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“Dormimos en La Carlota, pueblo lindísimo con su única calle de árboles y casas, con su humilde palacio, con sus serenos y alumbrado (…). Si quieres tradiciones, si buscas esa poesía que nace del corazón y de los encantos del suelo, corre a unirte conmigo y recorreremos todos estos contornos (…). Al salir de La Carlota, y por espacio de más de una legua, el camino que tu planta huella es el país más bello de la Tierra. Casas blanquísimas con su cruz colorada hecha de tejas, otras color café con sus techumbres fabricadas de pieles como armiños, aquí un rebaño de ovejas triscando en las colinas, más allá brioso alazán cordobés pastando en la llanura; todo esmaltado de flores que mece este purísimo ambiente de Andalucía”.

Diego Coello y Quesada (1840)

Texto: Adolfo Hamer Flores
Fotografías: Adolfo Hamer Flores, Ayuntamiento de La Carlota y Área de Comunicación y Estrategia Fundaciones UPO

El origen de La Carlota, al igual que el de las restantes Nuevas Poblaciones de Andalucía, se encuentra en el año 1768. Iniciada la colonización en Sierra Morena el año anterior, desde muy pronto se consideró necesario disponer de nuevos espacios en los que establecer los colonos contratados por el gobierno español con Johan Kaspar von Thürriegel. Espacios como la hacienda de San Sebastián de los Ballesteros, que había sido propiedad del Colegio jesuita de Santa Catalina de Córdoba, o el cortijo de La Parrilla, perteneciente a los propios del concejo cordobés, llamaron pronto la atención de Pablo de Olavide.

Entre 1768 y 1769 se configuraría el término de la feligresía de La Carlota, estableciendo gradualmente a las familias de colonos en sus suertes de dotación. Aunque los extranjeros eran entonces mayoría, también estaban presentes ya familias del levante español e incluso de localidades andaluzas. En este difícil periodo, tanto los españoles como, sobre todo, los alemanes, flamencos, suizos o saboyanos también debieron enfrentarse a la adaptación a su nuevo hogar; con un clima tan diferente que un alto porcentaje de ellos no pudo superar las epidemias iniciales de paludismo y otras enfermedades gastrointestinales.

Fernando de Quintanilla, como subdelegado de Olavide, sería el responsable de todas estas labores hasta su jubilación en 1784. A él le correspondió dar cumplimiento a lo dispuesto en el Fuero sobre la elaboración de libros de repartimiento en cada colonia, tarea que se realizó en las cuatro poblaciones de Andalucía (La Carlota, La Luisiana, Fuente Palmera y San Sebastián de los Ballesteros) el 1 de enero de 1770; y que se repitió en 1771 por varias modificaciones en la organización territorial de las colonias y el reparto de segundas suertes a los colonos. Unas doscientas setenta familias labradoras, sin contar aquellas otras dedicadas a actividades secundarias y terciarias, conformaban entonces la población de La Carlota.

En aquellas fechas ya se habían erigido sus cinco aldeas coloniales: La Petite Carlota (actual Chica Carlota), La Fuencubierta, El Garabato, Las Pinedas y Aldea de Vaneguillas (posteriormente conocida como Aldea Quintana). Igualmente, durante la etapa en la que estuvo vigente el régimen foral se consolidaron nuevas entidades de población distribuidas por los diez Departamentos en los que se dividió la feligresía de La Carlota. En esta ocasión, se trató siempre de caseríos dispersos que, aún hoy, constituyen un rasgo predominante en gran parte del municipio. Un crecimiento demográfico que permitió que la población inicial casi se hubiera triplicado en 1835, dinámica que fue en ascenso hasta los años sesenta del pasado siglo XX, cuando se superaron los doce mil habitantes.

Tras la derogación definitiva del Fuero el 5 de marzo de 1835, el término de la feligresía de La Carlota se transformó en un municipio; estableciéndose su primera corporación el 21 de marzo. La etapa postforal enfrentó a los vecinos de La Carlota no solo a las fuertes cargas impositivas que padecían otros pueblos españoles sino también al hecho de que el Estado no garantizó una adecuada dotación de bienes de propios para que el Ayuntamiento pudiera atender a los gastos esenciales.

Una colonia en la que en 1835 predominaban los medianos propietarios, a finales de la centuria se caracterizaba ya por un fuerte minifundismo. Consecuencia lógica de ello fue la significativa extensión de los movimientos anarcosindicalista y socialista entre los obreros agrícolas de la localidad, a pesar de que el fuerte poblamiento disperso (superior al 70% del censo) dificultaba su organización y un funcionamiento eficaz.

El anticlericalismo que se vivió durante la Segunda República, unido a las traumáticas experiencias de represión durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra, también tuvieron incidencia en la continuidad de algunas tradiciones de origen extranjero que nos legaron aquellos primeros colonos. En concreto, el año 1933 sería el último en el que el Baile de los Locos y el Baile del Oso se representarían en la Plaza de la Iglesia (llamada entonces Plaza Pablo Iglesias), pues su vinculación a la Cofradía de Ánimas generaba no poco rechazo social a su realización. Más suerte, en cambio, ha tenido la Fiesta Colonial de los Huevos Pintados, una celebración familiar que cada Domingo de Resurrección sigue estando presente en muchos de los hogares de los descendientes de aquellos colonos extranjeros. Esta tradición sigue siendo fiel a sus orígenes, pues las intervenciones se han limitado a reivindicar este patrimonio y garantizar su supervivencia; rechazando así su transformación en un producto turístico disociado de una práctica cultural que se ha mantenido durante dos siglos y medio.

La casi exclusiva dependencia del sector agrario durante los años del Franquismo, unida al crecimiento demográfico al que hacíamos antes referencia, facilitó una fortísima emigración con destino, fundamentalmente, a otras provincias españolas como Barcelona, Madrid y Guipúzcoa, así como a otros países (destacando Francia y Alemania). El impacto fue tan significativo que en 1981 el padrón municipal ni siquiera alcanzaba los ocho mil habitantes. Sin embargo, el crecimiento económico de las últimas décadas ha incentivado la inmigración de parejas jóvenes y la existencia de una tasa de natalidad algo superior a la de localidades del entorno. Un hecho que ha permitido que el padrón municipal supere ya los 14.000 inscritos, no contándose en esta cifra otro considerable sector para el que La Carlota es segunda vivienda de manera habitual o estacional.

Como capital de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, la feligresía de La Carlota contó con un elevado número de edificios y equipamientos públicos, a los que se ha sumado alguno más tras la derogación del sistema foral.

Palacio de la Subdelegación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía

El Palacio de la Subdelegación de La Carlota, que desde 1835 es sede de su Ayuntamiento, tiene carácter neoclásico, estando su arquitectura vinculada con la escuela sevillana. Aun así, también presenta una serie de elementos barrocos y antaño incluso tuvo la característica más visual del barroco español, que buscaba el movimiento del edificio mediante el efecto decorativo de la fachada.

La planta alta del palacio, que ya estaba finalizado en 1780, fue la residencia de todos los subdelegados de las Nuevas Poblaciones de Andalucía; mientras que la planta baja se destinó a oficinas para la Contaduría, la Tesorería y la propia secretaría de la Subdelegación.

Iglesia de la Inmaculada Concepción

El templo parroquial de La Carlota se ubicó, como fue habitual en las Nuevas Poblaciones, en la plaza principal de la colonia; flanqueado inicialmente por las casas donde se establecieron las oficinas del poder civil, las cuales se construyeron en primer lugar.

La falta de espacio para las labores administrativas llevó al traslado de éstas a su ubicación definitiva en el Palacio de la Subdelegación pocos años después, quedando las casas laterales como vivienda de sacerdotes y otros miembros de la administración neopoblacional.

Las obras de la iglesia marcharon con cierta lentitud inicial, no logrando un impulso definitivo hasta 1770

Real Posada y Fonda

El edificio de la Real Posada y Fonda de La Carlota, que se corresponde sólo con el ala izquierda de la manzana en la que se ubica, se encuentra entre las primeras construcciones levantadas en esta colonia. El subdelegado Fernando de Quintanilla propuso su construcción al superintendente Pablo de Olavide en septiembre de 1768, debiendo comenzar las obras no mucho después ya que, a pesar de su envergadura, éstas habían finalizado en la primavera de 1769.

Concebida para dar servicio a viajeros y comerciantes, es una construcción de gran amplitud, racionalmente organizada y funcional, aunque con prestancia y calidad de ejecución. En ella se adoptan soluciones compositivas neoclásicas en conjunción con elementos de tradición barroca. En 2001 fue declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento.

Real Pósito de Labradores

Integrado en la misma manzana donde se levantó la Real Posada y Fonda, así como los pósitos de diezmos, el Pósito de Labradores de La Carlota se construyó en los primeros años de existencia de la localidad en un extremo del edificio donde también se ubicó el Pósito de Diezmos Viejo. Los elevados gastos que entonces tuvieron que afrontarse, en un contexto de ingresos limitados, quizá expliquen la simplicidad de su arquitectura, despojada casi por completo de elementos ornamentales. A todas luces se priorizó el disponer de este necesario recurso para que los colonos tuvieran acceso anualmente al grano necesario para sus siembras. Es propiedad municipal y en nuestros días alberga la sede del puesto de la Guardia Civil.

Reales Pósitos de Diezmos

La Carlota llegó a disponer de dos pósitos destinados a almacenar los granos del diezmo que los colonos debían entregar al rey de sus cosechas. El edificio que albergó al primero de ellos, conocido como Pósito de Diezmos Viejo, fue levantado en los primeros años de existencia de la localidad formando un único inmueble con el Pósito de Labradores (aunque ambos estaban convenientemente separados por muros interiores). No obstante, muy pronto su planta alta, ya que la baja era destinada por la Real Hacienda a viviendas o locales comerciales, se mostró insuficiente para albergar las cuantiosas cosechas de grano de la colonia, por lo que en torno a la década de los años ochenta del siglo XVIII se procedió construir un nuevo pósito de diezmos al edificar un nuevo inmueble en el espacio que quedaba libre entre la Real Posada y Fonda y el Pósito de Diezmos Viejo. Una ampliación en la que se imitó la fachada de aquella, dando lugar a la falsa impresión de que toda la manzana se correspondía con este edificio. La planta baja del Pósito de Diezmos Nuevo, también en esta ocasión, fue destinada para viviendas. Desde su desamortización el siglo XIX, la propiedad de estas edificaciones es privada.

Molino del Rey

El fuerte impulso que Pablo de Olavide y su subdelegado en La Carlota, Fernando de Quintanilla, dieron a los plantíos de olivar en los primeros momentos de existencia de esta colonia hizo que, a finales del siglo XVIII, cuando esos olivares estaban ya en plena producción, el molino de Guiray o Guiral, inmueble de propiedad privada que había quedado dentro de su término, se mostrara insuficiente para atender las abundantes cosechas.

Por ello, la Real Hacienda apostó por la construcción de un molino en las proximidades del núcleo urbano principal, tan rápido que estaba ya en uso en 1802. Poco tiempo mantuvo la Real Hacienda la propiedad de este molino, pues en 1807 pasó a las manos del marqués de Villaseca por decisión de Carlos IV, junto a una enorme extensión de los olivares de la localidad.

En cualquier caso, ese molino, junto a otro que el propio marqués edificó en 1818 junto a él, siguió siendo el receptor de la mayor parte de las cosechas de aceituna de los colonos. En nuestros días, el molino erigido por la Real Hacienda es propiedad municipal, habiendo sido bárbaramente derruido hace algunos años el edificado en 1818.

Cementerio

Las Nuevas Poblaciones se mostraron muy avanzadas en algunas cuestiones vinculadas con la higiene pública, destacando la construcción de cementerios fuera de los núcleos urbanos; en ellas se prohibieron los sepelios en los templos parroquiales o sus proximidades.

Dos siglos y medio de historia han hecho que el crecimiento urbanístico de la mayor parte de esas nuevas colonias tropezara antes o después con sus camposantos, por lo que acabaron siendo trasladados a otras ubicaciones más alejadas. Una dinámica que no afectó a La Carlota, al estar emplazado el suyo en un espacio poco atractivo para edificar.

Este hecho permite que disponga del cementerio colonial más antiguo de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Este cementerio está incluido dentro del área reconocida como Bien de Interés Cultural desde 2001.

Monumento conmemorativo de la fundación

Enclavado en la Plaza de Konzell, municipio donde hoy se integra la localidad natal del asentista bávaro Johann Kaspar von Thürriegel, este grupo escultórico se inauguró en 1968 para conmemorar el Segundo Centenario de la fundación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía.

Su principal impulsora y patrocinadora fue la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, habiéndosele encomendado su realización al escultor Pablo Yusti. Está compuesta por tres figuras: el rey Carlos III (sentado), Pablo de Olavide (de rodillas) y Pedro Rodríguez de Campomanes (de pie junto al rey). Sin duda alguna, los tres personajes que más contribuyeron a que estas nuevas colonias fueran una realidad.

Centro de Interpretación de las Nuevas Poblaciones de La Carlota (Real Cárcel)

El edificio de la Real Cárcel de La Carlota alberga desde 2015 el Centro de Interpretación de las Nuevas Poblaciones de La Carlota. Un espacio destinado a albergar una combinación de piezas originales y de reproducciones que facilitan al visitante un recorrido por los principales hitos del pasado de la localidad. Este inmueble tuvo su primera fábrica en los primeros momentos de existencia de la localidad, pasando a cumplir con su cometido desde poco después; algo que no impidió que las obras, reedificaciones y arreglos continuasen hasta concluirse definitivamente en 1795. A partir de entonces, sirvió ininterrumpidamente como cárcel, o depósito municipal, hasta los años setenta del siglo XX. Este edificio comparte con la iglesia la función de estructurar la plaza, aunque su estilo, a diferencia de aquella, es el más típicamente neoclásico de toda la colonia.

Junto a fiestas habituales también en otras localidades cercanas, La Carlota posee algunas celebraciones propias o con rasgos que las hacen singulares:

Las Palmitas del Arroyo. Tras la celebración de la Candelaria en la noche del 2 de febrero, desde tiempo inmemorial el día 3 por la mañana niños y jóvenes bajan desde el núcleo urbano de La Carlota hasta las proximidades del arroyo Guadalmazán. Allí se celebra una jornada festiva en la que pequeños y adultos comen rosquillas y otros dulces y juegan a golpearse con ramas de palma o adelfa.

Semana Santa. Numerosos desfiles procesionales, tanto en el núcleo urbano principal como en las aldeas y caseríos de su término municipal, configuran una intensa agenda cada año pues no faltan días con hasta dos o tres procesiones. Además, el Domingo de Resurrección se celebra la Fiesta Colonial de los Huevos Pintados

@ Adolfo Hamer Flores

Mercado Colono del siglo XVIII y Fiesta de la Cerveza. A inicios de cada verano, coincidiendo con la última semana de junio o comienzos de julio, desde hace ya más de una década, se celebra un mercado que trata de reivindicar el origen dieciochesco de la localidad; un evento al que en fechas recientes se ha incorporado una fiesta de la cerveza.

 Romerias en honor a San Isidro Labrador. Esta celebración fue impulsada por la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos de La Carlota durante el Franquismo, consolidándose con el paso de los años hasta dar lugar a dos espacios festivos dicho día en el municipio. De este modo, cada 15 de mayo vecinos y foráneos pueden disfrutar de una jornada lúdica y de convivencia tanto en Las Pinedas como en El Arrecife, contando ambas con sus correspondientes procesiones encabezadas por la imagen titular del santo madrileño.

Feria Mayor de La Carlota. Autorizada por el gobierno en 1841 para que diera inicio cada 14 de septiembre, coincidiendo con la fiesta de la Exaltación de la Cruz, esta feria constituye el cierre a todo un calendario de ferias menores celebradas en casi todas las aldeas y caseríos del municipio desde comienzos del mes de mayo. Es posible, así, disfrutar del encanto de más de una decena de ferias con la idiosincrasia propia de cada entidad de población. Destaca la celebración, durante la Feria Mayor, de un concurso nacional de sevillanas.

La gastronomía local comparte la riqueza y variedad de los municipios del entorno. Junto a los cocidos, potajes, migas, salmorejos, boquerones en vinagre y gazpachos (de tomate, almendras o habas), un plato destacó sobremanera durante décadas: los huevos fritos con chorizo. Tanto es así que se convirtió en un referente para realizar una parada en el camino mientras se circulaba por la antigua Nacional IV (hoy Autovía del Sur). Los caracoles, tanto en salsa como en otros formatos, también constituyen un elemento típico durante la primavera. La repostería tradicional nos ha legado productos como roscos y soplanos (denominación local para los pestiños), bien de azúcar y canela o bien de miel. En lo que a postres se refiere, sobresalen las gachas dulces, las batatas con azúcar y canela y las sopaipas con chocolate.