Teresa SAURET GUERRERO (ed.)

 

Usos, costumbres y esencias territoriales

Málaga, Universidad de Málaga. Servicio de Publicaciones e Intercambio Científico, 2011. 300 págs.

ISBN 9788497472579.

 

Qué sugerente lectura ésta que nos invita a revisar conceptos que no por ya abordados se encuentran plenamente definidos. Y es que la impulsora del encuentro que ha dado lugar a este repertorio de ensayos tiene, y no nos sorprende, una insaciable curiosidad por abordar temas que a pesar de estar en la base del desarrollo artístico del arte decimonónico y en consecuencia del que se creó en el siglo precedente, son complejos y a veces no conducen más que a la constatación de que las dudas son a veces irresolubles.

 

Ahora corresponde atacar el tema de la creación artística en el contexto de las identidades territoriales, lo que la profesora Sauret denomina en su bien traído estudio introductorio: “Realidad y ficción en la construcción de las identidades territoriales”. Una más que oportuna ocasión de poner actualizar la información y poner un poco orden en tan confuso maremagno. A pesar de que la identidad es la palabra central de una gran parte del debate en la cultura actual, desde el punto y hora en que la diversidad adquiere protagonismo.

 

En el siglo XIX en la diversidad, o mejor, en la condición de diverso, que para algunos intelectuales, como Baudelaire, es lo raro o lo extraño, en lo que encontraban las raíces de la belleza.

 

Ese pensamiento, esa sensibilidad, desarrollada en un contexto como el de la Europa que despierta de su letargo y se industrializa, donde la burguesía se hace dueña de la realidad social, conduce o se entrelaza, pues está por marcar la direccionalidad de las influencias, con el surgimiento de los nacionalismos.

 

A partir de esta presentación Teresa Sauret estructura las ideas que han de ponernos en antecedentes sobre lo que significan las páginas que siguen. Y se organizan en torno a tres ideas esenciales: la búsqueda de las señas de identidad, marcando las diferencias; la relación de tradición e identidad, a partir de las reminiscencia del pasado en el presente; por último, la imagen y los estereotipos, con indagación en los códigos.

 

Consciente de la dificultad de conocer todos y cada uno de los matices que esta compleja realidad tiene, me voy a centrar en uno de los textos más representativos, el de la propia Teresa Sauret, que lleva por título “La española cuando besa… tendencias y realidades en la imagen femenina finisecular”.

 

Un ensayo que arranca con el popular estribillo de  la copla que cantara Celia Gámez, cuya letra remata con que “a ninguna [española] le interesa besar por frivolidad”. La canción está dando la pauta a mediados del XX de una imagen cristalizada también en las artes visuales. No es más que una construcción cultural que se manifiesta en un repertorio de imágenes y lugares comunes que juegan con la ambigüedad interpretativa. El selecto ramillete de lienzos que se publican en el artículo vienen a respaldar muy acertadamente el discurso de Sauret, que, en definitiva, pretende aclarar un intrincado laberinto de ideas nacidas en el complejo final de siglo. La imagen femenina acuñada durante el romanticismo era ambigua. Fruto de la manera de pensar de la burguesía, que vio a su manera la realidad femenina, que lejos de tomarla como era, la reinventó. Las representaciones así lo delatan y también reflejan el que la realidad territorial se asoció a estas costumbres, pero tomado con mucha libertad. Patrones formales que se inventaron de manera interesada. Una etiqueta, un cuño, que derivó al tópico de “Spain in diferent”. Y que tenía en el Quijote la imagen arquetípica, cargada de valores como idealismo o dignidad, los que se materializaban en la figura del “hidalgo”, tan perfectamente dibujado en la literatura de los siglos de oro, pero que ahora empieza a sustituirse por esta nueva idea burguesa, materializada en los tipos divulgados por la copla y el cine “folclórico” de la postguerra.

 

La sutileza de esta iconografía lleva al punto de decir que “la maja del quitasol [pintada por Goya] se mueve como una duquesa, y que la distancia marcada entre ella y las majas, vestida y desnuda [del mismo pintor], es casi infinita… [pues] la mirada desafiante de éstas nos está diseñando un posicionamiento femenino diferente”. Entre la ingenuidad y la seducción hay una gran distancia, que es recorrida por un solo pintor. Y el progresivo control de la mujer nunca acabará con el gusto por sus “virtudes esenciales”: espontaneidad, virtud y bondad. Con esa ambigüedad Flaubert se expresa Flaubert, que ve en una Virgen de Murillo una “niña” plena de encantos.

 

Estos estereotipos creados en la concurrencia de conceptos barrocos e ideas foráneas, mezcla  de realismo y naturalismo, acabaron conduciendo hacia el país visitantes que querían conocer in situ esa atractiva realidad. Ello contribuyó a la definición del modelo femenino español, que reunía cualidades demandadas por nuestros visitantes. Un modelo que tomó forma en un personaje que hoy goza del valor de símbolo de lo hispano: Carmen. Un tipo femenino creado por Merimée para retratar a una mujer trasgresora que a la postre llevaba al hombre a su perdición. Aunque de imagen atractiva, la norma se imponía para advertir de las consecuencias de ese comportamiento marginal.

 

No es la única mirada foránea con relación  a la mujer española, que conduce a la codificación de tipos. Valga otra aportación a la que recurre Sauret en su discurso, la que realiza el baron Bourgoing en 1789, a través de su Nouveau voyage en Espagne, donde plasma sus impresiones sobre España y “lo español”, cargadas de excesos. Y llega a encontrar la mixtura entre lo europeo y lo oriental dentro de la Península. En algunas figuras femeninas alcanzaríamos a ver una mezcla de lo gitano, andaluz y morisco.

 

La pintura andaluza juega con todos estos tópicas en la configuración de la imagen femenina. Las protagonistas de los cuadros de Cabral, Romero o los Bécquer, se ubican en ese espacio transitorio, en que se muestran desenvueltas, pero a la vez dejan entrever su decencia. Al final, un pintor como Julio Romero de Torres  reflejaría en la Nieta de la Trini   a una gitana y prostituta, aunque velando tan dura realidad con un cierto estado de somnolencia.

 

En definitiva, un complicado mundo de imágenes en que la ambigüedad obliga a leer entre líneas como muy hábilmente ha hecho Teresa Sauret, en un ensayo que tiene el valor del concepto desarrollado y la idea aclarada…

 

Fernando Quiles García

Universidad Pablo de Olavide, Sevilla

 

atrio n.º 21 | 2015

ISSN: 0214-8293