En 1667 se colgaron los primeros testimonios de la contribución de Murillo a la construcción de este joyel barroco, los dos primeros de una serie de seis lienzos que componen los «Jeroglíficos de la Caridad». No concluía con ello la aportación murillesca al proyecto caritativo. Otros lienzos menores, hasta cinco más, forman parte de un programa iconográfico complejo que ha sido estudiado hasta el mínimo detalle.

Nos parece importante resaltar en este lugar la relación que se formalizó entre mecenas y artista. Se dice que entre ambos nació un vínculo fuerte, de mutua admiración y respeto, que se fortaleció ante la pila bautismal, donde fue bautizado uno de los hijos del artista, hecho que generó una relación de compadre que se sobrepuso a la de cliente y artista.

El programa iconológico de la Caridad es complejo, sutil para unos y arcano para otros, que fue pensado por el inefable don Miguel de Mañara, diseñándolo hasta en sus mínimos detalles. Ilustra un discurso con un gran soporte dogmático, basado en los textos bíblicos. Y que lleva de la mano al fiel, anímicamente afectado, haciéndolo recorrer visualmente un camino que arranca antes las Vánitas valdesianas y concluye en el extraordinario altar, donde se relata con elocuencia el entierro de Cristo.