El descubrimiento de una obra que le acabó fascinando se produjo durante la estancia de la Corte en Sevilla (1729-1733). Ello marcó el comienzo de la diáspora del arte de Murillo, de la salida masiva de sus lienzos. Su hijo Carlos, el III, también jugó un papel importante, con su política cultural, que pivotó sobre la Real Academia de san Fernando, creada a instancias de su antecesor. Asesorado por Mengs adquirió algunas obras de Murillo. Y luego otras, participando en subastas testamentarias en la propia Corte.

Murillo ya gozaba de fama internacional, aunque su proyección se incrementó gracias a los escritos del secretario de la Academia, don Antonio Ponz.

En el devenir del murillismo hay que contar episodios no tan dignos y relevantes del gusto cortesano, como los arriba relacionados. Consagrado Murillo, de fama internacional, su obra fue pretendida por coleccionistas europeos, algunos con pocos escrúpulos, que adquirieron lienzos como trofeos de guerra o expolio. Y así arranca una parte de la historia del murillismo, teñida de colores acres. Una historia que pasamos por alto para concluir con el ingreso de los Murillos en los museos modernos. La creación en 1819 del Museo Real de Pinturas, en el edificio diseñado por Juan de Villanueva (hoy Prado), marca un quiebro en la evolución del coleccionismo de Murillo, cuyo relato puede seguirse a través de una abundantísima bibliografía y de manera resumida en el texto que incorporamos en esta exposición.