultas y preguntas preocupado hace tiempo.
Te aconsejo que evites a todos los maestros
de gramática y retórica: que no tenga contacto
con los libros de Cicerón o de Marón.
Que abandone a Tutilio a su fama;
si escribe versos, deshereda al poeta.
¿Quieres conocer los oficios lucrativos?
Haz que aprenda a ser citarista o flautista,
y si te parece un niño duro de mollera,
hazlo pregonero o constructor (V 56).

Critica todos los vicios, no deja títere con cabeza, y puede resultar tremendamente crudo, especialmente en los epigramas de contenido sexual. En ellos señala cualquier comportamiento que se sale de la norma moral romana. Recurre al disfemismo, pero también a la insinuación:

De nadie hablas, a nadie criticas, Apicio:
circula, sin embargo, el rumor de que tienes mala lengua (III 80).

La atracción de lo prohibido

A lo largo de la historia, sus epigramas más escabrosos han sufrido la censura. Recibió las críticas de algunos de sus contemporáneos, como se ve cuando Marcial responde a un tal Cornelio, que se se queja de que sus poemas no pueden leerse en las escuelas (I 35). El poeta defiende la naturaleza procaz de su poesía y pide al censor que no castre sus libros.

En la Edad Media algunos copistas sustituyeron las palabras malsonantes, dando al traste con el sentido. Lo curioso es que fueron minoría: la mayoría de los monjes que copiaron a Marcial en el Medievo respetaron sus palabras, hasta las más impúdicas.

Ya en el siglo XVI los jesuitas lo incluyeron en su plan de estudios y no les faltaba razón: aprender latín con los epigramas es muy fácil, divertido y estimulante. ¡Pero cómo iban a admitir epigramas “obscenos” entre los materiales de estudio! Expurgaron entonces a Marcial, omitiendo esos epigramas para ellos nada edificantes. Sin embargo, no hay mejor acicate para la lectura que la prohibición. Esos poemas censurados se convirtieron en los más codiciados por los estudiantes.

La censura no es solo cosa del pasado: la edición de Marcial de 1919 en la Loeb Classical Library, una reputada colección bilingüe de textos clásicos, traducía los pasajes licenciosos no al inglés, ¡sino al italiano! Y la autocensura tampoco ha faltado en las traducciones a otras lenguas modernas, incluida la nuestra, hasta décadas muy recientes.

Aun así, los lectores de todas las épocas hemos sido como aquella mujer a la que Marcial dedica el poema III 68. Le advierte que debe dejar de leer porque partir de ese momento el libro, por su contenido sexual, no es apto para señoras biempensantes. Ella, que ya empezaba a cansarse de tanto epigrama, retoma la lectura con más entusiasmo. El poeta concluye, socarrón:

Si es que te conozco, dejabas ya aburrida el largo
librito: ahora lo leerás de cabo a rabo, curiosa. (III 68.11-12)

_Poeta favorito_, de Lawrence Alma-Tadema.
Poeta favorito, de Lawrence Alma-Tadema. Lady Lever Art Gallery

Marcial y la eternidad

En uno de sus últimos poemas escritos en Roma, la propia ciudad personificada toma la palabra. Las estatuas y monumentos sufren el paso del tiempo, dice Roma, pero la literatura no. Gana con los siglos: los libros son los únicos monumentos que no conocen la muerte (X 2).

En ese mismo libro, Marcial dedica unos versos elogiosos a Plinio el Joven (X 20). Poco tiempo después, a la muerte de Marcial, Plinio cita algunos de ellos en una carta obituario (III 21). Entristecido por su fallecimiento, reconoce su ingenio y agudeza. Al final de la carta sentencia: “los poemas que escribió no serán eternos; no lo serán tal vez, pero él los escribió como si fueran a serlo”.

Plinio no alcanzó a imaginar que esos humildes epigramas seguirían leyéndose y disfrutándose casi veinte siglos después, lo que quizás no equivale a la eternidad, pero se le parece bastante.

Rosario Moreno Soldevila, Catedrática de Filología Latina, Universidad Pablo de Olavide

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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