Ahora que las circunstancias nos obligan a llevar una vida mucho más moderada de lo que estamos acostumbrados, puede resultar interesante hacer un paseo por la historia de Sevilla y su relación con el Guadalquivir, el río cuyas aguas cortaron tantas quillas yendo o viniendo de la ciudad.

La larga existencia de la capital y la vida de sus habitantes ha estado ligada íntimamente al río Guadalquivir. El viejo río ha sido más que un accidente geográfico; ha sido el sustento de innumerables familias hispalenses, amable fuente de alimentos, hostil vecino que invade las calles, humilde playa en los secos veranos, vía comercial, transporte seguro… Por su papel protagonista, el Guadalquivir ha llegado a ser un símbolo en las vidas y pueblos por las que pasa.

Aunque hay vestigios que fechan asentamientos humanos próximos a la desembocadura del Guadalquivir desde el Calcolítico, los fenicios, en sus incursiones marítimas ascienden por el río y organizan un asentamiento en un islote: así nace la ciudad. Los fenicios, acostumbrados a la fundación de emporios donde realizar intercambios comerciales con culturas locales, vieron aquí un entorno privilegiado para comerciar con los pueblos del área, de posible influencia tartésica.

Esta fundación se remonta aproximadamente a los siglos IX o X a.C., y se calcula que la ciudad fenicia se extendería entre el barrio de la Alfalfa y la calle Mateos Gago. Sería conocida como Spal o Ispal, y su vocación como nexo de culturas en torno al río será parte de su existencia, pero también uno de los principales inconvenientes para sus habitantes durante siglos. Algunos restos arqueológicos documentados en la ciudad atestiguan la vida en esos primeros momentos de la ciudad: a menudo consisten en restos de hogueras y pozos ciegos.

La huella turdetana también ha dejado muchas preguntas sin resolver. Esto se debe tanto a la naturaleza precaria de los restos conservados, como a la reducida extensión que alcanzaba la ciudad en esta época, y que en la actualidad coincide con gran parte del Casco Histórico. Tras la Segunda Guerra Púnica, la presencia turdetana y cartaginesa dará paso al control romano en la ciudad, convirtiéndose en uno de los primeros territorios romanizados de la Península. A pesar de la pronta adhesión de la ciudad al mundo romano, el mayor símbolo de la romanidad en el Bajo Guadalquivir es la vecina Itálica, ciudad de nueva fundación que albergaría a numerosas familias de la élite económica y sociopolítica romana de los siglos I y II.

En esta época, el río Baetis desemboca en las inmediaciones de Sevilla, en el Lacus Ligustinus: una marisma que a lo largo de dos milenios se ha colmatado de los sedimentos que arrastraba el río. En torno a la desembocadura, diferentes ciudades contaban con varaderos e instalaciones portuarias: Caura (Coria del Río), Orippo (Dos Hermanas), y río arriba se situarían Hispalis e Itálica. En otros poblamientos de la zona, como Osset (San Juan de Aznalfarache) no se han constatado restos de muelles o puertos. Estas instalaciones portuarias participan en el trasvase de mercancías en ambas direcciones; el transporte, podía realizarse por tierra, o río arriba en embarcaciones de menor calado.

A pesar de la creciente rivalidad con enclaves como Itálica, Hispalis seguiría siendo un entorno de notable interés en el sur de Hispania. Durante la Guerra Civil romana, al igual que muchas ciudades del sur peninsular, Hispalis se posiciona de lado de la facción pompeyana, mandando junto con Gades buques de carga recién construidos al servicio de los generales de Pompeyo.

Esto supone un primer testimonio de la construcción de embarcaciones en la ciudad, que se remonta a épocas anteriores, según testimonios como el del propio Estrabón, uno de los grandes geógrafos de la Antigüedad, que comenta el gran número y tamaño de las embarcaciones turdetanas.

 

El patio de banderas.

Situado en pleno barrio de Santa Cruz, el Patio de Banderas ha conformado un histórico rincón en la ciudad a salvo de los niveles de afluencia que experimentan otras zonas del casco histórico. Constituyó en origen el patio de armas del Alcázar, y posteriormente fue urbanizado y conocido como Plaza Grande. No siendo una zona de paso natural en el plano urbano, su uso se reduce en gran parte a los vecinos del entorno.

En los años setenta del pasado siglo, unas excavaciones arqueológicas descubren restos arqueológicos en parte del subsuelo de la plaza; nuevas investigaciones terminaron de excavar la superficie restante, descubriendo vestigios desde el siglo IX a.C. –muy próximos, por tanto, al origen de la ciudad– hasta el siglo XII d.C., ya en época andalusí.

En este espacio se han encontrado dos grandes edificios. El primero de ellos es un amplio complejo de almacenes relacionado con el puerto de Hispalis. Está situado cerca del límite sur conocido de la ciudad romana en la época. En la excavación se documentan restos en muy buen estado de conservación, incluyendo muros de dos metros de alzado realizados en una técnica de cantería denominada opus africanum. Construido hacia el final de la república –los investigadores estiman que entre el 60 y el 30 a.C.–, el edificio parece seguir en servicio durante los siglos I y II d.C., que marcan el auge del comercio de la Bética.

Esta primavera comercial fue en parte ocasionada por la administración del emperador, que para evitar hambrunas y los conflictos que ésta genera en el pueblo, ordena canales de comercio prioritario con la ciudad de Roma.  Uno de esos canales de comercio pasaba por el sur de Hispania, llevando hacia la metrópoli productos como aceite y trigo. El aumento del comercio impulsa las economías locales hasta que a finales del siglo I d.C. sube al poder Trajano, primer emperador de origen no itálico y que procedía de la Bética.

Imagen de la cripta arqueológica del Patio de Banderas. Foto: J.Flores para ABC.

Otra parte de la extensión excavada recupera un edificio muy posterior, de la Hispalis tardoantigua; sus investigadores sitúan su construcción en torno al siglo V. Se ha propuesto un posible edificio paleocristiano, derruido en torno al siglo XI.

Si bien la plaza mantiene su aspecto tradicional, los restos han sido cubiertos con una cripta, a través de la cual, las administraciones se plantean la posibilidad de realizar un centro de interpretación o museo donde hacerlas visitables.

 

La factoría de salazones.

Junto con los productos agrícolas, en el mundo antiguo la pesca era otra de las actividades que movían una economía basada en los recursos naturales.

Otra de las posibles visitas por el recorrido portuario de la Sevilla histórica pasa por el Antiquarium de la Plaza de la Encarnación, que en su recorrido musealizado nos descubre, entre otros restos, las instalaciones de una factoría de salazones.

Vista general de la factoría de salazones. Foto: Arturo Ufano Fdez.

 

El almacenamiento de los productos de la pesca debía transcurrir en el menor tiempo posible antes de su procesado, para el cual lo más común era estibar el pescado en el interior de ánforas junto con grandes cantidades de sal, a fin de conservarlo. Gracias a su forma, las ánforas podían estibarse de forma segura en las bodegas de los mercantes para un transporte rápido, y el pivote en su parte inferior permitía que fueran clavadas en una playa con facilidad. Las ánforas era el sistema más común de transporte de mercancías para los romanos, si bien para cada producto se solía recurrir a tipos de ánforas específicos.

Particularmente famosa se ha hecho en la actualidad la salsa de garum, un manjar de la Antigüedad realizado con entrañas fermentadas de pescado y que varios productores han intentado emular en la actualidad.

La fábrica se sitúa en las afueras, al norte de la ciudad. La expansión de Hispalis poco a poco genera un barrio de domus residenciales que va rodeando la antigua factoría. Los restos más recientes pertenecen a una vivienda almohade de entre los siglos XII y XIII.

Todo ello conforma más de 3000 metros cuadrados de vestigios que fueron descubiertos en 2002, durante las obras de la Plaza de la Encarnación que erigieron las setas. La ardua lucha entre administraciones logró confluir en la construcción de una cripta subterránea y un museo donde se pueden visitar estos interesantes testigos de la Sevilla romana y almohade.

 

La Torre del Oro.

Es difícil no caer en tópicos con la explicación de uno de los monumentos más conocidos, convertido en un símbolo de Sevilla.

Foto: Wikimedia Commons.

Su construcción se inicia durante el periodo almohade, en 1220. Se trata de una torre exenta del amurallado de la ciudad, aunque comunicado con este a través de un pasadizo aéreo, que se ha conservado parcialmente en el patio de un edificio próximo. Su situación le permitía defender las playas del entorno del Arenal, donde se extendían los varaderos y los muelles.

Entre la leyenda y la realidad, se dice que entre esta torre y el otro lado del río una cadena cortaba el paso. No obstante, según las crónicas de Alfonso X, en lugar de cadenas se trataría de un puente de barcas, que fue embestido y destruido en 1248 por los buques castellanos durante la conquista de la ciudad por Fernando III. En varias ciudades del entorno de Cantabria y Asturias, de donde procedía la marinería de aquella flota, se recuerda la hazaña inmortalizándola en sus escudos.

Un dato sobre su nombre fue descubierto en sus recientes restauraciones; otra leyenda dice que se llama del oro por el brillo de los azulejos que la cubrían. Sin embargo, se ha descubierto que el brillo procedía de una fuente mucho más austera que el azulejo: el mortero de cal y paja prestada utilizado en su construcción.

Desde 1944, la torre da cobijo al Museo Naval de Sevilla.

 

Las atarazanas.

Durante la época musulmana, el puerto de Sevilla viviría un repunte económico, gracias a su proximidad a la capital del Califato de Córdoba, al ser más accesible para grandes embarcaciones que la metrópoli.

Con la llegada de los pueblos normandos el año 844, alcanzando Isbiliya ascendiendo por el río, se hace evidente para el califato la necesidad de mejorar sus defensas. Varias ciudades se dotaron de arsenales para la construcción de barcos para su defensa. El de Sevilla se situaría en la playa del Arenal, en un entorno próximo a las Reales Atarazanas.

Las atarazanas de época musulmana fueron ampliadas y reformadas a menudo, y convivirían con otras instalaciones similares, sin carácter oficial, que darían servicio a buques mercantes o pesqueros.

Con la conquista de Sevilla por Fernando III en 1248 se mantiene en Sevilla la habitual industria de construcción y reparación de barcos. Alfonso X decide situar en la ciudad algunas de las instituciones de gobierno: el Almirantazgo y las Reales Atarazanas. Esta institución se convierte en el constructor de buques oficiales de la Corona. El astillero se construye en 1252, presumiblemente sobre las atarazanas islámicas, en el Arenal. Situadas junto al río, las Reales Atarazanas ocupan las proximidades de los postigos del carbón y del aceite.

Sus naves estaban diseñadas para que las embarcaciones accedieran o salieran de ellas a través de la playa o las mareas. También por ello, ha ido llenándose paulatinamente de los rellenos del río; en la actualidad, sólo está descubierta aproximadamente la mitad superior del alzado del edificio.

Foto: Wikimedia Commons

Se trata de un ejemplo de gótico mudéjar: el resultado de la mezcla de las tradiciones cristiana e islámica medievales. Un gran complejo industrial de 15.000 metros cuadrados donde se construyó gran parte de la flota castellana: entre 1377 y 1400 se construyen 44 galeras.

Conforme se acrecentaba el poder naval del reino tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, además de astillero hizo las veces de lonja, aduanas o almacenes, perdiendo progresivamente su función original entre los siglos XVI y XVII; los nuevos varaderos de la ciudad pasan a situarse en el entorno de Triana. Numerosas industrias y artesanías necesarias para el comercio con Indias irían copando los alrededores del río.

Las Atarazanas sobrevivieron mientras ocupaban parte de sus naves la sede de la Real Maestranza de Artillería y el Hospital de la Caridad. Parte de su planta de demolida en 1945 para la construcción de la Delegación de Hacienda. Tras su restauración en 1995, este Bien de Interés Cultural ha sido escogido dentro de la escenografía de series como Juego de Tronos y La Peste.

 

La Casa de Contratación.

Con la expansión comercial de la Carrera de Indias se convierte Sevilla en el centro del monopolio que dinamizaría la economía castellana. Aparecen así varias entidades que contribuyen al desarrollo de negocios y singladuras; una de ellas es la Casa de Contratación..

Aparece en 1503 como organización destinada a controlar el monopolio del comercio de Castilla en ultramar, y se traslada al poco tiempo a un edificio propio, por la complejidad que suponía su anterior ubicación en la Reales Atarazanas. Aprobado por los Reyes Católicos, la Casa de Contratación se convirtió en paso necesario para multitud de mercancías y gestiones relativas a la navegación transatlántica. Con el tiempo llega a albergar otros cargos y funciones, como recoger y desarrollar mapas oceanográficos.

El edificio conocido por ser la sede de esta institución fue diseñado por Juan de Herrera, y ordenado por Felipe II. También sería sede del Consulado de Mercaderes, que por entonces acostumbraba a ocupar las instalaciones de la cercana Catedral de Sevilla para debatir sobre sus asuntos. El edificio termina de ser construido en 1598.

Foto: Wikimedia Commons

Progresivamente se derivaron algunas funciones de la Casa de Contratación a agentes y jueces en Cádiz, hasta que la institución se traslada a esta ciudad definitivamente en 1717.

Tras el desalojo de la Casa-Lonja, el edificio recibe otros usos hasta que durante la segunda mitad del siglo XVIII se decide instaurar en él un archivo que albergara la documentación relativa al comercio con Indias, aliviando el único archivo de la Corona en aquel momento: el Archivo General de Simancas, en Valladolid. Se encarga la reforma del edificio al arquitecto Lucas Cintora, pasando a su función actual en la década de 1780.

En la actualidad, el Archivo de Indias es una institución visitable de gran interés histórico, además de ser una parada imprescindible para investigadores en materia de América colonial.

 

Universidad de Mareantes.

A mediados del siglo XVI, se crea la Universidad de Mareantes, una asociación gremial dedicada a proteger los intereses de los marinos de la Carrera de Indias, centralizada aún entonces por el monopolio sevillano. Esta asociación se situaría en el solar que hoy es el número 79 de la calle Pureza, el actual Centro Cívico Las Columnas.

La Universidad de Mareantes, asociada a la Cofradía de Nuestra Señora del Buen Aire, reunía a marinos, armadores y pilotos de los buques de Indias, encargándose de arbitrar las operaciones y mediar en caso necesario. Además, también constituyó un centro de formación para los marinos, y se encargaba de ofrecer garantías a las familias de los asociados en caso de accidente.

Para cumplir esta función, en 1682 construyen un colegio donde formar a niños huérfanos: el actual Palacio de San Telmo. Situado en las proximidades de Puerta de Jerez, junto a la orilla del Guadalquivir, es un buen ejemplo del poder que las asociaciones gremiales y hermandades llegan a acumular durante la Edad Moderna. En 1704 se determinó el traslado de la Universidad a estas dependencias, vendiendo sus anteriores propiedades en Triana. A pesar de ello, la construcción del edificio no se daría por finalizada hasta finales del siglo XVIII.

La portada del edificio, abundantemente decorada al estilo barroco, cuenta con significativos símbolos y alegorías a la ciudad y a la navegación.

Disuelta la Universidad de Mareantes en Sevilla por la progresiva desaparición del comercio tras el traslado de la Casa de Contratación, a mediados del siglo XIX el edificio pasa a ser Colegio Naval Militar, donde estudió Gustavo Adolfo Bécquer, antes de que en 1849 pasara a manos del matrimonio entre Antonio de Orleans, duque de Montpensier, y María Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II. Los diversos intentos del duque de acceder al trono parecieron terminar con la boda entre su hija, María de las Mercedes de Orleans, con el rey Alfonso XII. La hija del duque, desgraciadamente, murió durante el mismo año de su boda.

Foto: Wikimedia Commons

Con el fallecimiento del matrimonio, el edificio pasó a manos del arzobispado de Sevilla, convirtiéndose en seminario y proyectándose varias reparaciones, hasta la cesión del Palacio a la Junta de Andalucía en 1989, situando en él su sede de gobierno.

En la segunda parte de esta serie repasaremos un poco más sobre la dársena del Guadalquivir y los cambios en el paisaje que configuran la actual imagen de la capital hispalense.

 

Para saber más:

http://www.iaph.es/revistaph/index.php/revistaph/article/view/4114

https://www.fundacionmuseonaval.com/museonavalsevilla.html

https://setasdesevilla.com/antiquarium-setas-sevilla/

https://www.visitarsevilla.com/que-ver/monumentos/reales-atarazanas/

https://www.andalucia.org/es/sevilla-turismo-cultural-palacio-de-san-telmo

Federico Esteve Jaquotot, 2003, Historia del Astillero de Sevilla, IZAR.

Fotografías:

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Torre_del_Oro,_Guadalquivir,_Sevilla.jpg

https://sevilla.abc.es/cultura/20150607/sevi-patio-banderas-mostrara-para-201506062118.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Reales_Atarazanas_de_Sevilla._Naves.jpg

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Archivo_de_Indias_002.jpg

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Palacio_San_Telmo_facade_Seville_Spain.jpg

Estudiante de Humanidades. Interesado especialmente por la Arqueología y la Historia.

One Reply to “Sevilla y el Guadalquivir, sin salir de casa. Parte 1.”

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