Cargando

Si tuviera que explicar qué son los libros para mí…

Si tuviera que explicar qué son los libros para mí lo primero que se me vendría a la mente es un recuerdo:

En mi memoria iría tomando forma una habitación con libros llenando las cuatro paredes. Y en ese punto espacio-temporal podría contemplar el origen de una relación intensa y fascinante. Vería una niña de unos 5 años hojeando una historieta sentada en el suelo, tal vez en el preciso momento en que la pequeña, que durante todo ese tiempo trataba de imaginar lo que decían los personajes que observaba, comenzaba el viaje hacia la lectura.

A sus espaldas, casi al fondo, habría un escritorio y sobre él una máquina de escribir negra, de metal, pesada. El desorden en esa mesa de trabajo me resultaría tan conocido como los anocheceres cálidos de mi niñez; habría hojas en blanco, otras escritas y alguna, colocada en la antigua Remington, esperando a llenarse de letras y sentido. También vería libros; algunos abiertos, otros en pilas de a tres o cuatro y todos ellos serían los pilares de esas notas que a golpe de teclado irían surgiendo en el blanco folio. Finalmente, plasmando en frases sus pensamientos en esa hoja solitaria, vería a la persona que me contagió su amor por los libros.

Para mi padre la biblioteca era su lugar en el mundo, un refugio en donde la música y la lectura llenaban sus tardes después de las largas jornadas laborales. Y a la niña, eco nostálgico de mi niñez, en aquella época todo le resultaría enorme y las alturas inmensas, un mundo mágico en el que subir a una silla significaría una proeza y los grandes volúmenes de algunos ejemplares le parecerían gigantescos. Sé que con los años las escalas se fueron igualando, al tiempo que crecía sin límites esa pasión por libros.

Y si tengo que llegar a ese instante es porque mi padre y los libros están tan íntimamente ligados como mi corazón a mis afectos. Sin él no sé cuál sería mi conexión con la literatura, sin él, su pasado y las experiencias que nos unieron no sería la persona que soy ni mis gustos habrían seguido el mismo derrotero. A simple vista, podría parecer que era un ser solitario que se pasaba las tardes únicamente en compañía de sus libros. Aunque yo sabía que además de las traducciones que le encantaba hacer de revistas de astronomía; también tenía un grupo de amigos de otros países, no sé cómo habían llegado a conocerse pero se enviaban cartas, postales, sellos o libros. Siempre creí que también yo era su amiga, porque le gustaba pasar parte de su tiempo hablándome del universo, las artes y la literatura como si yo fuera una persona adulta. Desde mi percepción infantil lo veía como al hombre más inteligente y culto del mundo, por eso quería parecerme a él. Recuerdo haberle preguntado cuántos libros tenía, si los había leído todos y a qué edad había comenzado a leer, y es que necesitaba calcular cuántos años me harían falta para alcanzarlo en su saber.

Sin lugar a dudas, crecer a su lado fue moldeando mis gustos y alimentando mis ansias de aprender. Y si bien tuve cuentos infantiles, fueron los clásicos los que dejaron su impronta en mí. En un principio buscaba aquellas obras que mi padre me comentaba con entusiasmo, como “La isla de los pingüinos”, de Anatole France, “Resurrección” de Tolstoi o “Crimen y Castigo” de Dostoievsky. Luego fui queriendo leer más de ellos y de otros autores como Cervantes, Zola, Víctor Hugo, Dante Alighieri, Shakespeare o Eurípides, siempre de la mano de mi padre.

Con el tiempo las recomendaciones se fueron haciendo recíprocas, pues al transitar por distintos senderos tuve acceso a nuevas obras y a distintos escritores. Mis emociones crecieron y se enriquecieron con cada nueva experiencia literaria y tenía que compartirlo con él: Camilo José Cela, Stendhal, Baudelaire, William Styron o Primo Levi fueron algunos de los regalos que pude hacerle en forma de efusión y pasión al compartir con él mis nuevas adquisiciones.

Agradezco la suerte que tuve de pasar parte de mi existencia bajo la sombra de sus libros y que me enseñara a cultivar mi propia biblioteca. Fui afortunada de tenerlo a mi lado durante mucho tiempo, aunque por desgracia, no somos eternos y la finitud de nuestra condición humana se llevó a mi padre hace unos años. En ese instante, tanto amor y tantas vivencias de repente me pesaron como toneladas de dolor, no alcanzaba el llanto para suavizar el desgarro que esa partida había dejado en mi alma. Se fue, pero, como la vida que resurge luego de las grandes catástrofes naturales, su recuerdo quedó en forma de una capa indeleble en mis sensaciones y sentimientos. Todo lo que en algún momento nos unió en vida hoy lo hace en la distancia: música, charlas, bibliotecas y libros, muchos libros. Es un entrelazamiento con el momento mismo de haberlo vivido y por ende una forma de volver a sentir su presencia a mi lado. Por eso los libros son tan importantes para mí, porque a través de la lectura se fueron creando nexos irrompibles con mi padre y con gran parte de mis seres queridos. Y si la parte afectiva no bastara son una fuente de conocimiento, entretenimiento y educación emocional maravillosa.

Patricia A. Zárate, de Córdoba (Argentina), actualmente en Barcelona.

Ilustración de Rocío Espín Piñar