Será uno de sus hijos, Gabriel Murillo, quien finalmente viaje en 1678 y se instale definitivamente en Santa Fe, como se hace constar en el testamento que otorgó el pintor sevillano, y dado a conocer por Ceán Bermúdez.

Pero serán sus obras las que dejarán su impronta en América. Sus lienzos cruzarán pronto el océano en vida del pintor, y mucho después, provocando que lo murillesco se dispersara por todo el mundo.

Entre ellas encontramos una obra que marcará su presencia en América. Murillo pudo participar en las festividades que se realizaron en Sevilla en honor a la beatificación y canonización de santa Rosa de Lima entre 1668 y 1681. De ese proceso nace su lienzo dedicado a la santa limeña que será copiado e imitado en multitud de ocasiones, tanto en Sevilla como en América.

Sus modelos perduraron durante siglos en los gustos de sevillanos y americanos que intentaban acercarse a su canon y formas a través de originales y multitud de copias que se realizaron y diseminaron por ultramar.

Sus obras en América se localizan hoy en templos y conventos de numerosos lugares como México, Perú, Colombia, La Habana, Argentina, Puerto Rico, Brasil… reflejo de su gran divulgación y permanencia a lo largo del tiempo.