Y en este proceso hemos de resaltar un patrono cuya influencia fue corta, pero decisiva: Agustín de Spínola, quien le franqueó la entrada al Palacio Arzobispal, donde Murillo pudo solazarse y aprender con algunos de los retratos de familia, realizados por Anton Van Dyck.

El genovés le dio la mano al artista y le facilitó el ingreso en la Catedral, donde finalmente tomó velocidad en su ascensión artística. Desde el San Antonio de la Capilla Bautismal, a la serie de la Sala Capitular, pasando por una de las mejores obras del pintor, el Nacimiento de la Virgen, que hasta el XIX estuvo en la capilla de la Inmaculada, el pintor de más talento del barroco sevillano se consagró finalmente como el gran creador que hoy celebramos.