Hay un capítulo en la vida de Murillo en el que se muestra el camino de iluminación, arrancando en el Claustro Chico de San Francisco y concluyendo en la sala capitular de la Catedral, porque en su evolución el artista pasó de las elucubraciones cromáticas y expresivas de las vidas de santos franciscanos, a la explosión de color y luz en el ámbito catedralicio.

Franciscanos, capuchinos y agustinos, entretuvieron las horas del maestro en el proceso de maduración creativa. Esta larga experiencia le valió para construir su estilo magistral, para hacerle descollar entre sus compañeros de escuela; sin embargo, sería la Catedral el lugar que le dio alas, haciéndole volar y transitar por cielos de arreboles.

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