Los monasterios y
su proceso
de secularización en el s. XIX:
una
“mirada retrospectiva”
Lena S. Iglesias Rouco
Universidad de Burgos
Resumen
Desde los inicios de la contemporaneidad,
los antiguos monasterios irán desapareciendo o, al menos, experimentan
profundas transformaciones. Esta situación fue consecuencia del triunfo de un
nuevo sistema que, rompiendo con el tradicional posicionamiento trascendente,
los convirtió en referencias de cuanto había dejado de ser.
Pese a
cambio tan decisivo, muchos de los que constituyeron grandes microcosmos
religiosos terminan incorporándose a nuestra realidad actual. Sin embargo, lo
harán bajo apariencias renovadas que, en sí mismas, resultan profundamente
significativas respecto a los planteamientos surgidos en torno a la conservación y usos de aquellos conjuntos
considerados como valioso legado del pasado.
Palabras clave: arte, arquitectura, patrimonio,
Desamortización.
Abstract
From the beginnings of the contemporaneousness, the former
monasteries will be disappearing or, at least, they experience deep
transformations. This situation was a consequence of the victory of a new
system that, breaking with the traditional transcendent positioning, turned
them into references of all that once were.
In spite of so decisive
change, many of what constitute the religious microcosms, ends up joining our
current reality. Nevertheless, they will do it under renewed appearances that,
turn out to be deeply significant with regard to the
approaches arisen around the conservation and uses of those collections of
monumental buildings considered as valuable legacy of the past.
Keywords: art, architecture, heritage, Disentailment.
atrio nº 19 | 2013 ISSN: 0214-8293 | pp. 83-94
Es bien conocido cómo los conjuntos religiosos con la consideración de monasterios, es decir, aquellos ligados
en origen a la vida eremita1 que, siguiendo la regla de
San Benito de Nursia2, se fueron consolidando como centros
de vida comunitaria dirigida a la oración-meditación3,
ejercieron un importante protagonismo cultural, político y económico a lo largo del
medievo y edad moderna4. También
se halla asumido que el nuevo marco social
generado a partir de la revolución francesa tuvo una incidencia decisiva en su
existencia. Y ello hasta el punto de que, en su gran mayoría, perdieron la condición de células
religiosas y, paralelamente, sus
poderosas y magníficas residencias religiosas serán adaptadas a nuevos usos lo
que va a suponer transformaciones profundas e, incluso, en muchos casos
llegarán a desaparecer por completo.
Tal proceso,
el que se refiere a la incidencia de la contemporaneidad en la biografía
monacal deteniendo en gran manera su curso y apropiándose del rico patrimonio
hasta entonces generado, ha sido sin embargo escasamente estudiado pese a
hallarse en estrecha imbricación con la génesis de nuestro mundo actual y, en consecuencia, constituir un expresivo referente de muchas de las actitudes
que han ido guiando su desarrollo. De ahí el interés de abordar un análisis
que, refiriéndose a cuanto es ya pasado, nos permita, a la vez, comprender
mejor nuestro presente y adquirir nuevas perspectivas desde las que plantear
futuras actuaciones.
Imagen de lo que fue
Los profundos cambios que van encadenándose a partir de la segunda mitad
del siglo XVIII estimularon la definición de un organigrama socioeconómico que,
con fuerte carga secularizada y material, se diferenciaba radicalmente respecto
a cuanto había estado vigente durante más de mil años5.
Ese nuevo marco tiene su origen en las actitudes derivadas del pensamiento
kantiano que impuso la firme convicción de que el conocimiento era elaborado a
partir de los datos extraídos de la experiencia. Se abrieron, así, nuevas
posibilidades de desarrollo en base a estrechas conexiones con la realidad
inmediata convirtiéndose esta en el objeto por excelencia de cualquier
propuesta de progreso.
Tal transformación
alcanza, inicialmente, a las propias casas religiosas que se esforzaron por
renovar sus dependencias pretendiendo poner de manifiesto, a través de
magníficas empresas arquitectónicas, su positiva incidencia en la dinamización del entorno en que se eregían. Sobre ello nos hablan elocuentemente, aún en
nuestros días, esos magníficos compases de Rivas del Sil y de La Vid, la iglesia de Santo Domingo
de Silos, los monumentales frentes
de Samos y Celanova, la
sacristía de la Cartuja de Granada, etc. No
obstante, el mensaje de trascendencia que dimanaba de las actitudes
religiosas era ajeno a los nuevos presupuestos volcados hacia la inmediatez
material. Y fueron vanos cuantos intentos pretendieron evitar el triunfo
de la dimensión pragmática que priorizaba los avances seculares.
En nuestro país,
actuaron como tenaces
introductores de cambios
tan decisivos las autoridades que lo gobernaron durante el corto periodo del
reinado de José Bonaparte. A ellos corresponde la denodada defensa de una
comprensión laica que defiende el “valeros de vuestra razón”6 como instrumento básico
para el progreso. Y apelando al mismo “baxo el punto de vista de la utilidad pública”7 se decide la supresión
de los establecimientos religiosos considerados como “dañosos y fatales a los
progresos de la razón humana” Tal medida
fue acompañada de la expropiación de sus bienes para utilizarlos “desde el
punto de vista de la utilidad pública”8.
Así, las antiguas fábricas conventuales van a alojar a
los cada vez más numerosos contingentes de tropas en continua movilidad ante la
situación de conflicto generalizado. Algunas actúan
como hospitales y sus huertos
pueden llegar a convertirse en cementerios civiles donde reciben sepultura quienes fallecen en las contiendas. Es frecuente, también, que pasen a funcionar como hospicios y modernas
escuelas públicas. En ocasiones, incluso, serán demolidos, total o
parcialmente, para llevar a cabo importantes operaciones
urbanísticas o utilizar sus materiales en obras de mejora de los servicios públicos9.
No obstante,
el número de fundaciones desamortizadas era tan elevado que, una gran parte,
fue sacada a pública subasta. De esa forma, determinados
conjuntos de gran valor artístico serán adquiridos por relevantes generales u oficiales de alta graduación.
Igualmente pasan a manos particulares muchos de los inmuebles que habían
pertenecido a las órdenes extinguidas generándose, rápidamente, un notable
interés por la adquisición de las posesiones expropiadas.
En este sentido, el del afán por hacerse con los
bienes de valor hasta entonces en manos religiosas, las creaciones ligadas al arte del pasado se
constituyeron en objetos de atención
prioritaria. Cierto es que, desde el Gobierno,
fueron elaborándose sucesivos decretos destinados a la preservación de las obras con características más singulares
destinándolas a la formación de museos y bibliotecas públicas. Se intentaba
que, por ese procedimiento, las creaciones
hasta entonces “encerradas en los claustros” o “en sitios donde pocos podían entrar” y “en la más vergonzosa oscuridad”
pudieran ser contempladas por todos los ciudadanos y, a través de las mismas, se propagasen
“las reglas del buen gusto a todas las clases de la sociedad”10.
Monasterio de Yuste. J. Laurent. Archivo Ruiz Vernacci. VN-01183. I.P.C.E. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
San Pedro de Arlanza. A. Vadillo. FO-887. Archivo Municipal de Burgos.
San Juan de Duero. J. Cabré Aguiló. Archivo Cabré. CABRÉ-5254. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Pese a ello, el estado de generalizada
confrontación hizo inviable aplicar las medidas dictadas a favor del legado
artístico. Y, por el contrario,
estimularon el expolio, la comercialización ilícita y, en muchos casos, la pérdida o destrucción de una parte muy
importante del mismo. Cierto es que la salida hacia el extranjero de muchos de
nuestros magníficos tesoros artísticos favorecerá su conocimiento y, considerados como “monumento de la
gloria de los artistas españoles”11 alentará un nuevo
reconocimiento hacia España a lo largo del XIX12.
En algunos casos, incluso, lograron recuperarse determinadas piezas gracias a
las reclamaciones efectuadas y al apoyo prestado, en este sentido, desde la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando13. Aún así, el saldo resultó muy negativo a niveles de
conservación de cuanto se había atesorado en los monasterios a lo largo de los siglos.
Tras el regreso de Fernando VII, trataron
de eliminarse cuantos cambios había introducido aquella que algunos
denominaron, entonces, “precipitada revolución”14.
En consecuencia, los religiosos volvieron a ocupar sus residencias reparando
los daños sufridos y, frecuentemente,
llevaron a cabo importantes proyectos con el deseo de reafirmar la vuelta al
orden tradicional. Pero las
vivencias a favor del triunfo de los derechos individuales y la consideración
de que los edificios religiosos, con sus extraordinarios bienes, debían estar
al servicio del conjunto de la sociedad pervivieron. De ello queda clara
constancia durante el trienio liberal, momento en el que volvieron a
promulgarse nuevos decretos desamortizadores
que, aún afectando tan solo a comunidades con un número
reducido de miembros, revelan la decisión de ir pasando página para hacer
posible el nacimiento de una organización sociopolítica volcada hacia un marco
de igualdades y desarrollo material.
Tal realidad se hará posible ya en los años
treinta cuando, ante el conflicto sucesorio desencadenado a la muerte del
monarca, la regente Mª Cristina optará por apoyar la
formación de un régimen constitucional y burgués frente al programa de cuño
tradicionalista defendido por el pretendiente a la corona Carlos Mª de Borbón15. El país empieza a cambiar de forma
decisiva estableciéndose una nueva organización política, social y económica en
base a la “libertad individual del ciudadano” tal como se había propuesto ya en
las Cortes de 1811. Y ello fue acompañado por la promulgación de sucesivos
decretos de exclaustración de las órdenes religiosas y de desamortización de
los bienes en manos de la Iglesia16.
Así, progresivamente, va definiéndose un
Estado liberal dirigido de acuerdo a diferentes
opciones políticas. Se impone una nueva organización administrativa de carácter
centralizador con renovados linderos provinciales. Y, en relación con ella,
logra articularse una amplia red viaria que facilita eficientes comunicaciones.
Además, a partir de los años sesenta, se contará con el trepidante paso del
ferrocarril y, dos decenios más tarde, circulan los
revolucionarios autos y transportes colectivos motorizados. De forma paralela,
fueron introduciéndose nuevos procedimientos de producción apoyados en los
avances tecnológicos y estos, a su vez, harán posibles cambios drásticos en los
sistemas de alumbrado y servicios públicos. En definitiva, cuanto fue vigente
durante siglos dejó de serlo y las más diversas transformaciones irán
alumbrando una realidad diferente en la que “la mecanización toma el mando”
sobre la base del cambio continuo17.
En tal contexto, los grandes monasterios
que, desde tiempos inmemoriales, venían representando un desarrollo
jerarquizado bajo el sentido de acompasada transcendencia, experimentarán
transformaciones decisivas siguiendo, en gran manera, cuanto ya se había
apuntado durante el reinado de José Bonaparte. Por una parte, muchos situados en los
centros urbanos comienzan a desempeñar funciones
bien ligadas al ejército, a usos administrativos civiles, a funciones sanitarias, de beneficencia,
educación, etc. En ocasiones adquieren la categoría de centros parroquiales o,
por el contrario, fueron derribados, total o parcialmente, para posibilitar
amplias operaciones urbanísticas. A su vez, los unidos al mundo rural, serán adquiridos juntamente
con las tierras que cultivaban. Solo los de mayores dimensiones hubieron de subastarse de forma fragmentada y, con frecuencia, quedaron
sin adjudicarse sus edificios principales por la dificultad de adecuarse a nuevos usos.
Como excepción a todo ello, van a pervivir las casas de religiosas pues, aún
privadas de rentas, se acepta
que continúen con un tipo de vida que es modelo, a niveles femeninos, de sometimiento a la obediencia y al trabajo.
Pero fuera cual fuera el destino seguido en
cada caso particular, las consecuencias desamortizadoras a niveles de
patrimonio tuvieron un doble efecto de ámbito general en íntima relación. El
primero, las transformaciones experimentadas por un elevadísimo número de
conjuntos religiosos que pasaron a usos públicos con las consecuentes adaptaciones
o sustitución de sus vetustas fábricas. Y, en segundo lugar, destaca el impacto
que, en el imaginario colectivo, produjeron cambios tan radicales. Cambios que,
al consolidarse con el paso de los años, se irían ratificando en calidad de
símbolos por excelencia de un “fin de época” y “comienzo de un tiempo nuevo”.
De esa forma, las fundaciones monacales que habían ido surgiendo en
correspondencia, y como expresión, de los presupuestos propios de cada momento
pudieron seguir conservando su función testimonial aunque,
en esta ocasión,
será la de actuar como expresivo referente, imagen icónica, de cuanto había sido y dejado de ser de una manera drástica y definitiva.
“Locus” de nostalgia
Así pues, en los decenios centrales de siglo, los monasterios atraviesan el
periodo más difícil en el sentido de su permanencia
e integridad física. Sin embargo, a medida que el nuevo marco socioeconómico
resulta una realidad indiscutible y la ruina se apoderaba de muchos de los
antiguos edificios religiosos, estos comienzan a ser objeto de especial interés
planteándose en qué medida y con qué fin correspondía incorporarlos al contexto
del presente. Tal cuestionamiento
será uno de los rasgos propios del mundo contemporáneo y va unido, desde su
origen, a una fuerte polarización. Por una
parte, están los que, con actitudes radicales, consideraban los testimonios del
pasado como “un lugar extraño”18 y una rémora incompatible
con la modernización del país19. Frente a ellos, se irán definiendo
amplios sectores sociales que abogan por conservarlos en razón a constituir valiosos
referentes de esa larga trayectoria histórica que, con un sólido desarrollo puesto de manifiesto
en sus magníficas creaciones, había conducido al presente.
Esta defensa contó con un singular apoyo en
el ambiente romántico propio de la época desde el cual la soledad de los
grandes claustros emociona y las estancias monacales vacías ofrecen un
particular atractivo como marco de la evocación de épocas pretéritas. Así, ya
en 1835, Campo Alange escribía: “Poderosa es la magia de los recuerdos de un
edificio que ha enlazado con la historia
de sucesos memorables… Dentro de su recinto el velo que la vista de los pasados
tiempos nos descubre, se rasga como por encanto: la ilusión se apodera de
nuestros sentidos… Las cortadas galerías se prolongan; los arcos rotos, de
nuevo se unen y consolidan… La obra se ve completa, por un momento, cual en
otros siglos existiera: la historia se convierte en realidad, lo pasado en presente”20.
Y esa admiración por “las piedras antiguas”
va unida a su consideración como “huellas de un mundo desaparecido” que, “en la soledad de los peñascos”, “exhalan
la melancolía del pasado” y son expresión del “genio de los que fueron”21.
Es decir, los tiempos pretéritos se perciben, sí, alejados de la realidad presente pero, precisamente por ello, resulta enriquecedor
su conocimiento. Esta actitud alcanza tal intensidad y proyección que Unamuno,
a comienzos del siglo XX, dirá sobre Yuste:
“Melancólico espectáculo el del claustro del Monasterio hoy en ruinas.
Las desnudas piedras se calientan al sol, yacen por el suelo, entre maleza y
hierbajos. Los sillares que abrigaron las siestas y las meditaciones de los
Jerónimos, columnas truncadas, se proyectan sobre la verdura del monte y el
azul del cielo; y piensa uno, modificando la sentencia
del clásico, que hasta las ruinas perecerán”22.
Por su
parte, también a niveles institucionales y,
especialmente, desde la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
queda de manifiesto una decidida defensa sobre la conservación de los edificios
exclaustrados. Ya en febrero de
1836, se dirige a la Reina indicando: “La supresión repentina de los Conventos
y Monasterios de España ha causado en las artes un efecto que se siente mejor
que se explica” y considera que “cualesquiera obras que hayan de hacerse en la actualidad para reemplazar los edificios que existen de grande y noble arquitectura no podrán llenar
dignamente el lugar de las
grandes masas arquitectónicas que hoy se ven, cuya destrucción diera una baja
idea de los Españoles, en una época en que precisamente no se habla de otra
cosa sino de progreso”23. Cierto es que el posicionamiento de
la Academia dio lugar a que, desde las propias Cortes, se le acusara de tener
intereses ocultos, es decir, un pensamiento filoclerical
que volverá a denunciarse cuando el nuevo gobierno conservador suspenda, en
1845, las ventas de edificios desamortizados.
No obstante,
si bien puede aceptarse que existiera esa actitud, aún
así, iba acompañada de la defensa del arte del pasado por el hecho de representar
“una época, una creencia extinta”.
Se alejaba por lo tanto de toda vivencia religiosa mientras que, por el
contrario, daba un paso decisivo hacia una nueva concepción estrictamente
secular desde la cual el legado histórico-artístico, en calidad de tal, ha de
ser objeto de un importante reconocimiento cultural como expresión de sucesivas etapas históricas. En consecuencia, de acuerdo a un efecto de complementariedad de contrarios,
la desamortización termina alimentando en España el clima propicio para la
creación de organismos que jugarán un papel decisivo en la protección de la
herencia monástica. Este es el caso de las Comisiones de Monumentos que fueron
establecidas, en 1844, con el entusiasta apoyo de la Real Academia madrileña a quien se confió su supervisión.
Pero, para que lograran llevar a cabo una
eficaz tarea, era indispensable disponer de la información adecuada sobre cuanto
podía ser digno
de conservarse, es decir, contar
con los inventarios pertinentes. Y, en este sentido,
el efecto material de los
voluntariosos esfuerzos desplegados en las distintas provincias para elaborar
tan importante información quedó minimizado, durante decenios, a causa de la
ignorancia, el desinterés y los más espurios intereses. Pese a ello, e incluso
en base a la continua desaparición de magníficos conjuntos monacales, se iba
asentando una firme convicción sobre la necesidad de preservar aquellos más
valiosos que, según escribía Gustavo Adolfo Bécquer en El Contemporáneo, parecían revelarse como “la vaga predicción de
las maravillas que hoy realiza nuestra época”24.
De ahí las constantes aportaciones que, en muy distintas publicaciones,
aparecían destacando la riqueza artística que daba una identidad propia a los
más diversos rincones de nuestra geografía.
Todo ello
contribuyó a que, siguiendo un proceso cuyo ritmo hoy puede parecer lento si
bien no lo era tanto en esos complejos momentos de
profundos cambios, se fuera fraguando el actual concepto de patrimonio
histórico-artístico. En correspondencia con él, a partir de 1845, comenzarán a
reconocerse determinados conjuntos como “Monumentos de la Nación”. Tal
categoría implicaba la obligación del Estado de velar por su
conservación, hecho que planteará, a su vez, dos cuestiones fundamentales en
conexión con el campo del conocimiento y con el de las actuaciones. Es decir,
se hacía preciso proceder a la selección y análisis de aquellas creaciones que,
aún siendo “huellas de un mundo desaparecido”,
permitieran avanzar, en el estudio del pasado, a través de las características de
su propia materialidad más allá de lo que aportaban los datos escritos, con los
que es “muy fácil equivocarse”25. Y, a la vez, en relación con esa dimensión
histórica, surge un controvertido posicionamiento en torno al tipo de
actuaciones que debían llevarse a cabo para su preservación en correspondencia
con la misma.
En la primera dirección, la del
conocimiento, se parte de la línea trazada por la Ilustración, es decir, dar
valor preferente a las obras seleccionándolas de acuerdo con su antigüedad26.
Los testimonios romanos, pues, continúan despertando particular interés y
consta cómo, en torno a algunas de las ruinas más representativas, se genera,
incluso, un próspero comercio ilícito substrayéndose cuantos objetos puedan ser
fácilmente vendidos a particulares27.
Al mismo tiempo, integrados en muchos de tales conjuntos se hallaban, también,
interesantes obras que revelaban la introducción del cristianismo o constituían
células cenobíticas que actuaron como germen de una larga secuencia monacal
con muy importante impacto a lo largo de la Edad Media y en la etapa
Moderna. De ahí la atención que, en relación con el arranque y desarrollo de la denominada “civilización cristiana”28 va concediéndose a
antiguos edificios monásticos entre los que se hallan Quintanilla de las Viñas
y San Pedro de Arlanza (Burgos),
monasterios de Yuste y de Guadalupe
(Cáceres), San Miguel de la Escalada (León), San Millán de la Cogolla (Logroño), Santa
Comba de Bande (Orense), etc.
Santo Domingo de Silos. A. Vadillo. FO-704. Archivo Municipal de Burgos.
Pese a tales avances, el imperativo legal
impuesto por los decretos desamortizadores, en razón de
dedicar los bienes expropiados a “abrir nuevas fuentes de riqueza”29, originará pérdidas incalculables en el legado artístico
monacal. Cierto es que, a partir de los primeros decretos desamortizadores de
1835, se dictaron, también, sucesivas instrucciones relativas a preservar
aquellos conjuntos que, por sus valores históricos o artísticos, debían
permanecer para “honrar la memoria de las hazañas nacionales”. Con este objetivo,
se consideró preciso nombrar Comisionados “que deben hacerse cargo de los
archivos, bibliotecas y objetos pertenecientes a las bellas artes de los
conventos suprimidos”30 elaborando
los correspondientes inventarios. Pero tales responsabilidades recayeron,
inicialmente, en personas ligadas a la administración que, sin una preparación
adecuada y careciendo del necesario apoyo económico, hubieron de actuar
inmersos en un marco definido por muy diversas injerencias e intereses
contrapuestos.
Precisamente en ese sentido, el del
cumplimiento de la obligación de preservar los bienes desamortizados más
valiosos, resulta importante señalar cómo la aplicación de las órdenes del
Gobierno termina produciendo efectos contrarios respecto a los propósitos que se perseguía. Así, con el objeto de evitar toda substracción ilícita,
los Comisionados trataron de
extraer los objetos más importantes de cada antigua casa religiosa para
transportarlos a las respectivas capitales de provincia donde, según estaba
establecido, deberían de pasar a formar parte de los correspondientes museos y bibliotecas
públicas que habrían de crearse. No obstante,
tales actuaciones tuvieron un doble efecto negativo. Por una parte, colaboraron a la ruina de los conjuntos
exclaustrados al dejarlos vacíos y privados de los elementos más importantes
que habían albergado. Y, al mismo
tiempo, al tenerse que improvisar depósitos donde dejar los objetos trasladados, éstos quedaron expuestos
a todo tipo de hurtos y extracciones espurias31.
San Miguel de la Escalada. J. Laurent. Archivo Ruiz Vernacci. VN-05248. I.P.C.E. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Monasterios de ficción
Tal proceso, con fluctuaciones
diversas en relación con la permanencia de los bienes desamortizados, culminará
en el tercer tercio de siglo. Primero, el sexenio revolucionario resultó un
momento marcado por posiciones exacerbadas a favor de un organigrama político
de libertades claramente anticlerical. En consecuencia, actúa contra los
privilegios de los que gozaba la
Iglesia e, incluso, buscará eliminarse los monasterios femeninos a la vez que
diversos edificios religiosos son destruidos en ciudades principales como
Barcelona, Sevilla o Zaragoza32. También, entonces, la Academia de
San Fernando trató de evitar a través de las Comisiones de Monumentos las
consecuencias desastrosas que todo ello
suponía para cuanto ya se comenzaba a valorar, por muchos, como un legado digno
de la mayor consideración. Finalmente, el propio Gobierno de la I República
publicó un enérgico Decreto para paralizar los abusos anunciando la próxima elaboración de una Ley de Monumentos.
Cierto es que esta no se llegará a publicar pero, al plantearse la necesidad de su existencia,
se daba un paso decisivo hacia nuevos posicionamientos. En el futuro, será ya
indiscutible que las creaciones del pasado han de ser consideradas como un bien
común de carácter histórico-artístico cuya presencia, revelando el largo
proceso de continua progresión por el que se fue transitando a través de los
siglos, va unida al horizonte cultural contemporáneo. De ahí la necesidad de velar
desde las instituciones con el fin de que se conserven adecuadamente y sean accesibles para el público disfrute. No obstante, en su progresivo reconocimiento y en el tratamiento
del que serán objeto, van a quedar de manifiesto consideraciones e intereses
contrapuestos, es decir,
una “instrumentación” profundamente significativa respecto
a las intenciones de los protagonistas políticos
de cada momento33.
En efecto, tras la restauración monárquica
con Alfonso XII, la búsqueda de un consenso social bajo el poder hegemónico de
la burguesía, unida al espíritu de renovación religiosa derivado del concilio Vaticano I34, alcanzará repercusiones decisivas sobre el patrimonio. Se pasa, entonces,
a considerar la Edad Media y el comienzo de la Moderna como paradigmas de
unidad y progreso durante los cuales la autoridad real, la participación de la
Iglesia y el protagonismo económico burgués lograron estimular, de forma
conjunta, las más altas cotas de desarrollo. Bajo ese prisma, y dadas las renovadas relaciones entre Estado e Iglesia, la jerarquía eclesiástica se esfuerza para que los principales edificios de culto sean reconocidos como Monumentos de la Nación
traspasándose, así, al Estado la responsabilidad de conservar
sus magníficas fábricas. Tal intento alienta las sucesivas
declaraciones que irán afectando a las más célebres catedrales y las intervenciones de las que, con dinero público, serán objeto.
Por el contrario, resultan
muy contadas las solicitudes a favor de los antiguos
edificios monacales y su pervivencia seguirá cauces propios. En
este sentido, las actuaciones van a derivarse del impulso generado por
diferentes agentes. De un lado, la
propia corona muestra su interés respecto a la permanencia de aquellas
creaciones que pueden actuar como testimonio del beneficioso papel ejercido por
la misma en épocas pasadas, o forman parte del patrimonio real. Así ocurrió en
relación con la Cartuja de Miraflores y el Monasterio de Las Huelgas, en
Burgos, o respecto a las fundaciones de Poblet o Santa Creus en Tarragona.
Pero, sobre todo, fue la incansable actividad desempeñada por la Real Academia
de San Fernando y por las Comisiones Provinciales de Monumentos a la que se
debe un mayor número de actuaciones. De ello queda constancia en los
monasterios de San Pablo de Barcelona, Santa María la Real de Nájera, en Logroño, de Ripoll, en
Gerona, y de Leyre, en Navarra, de Osera y Ribas del
Sil, en Orense, de San Juan del Duero, en Soria, etc. etc.
También la
fortuna seguida por determinadas fundaciones que, pese a su inicial abandono, poseían
importantes edificios dependió de las más variadas iniciativas
procedentes de muy diversos agentes sociales. Consta cómo, en determinadas ocasiones, son los propios ayuntamientos o, incluso, algunos particulares socialmente destacados quienes defienden
la pervivencia de ciertos conjuntos ligados a la historia local o regional. Tal ocurrió con el Monasterio de Monserrat, en Madrid, o con el palentino de San Zoilo en Carrión de los Condes. No obstante,
el capítulo más notable en ese sentido es el que se refiere a las intervenciones generadas
a partir del propio sector religioso. Por una parte, en ocasiones,
son los propios obispos y párrocos quienes, al frente del culto en iglesias
monacales desamortizadas, solicitan insistentemente ayuda para su reparación; así se documenta
en San Salvador de Oña, en Burgos,
y en Santa Comba de Bande,
en Orense. Pero, sobre todo, resultan
muy interesantes las actuaciones que se derivan
de “refundaciones” llevadas
a cabo en antiguos cenobios cuyas dependencias padecían las consecuencias de un
largo abandono y continuos saqueos.
Es esta, la ocupación de los edificios
desamortizados propiedad del Estado por parte de nuevas comunidades, un tema pendiente de estudio
en profundidad a través del cual podrá avanzarse en la comprensión de ciertas
dinámicas sociales que, precediéndonos, aún proyectan su influencia hasta
nuestros días. En general, responden a iniciativas de emprendedores religiosos
que, ya pertenecientes a las órdenes originarias o a otras en proceso de
expansión, trataron de reutilizar las
posibilidades brindadas por la rica herencia monástica para, adaptándolas,
iniciar una renovadora andadura bajo el horizonte
contemporáneo. Así los nuevos ocupantes
reconociendo, como expresamente se documenta en Santo
Domingo de Silos, que tan antiguos conjuntos estaban impregnados de “un olor de santidad monástica
inexplicable”, se irán “acomodando en las ruinas… a través de las galerías
llenas de escombro, con el suelo levantado,
las paredes resquebrajadas…”. Y, con
el fin de “completar lo que los siglos nos han legado y dejado las devastaciones
modernas”, solicitan autorización para habitar en el cenobio abandonado al que,
con una visión moderna, califican
de “magnífico monumento admiración de la noble tierra
de España35.
Monasterio de Ripoll. J. Morelló i Nart. Arxiu Fotogràfic del Centre Excursionista
de Catalunya. AFCEC_MORELLO_A 589bis. Memòria Digital
de Catalunya
.
Toda esta actividad a favor de la conservación de las que habían sido destacadas fundaciones monacales, tanto la promovida de forma mayoritaria por los entes oficiales o a
través de particulares, generó a su vez actitudes divergentes sobre el tipo de
intervenciones que correspondía llevar a cabo en tan venerable herencia. Como punto de partida, la Academia de San Fernando
defendió tenazmente la necesidad de efectuar inventarios que permitieran conocer
las principales obras
existentes. Así venía
haciéndolo desde los años
cuarenta en respuesta a las frecuentes denuncias sobre el “ningún partido que
se ha sacado en beneficio público del sinnúmero de objetos artísticos y
literarios que estaban depositados en los establecimientos religiosos”. Pero,
en este sentido, los resultados fueron modestos de suerte que, según expresivos
testimonios de la época, los bienes desamortizados siguieron ignorados padeciendo “la incuria o la rapacidad y el
interés particular”36.
Frente a esta situación comenzará a tomar
fuerza la actitud, defendida por la Academia madrileña, sobre conseguir una
protección integral de cada conjunto de especial valor. Para ello se propone
mantener en el mismo sus piezas más significativas por cuanto “El despojar,
aunque caídos y casi abandonados ciertos monumentos históricos de aquellos
objetos mas ofrece a veces inconvenientes mayores”
respecto a su preservación e, incluso, para las propias obras que están “mas propio y oportunamente colocadas dentro de su recinto
que no figurando en un museo donde ni su valor artístico ni su importancia
histórica las hacen necesarias”37. No obstante, el tema de mayor
discusión se refiere a la permanencia de los propios edificios dado que, por el
estado de abandono, iba desapareciendo cuanto no se refería a sus elementos más
representativos. De esa forma aquellos conjuntos, consolidados como complejos
microcosmos, irán adquiriendo una definición fragmentada sobreviviendo, en la
mayoría de los casos, como monumentales iglesias aisladas en un entorno donde iban
desapareciendo las múltiples dependencias monacales.
Pero si
esa transformación va a considerarse como propia de su nuevo carácter,
admirados hitos del pasado, no se producirá el mismo consenso respecto a las
decisiones que deberían adoptarse para mantenerlos en calidad de tales. Y, bajo esta perspectiva, los antiguos
cenobios jugarán un papel importante desde dos dimensiones complementarias. Por una parte, la singular
visión de sus ruinosas estructuras permitió avanzar en el conocimiento del proceso constructivo y de las diferentes soluciones creadas a lo largo del tiempo.
Así será, por esos años, cuando surge ya una amplia diferenciación
sobre las diversas manifestaciones artísticas del medievo y de sus raíces
multiculturales. De esta forma lo testimonia la elaboración de interesantes
estudios relacionados con el arte peninsular individualizando lo que se denominará como arte mozárabe, arte románico y arte gótico.
A la vez, estos progresos fueron unidos a
la redacción de diferentes proyectos que, destinados a preservar la permanencia
en el tiempo de edificios de notable singularidad, plantean opciones
divergentes. Destacan, entre otras, las dos propuestas que fueron concebidas,
en los años ochenta, para la iglesia del monasterio leonés de San Miguel de la Escalada cuya antigüedad se remonta al
siglo X. La primera de ellas, con la firma de Demetrio de los Ríos, plantea eliminar
cuanto considera que, originariamente, fue construido de forma defectuosa o
dificultaba, en la actualidad, la contemplación de sus formas primitivas. Por el contrario, Juan Bautista
Lázaro termina llevando
a cabo una intervención en la que se busca respetar,
en lo posible, el edificio
heredado38.
Tal posicionamiento
es el que, de forma insistente, defenderá la Real Academia de San Fernando
aunque, pese a
sus indicaciones, muchas de las actuaciones llevadas a cabo en aquellos años
finales de siglo estén alejadas de las mismas.
Este es el caso de las obras que se ejecutaron en el monasterio catalán de
Santa María de Ripoll donde, partiendo de la propuesta de Elias
Rogent, tratarán de buscarse las raíces de una
tradición arquitectónica propia con resultados muy discutibles39.
En consecuencia, queda de manifiesto de forma notable hasta qué punto las
descarnadas estructuras del legado monástico van participando activamente en la
definición de actitudes diversas que, aún hoy,
son objeto de apasionadas controversias.
1.
ARRANZ, A., MITRES, E., MOXÓ, F. de y MORENO, J. I., Los orígenes del monacato, Madrid, Cuadernos Historia 16, 1985, pp.17-30.
2.
STEIDLE, B., La regla de San Benito comentada a la luz del antiguo monacato, Burgos, Monasterio de Santa María la real de Huelgas 1998
3.
Sobre el tema existe una amplia bibliografía citada en múltiples estudios según se recoge por GARCÍA MARTÍNEZ, P., Monasterios, Ed. Rueda, Madrid, 2004.
4.
ATIENZA, A., Tiempos de conventos. Una historia social de las fundaciones en la Edad moderna, Marcial Pons, Historia, Madrid, 2008.
5.
CHARTIER, R., Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa, Barcelona, Gedisa Editorial, 1995.
6.
Archivo Municipal de Burgos (en adelante A. M. Bu.), Actas Municipales de 1810, 15 de mayo, fs.116-117.
7.
Gazeta de Madrid, 1810, 21 de noviembre, pp. 1455 y 1456.
8.
Archivo General de Simancas (en adelante A .G. SIM.), Sec. Gracia y Justicia, Leg. 1247.
9.
El tema aparece recogido en múltiples
estudios referidos a la arquitectura del siglo XIX; NAVASCUÉS PALACIO, P., Arquitectura
española (1808-1914), Summa Artis, T. XXXV, Madrid, Espasa-Calpe, 1993; IGLESIAS ROUCO, L. S., Urbanismo y arquitectura de Valladolid. primera mitad del siglo XIX, Ayuntamiento de Valladolid, 1978 y Burgos en el siglo XIX. La ciudad y su arquitectura, Universidad de Valladolid, 1979; OLMEDO SÁNCHEZ, J. V., “De la ciudad conventual a la ciudad burguesa: las órdenes religiosas en la evolución urbana de Córdoba”, Hispania sacra, vol. 64, no. 129 (2012), pp. 22-66, etc.
10.
Gazeta de Madrid, 1809, 21 de agosto, p. 1043; idem,
1810, 21 de noviembre pp.1455 y 1456; idem, 1811, 13 de julio, pp.792 y 793
11.
Ibidem, 1809, pp. 1554 y 1555, Decreto de la constitución del museo josefino. Sobre el tema, ANTIGÜEDAD DEL CASTILLO OLIVARES, M.D., “Arte y coleccionismo en Burgos durante la ocupación francesa”, Espacio, Tiempo y Forma, 1989, T.2, pp. 329-342.
12.
De esta forma es considerado por HERNANDO, J., El pensamiento romántico y el arte en España, Madrid, Cátedra, 1995.
13.
Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (en adelante A.A.S.F.), Sig. 37, 2/4 y Actas Ordinarias general y públicas 1803- 1818 fols. 457 y 457vº.
14.
IGLESIAS ROUCO, L. S. y ZAPARAÍN YÁÑEZ, M. J., “Ciudad y cultura: Burgos 1808-18013”, en Burgos en el camino de la invasión francesa.1807-1813, Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Burgos, 2008, pp. 19-29.
15.
BURDIEL, I., Isabel II, una biografía (1830-1904), Madrid, Ed. Taurus, 2011.
16.
MARTÍN, T., La desamortización. Textos políticos-jurídicos, Madrid, Narcea, 1973.
17.
GIEDION, S., La mecanización toma el mando, Barcelona, Gustavo Gili, 1978.
18.
LOWENTHAL, D. El pasado es un lugar extraño, Madrid, Akal, 1998
19.
CALVO SERRALLER, F., La imagen romántica de España. Arte y Arquitectura del siglo XIX, Madrid, Alianza Forma, 1995, p.11
20.
“El Alcázar”, El Artista,
T. II, Madrid, 1835, p. 241
21.
“Demoliciones de conventos”, El Artista,
Tomo III, Madrid, 1836, p.98
22.
Texto recogido por MARTÍN GONZÁLEZ, J.J., “De la mano de Unamuno por nuestros monasterios”, Estudios ofrecidos a Emilio Alarcos Llorech, Universidad de Oviedo, 1978, pp. 408-422
23.
Textos recogidos por ORDIERES DÍEZ, I, Historia de la restauración monumental en España (1835-1936), Madrid, Ministerio de Cultura, 1995, pp. 102-104 y 217.
24.
“Variedades”, El Contemporáneo, Madrid, 21 de agosto de 1864, p. 3.
25.
IGLESIAS ROUCO, L. S., El patrimonio burgalés y la Comisión Provincial de Monumentos (1800-1900), Burgos, Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes. Institución Fernán González, Burgos, 2012, p.80.
26.
ASSUNTO, R., La Antigüedad como futuro. Estudio de la estética del Neoclasicismo europeo, Madrid, Visor, 1990, p.31.
27.
A. A. S. F., Leg. 2-46-7, 26 de febrero de 1845, 6 y 26 de junio de 1846, etc.
28.
HERNANDO, J., El pensamiento romántico y el arte en España, Madrid, Cátedra, 1995, p. 125.
29.
Decreto del 11 de octubre de 1835, sobre el tema SIMÓN SEGURA, F., La desamortización española del siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1973; REVUELTA GONZÁLEZ, M., La exclaustración. 1833-1844, Madrid, Editorial Católica, 1976; RUEDA HERNANZ, G., La desamortización en España: balance (1766-1924), Madrid, Arco Libros, 1977, etc.
30. A. A. S. F., Leg. 2-55/2.
31.
Las denuncias en este sentido son numerosas. A. A. S. F., Leg. 2-55/2, 19 de marzo de 1836 y Leg.
2-46, 28 de junio de 1836 y 17 de enero de 1837, etc.
32.
CÁRCEL ORTÍ, V., Historia de la Iglesia en la España contemporánea, Madrid, Ed. palabra, 2002 y HERNANDO CARRASCO, J., Las bellas artes y la revolución de 1868, Universidad de Oviedo, 1987.
33.
PÉREZ GARZÓN, J. S., La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder, Barcelona, Editorial Crítica, 2000.
34.
NAVASCUÉS PALACIO, P. y QUESADA MARTÍN, Mª
J., El Siglo XIX. Bajo el signo del Romanticismo, Madrid, Silex,
1992, pp. 48 y ss.
35.
Textos recogidos por IGLESIAS ROUCO, L. S., “Recuperación y restauración del Monasterio de Silos”, Stvdia Silensia XXVIII, 2003, pp. 425-454. 36. A. A. S. F. Legs. 2-46-7 y 2-47-7.
37.
Idem, 8 de diciembre de 1847.
38.
GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, I., Restauración monumental en España durante el siglo XIX, Madrid, Ámbito, 1996, pp. 206-213 y Conservación de Bienes Culturales, Madrid, Cátedra, 1999, p. 183.
39.
Sobre el tema existen sólidos estudios partiendo del de NAVASCUÉS PALACIO, P., “La restauración monumental como proceso histórico: el caso español, 1800-1850”, Curso de mecánica y tecnología de los edificios antiguos, COAM, 1987.
Fecha de recepción: 26-09-2012 Fecha de aceptación: 13-05-2013