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Somos barrocos

En las sombras del barroco: Presentación

Somos barrocos, no lo podemos negar. Y después de años dentro delabultado vientre de este monstruo barroco que nos digiere y casi nos descompone, hemos logrado transitarhacia su dermis y pasar luegoa perdernos en sus sombras. Sombras que ocultan, pero también refuerzan. Las que refuerzan los perfiles, los de la acción barroca que se ha caracterizado precisamente por su sinuosa evolución formal.

 Hemos querido mirar desde fuera para descubrir que inexorablemente somos de nuevo deglutidos por ese [en]ser para retornar a su interior. Porque así vemos ahora también el Barroco, como esencialmente indefinido e indefinible, porque sus bordes son abultados e indefinidos, que simplemente anuncian que algo acaba, cuando en realidad dicen que en él estamos. Tan densas son las sombras, como inaprensibles. Al punto de dificultar su conocimiento, pues no sólo es el lugar donde no da el sol, como diría Covarrubias (1611), sino también la apariencia o semejanza de una cosa, la justicia, la entrada en la cárcel o la privación de alguna parte de luz primaria y directa (Diccionario de autoridades, 1739).

El Barroco que no deja impasible, que se mueve aun en su dura materialidad, para atraparnos sin quererlo y sin que nos demos cuenta de que es así.

 Somos tres los que pensamos de esta forma, pero intuimos que son más quienes así lo consideran. Y ahora nosotros nos hacemos eco de lo que otros piensan y sienten en relación con el Barroco, quienes igualmente se miran en ese espejo donde vibran las imágenes que bien pudiera parecer inanimadas. Estos amigos son Adam Jasienski, María Constanza Villalobos, Édgar Antonio Mejía Ortiz, Martha Fernández, Ana María Gómez Román, Agostino De Rosa, Gorka López de Muniain, Emilce N. Sosa, Alessio Bortot, Víctor Mínguez, Teresa Sorolla Romero, Michael Scholz-Hänsel, María del Carmen García Escudero y Pavel Štěpánek, procedentes de España, Colombia, México, Estados Unidos, Italia, Argentina, Alemania y República Checa, en clara muestra de la vocación internacional de la publicación.

Como buenos «barroquistas», término recién acuñado y que nosotros adoptamos, tiemblan, temen, dudan, gozan, incluso lloran, también ríen; pero sobre todo reciben con entusiasmo el mensaje barroco.

 Maestros que hemos seguido y hemos podido leer para impregnarnos de barroco, como estuco, como policromía, como reverencia y temor de Dios, pero igualmente como trascendencia celestial. Algunos hoy releemos a quienes miden lo barroco en estos términos:

 «Barrocos fuimos siempre y barrocos tenemos que seguirlosiendo, por una razón muy sencilla: que para definir, pintar, determinar un mundo nuevo, árboles desconocidos, vegetaciones increíbles, ríos inmensos, siempre se es barroco» (Alejo Carpentier).

 Y que, al fin, desde dentro algunos creadores, más allá de los artistas, desde dentro por tanto, han logrado avanzar por los laberintos del barroco. Como Luis de Góngora («A un sueño») que recitó:

“Varia imaginación que, en mil intentos,

a pesar gastas de tu triste dueño

la dulce munición del blando sueño,

alimentando vanos pensamientos,

Pues traes los espíritus atentos

sólo a representarme el grave ceño

del rostro dulcemente zahareño

(gloriosa suspensión de mis tormentos),

El sueño (autor de representaciones),

en su teatro, sobre el viento armado,

sombras suele vestir de bulto bello.

Síguele; mostraráte el rostro amado,

y engañarán un rato tus pasiones

dos bienes, que serán dormir y vello.”

El sueño, el mismo que se asimiló al conjunto de la vida por otro gran constructor barroco, Calderón de la Barca, quien dijo por boca de Segismundo:

«¡Valgame el cielo, qué veo!

¡Válgame el cielo, qué miro!

Con poco espanto lo admiro,

con mucha duda lo creo.

¿Yo en palacios suntuosos?

¿Yo entre telas y brocados?

¿Yo cercado de criados

tan lucidos y briosos?

¿Yo despertar de dormir

en lecho tan excelente?

¿Yo en medio de tanta gente

que me sirva de vestir?

Decir que sueño es engaño;

bien sé que despierto estoy.

¿Yo Segismundo no soy?

Dadme, cielos, desengaño.

Decidme: ¿que pudo ser

esto que a mi fantasía

sucedió mientras dormía,

que aquí me he llegado a ver?

Pero sea lo que fuere,

¿quién me mete en discurrir?

Dejarme quiero servir,

y venga lo que viniere.»

(La vida es sueño, Jornada II, vs 240-265)

A través de los quince capítulos de que se compone este libro, se alumbran temas que, vinculados con el mundo del arte y los artistas del Barroco, han estado a la sombra y han evitado contemplarlos con luz (académica) directa y primaria: brujería y hechicería, masonería, artesanos ladrones, procesos inquisitoriales, censura y promoción artística, iconografías singulares, elementos iconográficos vinculados con la masonería, imágenes milagrosas, anamorfosis, máscaras funerarias, representaciones sociales de carácter popular realizada por indígenas, negros y mulatos, coleccionismo de instrumentos científicos para la observación de los cuerpos celestes, o el contraste entre auge y decadencia de una ciudad barroca. Junto a ello, se arroja luz sobre el papel de las mujeres pintoras en el Barroco, un capítulo que ahora está recibiendo más interés académico. También emergen bienes artísticos embalados en América y enviados a la Península. Y se llega al reflejo de lo barroco en el cine clásico americano, a través del estudio de las sombras y la composición del encuadre.

Quede aquí nuestra presentación. Volvemos a perdernos en las sombras del Barroco. Invitados están a acompañarnos.

Adrián Contreras-Guerrero, Ángel Justo-Estebaranz y Fernando Quiles.

Eo ipso