Una
dote para Cecilia.
La colección de don Miguel Marín de Villanueva1
Pilar Diez del Corral Corredoira
IHA (FCSH. UNL, Lisboa)
En este trabajo se aborda el estudio documental de la dote de doña Cecilia
Fernández de Heredia, lo que permite no sólo
revelar la riqueza de la misma sino también ahondar en la historia el
coleccionismo en España. Valentín Carderera fue el primero en llamar la atención sobre esta colección
de pinturas, y gracias al descubrimiento del documento original podemos conocer de primera mano
la magnitud de la misma. Así mismo este estudio ha permitido desmentir la muy
extendida creencia de que existían dos grandes colecciones en la Zaragoza de la
Edad Moderna; la de Fernández de Heredia y la de Miguel Marín de Villanueva,
puesto que en realidad se trata de la misma, como se desprende del estudio. Palabras clave: España, coleccionismo,
Barroco, nobleza aragonesa, Fernández de Heredia, Marín de Villanueva,
inventarios de bienes. documental genealógico
realizado.
This article
deals with the study of the official
document of the dowry of Cecilia Fernández de Heredia. This document
reveals the richness of her dowry and it allows us to take a new look at the
History of Collections in Spain. Valentín Carderera
was the first who paid attention to this painting collection, but now due to
the discovery of the original official document we know more about the paintings. Furthermore, this article provides the evidence
to refute the belief
that there were two important
collectors in Modern
Era Saragossa; the Fernández de Heredia collection and the Miguel Marín de Villanueva one. In fact, the documental and genealogical analysis
shows they are one and the same.
Keywords: Spain, collections, Baroque, Aragon nobility, Fernández de Heredia, Marín de Villanueva, goods inventories.
atrio nº 19 | 2013 ISSN: 0214-8293 | pp. 117-126
1.
Quiero agradecer a don Renato de
Tomasi el haber confiado en mí para realizar la investigación que llevó al
descubrimiento de este documento y su apoyo a lo largo de la misma. No quiero
olvidar tampoco la gran generosidad que Quina Romero, archivera del Archivo
Histórico de Protocolos Notariales (Zaragoza), me brindó desde el primer día,
sin su ayuda y conocimiento no sólo no hubiera podido encontrar el documento
objeto de este estudio sino que probablemente hubiera perecido sepultada entre
protocolos. Así mismo, quiero dar las gracias a Antonio Gracia Diestre por su disponibilidad y ayuda desinteresada a la hora de desentrañar los diferentes documentos
notariales.
En 1866 Valentín Carderera2 (1796-1880) publicaba la
segunda edición de los Discursos
practicables del nobilísimo arte de la pintura de Jusepe Martínez3.
Junto al tratado decidió publicar en forma de anexos una serie de noticias que
el deán de Zaragoza, Juan Antonio Hernández Pérez de Larrea, había mandado
añadir a la copia del original de Martínez en
el año 1796. Estos anexos recogían variada información artística y, entre ella, destaca la mención de la
particular dote de doña Cecilia Fernández de Heredia. Ésta contrajo matrimonio
en 1702 con don Joseph Fuenbuena de la Fuente y, entre las habituales tierras, rentas y
demás bienes raíces, recibe una colección de obras de arte. No podemos confirmar que Carderera o el copista consultasen las capitulaciones
matrimoniales pero, al menos, tuvieron acceso a una parte y en el anexo
transcribe un listado de más de ciento cincuenta pinturas acompañado de su
tasación. La colección tenía una entidad que la hacía merecedora de aparecer como anexo a la obra de Martínez,
pero desafortunadamente Carderera no menciona la procedencia ni la fortuna de la misma, al igual que el origen de dicho elenco.
Este trabajo tiene dos objetivos básicos:
en primer lugar, analizar y dar a conocer el hallazgo del documento original de
las capitulaciones de doña Cecilia, localizado en el Archivo Notarial de
Zaragoza4, y en segundo, a través de un estudio genealógico basado
en documentos notariales, establecer el origen del legado de la joven. Este
segundo objetivo nos llevará a
demostrar que la colección de Cecilia es en realidad la herencia de su abuelo,
don Miguel Marín de Villanueva, del que no se conocían los vínculos de sangre. Así las cosas,
la colección de don Miguel,
conocida por menciones en la literatura artística,
pero nunca estudiada,
formaba parte de la rica herencia que Cecilia llevó a su matrimonio.
Hasta la fecha la historiografía se había
hecho eco de la existencia de la colección Fernández de Heredia5,
en la que se encontraban obras de Tiziano, Correggio,
Bassano o el mismo Jusepe Martínez. Esto suponía tan
sólo una parte de la dote de doña Cecilia, compuesta también por tapices, joyas
y plata; entre otras valiosas propiedades. Todo ello aparece detallado en las
capitulaciones matrimoniales firmadas el 24 de septiembre de 1702 ante el
notario del Número de Zaragoza, don Braulio Villanueva.
El estado de conservación del documento es,
en términos generales, muy bueno, con algunas salvedades en la parte dedicada
al inventario, que se encuentra como un cuadernillo independiente. El protocolo
es especialmente extenso y presenta índice. Bajo el epígrafe de “matrimonios”
se cita a doña Cecilia Fernández de Heredia y don Joseph Fuenbuena,
pero las capitulaciones, que aparecieron colocadas al final del protocolo, no
presentan numeración correlativa (a excepción del inventario que la tiene
propia) lo que quizá explique el que haya pasado desapercibido a los
estudiosos. La parte documental previa al inventario se encuentra todavía
cosida en el lugar correspondiente y no tiene ninguna laguna, mientras que del
inventario se han desprendido la primera y la última página, que se encuentran
en estado parcialmente fragmentario.
La organización del inventario merece ser estudiada
con cierto detenimiento. Se divide en diferentes secciones: se nos proporciona
la tasación y el valor total en libras jaquesas de los muebles y alhajas que
acompañaban a las obras de arte:
Escritorios,
bufetes y escaparates: 2946 L.j. Ropa blanca: 1233,12
L.j.
Colgaduras
de camas: 1793,3 L.j. Tapicerías: 6220 L.j.
Alfombras: 442,4 L.j.
Pinturas: 8920 L.j.
Joyas: 1683,12 L.j.
Plata labrada: 2132,5 onzas de plata
Una vez recogidas todas
las piezas, el notario estima
el total de las “alhajas” en 24.480 libras
jaquesas, tres sueldos y ocho dineros, pero que “por cuanto se reconoce muy excesiva la
estimación y valor que se dio a dichas alhajas contenidas en dicho inventario y
consta a dicho señor conde que no se hizo formal no jurídica tasación y que en
la verdad se han determinado en el
transcurso de tanto tiempo (…) se proporciona y reduzca a la de veinte mil
ciento veinte libras jaquesas debiéndose admitir las que estuvieren en ser y por las que no estuvieren se haya de proporcionar el precio
y valor de ellas según este cómputo y no según la tasa de dicho inventario”. Se
produce, por tanto, un ajuste sobre el valor estimado de los bienes en el
momento en que se hizo el inventario y el valor en momento del matrimonio. Este
hecho nos hace pensar que el inventario fue realizado en una fecha anterior,
que explicaría la nada desdeñable rebaja
en su valor pecuniario.
Si observamos con detenimiento el
documento, nos encontramos con correcciones, así como con una serie de símbolos
que deben de indicar si el objeto en cuestión todavía permanecía en posesión de
la familia. A ello hay que añadir la particular presentación de los documentos,
que señalamos al principio, esto es, divididos en dos partes: por un lado los pliegos
redactados ante el notario Braulio
Villanueva y, por otro, el cuadernillo independiente del inventario cosido en su momento en el interior, lo que hace más plausible
que se trate de una parte añadida.
Si volvemos sobre el valor total de los
diferentes grupos de objetos, exceptuando la plata labrada de la que no
poseemos más que el peso total, la colección de pintura, con un valor de 8.920
libras jaquesas, es con mucho la parte más valiosa de la dote, seguida de cerca
de los tapices, tasados en 6.220 libras jaquesas. A pesar de la alta cifra
asignada a las pinturas, lo cierto es que se trata más de una cuestión
cuantitativa que de valor intrínseco de las obras. Tan sólo es necesario
comparar el valor de 20 libras que se da a un original de Leonardo da Vinci
frente a las 3.500 libras en que se tasó el juego de diez tapices de Lucas de
Holanda, la obra más valiosa de toda la dote. La colección de tapices es de
sumo interés, puesto que se trata de piezas de gran lujo que no dejan duda
sobre el poderío económico de la familia6.
La sección dedicada a los muebles sorprende
por su inusitada riqueza. Constan al menos quince escritorios de ébano y marfil
del tipo más preciado y típicos de Alemania e Italia, así como alguno con
incrustaciones de plata y detalles de piedras. Algunos de ellos detallan el
tamaño: “un escritorio de ébano de
seis palmos de largo poco más y tres de alto con su portalada de marfil con un surtidor” e incluso procedencia y otros particulares: “un escritorio de Alemania con
figuras de ébano y marfil talladas”. Este tipo de muebles de Alemania se
identifica normalmente con piezas realizadas
en marquetería de maderas en Augsburgo a mediados del siglo XVI7.
El gran número de escritorios delata con
mucha probabilidad un uso para guardar monedas, medallas y todo tipo de objetos
pequeños. El famoso coleccionista oscense Juan de Lastanosa
poseía tres escritorios de ébano, marfil y plata en
los que guardaba su colección numismática8, y en nuestro caso el
propio documento nos provee de dos menciones que nos hacen pensar en un uso
similar. En la primera se habla de dos escaparates, que son vitrinas en las
que se exponían desde vajilla a
reliquias y que son típicas del sur de Italia: “dos escaparates de ébano revestidos
de concha y marfil con sus lunas cristalinas (…) las alhajas de dentro de los
escaparates 100 l. j.”. En cambio,
la segunda mención se refiere a un mueble
del que es conocido su uso como lugar para guardar y exponer pequeños
tesoros, joyas o monedas
y que está ampliamente documentado como tal; se trata de las arquimesas o
bargueños. Cecilia heredaría once arquimesas de diferentes tamaños y calidades,
entre las que destacan una de “tiempo de los moros” que podría tratarse de artesanía hispanomusulmana o bien de
taracea italiana; otra “toda por dentro de cuarzo y marfil”, que podría estar
en la línea de la mesas de piedras preciosas italianas; y también una
“arquimesa de Alemania grande forrada de por fuera de damasco verde”. Sin
embargo, nos interesa subrayar “una arquimesa
de nogal de cinco palmos de largo del tiempo de los moros toda guarnecida de
hueso vale 25 l. j. y dentro hay unas medallas que no entran en la tasa”, que
confirma que el destino de muchos de estos ricos muebles estaba pensado para algo más que un uso común.
El resto del inventario de muebles se
completa con más de doce mesas, de las cuales sólo dos parecen simples,
mientras que en el resto abundan la caoba, el cuarzo, el marfil y el ébano
entre otros materiales preciosos, así como dos piezas de cuero de Moscovia. Sin
duda se trataba de obras suntuosas como “dos mesas grandes con sus pies de
ébano de Portugal y los tableros de jaspe guarecidos con sus cornisas de
cuarzo”, tasadas en 50 libras jaquesas cada
una. Hay también numerosos espejos de ébano y plata, así como camas de
palo santo, doradas y con bronces dorados, entre otras cosas.
La dote de Cecilia contenía
también un nutrido
ajuar de alfombras, ropa blanca y colgaduras cuyo valor superaba con creces las 3.000 libras
jaquesas y que denotaba la riqueza y variedad con la que se vestía las casas de
la nobleza. Solamente en lo relativo a la ropa blanca9,
destacan los manteles y servilletas alemaniscos, que presentan un
característico tipo de bordado de origen germánico, así como un juego de
almohadas y sábanas de Rouen. Los tejidos venidos de
allí tienen como denominador común ser de “confección especialmente rica y
lujosa”10. La gran mayoría de este ajuar está compuesto por
manteles reales, un tipo de tejido realizado en España a imitación de los
manufacturados en Holanda y Flandes. También de Holanda vienen dos colchas, que en general suelen ser
lienzos de gran calidad, labrados, guarnecidos, con encajes, deshilados, etc.
Entre los tejidos mencionados destaca la
presencia de damascos, tafetanes y terciopelos, así como los tintes más caros:
el carmesí y el azul. Las numerosas colgaduras, doseles, colchas y cortinas
están complementadas por no pocas alfombras, todas ellas venidas de lugares
lejanos como Egipto y Turquía. Esta parte de la dote no sólo nos confirma la
riqueza de la que hacían gala las clases altas aragonesas, sino que también
demuestra que la futura esposa viene de una familia de posición. La posesión de
estos bienes sirve sobre todo para definir el lugar que esta familia ocupaba en
la sociedad y el que esperaba seguir ocupando en este matrimonio. Lo mismo se
puede inferir de la suntuosa colección de tapices con la que se dota a Cecilia.
Desde que Felipe el Atrevido (1342-1404),
duque de Borgoña, pusiera de moda el regalar tapices de su propia producción
como presente diplomático11, el tapiz siempre disfrutó de un lugar
decisivo a la hora de medir la pujanza y magnificencia de su dueño. Se trataba
de obras extraordinariamente caras y que requerían de una economía
muy saneada para poder encargar y comprar una sola
serie. La familia de Cecilia sin duda perteneció a ese pequeño grupo, puesto
que ella hereda nada menos que una serie de diez tapices de Lucas de Holanda12.
Cada uno medía seis metros y el ciclo presentaba historias del Antiguo
Testamento, alegorías y temática troyana. Solamente este grupo de tapices se
valora en 3.500 libras jaquesas, una cifra extraordinaria, convirtiéndose en la
obra de más valor de toda la dote.
Lucas de Holanda vuelve a ser el autor de
otra serie más modesta tasada en 196
libras. Se trata de tres piezas de cinco metros dedicadas a la historia del
Amor y otros dos tapices sobre el rey
Fernando. Además, el inventario menciona reposteros de temática heráldica,
tapices de motivos vegetales (“verduras”) y animales, así como alguna historia
bíblica. Cabe destacar un tapiz de cinco metros de decoración animalística bajo
diseño de Le Brun y 24 reposteros de Van Dyck, que confirman que la colección
fue creciendo a lo largo del tiempo.
En lo que concierne a las joyas,
sorprende que el número y el valor de las piezas sea mucho menor.
Si exceptuamos una venera
grande con esmeraldas, valorada en 983 libras,
el resto de las joyas son de menor entidad aunque también valiosas13.
En cambio, en la sección de plata labrada Cecilia aporta al matrimonio una rica
colección de vajilla y cubiertos destinados a cubrir las numerosas necesidades
de la cocina de esa época. Todas esas
piezas dejan de manifiesto el importante papel que tenía el ceremonial social, pues no sólo responde a la idea de
magnificencia propia de una familia noble sino que también aluden al
refinamiento de sus hábitos14.
1.- Primera página del inventario
de las pinturas,
Capitulaciones matrimoniales de
Cecilia Fernández de Heredia, Protocolo 1702, Braulio Villanueva,
Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza (A.H.P.N.).
Todos los
bienes que Cecilia aporta al matrimonio con don Joseph Fuenbuena
entran dentro de lo esperado para una familia de importancia pero, sin duda, la
parte correspondiente a las pinturas y otras obras de arte es un elemento muy
característico, porque si bien no era inusual que se poseyesen pinturas, lo cierto
es que en este caso hablamos de una colección con una entidad que supera el
mero afán decorativo para delatar la mano de un verdadero coleccionista detrás.
En cuanto a las pinturas, lo primero que
hay que aclarar es que Carderera sólo informó de una
parte de la colección, poco más de ciento cincuenta piezas de las más de
trescientas que conforman el total. Es difícil explicar las razones de esta
selección y, dado que no se infiere un criterio crematístico, sería plausible
que hubiese manejado una transcripción parcial del documento original.
El inventario recoge la temática del
cuadro, en muchos casos también la autoría y, por último, la tasación (fig. 1).
Además, como ya adelantamos, aparecen toda una serie de signos en los márgenes,
que probablemente se refieran desde a la presencia de la pintura hasta su
estado de conservación, pero que por desgracia no podemos descifrar.
El tipo de artistas que aparece en el
inventario es muy revelador del gusto del coleccionista y probablemente de las
modas en boga en la época. La presencia de artistas italianos está bastante
equilibrada, pero no son esas las únicas nacionalidades que aparecen. Entre los
italianos se detecta por un lado obra antigua, como Rafael, Leonardo,
Tiziano o Parmigianino y, por otro, figuras más modernas e incluso
contemporáneas como Francesco Napoletano, Guercino, Caroselli o Caracciolo.
En cuanto a la escuela española se percibe
un claro interés por artistas vinculados a la Corona de Aragón y a Zaragoza,
como Rafael Pertús, Jerónimo Cósida,
Messer Paulo, Orfelín y Francisco Lupicini
que, aunque nacido en Florencia, desarrolló toda su carrera en la ciudad del
Ebro. Además de los artífices locales, sobresalen Maíno,
Juan de Morales, Orrente, Ribera y Ribalta, entre
otros.
Frente a la abrumadora mayoría de pintores
mediterráneos, lo cierto es que en la colección destacan por su excepcionalidad
la presencia de dos obras de Bartholomeus Spranger: “Nuestra Señora en una lámina con el Niño y San
Juan de Espranger flamenco” y todavía más interesante
“un cuadro de Andrómeda y Perseo
marco dorado original de Bartholomeo Spranger”. Incluso se mencionan “treinta
y cuatro estampas
de la entrada del Infante
Cardenal en Flandes originales de Rubens”, así como una copia de Durero y varias obras de Lucas de Holanda.
Las características de la colección y la
fecha en la que llegó a manos de Cecilia, siendo tan sólo una adolescente,
confirman que uno o más familiares fueron los artífices del legado. No sólo hay obras de autores considerados
antiguos, como Tiziano o Leonardo, sino también varias galerías de reyes y
personajes ilustres, que nos revelan el gusto típico de los coleccionistas del
siglo XVI y principios del XVII15.
La colección es muy rica tanto por el número
de obras como por la calidad de las mismas.
Así mismo, la elección
de los autores, que podemos
ver en inventarios similares, se enmarca dentro de lo normal en la época. Existe una mayoría
de cuadros de temática religiosa, que por su número, va más allá de responder a
necesidades religiosas para convertirse en una elección estética. No son
extraños tampoco los temas mitológicos, aunque en una proporción menor, lo
cual es una particularidad del
coleccionista, puesto que desde el siglo XVI la pasión los mismos está bien
documentada en España. No obstante
aparecen “cuatro cuadros de fabulas copias de Ticiano”, las habituales sibilas,
los meses o los elementos, todos ellos temas muy queridos en las colecciones
españolas. Además, no faltan los paisajes, los bodegones y las
escenas de batallas.
Ya se adelantó que existen razones
fundamentadas para creer que este inventario ha sido reutilizado, sea por el
ajuste de su valor, sea por las anotaciones en los márgenes. Sin embargo, las
escasas alteraciones así como la caligrafía hacen plausible una fecha no muy
lejana al 1702.
Gracias a la documentación conservada,
hemos podido saber que doña Elena Marín de Villanueva murió en el 13 de abril de
1687 debido a complicaciones en el parto de Cecilia (la última de sus cuatro
hijos). Su testamento se conserva en el protocolo del notario zaragozano Diego
Miguel Andrés16. Sólo conocemos una parte del mismo, y no hay rastro de
las disposiciones más detalladas que dejó en una plica a cargo de “Mossen Ygnacio Ormad presente beneficiado de la Parroquial de San Gil su
confesor y el don Juan Lope su capellán”. Con la pérdida de esta cédula sólo
podemos especular sobre su legado, aunque una serie de documentos relativos a
la tutela de sus hijos permiten inferir que fue cuando menos cuantioso.
En las mismas capitulaciones matrimoniales
de Cecilia se hace referencia a parte de la herencia de su madre, que pasó a manos de don Alonso por motivo de
su matrimonio y que ahora se verá en la obligación de restituir a la hija. Dice
así: “Mas dicho marqués de Contamina padre de dicha señora contrayente le da y
manda para en pago y satisfacción de la cantidad al principio de per se hace
cargo y promete satisfacer en el plazo y término de dichos dos años las
alhajas contenidas en un inventario que se hizo luego que murió el señor conde de San Clemente don Miguel Marín de Villanueva como lo previno en su
testamento que se quiera haber por calendado las cuales entraron en poder de
dicho señor conde de Contamina y en su uso y goce en virtud de su capitulación
matrimonial y como dote de dicha señora
doña Elena su mujer con la muerte de dicho señor conde de San Clemente”17.
Aquí se menciona el supuesto inventario, pero si seguimos leyendo veremos que: “y aunque dicho inventario no fue
instrumental como advirtió que dicho señor conde de San Clemente que lo fuese,
pero se hizo en esa atención el siguiente”. A continuación se añade el inventario previamente analizado.
Así las cosas, se entiende que don Miguel
Marín de Villanueva fue el dueño de la colección o, al menos, el que se la dejó
a su hija como parte de la dote y que con la muerte de ésta pasa a formar parte
de la dote de la pequeña Cecilia. Podríamos aventurar que nuestro inventario
debió de realizarse para sustituir al no instrumental, compilado a la muerte de
don Miguel Marín, en una fecha indeterminada entre el deceso de su hija Elena
en 1687 y la boda de la nieta en 1702.
Otro hallazgo documental nos permite
arrojar más luz sobre el origen de esta rica herencia. A la muerte de doña
Elena se hacen efectivas toda una serie de disposiciones en torno a sus
herederos, pero también sale a la luz un ápoca que don Alonso Fernández de
Heredia, el viudo, realiza por las mismas fechas. Se trata de un pago convenido
en sus capitulaciones matrimoniales con su suegro, don Miguel Marín de
Villanueva. Éste había dejado orden de que el mayorazgo llevase adjunto un
legado concreto de bienes y alhajas, una disposición que ya databa de la época
del su padre, don Juan Marín de Villanueva, primer conde de San Clemente.
El documento hallado también en el
protocolo de Diego Miguel Andrés18 y datado el 19 de junio
del 1687 dice: “atendido que todas las dichas alhajas arriba especificadas las
recibí y dicho otorgo antes a tiempo de la muerte del dicho ilustrísimo Señor Conde de San Clemente
mi Señor como marido de la Ilustrísima señora doña Helena
Marín De Villanueva Fernández de Yxar mi mujer
y Señora y están y las tengo en mi poder. Por
tanto en aquellas mejores vía forma y manera que hacerlo puedo y debo
declaro otorgo reconozco y confieso haber recibido y que tengo en mi poder las
dichas alhajas arriba especificadas subrogadas y asociadas para dicho su
mayorazgo y sucesores del por dicho ilustrísimo señor conde de San Clemente mi
señor en dicho su testamento y de ellas a mejor abundamiento hago y otorgo la
legitima Apoca con la renunciación debida”. Don Alonso hace entrega de esos bienes
al heredero del mayorazgo, tal y como había sido indicado
por su suegro. Lo que resulta más interesante para nosotros es que entre los bienes
adscritos al mayorazgo destaca “una tapicería
de seis anas de caída de Arraz de Flandes que son
ocho paños dela historia dela fundación de Roma por Rómulo y Remo (…) y en las
orillas el nombre del oficial que la trabajo que dice Hendrick van Hasche”. Esta serie de tapices, por tanto, se separa de la
colección y, de hecho, no aparece en
el inventario de Cecilia, por lo que podemos inferir dos cosas: primero,
que probablemente la colección original
era de mayor entidad y, segundo, que el inicio de esos gastos suntuarios ya se
produce en vida de Don Juan Marín de Villanueva, el bisabuelo de Cecilia.
Hasta la fecha son pocos los datos que
conocemos sobre la familia Marín de Villanueva. Hemos podido reconstruir el
árbol genealógico a través de la documentación notarial y, así, sabemos que Elena era hija de doña Guiomar Fernández de
Híjar y Ximeno de Lobera, que desposó en 1642 a don Miguel Marín de Villanueva,
conde de San Clemente y caballero de
Alcántara desde 1643. Don Miguel ejercía desde 1617 como arrendador y
administrador del General de Aragón,
cargo que se ocupaba de gestionar y cobrar un impuesto de aduanas que gravaba
las importaciones y exportaciones y
que quedaba en manos de diputados19. Don Miguel debió
de ser una persona de mucha relevancia en la vida política y de inusitada
cultura20. Fue segundo conde de San Clemente, título heredado de
su padre, Juan Marín de Villanueva, que también fue diputado del Reino de Aragón21.
Sobre el origen de la riqueza de la familia
Marín de Villanueva poco podemos aclarar. Sin embargo, sabemos que además de
ser diputado, don Miguel poseía el derecho de “vender pan franco”, puesto que
le cede el privilegio a su nieta “doña
María Magdalena Fernández de Heredia Marín de Villanueva y Híjar para su
dotación y tomar estado de casada en el siglo la renta que yo tengo de trescientas
y setenta libras moneda jaquesa cada año sobre la Ciudad de Zaragoza por razón
de mi franqueza y derecho de vender pan franco, la cual renta le dejo por diez
años, y no más” en su testamento redactado en
168322.
La historiografía menciona la colección de
don Miguel Marín de Villanueva23, pero no especifica nada sobre la misma y
hasta ahora no se había vinculado a doña Cecilia Fernández de Heredia con él,
por lo que se hablaba de dos grandes colecciones. Ahora podemos afirmar que la
joven heredó su magnífica colección de su abuelo, un importante personaje de la
vida cultural y política de los años centrales del siglo XVII.
Además de su papel público, don Miguel
Marín era conocido por poseer una importante biblioteca24,
en la que se guardaban una parte de los manuscritos de la famosa colección del
cronista Jerónimo Zurita. De esa importante biblioteca, completamente dispersa
hoy día, tenemos una pequeña muestra en las obras que escoge para dejar a sus seres queridos en su testamento escrito un
año antes de su muerte, en 168325. Dispuso “dejo de gracia especial al Dr. Juan Lope Vicario de la parroquial de
San Juan el Viejo de esta ciudad de Zaragoza un Juego de libros de mi librería
el que quiera escoger ora sea el Teatro de la Vida Humana,
o los tomos de Sabiano con los epitomes
de Baronio, o La Biblioteca Veterum
Patrum, o las obras del Padre Eusebio Nieremberg”.
El carácter erudito de don Miguel parece
estar fuera de duda al verlo mantener contacto, al menos epistolar, con el humanista y coleccionista Vicenzio Juan de Lastanosa. Se conserva mención de una carta que Lastanosa envía al conde, en la que por el tono se infiere el respeto
intelectual que sentía por el conde. En la carta le confía información sobre la
segunda edición (nunca llevada a cabo) de su libro Museo de Medallas (1645) y
menciona el museo de don Miguel26: “(…) He recogido
un buen número de medallas antiguas, que alguna porción de ellas ayudarán a
ilustrar mi segunda impresión, como también espero que su mayor lucimiento se
logrará con las que V. S. me comunicará con las que tiene en su museo, y las
notas y enmiendas que V. S. será servido hacer al impreso”.
Resulta fascinante descubrir la relación
que ambos personajes tenían especialmente a la luz de la alta estima de la que
don Miguel disfrutaba por parte del erudito oscense. En la descripción del
museo de Lastanosa, Latassa
recoge lo siguiente: “Olinadi Uredi, J. C. Sigilla comitum Flandriae en Sol. Burgis Fladorum 1639. Con este tomo enriqueció mi librería
el Ilustrísimo señor conde de San Clemente,
caballero en quien
se logran nobleza,
virtud, afabilidad y aparajo con tantas ventajas puede ser dechado de todas las
buenas prendas, realzándole mucho la elección de los buenos libros, conque cada día aumenta
su Museo, y la de pinturas conque
ilustra su Palacio”27. A la vista de las palabras de Lastanosa, podemos afirmar que don Miguel parece haber sido
el impulsor de la colección, que si bien pudo incluso haber sido comenzada por su padre don Juan Marín
de Villanueva, lo cierto es que tanto por la cronología de las obras como por
estos datos documentales el cuerpo fundamental debió de formarse
en las décadas centrales del siglo XVII.
En el mismo testamento se hace mención de
los bienes vinculados al mayorazgo, heredados de don Juan Marín y por su deseo
inseparables del mismo, a los que ya hicimos referencia en la ápoca realizada
por su yerno, don Alonso Fernández de Heredia, muchos años después de la muerte
del suegro. La presencia de un rico juego de tapices de Arras revela la
magnificencia de la familia de don Miguel y sería plausible que la obra más
antigua de la colección viniese de su padre, pero a la vista de los datos
documentales aparecidos hasta hoy, sólo podemos avanzar la conjetura.
El testamento no nos ofrece más datos que
nos sean de ayuda para comprender cómo se formó o de dónde vino la colección.
Sin embargo, vemos que determinadas obras se separaron de la colección a su
muerte y fueron a parar a manos de algunos miembros queridos, por ejemplo “dejo
de gracia especial a mi Sra. Doña Guiomar Fernández de Yxar
mi sobrina en señal de amor un cuadro de una lámina de la Virgen Nuestra Señora
con el señor San Bernardo que está en mi camarín. Ittem
dejo de gracia espacial a la ilustrísima señora mi señora Cecilia de Navarra y
Aragón condesa de Belchite mi sobrina un cuadro de otra lámina de la Oración
del Huerto y los ángeles con las insignias de la Pasión de Nuestro Redentor que
tengo en el mismo camarín”. Estas obras se entregan como muestra de afecto y al
mismo tiempo vemos que se entienden como obra con un valor devocional, puesto
que las conservaba en su camarín. Todavía son muchos los aspectos que no
conocemos sobre el origen y desarrollo de la colección de don Miguel Marín de Villanueva: quién era este hombre, dónde y a
quién compraba obra, en qué ambientes se movía, etc. Sólo un estudio histórico pormenorizado nos
permitirá responder a esas preguntas. Sin embargo, por ahora, hemos podido
devolver a la luz la magnitud de su legado y ponerlo en relación con sus
herederos, los Fernández de Heredia, abriendo camino a un conocimiento más profundo del coleccionismo de arte en España.
2.
García Guatas, 1994-95: págs. 425-450.
3.
La primera edición es de M. Peiro en 1852 (Zaragoza).
4.
Protocolo 1702, Braulio Villanueva, Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza (A.H.P.N.).
5.
GUTIÉRREZ PASTOR, I.,
“La pintura madrileña del Pleno Barroco y los pintores de Aragón en tiempos de
Vicente Berdusán (1632-97)”, en Vicente Berdusán (1632-97). El pintor artesano, Cat. Exp., Palacio de Sástago, Zaragoza, Diputación Provincial, 2006, págs. 13-74; n. 33, pág. 61.
6.
Sobre el valor de los
tapices como muestra de categoría social véase: BELOZERSKAYA, M., Rethinking the Renaissance, Cambridge, Cambridge University Press, 2002: págs. 103 y ss.
7.
AGUILÓ ALONSO, M. P., “Muebles y escritorios en las colecciones de Vicencio Juan de Lastanosa”, en Vicencio Juan de Lastanosa (1607-1681): La pasión de saber, Huesca, Diputación de Huesca, 2007, págs. 97-107: pág. 104.
8.
Eadem, pág. 98.
9.
Véase MORALA RODRÍGUEZ,
J. R., “Léxico con denominaciones de origen en inventarios del Siglo de Oro”,
en RABADÁN R., GUZMÁN T. y FERNÁNDEZ M., Lengua, traducción, recepción: en honor de Julio César Santoyo, León, Universidad de León, 2012, págs. 385-417.
10.
Idem, pág. 407.
11.
CAMPBELL,
T. P.,
Tapestry in the Renaissance. Art
and Magnificience, Nueva York, Metropolitan Mus.
of Art, Yale University Press, 2002, págs. 15-17.
12.
Idem, pág. 284: Lucas Fiammingo o
de Holanda es un artista que trabajó junto a Giulio Romano en el palacio del Té de Mantua y que formó parte del boyante taller de tapices que Ercole II d’Este (1508-59) fundó en Ferrara.
13.
Comparando el número de
joyas que recibe Cecilia con las de la dote de una descendiente suya, doña
Joaquina Fernández de Heredia en 1774,
vemos que este último caso es mucho más suntuoso en cuanto a alhajas personales
se refiere. Véase: ANDUEZA UNANUA, P., “Joyas,
alhajas y tapices de una dama aragonesa en el siglo XVIII: la condesa de Contamina y San Clemente”, Artigrama, 24, 2009, págs. 373-389.
14.
Sobre este aspecto véase: PORTÚS PÉREZ, J., “Belleza, riqueza, ostentación. Significados y metáforas de la plata
en el Siglo de Oro”, en
SÁNCHEZ-LAFUENTE GEMAR, R. (coord.), El fulgor de la plata, Cat. Exp., Iglesia de San Agustín, Córdoba, 2007, págs. 26-41.
15.
MORÁN TURINA, J. M. y CHECA CREMADES, F., El coleccionismo español. De la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra, 1985: págs.233 y ss.
16.
Protocolo 1687,
A.H.P.N., Zaragoza
17.
Protocolo 1702, Braulio Villanueva, A.H.P.N, Zaragoza.
18.
Protocolo 1687, Diego Miguel Andrés, A.H.P.N., Zaragoza.
19.
Sobre este tema véase:
SESMA MUÑOZ, J. A., “Las Generalidades del Reino de Aragón y su organización a
mediados del siglo XV”, Anuario de
Historia del Derecho Español, XLVI, Madrid, 1976, págs. 393-467 y YAGÜE
FERRER, M. I., “Léxico fiscal en documentos latinos de la corte real aragonesa (siglos XI a XIV)”, en Actas del I Congreso Nacional de Latín Medieval, León, 1993, págs. 651-658. Sobre las Cortes de Aragón en esta época véase: CLEMENTE GARCÍA, E., Las Cortes de Aragón en el siglo XVII: estructuras y actividad parlamentaria, Zaragoza, Cortes de Aragón, 199.
20.
Se conserva un pleito
iniciado por Juan de Clavería en 1621 en relación a la presunta falta que
cometió Don Miguel de no prestar juramento durante los tres años que duraba
cada mandato. Este documento está digitalizado en la Biblioteca del Derecho
Aragonés y está firmado por el notario Jerónimo Ardit en 1621. El documento está digitalizado y disponible en: (visitado el 11.10.12 a las 11:30) http://www.derechoaragones.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=606598
21.
El documento está digitalizado y disponible en: (visitado el 11.10.12 a las 11:55) http://books.google.es/books?id=6BLkGJ7TeNoC&hl=es&sour-ce=gbs_navlinks_s
22.
Protocolo 1684, Diego Miguel Andrés, ANZ, Zaragoza.
23.
Véase ANSÓN NAVARRO, A., “La Pintura en las colecciones de Vicencio Juan de Lastanosa”, en Vicencio Juan de Lastanosa (1607-1681): La pasión de saber, Huesca, Diputación de Huesca, 2007, págs. 109-116: pág. 108, con más referencias.
24.
DOMINGO MALVADÍ, A., Disponiendo anaqueles para libros: Nuevos datos sobre la biblioteca de Jerónimo Zurita, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2010, págs. 37-38.
25.
Protocolo 1684, Diego Miguel Andrés, A. H. P. N., Zaragoza.
26.
La carta, fechada el 20
de septiembre de 1676 en Huesca, aparece recogida por Latassa,
1769-1801, ms. 76, citado por DEL RÍO HERRMANN, J. E., “Reflexiones sobre la historiografía de la numismática ibérica”, Numisma, 2000, págs. 129-170.
27.
Mención de la descripción del Museo Lastanosa recogido por Latassa 1769-1801,
ms. 76 (fol. 195r).
Fecha de recepción: 15-02-2013 Fecha de aceptación: 22-07-2013