Incidentes en el comercio entre Sevilla
y América en el s.XVIII:
La milagrosa intercesión de la Virgen de Consolación de Utrera
en
el naufragio de la flota de 1713
José María
Sánchez-Cortegana | Rafael Macías
Universidad de Sevilla
Durante el regreso a España de la flota de
Indias de 1713 una fuerte tormenta perturbó la marcha del convoy, dispersando o
hundiendo algunas de las naves. En tales circunstancias, los tripulantes del
galeón Nuestra Señora de Guadalupe, temiendo por sus vidas, decidieron ponerse
bajo la protección de la Virgen de Consolación, venerada en la localidad
sevillana de Utrera. Llegados sanos y salvos a Sevilla, como gesto de
agradecimiento, quisieron regalar a dicha sagrada imagen unas alhajas de plata.
Palabras claves: América, comercio artístico, plata labrada,
siglo XVIII.
During their return from America to Spain in
1713, the fleet was surprised by a strong storm and the progress of their
convoy was disturbed. Several of their ships were dispersed or sunk. In such
circumstances, the crew of the galleon Nuestra Señora
de Guadalupe, fearing for their lives, decided to ask Virgin of Consolation,
who was revered in the Seville’s locality of Utrera, for protection. As they
arrived to Seville safe and sound, as a gesture of
their gratitude they wished to donate to the Virgin some silver jewelry.
Keywords: América, artistic trade, engraved silver. 18th Century.
atrio nº 19 | 2013 ISSN:
0214-8293 |
pp.
127-135
Durante gran parte de la historia, los hombres vincularon muchos de los
sucesos que acontecían a su alrededor con los designios de Dios, con la
“Voluntad Divina”. En periodos donde la religión tuvo un claro protagonismo
como guía y pauta de la existencia de las personas, se creyó que la intercesión
de Dios estaba detrás de cada hecho cotidiano, ordinario o extraordinario, que
ocurría en sus vidas, interfiriendo para bien —entendiéndolo como recompensa— o
para mal —como justo castigo—.
Conocida es la devoción que los hombres y
mujeres que protagonizaron la Carrera de
Indias sintieron hacia la santísima imagen de la Virgen de Consolación,
venerada en la localidad sevillana de Utrera.
Este artículo versa sobre una manda de
plata labrada ofrecida a la Virgen de Consolación por los tripulantes del
galeón Nuestra Señora de Guadalupe tras sobrevivir al naufragio de la flota de
regreso a España en 1713.
Consolación y la Carrera de Indias.
Entre los siglos XVI al XVIII miles de hombres cruzaron el Atlántico, unos
con dirección a América, atraídos por la prosperidad del Nuevo Continente,
otros de regreso a Europa, enriquecidos con sus “negocios” o simplemente
desencantados al no haber podido cumplir sus expectativas. Sin embargo, todos
en el momento de embarcar, a la ida o a la vuelta, compartieron una misma
sensación, sintieron una misma inquietud: el miedo al mar.
Ciertamente, la travesía oceánica entrañaba
innumerables peligros suscitando un temible terror tanto entre los eventuales
pasajeros como a la experimentada marinería. Por
una parte, estaba el océano, con la inmensidad de sus aguas, con la
oscuridad de sus noches, con el brutal poder de destrucción de sus tormentas y
aguas embravecidas1, aunque también con los días de calma
que paraba las naves en medio de la nada, de un horizonte sin límite; por otra
parte, estaba la extrema
dureza de la vida y acomodo de las tripulaciones dentro de las naves que hacían del viaje un verdadero
infierno, impresión recogida tanto por las crónicas del momento como por otros
relatos de carácter literario, donde frecuentemente se comparaba el interior de los buques con cárceles
o con la misma condenación eterna2.
Sin lugar a dudas, en alta mar se podía
sentir el contacto con la muerte y, con
ella, una permanente sensación de angustia y abandono que, por
momentos, sólo podía encontrar consuelo en la imploración y el ruego a Dios, a
la Virgen y a sus Santos, exhortando su protección y pidiendo su amparo3.
Las tripulaciones de los navíos de la Carrera de Indias buscaron la
intercesión divina para la salvaguarda de sus vidas, mientras que comerciantes
y cargadores pidieron su amparo para proteger sus cargazones y mercaderías,
aquellas de las que dependía la prosperidad de sus negocios4.
Encomendarse al auxilio de la Virgen,
en sus distintas advocaciones era, posiblemente, la mejor garantía
de éxito y, en Sevilla, el gran puerto de salida de las flotas, fueron muchas las imágenes
protectoras que gozaron de fama de milagrosas.
Así, Nuestra Señora del Buen Aire, patrona de la Universidad de Mareantes, de
cuya cofradía formaban parte maestres, capitanes, marineros, pilotos, etc.;
Nuestra Señora de Guía, venerada en el convento del Espíritu Santo de Triana, que agrupaba a barqueros,
pescadores y armadores o Nuestra Señora del Buen Viaje, con sede en la iglesia de Santa
Ana de Triana; a las cuales habría que sumar otras dos advocaciones con importantes santuarios fuera de la ciudad:
la de Nuestra Señora de Consolación en Utrera y la de la Virgen de Regla en Chipiona (Cádiz).
Desde mediados del siglo XVI la Virgen de
Consolación de Utrera gozó de gran celebridad entre quienes se embarcaban para ir o venir del Nuevo Mundo.
De su fama milagrosa se conocían numerosos
testimonios, como el recogido
por Rodrigo Caro en 1578 cuando “Joan Nicolás y seis compañeros suyos, viniendo
por la mar en un barco, les sobrevino una recia tempestad y, estando casi anegado y hundido el barco
en las ondas, se encomendaron a Nuestra Señora de Consolación y salieron libres
y sanos a tierra”5.
Los favores divinos, especialmente si se
producían en situaciones in extremis,
se traducían, a posteriori, en piadosos actos de agradecimiento, bien a través
de peregrinaciones, encomienda de misas, etc., o bien, disponiendo de medios
económicos, mediante mandas de dinero o regalos —exvotos— que habrían de
adornar los santuarios para ser expuestos públicamente, como gestos de gratitud
y testimonio de su prodigioso poder.
Ciertamente, describen distintos cronistas
locales, que el santuario de Consolación estaba colmado de exvotos ofrecidos a
la Virgen: “Vistiéronse las paredes de votos y
milagros que esta Santa Imagen (así en España como en las Indias) obraba. Allí
se veían mortajas de los que había sacado de las garras de la muerte; grillos y
cadenas de cautivos libres de su mísera esclavitud, navíos que casi sumergidos en el abismo llegaron con felicidad a su salvamento...”6.
Respecto a los regalos, baste enumerar
algunos ejemplos del siglo XVI como la manda que hacia 1570 ordenó Martín
Hernández, fallecido en Cartagena de Indias, dejando por clausula testamentaria
29 pesos de oro y 6 tomines para emplearlos en hacer una corona a la Virgen7;
años después, en 1576, doña Leonor de Ribera, vecina de Panamá, regaló una
lámpara de plata a la que también dotó de cierta cantidad de ducados para su
gasto de aceite; en 1579, el mercader sevillano Rodrigo de Salinas regaló a la
Virgen un galeón de oro decorado con esmaltes8 y doña Joaquina de Santa
Gadea, esposa de Pablo de Melgosa, le ofreció otra
lámpara de plata con las armas de su familia grabadas; finalmente, en 1581, Alonso Maldonado y su madre costearon otra lámpara de aceite y los gastos de su manutención.
La fama de Consolación traspasó
el Atlántico alcanzando su devoción amplia
difusión por toda América. De ello
es testimonio el encargo que en 1580 recibió el artista abulense
Gaspar del Águila
quien, para Jerónimo
Sierra Figueroa, vecino de la ciudad
de Arequipa en el Perú, se obligó a hacer, junto al pintor Diego de Campos,
una imagen de la Virgen de
la Consolación, “que se parezca a la del mismo título que se venera en su monasterio cerca de la villa de Utrera”9.
La devoción cobró, si cabe, aún más auge a
partir del siglo XVIII cuando, trasladada la Casa de la Contratación a Cádiz,
los marineros y tripulantes de los navíos con destino a América solían
transitar por Utrera como principal vía terrestre entre Sevilla y el puerto gaditano. En dicho Santuario, localizado a las afueras de la población, solían pernoctar, aprovechando la ocasión para encomendarse a la Virgen,
pidiéndole por una propicia y apacible travesía10. Así lo recogen diversas
crónicas redactadas por los frailes mínimos encargados de la custodia de su
santuario quienes, a menudo, se veían desbordados para poder atender el “muy
grande concurso de gente de mar y tierra que a ella acudía, pobres y peregrinos
de diversas partes a cumplir sus promesas y devociones…”11.
La flota de 1713 y los graves incidentes de la travesía.
Nuestra historia se inicia el 18 de febrero de 1713 cuando, reunidas en el puerto
de San Cristóbal de la Habana las naves que componían la flota de ese año, tras repostar, completar su cargamento y recoger algunos
pasajeros, se hicieron a la mar12. El convoy lo componían nueve naves, a saber:
1.El galeón Nuestra Señora de Guadalupe a
cargo del general don Pedro de
Ribera que, en calidad de capitana, asumía el papel de guardia y custodia
de la expedición;
2.La fragata Nuestra Señora del Rosario,
San José y las Ánimas, su maestre Miguel Francisco
de Páez;
3.La fragata
Nuestra Señora de los Reyes y San Jorge, su maestre Juan de Rojas;
4.La fragata
Santo Cristo de San Martín, Ntra. Sra. del Castillo
y S. Nicolás de Bari, su maestre
Francisco Guiral;
5.El navío Nuestra Señora de Begoña,
su maestre Francisco
Manuel de Medina;
6.El navío Nuestra Señora de Atocha,
San José y San Francisco
Javier, su maestre Diego de Santiesteban;
7.El navío Santo Cristo de la Veracruz,
Nuestra Señora de los Milagros y San Dimas, su maestre Francisco Rodríguez Franco;
8.El navío El Águila de Nantes,
su maestre Clemente
de Betanzos y
9.El navío Santo Cristo de San Román, cuyo maestre era Diego di Castillo.
Al frente del convoy se encontraba el
citado Pedro de Ribera13 quien, en nombre del Rey, tenía la responsabilidad de comandar
la expedición y llevarla en salvamento hasta el puerto de Sevilla, lugar de
arribada de la flota14.
El inicio de la travesía resultó tranquilo,
con un mar que se mostró en calma en todo momento, no obstante, el viernes 3 de
marzo, tras dos semanas de viaje, cambiaron repentinamente las tornas: un recio
temporal se formó en alta mar acompañado, en todo momento, de fuertes vientos y
de un intenso oleaje. Los navíos, en la oscuridad de la tormenta y sin posibilidad de control, fueron dispersándose,
desorganizándose el convoy, al
tiempo que algunos, desestabilizadas sus cargas con el envite de las olas, comenzaron a hundirse.
La tripulación y pasaje del galeón Nuestra Señora de Guadalupe
presenciaron, atemorizados y sobrecogidos, la pérdida “del navío
campechano con toda su gente” y, temiendo
por sus propias
vidas, una vez agotados los medios humanos, decidieron recurrir al auxilio
divino, encomendarse a la protección de la Virgen
de Consolación de Utrera, entendiendo
que el rezo del rosario
y las jaculatorias a la
Santísima Virgen era el remedio más eficaz contra
la mar embravecida.
Después de varias horas de angustia y
fuerte tensión física y emocional, llegó el alivio cuando, al arreciar el
temporal, se pudo comprobar que el galeón no había sufrido graves desperfectos
y que podía continuar sin novedad la travesía hasta las costas de España;
circunstancia que inmediatamente fue interpretada como una dádiva de Dios a
través de la intercesión de su Madre la Santísima Virgen de Consolación.
Una promesa a la Virgen tras llegar
la flota a Cádiz.
El 30 de marzo arribaba la flota en Cádiz con siete de los nueves barcos
que salieron conjuntos, pues dos —la fragata Nuestra Señora del Rosario,
San José y las Ánimas y el navío El Águila de Nantes— se perdieron en la tormenta.
Ya en tierra,
Simón de Carragal junto con el comerciante sevillano
José Janditegui15, ambos pasajeros en el galeón Nuestra Señora de Guadalupe, propusieron al resto
de la tripulación hacer una colecta para comprar unos blandoncillos
a la Virgen con los que agradecerle su milagrosa intercesión. La iniciativa fue
bien acogida, “a la cual concurrieron
los más del navío”, juntándose la
cantidad de 400 pesos.
Allí un joven utrerano llamado Juan
Rodríguez, que había realizado la travesía como mayordomo del capitán, se ofreció a
cumplir el encargo, argumentando que dejaría parte del dinero a un platero
sevillano para que iniciara la labra
de las piezas y que, llegado a Utrera, daría al padre prior del convento de
Consolación el resto del dinero para que, una vez concluido el encargo,
recogiera las alhajas y finiquitase el pago16.
Sin embargo, sus palabras resultaron falsas y “con poco temor de Dios y de la
Virgen, en menosprecio de su salvación y faltando a la legalidad de hombre de bien y a la confianza
que de él se hizo, nada ejecutó,
ni fue a Utrera, ni mandó hacer las alhajas y desapareció”.
Pocos días después, los hechos fueron
denunciados ante las justicias del Rey, pero, a pesar de que con la mayor
celeridad “se echaron espías por todas partes” para intentar localizar al
estafador, la empresa resultó del todo infructuosa.
Desencantado e impotente, el prior del
convento de Consolación responsabilizó al citado José Jandiegui
de haber entregado la limosna a una persona de quien no se tenían suficientes
garantías17.
La Providencia Divina quiso que, meses
después, preparándose una nueva flota para partir hacia América, dicho Janditegui se topara casualmente con el impío muchacho en
el puerto de Cádiz quien se disponía a zarpar de nuevo con
destino a América. Increpado duramente, reprochada su conducta y, sin duda, amenazado con la cárcel, se comprometió a restituir el dinero que había
robado lo más pronto posible pues, en aquel momento, estaba “tan destituido de pagar que ni para el
pasaje tuvo forma”. Para ello firmó un vale por la cantidad adeudada y partió
hacia América con el compromiso adquirido18.
En diez años no se tuvieron noticias del
joven utrerano, si bien pasado este tiempo, por ciertas averiguaciones, se supo
que se encontraba establecido en el real y minas de Nuestra Señora de
Zacatecas, a 110 leguas de México, “casado y cargado de hijos en tan suma
pobreza que andaba descalzo de pie y pierna, [pues] tal fue el servicio que
hizo a la Virgen”.
Enterado Simón de Carragal
se puso en contacto con el secretario del marqués de Casafuerte,
virrey de México, quien ordenó que se remitiese el vale al corregidor de
Zacatecas con carta en que hiciese relación de estos hechos. Una vez efectuado, dicho corregidor localizó
al citado Juan Rodríguez
y le advirtió “que si no pagaba perdería
la conveniencia y moriría en prisión”,
ante lo cual se comprometió a hacerlo en el término de tres años.
Año y medio después, Simón de Carragal, estando en México, recibió un primer pago de 200
pesos y, quince meses después, los otros 200, quedando así saldada la deuda.
Éste, a su vez, entregó el dinero a Francisco de Fagoaga, comprador de plata de
la ciudad de México, para que mandase hacer en la capital virreinal los citados
blandoncillos.
Labrados los candeleros, Simón de Carragal los entregó a don Pedro de Celaya y Jausoro para que los remitiera a España.
Éste los embaló cuidadosamente en un cajón de madera, marcado con el nº11,
compartiendo el espacio con una custodia para la villa de Calera (Badajoz), un
cáliz para los Santos Lugares de Jerusalén y otro cáliz y patena de oro para el convento de Santo Domingo
de la ciudad de Guadalajara19.
Posteriormente, las citadas alhajas fueron
registradas en las bodegas del navío San Ignacio, uno de los buques de la flota de 1730 a cargo del
teniente general marqués de Mari, junto con 71 pesos y medio real que
resultaron sobrantes tras el pago al platero y que servirían
para cubrir los gastos de travesía20.
En septiembre de 1730 el buque ya se
encontraba fondeado en el puerto de Sevilla aunque la
retirada del cajón del los almacenes reales no se produjo hasta octubre del
año siguiente, según quedó constancia por el despacho dado por don Matías Canuto, oficial de la Casa de Contratación.
Inmediatamente, a lomos de mula, debió ser conducido a su destino final en Utrera.
Así, pues, diecisiete años después, tras
muchos avatares y sucesos extraordinarios el piadoso regalo pudo alcanzar su
destino, luciendo en el altar de la Virgen de Consolación de Utrera.
Desafortunadamente, como ha ocurrido con
muchos otros legados de plata americana remitida a España por indianos durante
los siglos XVI al XVIII, dichos blandoncillos hoy no se conservan. Los avatares
del tiempo —guerras, exclaustraciones, necesidades económicas puntuales, etc.—,
han sido factores que han incidido directamente en la pérdida de estos
preciosos objetos y, entre ellos,
seguramente se encontrará la causa de su desaparición. Quizás, el avance de
la historiografía artística
nos permita conocer
que ocurrió con ellos, entre tanto, sirva esta “novela”
—como la calificó Simón de Carragal—
para dar a conocer que un día se labraron para ornamentar el santuario de la de
la Virgen de Consolación de Utrera, para su mayor gloria y fama.
1.
Más, si cabe, frente a la fragilidad de las propias naves.
2.
De los rigores de la
navegación marítima en el siglo XVI contamos con un testimonio directo de Fray
Antonio de Guevara, que en su Libro
de los inventores del arte de marear y
de muchos trabajos que se pasan en galeras (1538) dejó una serie de
consejos para quienes se aventurasen a viajar por mar. Así aconseja en el ámbito material: “que el curioso mareante ocho o quince días antes que se embarque procure de evacuar
y limpiar el cuerpo, ora sea con miel rosada, ora con rosa alejandrina, ora con
buena caña fístola, ora con alguna píldora bendita,
porque naturalmente la mar muy más piadosa sea con los estómagos vacíos que con los repletos de humores malos...” y, en el plano espiritual: “se confiese
y comulgue y se encomiende a Dios como bueno y fiel cristiano, porque tan en
ventura lleva el mareante la vida como el que entra en una aplazada batalla...” (LEMUS, E. y MÁRQUEZ, R., 1992: 57-59).
3.
Por ello, para el auxilio
espiritual del pasaje y la tripulación, los navíos solían contar con capellanes
que no solamente atendían a cumplir los oficios divinos, sino cumplían un papel
trascendental de intermediación en momentos de sumo peligro. En medio de un
temporal, las tripulaciones recurrían con destreza a utilizar todos los
recursos materiales a su alcance; pero cuando los medios materiales no
resultaban suficientes, solo quedaba implorar el auxilio divino.
4.
Las noticias sobre este
tipo de prácticas son muy frecuentes. En 1578 el mercader vasco Pedro de
Arriarán, hizo promesa a la Virgen de 3.000 ducados si ciertas cargazones
que tenía embarcadas
para Nueva España llegaban indemnes a su destino (HERNÁNDEZ y MAYO, 2008: 36).
5.
Recogido por HERNÁNDEZ
y MAYO, 2008: 39.
6.
OTERO
CAMPOS, 2002: 32.
7.
El dinero, transportado
en la nao San Mateo, su maestre Francisco Ruiz, llegó a Sevilla en 1571, aunque
no pudo ser retirado de la Caja de Difuntos para iniciar el encargo hasta 1584.
8.
Esta excepcional joya
que, desde entonces, luce en su mano derecha de la imagen ha sido recientemente
documentada y sometida a un pormenorizado estudio. Véase HERNÁNDEZ y MAYO (2008).
9.
Fondos de Americanos del Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla. Tomo III: 354-355.
10.
Aunque la vereda que
transcurría por las localidades de Los Palacios y Villafranca resultaba más
directa y suponía un considerable ahorro
de tiempo, era una ruta más peligrosa y,
en determinados momentos, impracticable por las inundaciones que experimentaba
a causa de proximidad de las marismas del Guadalquivir. La ruta que pasaba por
Utrera, denominada “Camino Real”, aunque más larga, era más segura y ofrecía
mejores prestaciones para los viajeros en hospedaje, avituallamiento, etc.
11.
HERNÁNDEZ, S. y MAYO,
J., 2008: 42.
12.
La flota había salido
previamente de Veracruz el 19 de enero de 1713 con siete embarcaciones tras
obtener el permiso correspondiente del Duque de Linares, Virrey de Nueva España.
13.
Sustituyó al general don Andrés de Arriola, muerto en Jalapa en 1712, que había conducido la flota en su viaje de Ida el año de 1711.
14.
La documentación
completa de la expedición se conserva en el Archivo General de Indias (en
adelante AGI). Indiferente
General, 2650. Año 1711-1713. Fol.: s/n.
15.
Quien se dirigía a la Corte para solicitar
el empleo de Contador de Resultas del Real Tribunal de Cuentas.
16.
El cuidado de la imagen de la Virgen y de su santuario
estaba a cargo de monjes de la orden mínima de San Francisco de Paula.
17.
Éste, considerándose
injustamente tratado, se justificó replicando que “de consentimiento de los que
concurrieron a la limosna, se la había entregado a Juan Rodríguez,
creyendo su arenga y no persuadiéndose de su falsedad”.
18.
Dicho vale quedó en
manos de Simón de Carragal quien manifestó su recelo
y desconfianza al afirmar que “quien había hecho tal sacrilegio, cómo había de pagar aunque lo tuviese”.
19.
A.G.I. Contratación, 1993. Año: 1730. Partida nº 31. Fol. 28r/ 29r.
20.
Se ahorraron cuatro
reales en cada marco gracias a la mediación del dicho don Pedro Zelaya, quien
también cooperó en que dicho artífice no cargase cosa alguna de costo de varetas y tornillos de hierro en dichos blandoncillos.
Fondos de Americanos del
Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla. Inst.
Hispano-Cubano de Cultura. 5 Vol. Sevilla, 1930-1937.
GARCÍA GONZÁLEZ,
P.: “El ajuar de Nuestra Señora de Consolación” en Revista Vía Marciala, nº.
483, 2004, págs.
13-19. Utrera.
HERNÁNDEZ, S. y MAYO, J.: Una Nao de
Oro para Consolación de Utrera (1579). Excmo. Ayto. de Utrera, 2008. LEMUS,
E. y MÁRQUEZ, R.: “Los precedentes” en Historia
general de la emigración española a Iberoamérica (coord.por
Pedro A. Vives Azancot, Pepa Vega, Jesús Oyamburu), Vol. 1, 1992, págs. 37-92.
MORALES ÁLVAREZ,
M.: Los franceses en Utrera. Utrera,
1990.
MORALES ÁLVAREZ, M.: Notas para la
historia de Utrera. Vol. VI: Consolación I. Utrera, 1991. MORALES ÁLVAREZ,
M.: Notas para la historia de Utrera.
Vol. VII: Consolación II. Utrera, 1992.
OTERO CAMPOS, J.A.: La proyección
americana de Utrera. Consolación del Sur. Edit. Diputación de Sevilla/
Ayuntamiento de Utrera. Sevilla, 2002.
QUILES GARCÍA, F.:
“Plata y plateros en Utrera durante el siglo XVIII” en Atrio, nº 2. 1990, págs. 49-66. Sevilla.
RODRIGO CARO: Santuario de la Virgen
de Consolación y antigüedad de la villa de Utrera (1622). Reedición del
Excmo. Ayuntamiento de Utrera, 2005.
ROMÁN MELÉNDEZ, P.:
Epílogo de Utrera, sus grandezas y
hazañas gloriosas de sus hijos. Utrera, reedición de 1880.
Apéndice documental
Registro del navío nombrado San Ignacio, su maestre don Matías Fernández
Canuto, que regresó del puerto de la Veracruz en 1730 en conserva de la flota
al mando del teniente general marqués de Mari.
Registró dicho maestre que
ha recibido de don Pedro de Celaya
Jausoro ocho cajones cabeceados y liados de cuero, de nº
1, 2, 3, 6, 8, 10, 11 y 14, marcados los siete primeros con la primera del
margen y el restante nº 14 con la segunda, que
contienen: los tres primeros, numerados de 1 a 3, búcaros de Guadalajara y bateas; el nº 6 con veintiséis marcos
de plata labrada
de vasos para el culto
divino; el nº 8, ciento sesenta marcos de plata
labrada y cuatro envoltorios de menudencias de regalo; el cajón nº 10, contiene ciento setenta marcos de plata labrada y el
cajón nº 11 cuatro blandones de plata para la
milagrosa imagen de Nuestra Señora de Consolación, una custodia para la villa
de Calera, un cáliz para los Santos Lugares de Jerusalén, otro cáliz y
patena de oro para los muy reverendos padres, prior y depositario del convento de Santo Domingo
de la ciudad de Guadalajara;
y el cajón restante nº 14 con sesenta y nueve
marcos, cinco onzas de dicha plata labrada; y van los cinco cajones números 1, 2, 3, 8 y 10 por cuenta y riesgo del
cargador y el cajón nº 6 de cuenta y riesgo de don
José del Villar, vecino de México, y el nº 14 de
cuenta de doña Elena Josefa Patrón, vecina de Sevilla; y el restante cajón nº 11 por cuenta y riesgo de las obras pías que quedan declaradas
en su lugar, para entregar todo al dicho cargador,
ausente a quien su poder hubiere.
Entrega: Sr. Contador don Esteban José
de Abaría. En 29 de noviembre para Cádiz.
Sírvase V.M. mandar dar despacho a don Pedro de
Celaya Jausoro para que pueda sacar de los almacenes en que está depositada la
carga que trajo el navío San Ignacio, uno de los de la última flota que vino de
la Nueva España, cinco cajones nº 6,8,10,11 y 14; el nº 6 contiene cuatro cálices con sus patenas y vinajeras,
un copón para formas y unas crismeras; el nº 8 ciento y sesenta marcos de plata
labrada y cuatro envoltorios con menudencias de regalos; el nº
10 ciento setenta marcos de plata labrada; el nº 11
contiene un cáliz para los Santos Lugares de Jerusalén, una custodia para la
parroquia de la villa de Calera,
cuatro blandones para la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Consolación,
todo con cuarenta y cuatro marcos de plata; y otro cáliz y patena de oro para los
M. R. P. Prior y depositario del
convento de nuestro Padre Santo
Domingo de la ciudad de Guadalajara con veintiséis onzas;
y el nº
14 con sesenta y nueve
marcos y cinco
onzas de dicha plata labrada.
Cádiz y octubre 1 de 1731. Matías Canuto [rúbrica].
Conviene con el registro
el que no dice que contiene los cuatro envoltorios. De la plata labrada que
refiere pertenecen setenta marcos al culto divino y las veintiséis onzas de
oro.
Habiéndose reconocido los
cuatro envoltorios se hallan que incluyen: el uno abanicos de china que pesan
cuatro libras; el otro abanicos, tumbagas y otros géneros de china que pesan
ocho libras y media; otro contiene rosarios en cuyo engarce se comprenden once
onzas de plata; el otro consta de remesas de religiosas para otras de Madrid y
escapularios bordados, flores de papel,
rosarios ensartados y unos pequeños juguetes de barro como ramilleteros en que
no hay cantidad ni género capaz de contribuir.
Se deben contribuir a S.M.
161 pesos de a diez reales de plata antigua, 4 reales de la misma por derechos
de los trescientos noventa y nueve marcos y cinco onzas de plata labrada que se
contienen en los cajones; además de los setenta marcos de dicha plata de los cuales y veintiséis onzas
de oro que los pesan alhajas pertenecen al culto divino, exceptuados de
contribución como procede de autos que con éste pasan a la Contaduría General de el Tribunal
de la Contratación; y asimismo
de la media arroba de géneros
de china contenidos en dos envoltorios y las once onzas de plata de el engaste de los rosarios contenidos en otro.
Ítem, 225 pesos, 9 reales y 20
maravedíes por lo correspondiente al donativo. Pagó al consulado por el dos y
medio, 80 pesos.
No contribuye a la Santa Iglesia.
Declaración:
Don Pedro de Celaya Jausoro ha representado
que en la última flota del cargo del Marqués de Mari trajo:
-
un cáliz y patena de plata para los Santos
Lugares de Jerusalén con peso de tres marcos, que remite desde México su
procurador Fray Juan Luján, a entregar al síndico don Andrés Martínez
de Murguía;
-
cuatro cálices con sus patenas y vinajeras,
un copón para formas y una crismera para el Santo Oleo, todo de plata, con peso
de veintiséis marcos que remite de México para la iglesia parroquial de la
villa de Gordejuela don José del Villar;
-
una custodia de plata pequeña
que remite don José de
Espinosa para la parroquia de San Pedro de la villa de Calera.
- un cáliz y su patena de oro con peso de
veintiséis onzas que remite don Francisco de Echebeste
para el Convento de Santo Domingo de la ciudad de Guadalajara.
-
un copón y una imagen de Nuestra Señora de
oro con cuarenta y seis onzas que remite de México don Miguel de Amazorrain, de orden del Obispo de Durango, para el colegio de Santiago de la ciudad de Salamanca.
-
cuatro candeleros de plata con peso de treinta y seis onzas que remite
don Simón Carragal para la imagen
de Nuestra Señora de la Consolación
de Utrera.
Y en consideración de ser
las referidas alhajas para el culto divino ha suplicado se le manden entregar
libres de toda contribución
Y enterado el Rey de lo referido ha resuelto que se entreguen al expresado don Pedro de
Celaya Jausoro las mencionadas
alhajas libres de toda contribución, a excepción de los fletes y en la forma
que modernamente se resolvió con otras de la misma calidad, precediendo
justificar en el Tribunal de la Casa su pertenencia.
Testimonio:
Reverendísimo
Padre Prior del Santuario de Nuestra Señora de Consolación de la villa de
Utrera.
Muy señor mío: en el año
de 1713 me embarqué en la Veracruz y
flota del cargo del coronel don Pedro de Rivera quien llevó por su mayordomo un
mozuelo patricio de esa villa nombrado Juan Rodríguez (mal cristiano y sin
temor de Dios) y en el temporal que a dicha flota acaeció viernes 3 de marzo de
aquel año (en que pereció el navío campechano con toda su gente) se vio la
capitana muy afligida y todos de común acuerdo nos encomendamos a la Virgen de
Utrera y, habiendo salido con bien, se determinó
juntar entre los pasajeros una limosna para hacer unos blandoncillos a la Virgen,
a la cual concurrieron los
más del navío, pues hubo personas que dieron medio real; juntáronse
400 pesos y, habiendo llegado a
Cádiz el día 30 del mismo mes, pidiome el dicho Juan
Rodríguez los 400 pesos que yo tenía en mi poder como pagador de aquella nao y, no habiendo querido dárselos, pasó a
ver a los Excelentísimos Señores Duques de Alburquerque para que mandasen se le
entregasen, dando por motivo iba a Utrera y que antes pasaría por Sevilla y
dejaría la mitad del dinero para empezar los blandoncillos y daría cuenta en Utrera al reverendo padre
prior y que entregándole al platero el resto se recogiesen las alhajas. Ésto lo dijo en público, delante de los señores Duques,
General y demás gentes que contribuyó; y le entregué, de orden de todos, el dinero pero él, con poco temor de Dios y de la Virgen, en
menosprecio de su salvación y faltando a la legalidad de hombre de bien y a la confianza que de él se hizo, nada ejecutó, ni fue a Utrera, ni mandó hacer las alhajas y desapareció.
Sabido por los religiosos
de ese santuario de esta limosna solicitaron saber quien
la tenía y les dijeron que don José Janditegui,
vecino de Sevilla, y yo la habíamos recogido por nómina; y habiendo pasado yo a
la Corte a pretender la plaza de Contador
de Resultas del Real Tribunal
de Cuentas (que actualmente estoy sirviendo en esta ciudad) pusieron dichos religiosos
demanda al citado don José Janditegui. Éste justificó
que, de consentimiento de los que concurrieron a la limosna, se había entregado
a Juan Rodríguez, creyendo su arenga y no persuadiéndose de su falsedad. Y en
este estado se echaron espías por todas partes y estando para salir la flota de
Pintado le descubrió dicho don José Janditegui en
Cádiz pero tan destituido
de pagar que ni para el pasaje tuvo forma.
Hízole un vale de la cantidad y al tiempo
del despacho de aquella flota dicho José Janditegui,
por ser mi amo y mi competencia, me dejó el vale para que yo lo cobrase, a que
le respondí que quien había hecho tal sacrilegio, como había de pagar aunque lo tuviese (aquí entra el
milagro de la señora) y al mismo tiempo su misericordia con este deudor incapaz
pues en diez años no pude tener noticia de él, ni todavía lo he visto, desde
que le entregué el dinero. Tuve noticia
se hallaba casado y cargado de hijos en el real y minas de Nuestra Señora de
los Zacatecas, 110 leguas de México, en tan suma pobreza que andaba descalzo
de pie y pierna, tal fue el servicio que hizo a la Virgen,
pero su divina Majestad, usando
de sus misericordias, permitió le saliese una cobranza anual de alcábalas con 200 pesos de salario al año, que no le
alcanzaba para comer escasamente. Sabiendo yo de esta conveniencia me valí del
secretario del Excelentísimo Señor Marqués de Casafuerte,
virrey actual de este reino, contele todo lo que va
expresado, escandeciose [sic] mucho, dio cuenta a su
Excelencia, el cual mandó que yo remitiese el vale al corregidor de Zacatecas
con carta en que hiciese relación de esta novela. Hícelo
así porque era mi amigo y con este madurativo y la carta de su excelencia se le
puso en paraje de que si no pagaba perdería la conveniencia y moriría en prisión. Lo que de esto resultó fue que
afianzaría de pagar poco a poco en el término de 3 años. Condescendí en ello y
al año y medio me envió el corregidor 200 pesos y dentro de otro año y medio me
remitió los otros 200; y ni los primeros ni segundos quise que entrasen en mi poder sino que los puse en depósito real en poder de don
Francisco Fagoaga, comprador de plata
de esta ciudad. Expresar a vuestra Reverendísima los desvelos, desazones y
trabajo que esto me ha costado es increíble, porque cuanto yo hacía se me fustraba, con que he venido en conocimiento que la Virgen
cobró con piedad lo que era suyo. Hará seis meses que puse donde he dicho los
último 200 pesos y teniendo presente la voluntad de los que concurrieron a la
limosna mandé hacer en esta ciudad los blandoncillos por dirección de don Pedro de Celaya, vecino de Cádiz, que va embarcado
en la presente flota y lleva la limosna de los Santo Lugares de Jerusalén,
quien se los entregará a V. Reverendísima
juntamente con setenta y un pesos y medio
real como parece
de la cuenta que me remitió el platero; debiendo
hacer saber a V. Reverendísima
que en cada marco de dichos blandoncillos se ahorraron cuatro reales por estar
de por medio dicho don Pedro Zelaya, quien también cooperó en que dicho
artífice no cargase cosa alguna de costo de baretas y tornillos de hierro en
dichos blandoncillos. Pudieron ir embebidos en corta diferencia los 71 pesos pero hice intención que sobrase algo para los costos.
Que estos se le deberán entregar por vuestra Reverendísima al expresado don Pedro
de Zelaya como son conducción desde México a Veracruz, costo de cajón y quedo
su encomienda que esta puede ser haga a V. Reverendísima gracia de ellas también
hay costo de flete de
mar e indulto el que Vuestra Reverendísima podrá defender por ser alhaja de la
Virgen, con que todos estos costos se le han de satisfacer a dicho señor cuando
haga su entrega. Que es cuanto se me ofrece decir a Vuestra. Reverendísima a
quien deseo muy cabal salud y que Nuestro Señor me le guarde muchos años. México y marzo 24 de 1730.
Simón de Carragal
[rúbrica].
(Archivo General de Indias. Contratación,
1993. Año: 1730. Partida nº 31. Fol. 28r/ 29r.)
Fecha de recepción: 10-04-2013 Fecha de aceptación: 01-07-2013