La vida en México más allá de lo pintoresco. Una relectura de la obra de madame Calderón a través de las artes

Life in Mexico beyond the Picturesque. A Reinterpretation of the Work of Madame Calderón through the Arts

Carmen Rodríguez Serrano

Universidad de Sevilla, España

crodriguez7@us.es

0000-0002-6707-0404

Recibido: 25/06/2024 | Aceptado: 04/10/2024

Resumen

Palabras clave

La vida en México de Frances Erskine Inglis, marquesa de Calderón de la Barca, es uno de los ejemplos de la literatura de viaje del siglo XIX más conocidos y estudiados en su campo y desde el punto de vista literario, donde han sido frecuentes las publicaciones y reflexiones en torno al mismo y a los contenidos que aborda. No obstante, y examinado en menor medida, el análisis de la obra bajo una perspectiva histórico-artística revela también una valiosa información que la escocesa –casada con el embajador español en México–, recopiló a lo largo de su estancia de dos años en aquella tierra, así como del gusto que ésta desarrolló entre 1839 y 1842. Las alusiones relativas al pasado prehispánico o colonial, unidas a las heterogéneas referencias a las bellas artes, convierten el texto en un recurso clave para su comprensión en tal ámbito.

Viaje

México

Europa

España

Mujeres

Siglo XIX

Abstract

Keywords

Life in Mexico by Frances Erskine Inglis, Marchioness of Calderón de la Barca, is one of the best known and studied examples of nineteenth century travel literature in its context and from a literary point of view, where publications and reflections on it have been frequent about its contents and what it addresses. However, and examined to a lesser extent, the analysis of the work from a historical-artistic viewpoint also reveals valuable information that the Scotswoman –married to the Spanish ambassador in Mexico– collected throughout her two-year stay in that country land, as well as the taste that she developed between 1839 and 1842. The allusions to the pre-Hispanic or colonial past, together with the heterogeneous references to the fine arts, make the text a key resource for understanding it in this context.

Travel

Mexico

Europe

Spain

Women

Nineteenth Century

Cómo citar este trabajo / How to cite this paper:

Rodríguez Serrano, Carmen. “La vida en México más allá de lo pintoresco. Una relectura de la obra de madame Calderón a través de las artes.” Atrio. Revista de Historia del Arte, no. 31 (2025): 384-409. https://doi.org/10.46661/atrio.10728.

© 2025 Carmen Rodríguez Serrano. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0. International License (CC BY-NC-SA 4.0).

Aproximación al estudio

Ante la existencia de una abundante bibliografía dedicada a Fanny Erskine Calderón de la Barca –especialmente proveniente del ámbito mexicano y anglosajón–, resulta necesario matizar cuál es el objetivo principal del presente texto. La vida en México, extraordinaria fuente para lo cotidiano, que permite “reconstruir con la mirada del otro” la historia mexicana[1], ha sido analizada desde múltiples perspectivas. Especialistas en historia, letras, antropología, gastronomía, política y muchas otras disciplinas, han buceado a través de las cuantiosas noticias de sus páginas, y más recientemente, a lo largo de las circunstancias biográficas de la autora. Entre toda esa vasta literatura, sin embargo, su estudio como recurso para el conocimiento histórico artístico, ha pasado algo más desapercibido, motivando el punto de partida de este artículo.

El interés por los aspectos culturales, del que va dejando constancia conforme evoluciona su viaje, se plasma en las numerosas alusiones que emite sobre cuestiones urbanísticas, arqueológicas o referentes al medio de las bellas artes. Por ello, y ante la abrumadora cantidad de menciones a este campo, se ha realizado una selección acorde a la extensión del trabajo, donde se exponen ciertas noticias artísticas, acompañadas –en algún caso–, de su juicio y reflexión. La descripción minuciosa que Fanny Calderón de la Barca realiza de todo aquello que ve, hace de su recopilación, como ya se ha adelantado, una fuente esencial para la historia del arte y para el conocimiento de un México en plena ebullición, a través de la mirada de una mujer, que sin ser ni mexicana ni española, estuvo estrechamente vinculada a ambos países.

“Una española escribiendo en inglés”. Madame Calderón de la Barca y la obra

Cuando William H. Prescott, célebre hispanista, amigo personal de madame Calderón de la Barca[2] y artífice del prefacio de La vida en México contactó con Charles Dickens para pedirle ayuda en la búsqueda de un editor que pudiera sacar el texto en Inglaterra –tras ser publicado en Estados Unidos–, presentó a su autora como “una española escribiendo en inglés”[3]. La frase la descubre como una escritora, que, sin haber nacido en territorio español, había estado muy próxima a su cultura tanto por su relación con intelectuales hispanistas, como por su matrimonio con el diplomático español Ángel Calderón de la Barca. En esta línea, en el preámbulo del libro editado en Rey Lear, se señalaba que su artífice “se enamora de España desde México”[4], y se podría añadir, que lo hace de modo progresivo, al igual que le sucede con el país donde pasa más de dos años, y del que siente una gran nostalgia al marchar. Al avanzar y tratar de realizar una aproximación biográfica de la autora, resulta complejo desvincularla de La vida en México[5]. Lo cierto es que tanto su redacción, como su posterior repercusión, son una parte indisoluble de la misma y así se intentará exponer.

Frances Erskine Inglis, hija de familia burguesa, nació en Edimburgo en 1804, disfrutando desde muy joven de una amplia formación intelectual y en idiomas. Tras fallecer su padre, la familia se muda a Boston en 1832, donde fundaron una escuela para señoritas, en la que ejerció como profesora. La futura marquesa de Calderón tenía varias hermanas, entre las cuales, estaba la madre de su sobrina Kate[6] –muy presente en una parte de La vida en México, ya que acompañó a sus tíos en un tramo de su estancia–. Desde muy pronto, Fanny demostró talento en la escritura, desarrollando una precoz actividad literaria. En mayo de 1833 fue publicado el panfleto Scenes at the fair, atribuido a su mano, en el cual se ridiculizaba a buena parte de la alta sociedad de Boston, siendo un temprano ejemplo del estilo que la caracterizaría en posteriores obras. En aquel tiempo se vincula con importantes hispanistas como George Ticknor y William H. Prescott, que parece, pudieron influenciar en el proceso del cortejo de Ángel Calderón de la Barca. Éste, afín a la vertiente moderada, tras “promulgarse la Constitución de 1837, y al jurarla, reasumió su puesto diplomático en Washington en 1838”[7]. Ese mismo año, contraen matrimonio y el 27 de octubre de 1839 parten hacia México, a donde llegan el 18 de diciembre. El político había sido nombrado ministro plenipotenciario y como ella decía, lo convertía en “el principal representante de la monarquía española, que viene a traer de la Madre Patria el reconocimiento formal al México independiente”[8]. En ese viaje se fragua el contenido de la obra estudiada, que, en forma de cartas personales, llegaba a la familia de Fanny en Boston. Todo lo que veía era susceptible de ser descrito y a través de las letras, consiguió acercar su realidad más inmediata a los conocidos lectores a lo largo de dos años, ya que tal y como la prensa recoge, “la salida de los Calderón, acompañados de una sobrina”, –se referían a Kate–, tuvo lugar el 9 de enero de 1842, “en un barco de S.M.B, Jirian, hacia La Habana”[9].

A su regreso, inicia por recomendación de Prescott una selección de las cartas que verían la luz en forma de libro. En abril de 1843, año en que se publica éste, los Calderón estaban en Europa y a finales de septiembre, en Madrid[10]. Tras pasar un tiempo en esta tierra, regresan a Estados Unidos, al ser nombrado su marido ministro plenipotenciario de España en Washington[11]. Allí se instalan en agosto de 1844, residiendo durante nueve años en dicha ciudad, donde se acaba convirtiendo al catolicismo en 1847, ya que, hasta la fecha, había sido presbiteriana. De aquella época, se conserva un retrato de madame Calderón (Fig. 1), elegantemente vestida, aunque sin caer en lo excesivo, y en el que resulta significativa su mirada, el contacto visual que establece con el espectador. En este caso, aun habiendo demostrado sobradamente ser una mujer decidida, preparada y con un criterio y una pluma acorde a su educación, proyecta, a través de sus expresivos ojos azules, un halo de contención o pesadumbre, que quizás tuviera que ver con las críticas recibidas tras publicarse las cartas de su estancia en México. Más tarde, y por poco tiempo, regresan a España al ostentar Ángel Calderón de la Barca el título de ministro de Estado, desde septiembre de 1853 a julio de 1854[12]. Con la revolución de tal fecha, deben salir del país, instalándose en París hasta 1856. Allí prepara otra de sus obras, la no tan conocida Un diplomático en Madrid. Impresiones sobre la corte de Isabel II y la revolución de 1854[13], que no firma, ni siquiera con sus iniciales. Quizás las críticas recibidas por La vida en México la llevan a evitar ser descubierta. Tras fallecer su marido en 1861, se retira a un convento cerca de Biarritz, donde es requerida por Isabel II para encargarse de la educación de la infanta Isabel. Cuando esta se casa en 1868 y se ven interrumpidas sus funciones, solicita permiso para viajar a Estados Unidos. Una vez concedido, cruza el Atlántico, para más tarde retornar, de manera puntual a Roma y a España[14]. Al quedar viuda la infanta, vuelve a pasar a su servicio, acompañándola hasta reinstalarse en Madrid, tras proclamarse la Restauración borbónica en 1874. Tanta dedicación y vínculo con esta dinastía, se materializó en su nombramiento como marquesa, por parte del rey Alfonso XII en 1876[15]. Muere en febrero de 1882 en el Palacio de Oriente[16], con gran reconocimiento, como manifiestan algunas notas de prensa de la época[17].

Fig. 1. Madame Calderón de la Barca, hacia 1850, óleo sobre lienzo. Documentos de Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca con Howe y otros documentos familiares, MS Eng 1763, (57), Caja: 2. Houghton Library, Harvard University. Disponible en Harvard Library, https://id.lib.harvard.edu/ead/c/hou02497c00062/catalog.

Como ya se ha apuntado, la vasta formación intelectual de la autora fue uno de los aspectos más reseñables y con impacto en su vida. Dicha formación, se nutrió, además, de una insaciable curiosidad, a la que ella misma hizo alusión en algunos pasajes del libro. De este modo, recién llegada a la Ciudad de México, en su Carta VI expone: “Han de pasar uno o dos días antes de que pueda salir a satisfacer mi curiosidad”[18]. Como indica Nina Gerassi, “ella no se detiene en los confines del hogar. Por el contrario, aprovecha sus privilegios de diplomática y sus conocimientos lingüísticos para recorrerlo y explorar su cultura de una forma que transgrede las normas implícitas del decoro inglés; obtiene permiso para entrar en museos y conventos prohibidos al público”[19].

Sin duda, no se conforma con limitaciones impuestas a la mujer y no se repliega ante las dificultades que no dejaban de aparecer en su camino. Por ello, Fanny Calderón de la Barca ha despertado todo tipo de interés y crítica, especialmente entre la bibliografía anglosajona. Su figura, más estudiada recientemente[20], fue muy desconocida durante el siglo XX. Así Teixidor en el prólogo del libro que centra el texto, señala con sorpresa que era “notable” que, aun siendo un libro tan afamado en México y entre ingleses y norteamericanos, no tuviese la escritora una biografía “de sustancia”[21]. A esto, se podría añadir la circunstancia de que, en España, con excepción de algunos trabajos difundidos en los últimos años, apenas ha sido tratada. De cualquier modo, La vida en México, sin ser el único libro que publicó madame Calderón, es con diferencia el más divulgado. La incesante comunicación, en modo epistolar a su familia y su posterior selección, se materializa en forma de literatura de viaje, género muy difundido en el siglo XIX. Al parecer, como se ha apuntado, la autora eligió para su publicación cincuenta y cuatro cartas, “de las que eliminó muchos nombres propios y otros datos”[22]. En un primer momento, parece que no hubo pretensión de propagar el material, pero el interés de Prescott, así como al apoyo de Charles Dickens[23], motivaron su gran difusión en Estados Unidos y Gran Bretaña, donde la obra se publicó simultáneamente en enero de 1843. No transcurrió mucho tiempo entre que se editó y se comenzó a traducir al español. Tales fragmentos se distribuyeron en la prensa mexicana[24], aunque no se realizó una versión completa en este idioma hasta 1920. El volumen, no obstante, fue muy apreciado por los historiadores contemporáneos al considerar que su narrativa se adelantaba a la época, estando ésta muy cercana a la moderna historia social[25], así como por ser “una de las fuentes interesantes de ese México joven”[26], que tanta admiración despertó entre las viajeras y los viajeros burgueses. Tal afirmación nace de la necesidad de reivindicar su libro, ante las cuantiosas y tempranas reprobaciones recibidas. Así, El Diario del Gobierno de la República Mexicana, con fecha de 30 de abril de 1843, pocos meses después de que esta saliese, emite un juicio feroz sobre la escritora:

Los señores editores del Siglo XIX[27] han juzgado conveniente y útil traducir y publicar las cartas que ha dado a luz en Boston la esposa de D. Ángel Calderón de la Barca, exministro de S.M.C. en esta República. No acertamos a decidir cuál ha sido mayor imprudencia, si la de esa señora, comprometiendo el carácter diplomático de su marido, o la de los que se presentan a poner en manos de todos los mexicanos, las injustas, apasionadas, virulentas diatribas con que la Sra. Calderón ha correspondido a la exquisita y benévola hospitalidad con que ella y su esposo fueron tratados por los generosos vecinos de México (…) Hemos dado una rápida lectura a una obra que contiene tan miserables pequeñeces, y que solamente es pasable porque le ha prestado las gracias de su estilo, y prohijándola Mr. Prescott, el aplaudido autor de la historia de Isabel y de Fernando el Católico. Desde luego, se percibe que pertenece a las Sra. Calderón, lo que no puede pertenecer más que a una mujer de las que los ingleses llaman medias azules, es decir, un talento tan frívolo para la literatura, como para todos los asuntos que puedan encerrarse en la dilatada esfera del coquetismo[28].

La crítica, que ataca directamente la osadía de la mujer al poner en riesgo la carrera de su marido, entre otro tipo de sentencias, ensalza, por el contrario, la figura de Prescott, cuya obra, La conquista de México, fue acogida muy bien cuando se conoció en dicho país a mediados de 1844[29]. El autor se había servido, además, de toda la información minuciosamente descrita por madame Calderón a través de su correspondencia para su ejecución, sin tener que padecer los innumerables reproches que, por el contrario, sufrió su fuente. Estos, no solo provenían del ámbito mexicano, donde incluso se ahondó en la “perspectiva imperialista” con la que se supone que “juzga la realidad mexicana”[30], sino que también se emitieron desde Inglaterra, como los vertidos por Elizabeth Eastlake. La crítica de arte siente interés por el libro, pero se refiere a Calderón de la siguiente manera:

Madame Calderón de la Barca es muy distinta de las damas que la anteceden (…) y aunque su libro atrae la atención en gran grado y exhibe una gran y variada habilidad, no logra interesarnos por la escritora. (…) La naturaleza de su escritura es muy poco inglesa. Madame Calderón era escocesa –y presbiteriana–, tenemos motivos para suponer; ahora es española –y católica romana, como tenemos más que motivos para suponer–. Y, en consecuencia, tenemos una indiferencia española por el derramamiento de sangre, un entusiasmo español por las corridas de toros, un brillo de color a lo Murillo, un toque de humor cervantino, una suave defensa del cigarro y un duro ataque a John Knox[31], que no deja lugar a dudas de que nuestra antigua compatriota se sentía perfectamente a gusto en su tierra adoptiva[32].

Este juicio resulta especialmente llamativo, ya que Eastlake acusa a Calderón de haberse hispanizado, alejándose del ya mencionado “decoro inglés”, y estando muy cómoda en su tierra adoptiva. No hay duda de que tales palabras permitirían ahondar en el profundo y complejo tema de la valoración de su obra y figura, puesto que la imputan desde todos los planos posibles. Ante esa situación y como no podía ser de otra manera en aquella sociedad limitante, la autora prefirió ser olvidada y no hablar del libro que la había viralizado y que tantos problemas estaba ocasionado. Así, Sierra O’Reilly, tras establecer contacto con los Calderón, señalaba: “No sé yo si se habrá arrepentido de ciertos golpes dados en ese cuadro de México; lo que puedo afirmar es que no le gusta mucho que se hagan alusiones a su libro, y evita la ocasión de hablar de él”[33]. Pese a las espinosas críticas vertidas, también se generaron otro tipo de opiniones, que remarcaron las virtudes y las curiosas casualidades que se combinaban en la autora. Un ejemplo de ello es la presentación que se hace de Fanny en un artículo de The Edinburgh Review, a la que se refieren como “una dama escocesa, criada en Nueva Inglaterra, y casada con un español, con quien estuvo domiciliada durante dos años como Embajadora en México –una curiosa combinación de accidentes personales– no sería fácil concebir algo más favorable, en cuanto a astucia, situación y oportunidades, para familiarizarnos con las modas de la vida social en esa apartada parte del mundo”[34]. La citada combinación de accidentes personales viene a subrayar el carácter de este texto, puesto que realmente, sin ser española, ni mexicana, la relación con ambos países es indudable, y es que no podemos obviar que ella es la esposa de Calderón y, por lo tanto, también representante de España en México[35].

“Cuando quiera que partamos, dejaremos sin visitar algún lugar de interés”. La vida en México como fuente para el análisis histórico-artístico

Como ya se ha adelantado, la obra de madame Calderón es una amplísima fuente para diversas disciplinas de estudio y, su análisis como recurso para la historia del arte, plantea la compleja labor de establecer una selección entre las numerosísimas referencias que, sobre la misma, hizo. Con algunas excepciones –sirva de ejemplo el artículo del profesor Recio en el que analiza La vida en México y la carrocería de su época[36]–, estas no han sido abordadas de manera directa, por lo que dicho compendio se ha enfocado en aquellas noticias, que a juicio de la que escribe, suscriben la valiosa aportación que supuso la publicación de su crónica personal.

A lo largo del siglo XIX, fueron muchos los viajeros y viajeras que recorrieron México, plasmando su majestuosa naturaleza y paisajes, sus costumbres, pasado y presente a través de sus plumas o pinceles[37]. Ya apuntaba Jiménez Codinach en su Europa aventurera que “México, el país de nombre misterioso, atraía no solo a especuladores e inversionistas, también a hombres y mujeres cultos de otros países. Científicos, escritores, pintores, escultores, litógrafos”[38]. Entre ellos, también se encontraban los llamados “viajeros accidentales”, siguiendo la denominación de Pablo Diener –donde se insertarían los Calderón–, al referirse a aquellos como “el viajero que acude a México por razones profesionales” y que “por rango social, durante su estancia en el país que los acoge, establecen una amplia red de relaciones y tienen acceso a todo tipo de información”[39]. Tales circunstancias son las que se aprecian en el diplomático y su esposa, que como ya se indicó, traspasa lo doméstico, el espacio reservado a la mujer, para también dejar su testimonio, una vez se enfrenta al contexto que la rodea de modo directo. En este sentido, al leer las cartas de madame Calderón, se observa que las descripciones y su visión escudriñadora de la realidad comienzan en la travesía a México y desde La Habana.

Este artículo, que solo se centra en la parte mexicana, pretende poner en valor a Fanny no como una simple viajera más, si no como una que lo hace con gran formación previa, lo que le permite ejercer una pormenorizada reflexión sobre su cultura y su arte. Ello, se demuestra en algunas de las sentencias que emite, tales como la de su Carta XXX, fechada el 25 de diciembre de 1840, donde indica que “y si bien ha desaparecido la novedad con sus encantos y sus sinsabores, en México no hay nada anodino, todo es a gran escala y muy pintoresco. Sus viejos edificios resultan tan interesantes y tiene tanto que ver (…) que cuando quiera que partamos, estoy convencida de que dejaremos sin visitar algún lugar de interés”[40]. La autora, tras haber pasado un largo periodo en el país y estando menos expuesta a sucumbir a las primeras impresiones, es consciente, no obstante, de lo mucho que se habrá perdido al marcharse. Pese a que, en su lectura, en ocasiones se observan contradicciones, no se duda de su capacidad crítica, que la convierte en una adelantada a su época. Va más allá de lo pintoresco, de aquello que se vincula con la simple expresión de los artistas viajeros y sus ilustraciones de ruinas prehispánicas y construcciones coloniales, de lo que encarna y encierra una idea, a través de la imagen de un lugar. Se podría decir que estamos ante una mujer que se aproxima a la crítica artística, que emite juicios y valoraciones sobre obras –contexto y estado– y artistas, así como noticias que convierten La vida en México en una fuente para reflexionar de manera libre, quizás por la confianza depositada en los lectores a los que estaba dirigida y en los que influye en primer término.

Lugares donde satisfacer la curiosidad. Noticias, artes y reflexión

Uno de los acontecimientos fundamentales del siglo XIX es el nacimiento de la fotografía. Su punto de partida en México da comienzo en diciembre de 1839, al desembarcar en Veracruz Louis Prelier, tal y como recogió Rosa Casanova[41]. Según esta, el comerciante francés llevaba consigo “unos aparatos para daguerrotipo”, con el que realizará muestras en público, registrando vistas del puerto veracruzano o ejemplos de la capital en enero de 1840[42]. Aquellas primeras imágenes, obra de Jean François Prélier Duboille que se custodian en la colección George Eastman de Nueva York[43], guardan una estrecha relación con madame Calderón. En una de sus misivas, firmada el 29 de noviembre de 1840, esta escribe: “Ayer Calderón y yo (…) fuimos a Chapultepec[44] para tomar vistas con el daguerrotipo que Calderón tuvo el placer de recibir en Boston de nuestro amigo Mr. Prescott”[45]. Esta información resulta reveladora, ya que, según la misma, ellos estarían entre los primeros en introducir el aparato en el país, al portarlo en su equipaje personal, también en diciembre de 1839. Hay una coincidencia cronológica evidente entre los daguerrotipos de Prélier y Calderón, aunque la intencionalidad de uno y otro sí era, de origen, muy diversa. Al embarcarlo el diplomático desde Boston, como un presente de Prescott, se debe redundar en el interés de este último en tener un registro visual de la nación, más allá de las descripciones de Fanny. Pero no solo se establece esta única relación entre madame Calderón y Prélier, ya que ambos coinciden igualmente en el interés por dejar registro, cada uno con sus herramientas, de aquellas piezas fundamentales del pasado prehispánico que cautivaban a los viajeros europeos. Así, recién llegada a México, en su debut visitando la catedral, ya advertía y preludiaba que “la acentuada irregularidad de los edificios, la profusión de bonitas iglesias y conventos –todo ello a gran escala, aunque afectado por el paso del tiempo o la revolución– hacen mantener constantemente despiertos la atención y el interés”[46], como ella lo haría con su atractiva y fluida correspondencia. Tras describir el espacio catedralicio y reparar en la base prehispánica sobre la que se construyó, se interesa por el Calendario Azteca o Piedra del Sol, adosada al exterior del templo, y cuya observación, junto a “la piedra de los sacrificios” o Piedra de Tízoc[47], aviva en su mente escenas que enlazan con un pasado que, idealizado, evocaba una “extraña mezcla de horror y belleza”[48]. Este ejemplo mexica, que fue trasladado al Salón de Monolitos del Museo Nacional[49], inaugurado en 1887[50], había llamado también la atención de Prélier que, al llegar a la capital, lo registró solo un mes más tarde de hacerlo ella (Fig. 2).

Fig. 2. Jean François Prélier Duboille, Piedra del Sol azteca, ubicada en la pared exterior de la Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos de la Ciudad de México, enero de 1840, daguerrotipo. 1976.0168.0144. Por cortesía del George Eastman Museum, New York.

Entre los cuantiosos edificios que visita y aprecia, aunque “estén descuidados”, se encuentra el Museo, el cual contenía “obras extrañas muy valiosas y muchas antigüedades indias (…) pero nada hemos encontrado en México que pueda superar la colosal estatua de bronce de Carlos IV subida a un pedestal de mármol en el patio de la Universidad y antiguamente en medio de la plaza. Es una pieza escultórica grandiosa, la obra maestra de Tolsá, notable por su maravillosa simplicidad y pureza de estilo, que se realizó a expensas del exvirrey, el marqués de Branciforte”[51]. Ejecutada por Manuel Tolsá, arquitecto y escultor valenciano, estrechamente vinculado a la Nueva España, esta llama su atención dentro de su nueva ubicación, al igual que lo había hecho en Preliér, que también la inmortaliza a comienzos de 1840 (Fig. 3). El famoso Caballito, símbolo del pasado español, fue retirado del viario público e insertado en el interior de uno de los patios de la Universidad, que compartía con el Museo, en 1824[52], del mismo modo que sucedió con otra de las piezas que describe Calderón en tal espacio, el busto de bronce de Felipe V. Como ya ella había advertido, el Museo compartió edificio con la Nacional y Pontificia Universidad de México desde 1825 –lo que generó desde sus comienzos, una mala relación entre ambas instituciones por la falta de espacio–, hasta que el primero se trasladó a la antigua Casa de la Moneda en 1866[53]. Una fotografía de finales del XIX que muestra el patio principal de la nueva ubicación de éste (Fig. 4), en la que aparece la portada que antecede al Salón de Monolitos –custodiada por la ya mencionada Piedra de Tízoc y la Coatlicue–, revela cómo, en 1890, dicha portada no poseía en su tímpano el citado busto de Felipe V, que en otros ejemplos de comienzos del XX sí lo coronan (Fig. 5). Lo cierto es que el dato, aportado por Calderón, refleja que en ese momento el busto, creado para rematar la portada principal que daba a la calle de la Casa de la Moneda, había sido retirado tras la consumación de la Independencia[54], yendo a parar a la Universidad, donde será custodiado hasta que volvió a ser dispuesto en su edificio original, aunque en la portada interna del patio en 1898[55].

Fig. 3. Jean François Prélier Duboille, Monumento ecuestre de Carlos IV, conocido popularmente como “El Caballito”, en el patio de la Real y Pontificia Universidad de México, daguerrotipo, enero de 1840, 1976.0168.0149. Por cortesía del George Eastman Museum, New York.

Fig. 4. Monolito prehispánico ubicado en la entrada del Museo Nacional, hacia 1890. Ciudad de México, México. Positivo en albúmina, 15.2 - 22.9 cm. Colección Felipe Teixidor, Fototeca Nacional, Secretaría de Cultura-INAH. MID: 77_20140827-134500:670293. Disponible en Mediateca INAH, https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/fotografia%3A453696.

Fig. 5. Patio del Antiguo Museo Nacional, hacia 1915. Ciudad de México, México. Placa seca de gelatina, 20.3 - 25.4 cm. Colección Culhuacán, Fototeca Nacional, Secretaría de Cultura-INAH. MID: 77_20140827-134500:361837. Disponible en Mediateca INAH, https://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/fotografia%3A322071.

Además de explorar en profundidad el Museo, en repetidas ocasiones durante su estancia, mostró gran apego por otras instituciones como la Academia de Bellas Artes, a la que se aproxima a través de los datos aportados por Humboldt en sus escritos sobre el país. El esplendor que describió el alemán sobre sus clases de pintura y escultura, poco o nada tenían que ver con la situación de desatención con la que se topó la marquesa y a la que alude en sus cartas: “El desorden actual, el abandono del edificio (…) y, sobre todo, el mal momento de las bellas artes en el México actual, forman parte de las tristes consecuencias inherentes a años de guerra civil y la consiguiente inestabilidad gubernamental”[56]. Sin duda, como ella medita, los periodos políticos convulsos no suelen ser favorecedores para las artes, aunque la vida continuara y, con ella, el gusto por la belleza y su contemplación. Ello entronca directamente con su afición hacia la pintura y, cómo no, con el afán coleccionista. Pese a que no se puede decir que madame Calderón se moviera por el mismo, sí tuvo interés en adquirir obras para su disfrute personal. En una de sus primeras cartas en la Ciudad de México, expone que asistió a la venta de una serie de propiedades particulares de un cura, fallecido recientemente, entre las que había objetos de valor venidos de España.

De todos, le llama la atención un cuadro –de calidad–, La Anunciación, del que “se encapricha” y que es adquirido por el marido, junto a otras piezas. Según explica, “es un apunte de La Anunciación del valenciano Bayeu que cuelga en la Capilla Real de Aranjuez” [57]. Si bien tiene una amplia formación cultural y conocimientos artísticos, en este caso, su planteamiento genera duda y cierta confusión. En primer lugar, se presupone que se refiere a Francisco Bayeu, que nace en Zaragoza, no en Valencia, y que sí hace una pintura con dicha temática, pero para el claustro del convento de San Pascual en Aranjuez. Tal obra, ejecutada en 1769[58], formaba parte de una serie que se perdió[59], y de la que conserva algunos bocetos el Museo del Prado. Entre ellos, Un cesto con telas, así como La Virgen anunciada (Fig. 6), con la que, de ser la pieza destacada por Calderón, guardaría similitudes. Por otro lado, y sin aclarar la relación establecida, existió otra versión que sí estuvo en la citada antigua capilla del Palacio de Aranjuez, que también desapareció durante el reinado de Fernando VII, y que fue hecha por Tiziano en 1536[60]. La obra, que se conoce gracias a un grabado realizado en 1537 por Jacopo Caraglio (Fig. 7), fue muy popular, y también, podría aproximarse al apunte adquirido por la futura marquesa[61]. En cualquier caso, y sin tener certeza de a qué Anunciación se refiere y teniendo en cuenta los errores de los datos que emite y que recibió de modo inexacto, se presenta como una información relevante sobre la difusión de determinados modelos y, en concreto, de obras que no han llegado a la actualidad.

Fig. 6. Francisco Bayeu y Subías, La Virgen Anunciada, hacia 1769. Clarión, lápiz negro sobre papel verdoso (no expuesto). Número de catálogo: D003262. Museo Nacional del Prado, Madrid. ©Archivo Fotográfico del Museo Nacional del Prado.

Fig. 7. Giovanni Jacopo Caraglio, La Anunciación, 1537, grabado. Número de acceso: 49.97.219, Colección Elisha Whittelsey, Fondo Elisha Whittelsey, 1949, Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Otra de las grandes aportaciones que lega La vida en México es el testimonio sobre los conventos de monjas, así como la descripción de los bienes que conoció en su interior. Si bien se queja de no poder acceder a los masculinos, también emitió información sobre ellos, a través, eso sí, de las descripciones que le hacía su marido. Tales espacios, en los que no era nada fácil entrar, y a los que accede gracias a un permiso del señor Posada, obispo de México, eran de lo más interesantes para Fanny. Cuando visita el de Santa Teresa recoge lo siguiente:

En algunos de estos conventos todavía guardan, enterradas en vida como sus moradoras, pinturas antiguas muy buenas; entre otras, algunas de la escuela flamenca, traídas de México por los monjes cuando los Países Bajos estaban bajo dominio español. Muchos maestros de la escuela mexicana, como Cabrera, Enríquez, etcétera, han enriquecido las abadías con sus producciones y han empleado su talento en motivos religiosos como vidas de santos, mártires y otros temas cristianos. En concreto, por todos los sitios hay cabreras, un artista con un estilo parecido a Luca Giordano: la misma monotonía y facilidad. Todos sus cuadros son agradables, y algunos especialmente bellos; en ocasiones copia a los viejos maestros. Ximénez y Enríquez no son tan comunes, pero algunas de sus obras, de gran calidad, merecen ser más conocidas en Europa que hasta ahora. Pertenecen a una rama de la escuela española y suponen una prueba convincente del extraordinario talento de los mexicanos para las bellas artes, así como de las facilidades que les proporcionó la madre patria[62].

De tan sugerente exposición, habría que destacar –además del reconocimiento al afamado Cabrera, al que apenas presta atención, su comparativa con Giordano o el origen de las colecciones conventuales–, la reivindicación de Nicolás Enríquez y de Ximénez, al que se ha relacionado con Rafael Ximeno. Este valenciano de nacimiento estuvo muy vinculado a México, donde trabajó incansablemente, pudiendo ocasionar la citada confusión en la autora. En cualquier caso, ese reclamo sobre la calidad de sus obras y la necesidad de poner en valor a los artistas mexicanos en Europa, bien merecen su examen y atención. Desgraciadamente, como ya se adelantó, no siempre puede acceder a estos espacios de clausura, y las dificultades son completamente insalvables, si son de hombres. De ello, se queja amargamente al referirse a la Profesa:

Donde se encuentran las mejores pinturas, no obstante, es en el convento de la Profesa y allí ¡no puedo entrar! Sus galerías están llenas de cuadros, la mayoría de Cabrera. Calderón habla con Pasión de uno que hay en la sacristía de la capilla especialmente bonito, un Guido original que consiste en una representación de Cristo atado a un pilar mientras lo azotan y donde las expresiones de pura divinidad y sufrimiento humano se fusionan con gran maestría, en contraste con la salvaje crueldad del rostro de sus ejecutores. Sin embargo, la mayoría de estas pinturas están mal conservadas y tan deterioradas que da pena mirarlas[63].

Además de plantear el estado de conservación de la colección de una manera directa, describe una pintura que vincula con Guido[64], y que se podría relacionar con uno de los lienzos de la nutrida pinacoteca (Fig. 8). Fechada a mediados del siglo XVIII, y con ciertos rasgos que recuerdan a motivos europeos e italianos –sin tener claro tal origen–, bien pudiera tratarse del ejemplo que el diplomático acercó a su esposa.

Fig. 8. La Flagelación de Jesús, mediados del siglo XVIII, óleo sobre lienzo. Colección Pinacoteca de la Profesa, Ciudad de México.

En esta línea y durante su estancia en Puebla, de nuevo, experimenta limitaciones para acceder a espacios tan sugerentes como el convento del Carmen, cuyas referencias, que le llegan a través de su esposo, supondrán una valiosa aportación al contexto de las artes en México a mediados del siglo XIX. En aquel espacio, Calderón contempla “unas pinturas de la vida de la Virgen, en concreto la Ascensión y la Circuncisión –al parecer obras originales de Murillo–, que se hallan abandonadas en muy mal estado (…) Destaca también el Descenso de la Cruz. Es una pena que estas obras estén encerradas en un viejo convento donde no sirven a ningún propósito práctico o decorativo. Si las llevaran al Museo Mexicano y las cuidaran, al menos servirían de modelo para esos jóvenes artistas que carecen de medios para formarse artísticamente en Europa”[65].

Diversos estudios bibliográficos habían notificado la existencia de una serie de la vida de la Virgen, asociada al pintor sevillano, aunque sin reparar en la mención que de la misma se realiza en La vida en México. Para su análisis, dos son las fuentes fundamentales a las que se ha acudido. Una, las notas de Francisco Javier de la Peña a la edición de Puebla sagrada y profana, y dos, el documento que recoge la salida de la serie hacia Europa y que se encuentra en el Archivo General de la Nación. En la primera, su autor al tratar las obras de los conventos de Puebla insiste en que de “entre todas sobresalen las de la vida de María Santísima del Convento del Carmen: es extraordinario su mérito según el juicio de los inteligentes; y lo prueba que el año de 1809, que estuvo en México el Lord Cokrane (sic), hermano del Almirante de este nombre, se la llevó a Londres, deseoso de enriquecer a su patria con tan bella y rara producción o de mandar sacar alguna buena copia; posteriormente la recabaron los Padres que suspiraban por ella, aunque no completa”[66]. Sin definir la autoría de la serie, sí evidencia cómo era de gran calidad, y fruto del interés de un lord inglés, Lord Cochrane que, a pesar de tener diferentes impedimentos, parece que las lleva a Europa. Todo ello, queda registrado, de nuevo, en la segunda de las fuentes –la más reveladora–, el documento que recoge la petición para llevar de Veracruz a Cádiz y de Cádiz a Inglaterra unas pinturas de Murillo, regalo de los Carmelitas Descalzos a Cochvane Johnstone en 1810[67]. El mismo, publicado por Ballesteros Flores, revela cómo hubo un intento de embarcar unas pinturas “obra de Morillo”, regalo de los carmelitas poblanos a su majestad británica. Ante la problemática hallada en el puerto de Veracruz, al no poder extraerse objetos de los dominios españoles y menos sin contar con el conocimiento previo del superior de los carmelos[68], se frenó, momentáneamente, su salida. A pesar de la restricción sobre ella, Cochrane consiguió sacar algunas obras que acabaron vendiéndose en Londres, tal y como recoge Andrade Campos[69]. Según Angulo[70], se ponen a la venta dos Asunciones[71], vinculadas a Cochrane, así como una Virgen con el niño, que bien pudieron ser parte de la serie de la que los carmelitas se desprendieron, aunque con posteriores lamentos.

Lo cierto es que, de nuevo sin pretenderlo, madame Calderón dejó constancia en su libro de que parte de dicha serie seguía en el convento en 1840, emitiendo, además un interesante juicio sobre el valor de acercar las pinturas –obra o no de Murillo–, a los jóvenes artistas mexicanos, para así, difundir el conocimiento[72], mediante su exposición en los museos.

Como se ha demostrado con diversos ejemplos, su interés por las artes es ya una premisa incuestionable. No obstante, para reforzar dicha idea, se ha querido sumar, además, el gusto concreto por determinados artistas, a cuyos nombres y creaciones alude de manera reiterativa en las líneas de sus cartas. Entre ellos, con carácter evocador a través de las escenas que presencia y vinculados a los conceptos de “lo sublime” y “lo pintoresco”, aparecen Salvatore Rosa y William Hogarth. Una mención especial es la que merecen las referencias a Elizabeth Ward, que había ejecutado las ilustraciones de los volúmenes de Mexico in 1827[73], escritos por su esposo, el también diplomático británico Henry Ward, y que Fanny conoció de primera mano. Sus estampas se vinculan con las visiones que ella en primera persona descubrió en aquel país, pudiendo establecer numerosas similitudes entre las descripciones de ambas, a pesar de utilizar diferentes instrumentos para ello. Así, el paso por Puente del Rey (Fig. 9), recogido en la Carta V[74], o la reseña del santuario de Guadalupe tanto en la Carta XLVII[75] como en la ilustración de Ward (Fig. 10), evidencian a dos mujeres que, con carácter reflexivo y conciencia, legaron un magnífico testimonio del lugar donde pasaron varios años de sus vidas.

Fig. 9. Elizabeth Ward, Puente del Rey, México en 1827. Disponible en Wikimedia Commons, https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2f/Puente_Del_Rey.jpg.

Fig. 10. Elizabeth Ward, Dibujo de Guadalupe, México en 1827. Disponible en Wikimedia Commons, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:MEX1827_V1_D355_Church_of_N_S_de_Guadalupe.jpg.

A modo de conclusión

Aunque Fanny Calderón de la Barca, quiso olvidar su Vida en México, debido a las profusas opiniones sesgadas que se vertieron sobre ella y la obra en sí, su percepción es un excepcional recurso para el estudio completo, no solo de la joven república en el XIX, sino también, de la personalidad de esta escocesa, española por matrimonio, que en una de sus últimas cartas reflexionaba sobre las primeras impresiones y su significación. Para ella aun sirviendo de ayuda, “si se las considera definitivas es muy probable que resulten erróneas”[76], reconociendo con tal afirmación su propio desacierto en algunos de los juicios que emitió a su llegada a México. Aunque su figura ha sido puesta en valor en los últimos años, también fue víctima del descuido de las primeras impresiones, por lo que su relectura fue y es, aún en menor medida, una necesidad futura.

Referencias

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[1]* Esta investigación se ha desarrollado en el marco del Grupo de Investigación HUM 210: Laboratorio de Arte, así como dentro de los proyectos: Proyecto I+D+i Agencia Femenina en la Escena Artística Andaluza (1440-1940) (P20_01208, Junta de Andalucía, Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades, cofinanciado por Fondos Feder) y Proyecto I+D+i Las Artistas en la Escena Cultural Española y su Relación con Europa, 1803-1945 (PID2020-117133GB-I00, Gobierno de España, Agencia Estatal de Investigación-Ministerio de Ciencia e Innovación).

Begoña Arteta, “La vida cotidiana en la ciudad de México 1824-1850,” Fuentes Humanísticas, no. 36 Dossier (2008): 37.

[2] Fanny Esrkine Calderón de la Barca. Se la verá referenciada en el texto como Fanny, Calderón o madame Calderón.

[3] Nina Gerassi-Navarro, “Conflictos imperiales: La mirada de Frances Calderón de la Barca,” Revista Iberoamericana LXXV, no. 228 (2009): 743, https://doi.org/10.5195/reviberoamer.2009.6605.

[4] Fanny Calderón de la Barca (Frances Erskine Inglis, marquesa de Calderón de la Barca), La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, trad. Raquel Brezmes (Madrid: Rey Lear, 2007), 23.

[5] Para este artículo se ha trabajado con la ya mencionada edición de Rey Lear, aunque también se ha manejado la versión original publicada en Londres, Fanny Calderón de la Barca (C. de la B., Madame), Life in Mexico during a residence of two years in that country (Londres: Chapman and Hall, 1843); la versión extensa de Life in Mexico: The Letters of Fanny Calderon de la Barca, with New Material from the Author’s Private Journals, ed. y notas de Marion Hall Fisher y Howard T. Fisher (Garden City, Nueva York: Doubleday, 1966), así como la conocida edición de Porrúa, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, trad. y prólogo de Felipe Teixidor (México: Porrúa, 1981).

[6] Madame Calderón de la Barca, La corte de Isabel II y la revolución de 1854 en Madrid, ed. y trad. Raúl Figueroa Esquer (Ciudad de México: Bonilla Artigas Editores, 2023), XV.

[7] Calderón de la Barca, XVI.

[8] A partir de ahora las referencias a las cartas se ajustarán a la ya mencionada edición de Rey Lear. Carta VI, 83.

[9] “Salidas,” Diario del Gobierno de la República Mexicana, 28 de enero de 1842.

[10] Marion Hall Fisher y Thomas T. Fisher, Frances Calderón de la Barca. Neé Frances Erskine Inglis. A biography of the autor of Life in Mexico and The Attaché in Madrid, ed. Alan H. Fisher (Estados Unidos: Xlibris, 2016), 244.

[11] Calderón de la Barca, La corte de Isabel II, XXVII.

[12] Calderón de la Barca, XLVII.

[13] Frances Calderón de la Barca, Un diplomático en Madrid. Impresiones sobre la corte de Isabel II y la revolución de 1854, ed. y estudio introductorio de Raquel Sánchez y David San Narciso (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, Excma. Diputación de Zaragoza, 2018).

[14] Calderón de la Barca, La corte de Isabel II, XCIII.

[15] Calderón de la Barca, La vida en México (Porrúa), XXXIV– XXXV.

[16] Calderón de la Barca, La vida en México (Rey Lear), 21.

[17] “La Correspondencia. Edición de la tarde de hoy 24 de febrero,” Diario Oficial de Avisos de Madrid, 25 de febrero de 1882.

[18] Carta VI, 78.

[19] Gerassi-Navarro, “Conflictos imperiales,” 742.

[20] El estudio biográfico realizado por los Fisher es el más completo hasta la actualidad. Ver Hall Fisher y Fisher, Frances Calderón de la Barca.

[21] Calderón de la Barca, La vida en México (Porrúa), VII.

[22] Rosa María Burrola Encinas, “El viaje a México de Madame Calderón de la Barca,” Perífrasis 10, no 19 (2019): 27, https://doi.org/10.25025/perifrasis201910.19.02.

[23] Calderón de la Barca, La vida en México (Rey Lear), 20.

[24] Con las consiguientes críticas tras su lectura.

[25] María Soledad Arbeláez, “La vida en México. Una breve historia,” Historias, no. 34 (1995): 71.

[26] M.ª Justina Sarabia Viejo, “Las mujeres mexicanas en la visión de Madame Calderón de la Barca,” en Frasquita Larrea y Aherán. Europeas y españolas entre la Ilustración y el Romanticismo (1750-1850), eds. María José de la Pascua Sánchez y Gloria Espigado Tocino (Cádiz: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz y Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, 2003), 363.

[27] Otro periódico de la época que publicó algunas partes de La vida en México en español.

[28] “México, abril 30 de 1843,” El Diario del Gobierno de la República Mexicana, 30 de abril de 1843.

[29] Arturo Aguilar Ochoa, “La influencia de los artistas viajeros en la litografía mexicana (1837-1849),” Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, no. 76 (2010): 140, https://doi.org/10.22201/iie.18703062e.2000.76.1890.

[30] Burrola Encinas, “El viaje a México de Madame Calderón de la Barca,” 26.

[31] Pone en evidencia la destrucción de edificios católicos por Knox y lo pone en común con el ataque al pasado prehispánico de Cortés.

[32] Elizabeth Eastlake, “Lady Travellers,” Quarterly Review, vol. LXXVI (1845): 114-115.

[33] Justo Sierra O’Reilly, Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de América y al Canadá, ed. y estudio preliminar de Manuel Sol (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2012), 290.

[34] “Life in Mexico during a residence of two years in that Country,” The Edinburgh Review or Critical Journal, vol. LXXVIII (1843): 157.

[35] Beatriz Ferrús Antón, Mujer y literatura de viajes en el siglo XIX: entre España y las Américas (Valencia: Universitat de València, 2011), 52.

[36] Álvaro Recio Mir, “La Vida en México de madame Calderón de la Barca como fuente de la carrocería en la primera mitad del siglo XIX,” Miradas, vol. 3 (2016): 3-19.

[37] Numerosos artistas recorren el país, tales como Humboldt, Linati, Egerton, los Ward, Rugendas, etc.

[38] Guadalupe Jiménez Codinach, “La Europa Aventurera,” en Viajeros europeos del siglo XIX en México (Ciudad de México: Fomento Cultural Banamex, 1996), 43.

[39] Pablo Diener, “El perfil del artista viajero en el siglo XIX,” en Viajeros europeos del siglo XIX en México, 70.

[40] Carta XXX, 239.

[41] Rosa Casanova, “De vistas y retratos: la construcción de un repertorio fotográfico en México 1839-1890,” en Imaginarios y fotografía en México 1839-1970, coord. Emma Cecilia García Krinsky (Barcelona: Lunwerg Editores; Ciudad de México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2005), 3.

[42] Casanova, 3.

[43] “Works of: Jean François Prélier Duboille,” Colección Eastman, consultado el 14 de agosto de 2024, https://collections.eastman.org/people/147529/jean-francois-prelier-duboille/objects.

[44] En la Carta VIII la autora había sentenciado que era “el más evocador de todos los lugares de los que México puede presumir”.

[45] Carta XXIX, 287.

[46] Carta VII, 85.

[47] Calderón indica que estaba en el patio de la Universidad, es decir, en el edificio compartido con el Museo Nacional.

[48] Carta VII, 86.

[49] No en su sede inicial, cuando compartía edificio con la Universidad, sino en la Casa de la Moneda, que hoy día alberga el Museo Nacional de las Culturas del Mundo.

[50] “Historia y orígenes del Museo Nacional,” Museo Nacional de Antropología, consultado el 20 de agosto de 2024, https://mna.inah.gob.mx/historia_detalle.php?id=1.

[51] Carta XIII, 144.

[52] Manuel Rivera Cambas, México Pintoresco, Artístico y Monumental (México: Imprenta de la Reforma, 1880), 125.

[53] Rodrigo Vega y Ortega Báez, “En busca de una sede propia. El Museo Nacional y la Ciudad de México, 1825-1836,” Legajos, no. 15 (2013): 11.

[54] Octavio Martínez Acuña, “De Felipe V al Escudo de Armas Nacionales. La sustitución de elementos representativos del antiguo régimen por motivos republicanos,” El Aldabón. Gaceta interna del Museo Nacional de las Culturas del Mundo, no. 50 (2019): 17.

[55] Así reza en la inscripción que lo acompaña.

[56] Carta XIII, 145.

[57] Carta XI, 124-125.

[58] José Luis Morales y Marín, Francisco Bayeu. Vida y obra (Zaragoza: Ediciones Moncayo, 1995), 197.

[59] Se integraba por cuatro pinturas con los temas de La Ascensión, La Anunciación, La Adoración de los Pastores y Pentecostés.

[60] Carmen García-Frias Checa, “Una obra perdida de Tiziano: la Anunciación de la antigua Capilla del Palacio de Aranjuez,” Reales Sitios, no. 159 (2004): 74.

[61] Fernando Checa Cremades, Tiziano y las cortes del Renacimiento (Madrid: Marcial Pons, 2013), 216.

[62] Carta XXVII, 274-275.

[63] Carta XXVII, 275.

[64] Podría tratarse de Guido Reni, aunque no se dan más detalles.

[65] Carta XXV, 332-333.

[66] Fray Juan Villa Sánchez, Puebla sagrada y profana. Informe dado a su muy ilustre Ayuntamiento el año de 1746, ed. y con notas de Francisco Javier de la Peña (Puebla: Impreso en la casa del ciudadano José María Ramos, 1835), 88.

[67] Petición para llevar de Veracruz a Cádiz y de Cádiz a Inglaterra unas pinturas de Murillo, regalo de los Carmelitas Descalzos a Cochvane Johnstone, 1810, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal, caja 1426, exp. 036, Clero Regular y Secular. Archivo General de la Nación (AGN), México.

[68] Berenice Ballesteros Flores, “Tres obras de Bartolomé Murillo en Nueva España, 1810,” Boletín del Archivo General de la Nación 6, no. 14 (2006): 168.

[69] Alejandro Julián Andrade Campos, El pincel de Elías. José Joaquín Magón y la Orden de Nuestra Señora del Carmen (Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2015), 152.

[70] Diego Angulo Íñiguez, Murillo. Catálogo crítico (Madrid: Espasa-Calpe, 1981), 2:391-401.

[71] Estas obras las incluye dentro del catálogo como obras a discutir.

[72] En Puebla, no deja de abordar a Zendejas, así como a Cora en el ámbito de la escultura.

[73] Henry George Ward, Mexico in 1827 (Londres: H. Colburn, 1828), I.

[74] Carta V, 62.

[75] Carta XLVII, 440-442.

[76] Carta LII, 503.