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Las artes en el reino de Sevilla durante el Barroco. En razón de sus centralidad/es y periferia/s

Pronto tendremos concluida la edición del libro Utrera. Un enclave artístico en la Sevilla de 1650 a 1750, una actualización del texto original publicado por Padilla Libros en 1999, con revisión de contenidos a cargo de Salvador Hernández González. Con la reedición de este libro iniciamos una serie de actividades que se producirán a lo largo del año próximo y del que sigue, dedicadas al Barroco en el Reino de Sevilla. Pronto haremos la presentación del proyecto editorial, estructurado en una serie de capítulos -posiblemente volúmenes-, en que abordaremos la historia del arte barroco sevillano considerado desde sus vertientes sociales, territoriales y temporales. Y así clientela y demanda artísticas se abordarán desde esa diversidad.

Según el Catastro de Ensenada (1749), el reino de Sevilla -uno de los cuatro de Andalucía- estaba integrado por 235 poblaciones, repartidas por las actuales provincias de Cádiz, Huelva, Málaga y Badajoz. Un territorio vasto que tuvo un complejo entramado artístico, dada la heterogeneidad de la demanda que venía determinada por esa realidad física, al igual que los obradores artísticos. Sin embargo, existió una población que atrajo hacia sus talleres los principales encargos de la época: Sevilla. La metrópoli del sur peninsular capitalizó la creación artística del primer siglo del barroco. Dio las pautas y medidas del quehacer artístico, condicionó la demanda, motivó y formuló los principios creativos que dieron forma a la creación de escuela.

Los talleres sevillanos pautaron  durante gran parte del XVII la acción artística. Aunque en respuesta a lo demandado por una amplia clientela, que tenía en la ciudad la más influyente y rica representación, desde el alto clero, representado por el arzobispado, la catedral, así como una nutrida representación de las órdenes religiosas y posiblemente las más ricas cofradías del reino. Y sin restar importancia a las altas instancias del poder civil asentado en el lugar, desde las más conspicuas casas nobiliares hasta la  representación de la corona en materia de negocios indianos, la casa de contratación, sin olvidar el cabildo secular. Y por tanto lógicamente allí se instalaron los talleres artístico que atendieron esa demanda.

«Mapa del reinado de Sevilla», por el Ingeniero Jefe Francisco Llobet bajo la dirección del marqués de Pozoblanco, Ingeniero General de España. 1748.

Podemos tratar de reconstruir este denso entramado, explicar cómo funcionó esta demanda y cómo respondieron los artistas. Y fijar una red de relaciones entre sectores de población y obradores artísticos. La realidad social es clave para entender la configuración de las artes sevillanas del barroco, pero también lo fue la componente física. El territorio estuvo muy presente en la vida de clientes y artistas.

Asimismo hemos de considerar el la temporalidad, con el cambio sustancial que se produjo en el XVIII, al sufrir el centro hegemónico sevillano importantes mermas con el surgimiento de centros menores que tuvieron sus propias dependencias territoriales y jurisdiccionales, es decir, otras periferias. De manera que en la obra que ahora anunciamos hablaremos de un territorio con toda su complejidad, una jurisdicción igualmente diversa, con una vasta demanda y una rica producción. Y ello sin olvidar que fueron dos siglos de barroco en cuyo tránsito se dio un claro proceso de «comarcalización». Desde el centro hegemónico se produjo un deslizamiento hacia espacios subsidiarios, centros menores y sus periferias.

Civitates Orbis Terrarum. Braun y Hogenbert. 1598.