Durante el último siglo, el crecimiento de la población ha marcado el reordenamiento del territorio habitacional y la ampliación de los espacios urbanos. Si sumamos ese aumento de la población al creciente éxodo rural y a los cambios de vida propiciados por el sistema económico, dan como resultado una reordenación de los espacios públicos que es necesario repensar para dar respuesta a los problemas globales y a las necesidades de la ciudadanía.

Existe ya una larga tradición de reflexión sobre la nueva forma de la ciudad y cómo denominar, definir y delimitar a ésta. Los distritos metropolitanos, las áreas metropolitanas estadísticas norteamericanas (Berry et alia, 1970); el territorio metropolitano definido para el espacio francés; las áreas económicas funcionales planteadas por Fox; el “campo urbano” de Friedmann y Miller (1965); los mercados locales de trabajo; las áreas de cohesión; los sistemas urbanos reticulares de Dematteis (1988); el nuevo concepto de ciudad-región (Scott, 2001), etc. Son sólo una pequeña expresión de los intentos por conceptualizar y aprehender científicamente el nuevo espacio urbano.

En algunos casos -entre ellos la mayoría de los ya expresados, con la excepción curiosamente de algunos de los más recientes-, hay un serio esfuerzo no sólo por definir este objeto, sino también por plantear criterios objetivos para su delimitación con un cierto nivel de precisión, pero en otros lo que existe es una mera sustantivación -o adjetivación, según se mire- de procesos urbanos que logran aprehenderse en su complejidad funcional y estructural.

Existen grandes ámbitos de interés para el entendimiento de los actuales procesos metropolitanos:

  • Las áreas metropolitanas y si papel en una economía globalizada. Como nodos básicos que son en la articulación económica a las diferentes escalas, una dimensión relevante que debe ser evaluada constantemente es la del conjunto de perspectivas y retos que se plantean a las áreas metropolitanas en el momento actual, con especial énfasis en lo que respecta a las áreas andaluzas.
  • Áreas metropolitanas y sostenibilidad. La relación entre los procesos de urbanización de amplia escala y el medio natural en el que se insertan es cada vez una preocupación mayor en ámbitos académicos y de políticas públicas y que requiere un adecuado marco teórico y conceptual junto con evaluaciones precisas e indicadores eficientes.
  • La ordenación territorial y urbanística de áreas metropolitanas. Es este un ámbito de especial interés para las áreas metropolitanas andaluzas, sujetas a fuertes procesos de crecimiento, pero muy inmaduras en sus estructuras y sistemas de ordenación territorial y urbana, y que en la actualidad intentan abordar procesos de ordenación compartidos.
  • Áreas metropolitanas y nueva gobernanza. Un campo clave de experimentación y puesta en práctica de los modelos y procedimientos de la nueva gobernanza son las áreas metropolitanas que deben convertirse en ámbitos de referencia para la cooperación y coordinación institucional y la apertura de cauces para la real participación de la sociedad en los asuntos públicos.

La concentración de la vida económica y cultural en los centros urbanos es un hecho que debemos tener en cuenta de primera mano para poder comprender las tendencias y los cambios sociales que nos han llevado a conformar una sociedad líquida que está transformando también su forma de consumo y su manera de coexistir con el medio que la rodea.

En el escenario de las ciudades se producen las relaciones sociales y las formas de vida humana, pero no es la ciudad en sí misma la que crea esas relaciones, sino que esa forma de organización social es la que engendra la aparición y la transformación de las ciudades.

En este marco, nace el concepto de “hecho urbano”, cuya definición se enlaza directamente con una perspectiva histórica de las ciudades que dota a su interpretación de dinamismo, pues debemos tener en cuenta que la ciudad no puede ser nunca concebida como un hecho fijo, sino como una forma particular de civilización que está en constante transformación. No hay más que tomar como punto de partida la Revolución Industrial para dar cuenta de que el hecho urbano ha cambiado – a medida que se ha ido transformando la sociedad- y que su definición inicial ya no responde a los reajustes que han ido marcando estos espacios.

Las ciudades se han convertido en el centro de la socialización y de la economía mundial, y el proceso del “hecho urbano”, tendrá como resultado, según Naciones Unidas, que en el año 2030 más del 70% de la población mundial viva en ciudades.

Actualmente estamos ante un cambio en el paradigma en el hecho urbano: el cambio climático, unido a las transformaciones relacionales que estamos viviendo con la actual crisis sanitaria provocada por la Covid-19 y el ya previsible aumento de la pobreza, está obligándonos a repensar el modelo económico que sustenta – o intenta sustentar- a nuestras sociedades y al planeta en el que vivimos.

Uno de los empujes que se está dando para este cambio de paradigma nace del acuerdo de Naciones Unidas para alcanzar las metas de Agenda 2030. El cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenibles por parte de las ciudades pasa por crear un marco de gobernanza flexible y claro que desarrolle una coordinación entre municipios y otros niveles de gobierno para atender a las crecientes necesidades de las localidades y de la ciudadanía, sean urgentes o no. Necesitamos un nuevo modelo de gestión que sea monitorizado, continuo en el tiempo, coordinado y que haga partícipe a la ciudadanía.

Junto a este cambio de paradigma en el hecho urbano no podemos olvidar que las ciudades se están quedando pequeñas y que pensar en clave de ciudad como ente aislado puede ser insuficiente. Los límites de la ciudad se han extendido y el esquema de ordenación y gobernanza debe extenderse también a las áreas metropolitanas.