La Organización Nacional Indígena de Colombia reporta que en nuestro país viven 102 comunidades aborígenes. Recordando las caras de los amigos pertenecientes a algunas de ellas, lo que hemos compartido y han inspirado. Me encantaría escribir «habitan», pero todos no tienen las condiciones para que así resulte, así que no puedo. Debería escribir «sobreviven», pero me duele y no puedo.
Paralela a la fusión cultural y pedagógica del Museo, que conserva y expone objetos cuyo legado se basa en una ciudad sumergida, hay entonces 102 espacios indígenas interactivos, diversos, reales y vivos, de los que emergen cultivos de oro, puntadas perdidas y expresiones que conmueven al porcentaje genético que el resto de colombianos compartimos con sus cuidadores.
De la receptividad que desde las grandes ciudades sea posible activar a las diferentes formas de manifestación cultural que surgen de dichas colectividades, representadas en los objetos materiales que producen y llegan a nuestras manos, se activa un vínculo dormido, un puente de conocimiento y un paso de cercanía a la vida no en la Tierra, sino con la Tierra.
De la producción de conocimientos y documentos en torno a sus diversas formas de imaginar, habitar y proyectar el mundo, se hace visible un puente a universos dormidos en nosotros que tal vez nos despierten a una vida en la que quepamos juntos y con las mismas oportunidades, como si fuéramos hijos de la misma madre; el puente a un hermano.
Hace unos días terminé la lectura del libro «Mundos de creación de los pueblos indígenas de América Latina» de la editora académica Cielo Quiñones Aguilar. Es la construcción colectiva a la que convocó a diferentes autores para hacer visible un puente hacia nuestros pueblos originarios, y por tanto, a nuestra identidad (como nuestra ciudad, perdida). A propósito de su experiencia en esta empresa editorial, conversamos.
C. L es Catalina López
C. Q es Cielo Quiñones
C.L ¿Cómo surgió tu interés por el universo indígena latinoamericano y sus manifestaciones culturales y artísticas?
C.Q Este interés surgió desde la infancia. Recuerdo cuando éramos niñas los viajes por Colombia con mis hermanas y mis padres.
A ellos les gustaba que nosotras viéramos los cultivos, que oliéramos los frutos frescos y tocáramos la tierra. Especialmente a mamá le gustaba que habláramos con los artesanos, que sintiéramos los lugares, que disfrutáramos con las personas, amáramos las culturas y viéramos las estrellas.
Inventó para compartir conmigo el más bello juguete que he tenido en la vida, una estera tejida en caña que íbamos adornando luego de cada viaje con miniaturas artesanales.
¡Qué felicidad era dialogar con los artesanos, preguntarles cómo hacían sus objetos y llegar de cada viaje a colgar las miniaturas en esa estera!
Recién me gradué como diseñadora industrial, fui invitada por el Instituto Andino a Perú, con el propósito de realizar reflexiones en torno al diseño y las creaciones en el ámbito latinoamericano. Luego, fui invitada por la Universidad Rafael Landívar de Guatemala a participar como profesora en la recién creada carrera de diseño industrial en vinculación con los sectores agro y artesanal.
Muchos viajes por los mundos mayas con mis alumnos y amigos, muchas experiencias compartidas, especialmente, con las maestras tejedoras, cuyo sabio conocimiento ancestral y espiritual se expresa en sus huipiles.
A mi regreso a Bogotá, se preparaban las actividades en el marco de la conmemoración de los 500 años del “descubrimiento de América”. Lo que me motivó a participar en la Gran Expedición Humana (que por aquel entonces planificó el doctor Jaime Bernal en la Universidad Javeriana).
Proponía todo lo que me gustaba: viajes por el territorio colombiano, interacción con mundos indígenas, afro, y con otros investigadores. En este espacio reconocí la permanencia y resistencia de los pueblos indígenas y afrocolombianos a través de su tejido.
A partir de estas experiencias realizamos múltiples proyectos de investigación sobre estos temas, y de reflexión crítica de carácter colectivo e intercultural, con diversas comunidades y pueblos indígenas, en conjunto con Gloria Barrera Jurado y con otros colegas y amigos vinculados al Departamento de Diseño de la Universidad Javeriana.
C.L En esa relación que hasta hoy has alimentado con diferentes culturas indígenas latinoamericanas ¿cuáles han sido los encuentros más significativos y cómo les has hecho eco a través de tu vida y obra hasta hoy?
C.Q En mi memoria guardo numerosas experiencias vitales con mucho afecto. He recorrido tantos caminos, compartido tantos momentos, tanta solidaridad con diversos pueblos y comunidades que han hecho posible tejer lazos de amistad y múltiples reflexiones sobre la diversidad de mundos.
¡Cuánta sabiduría hemos encontrado en los pueblos indígenas, cuánto conocimiento sobre el cuidado del agua, la tierra y de los demás seres, cuánto amor a la vida, cuánto sentido de comunidad!
Mi acercamiento más profundo y espiritual ha sido con el Pueblo Arhuaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, especialmente con las comunidades de Simonurwa y Nabusimake, de las cuales he recibido generosamente valiosísimos aprendizajes y uno de los momentos más vibrantes en mi vida, durante el ritual de integración con la Madre Tierra.
Con ellos emprendí el camino de reconexión con los otros seres con quienes habitamos la Tierra y el viaje hacia mi propio ser y sentido de vida. En las altas montañas de esta Sierra aprendí con los amigos arhuacos sobre el arte de ser uno mismo, experiencia que he vivido y que me ha transformado lentamente en el vivir con ellos cerca o lejos durante 28 años.
C.L Atravesamos un momento en la historia en el cual el universo indígena empieza a lograr el reconocimiento que merece como semilla de identidad americana. ¿Cómo contribuye el libro a este reconocimiento y apreciación de identidad americana y de reconstrucción de memoria?
C.Q La sabiduría de los pueblos indígenas está renaciendo como semilla, porque en ella está la vida. Sus conocimientos diversos y vivenciales a través del tiempo, siempre han germinado para la permanencia de la vida de todos los seres.
En este momento de crisis ambiental, sanitaria y civilizatoria, es fundamental aproximarnos a estos conocimientos y formas de existencia, porque en ellos podremos reencontrarnos y hallar posibilidades de reconexión con la Tierra, madre de todos, y sentirnos que compartimos un mismo aliento con otros seres con los que somos naturaleza.
El libro «Mundos de creación de los pueblos indígenas» contribuye como semilla para aproximarnos a la creación, a la comprensión de los principios organizadores de la vida y a la cocreación de mundos que emergen integradamente en la convivencia y diálogo entre seres humanos y no humanos.
C.L ¿Cómo surgió la iniciativa del proyecto editorial, quienes tejen esa conversación y cuáles son las expectativas en común de quienes la hicieron posible?
C.Q El proyecto editorial surgió luego de muchas horas de diálogo con Fernando Quiles García, profesor del área de Historia del Arte de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla (España), creador y director de la matriz de proyectos culturales EnredArs, en la cual participamos varios investigadores y estudiosos de las culturas, el arte, la historia y el patrimonio cultural en América Latina.
Después de consolidar las ideas, dialogamos con Nicolás Morales, director de la Editorial Javeriana, quien le dio un impulso muy importante y apoyo al proyecto, junto con Marcel Roa, coordinador editorial, quien cuidó con detalle el proceso.
Desde mi fuero interno de tiempo atrás, he tenido una pregunta que sigue latente y abierta, y que fue para el centro de la doble espiral que impulsó e hizo posible el planteamiento de esta iniciativa; la pregunta por las categorías en las cuales han sido clasificadas las creaciones de los pueblos indígenas: ¿son artesanía? ¿Por qué son artesanía? ¿Son arte? ¿Por qué se habla de arte precolombino y se refieren las creaciones actuales como artesanía?,¿Son diseño? ¿Por qué son diseño o por qué no lo son?
Así mismo, las preguntas por los procesos de creación en los pueblos indígenas, las relaciones e interacciones en estos procesos y los principios que hacen emerger estas creaciones, lo cual me llevó a sentir y pensar que tal vez estas creaciones forman parte de mundos de creación diversos, que no necesariamente se anclan en las clasificaciones derivadas de la historia y el arte de la cultura occidental.
Es fundamental escuchar las voces de los pueblos indígenas y comprender cómo entienden los creadores sus creaciones, si son para ellos arte, artesanía o diseño, o si forman parte de otros mundos de creación diversos.
Los estudiosos e investigadores que participaron en este libro, plantearon muchas reflexiones y sus propias preguntas, y quisieron contarnos y cantarnos en torno a diversos procesos de creación y creaciones de los pueblos indígenas en América Latina.
C.L En tu labor editorial, ¿cuál fue el mayor reto y la mejor sorpresa?
C.Q El mayor reto fue asumir el camino colectivo y descubrirme como puente de maravillosas relaciones. Emprender el aprendizaje que conlleva el trabajo editorial en el que se tejen los textos de diversos autores, enfoques y posturas.
Comprometerme al cuidado en el tratamiento de textos e imágenes reservorios de conocimiento, vida y esperanza, y de la vinculación de dos editoriales, Javeriana y Publicaciones EnredArs de la Universidad Pablo de Olavide.
La mejor sorpresa ha sido la gran acogida que ha tenido el libro que ha alcanzado desde su nacimiento más de 7 mil visualizaciones en su versión digital, de acceso libre y abierto. El formato impreso está disponible en las librerías Lerner, de la U y en la Tienda Javeriana de Bogotá.
C.L En la introducción, Juan Marchena presenta el libro como un viaje a la semilla de la cultura indígena latinoamericana. ¿Cómo podemos contribuir como personas comunes y corrientes a darle valor a esta semilla, a reproducirla, intercambiarla, sembrarla, cuidarla y cosecharla?
C.Q Ese viaje a la semilla como nos ha enseñado uno de los autores del libro Cebaldo de León Inawinapi en su Pueblo Originario Kuna, “una de las formas de nombrar a la semilla es ibgwag o ibmar gwagwa, gwa quiere decir lo esencial, lo sustancial, el corazón»; así gwagwa seria “doble veces corazón”. Y de allí sabbigwaa, “corazón del árbol”, y el nombre de Nana Ologwadule, -uno de los nombres que los kuna dan a la Madre Tierra- la madre generosa que hace germinar las semillas, madre madura que está pariendo hijos nuevos. Esperamos, entonces, que este libro conmueva y motive a las personas a realizar un viaje de reconexión con la madre Tierra, madre de todos y con el cosmos.
Entrevista de Catalina López B. “Red de Ciencia e Innovación”. La Silla Llena. 13/IX/2021. (x).