Según José María Feria, en España, como en el resto de los países de su entorno, la ciudad real se configura, en los niveles superiores de la jerarquía urbana, como una ciudad metropolitana, en la que el espacio construido y, con ello, también, el de las funciones y flujos superan los límites tradicionales, físicos y administrativos, de la ciudad tradicional.

Si entendemos la ciudad metropolitana como un ámbito unitario de mercado de trabajo y vivienda, “un espacio colectivo”, se puede fácilmente colegir que es la movilidad de las personas que “viven” en ese espacio la variable fundamental para aproximarnos a dicha realidad. Pero dentro de ese conjunto, es la movilidad cotidiana por razón de trabajo la que mejor puede describir la extensión y la organización de la nueva ciudad metropolitana.

La variable residencia-trabajo constituye un excelente descriptor para entender la organización y estructura metropolitana, ya que, por su naturaleza, muestra la relación espacial que existe entre los lugares de residencia y los de empleo, y un área metropolitana es esencialmente un mercado unitario de vivienda y trabajo.

El tamaño mínimo requerido de los centros fue de 100.000 habitantes, aunque, en fases posteriores, se admitieron centros potenciales entre 50.000 y 100.000, siempre que la corona metropolitana superara los 50.000 habitantes. Por su parte, el umbral de integración se situó en el 20%, con un mínimo de flujo absoluto de 100 trabajadores o, alternativamente, del 15%, cuando el flujo era superior al millar de trabajadores.

Si atendemos a la concepción de Área Metropolitana propuesta por las Naciones Unidas que establece que las aglomeraciones urbanas son aquellas que superan el millón de habitantes, en España, las aglomeraciones de Valencia, Sevilla y Bilbao quedarían fuera.