UNA MENDOZA EN LA SEVILLA DEL SIGLO XV.
EL PATROCINIO ARTÍSTICO DE CATALINA DE
RIBERA
ANA ARANDA BERNAL
Universidad Pablo de Olavide,
Sevilla
atrio, 10-11 (2005)
ISSN: 0214-8293 p. 5 - 16
RESUMEN
La vida de Catalina de
Ribera, perteneciente a la familia Mendoza, se ha visto ligada tradicionalmente
a dos importantes obras sevillanas, la fundación del Hospital de las Cinco
Llagas y la adquisición y reconstrucción de la Casa de Pilatos, palacio en el que
residió su familia desde fines del siglo XV. Sin embargo, la gestión de su
importante fortuna una vez que queda viuda, su labor de promoción
arquitectónica en otras edificaciones y la posesión de una incipiente colección
de obras de arte, la convierten en un personaje a
tener en cuenta en el final de la edad media en Sevilla.
PALABRAS CLAVE: Casa de Pilatos,
Coleccionismo, Mecenazgo en Sevilla, Mendoza, Mudéjar, Mujeres y arte, Mujeres
promotoras, Palacio de las Dueñas, Patrocinio artístico, Renacimiento.
ABSTRACT
Catalina de Ribera's
life, of the Mendoza family that was so tightly tied to the patronage
practice, has been traditionally linked to two important
Sevillan works, the founding of
the Hospital de las Cinco Llagas (Cinco Llagas
Hospital) and the acquisition
and reconstruction of the Casa de Pilatos (Pilatos' House), a palace where her
family lived as of the late fifteenth century. However, the management of her
large fortune once she became a widow, her work in architectural promotion in support of other
buildings and the ownership of an
incipient art collection make her a notable personality at the end of middle Ages in Sevilla.
KEY WORDS: Collecting, Pilato´s
House patronage in Siviglia
Mendoza, mudejar women and
art promotional women artistic sponsorship renaissance.
A Catalina de Ribera le
alcanzó la vida para morir en el renacimiento. Y curiosamente, si convenimos en
que la puerta de esta nueva era se abrió en 1492 para los reinos hispanos, ella
entró en aquel año inaugurando estado, la viudez, es decir, haciéndose cargo de
su vida y de sus obras, las de una gran señora medieval. A pesar de ello, no
llegaría a ser consciente de cómo algunas de sus iniciativas iban encaminadas a
que la labor de su hijo mayor, Fadrique Enríquez de Ribera, consolidara años
después el nuevo estilo renaciente en Sevilla.
Falleció el día 13 de enero de 1505 y al poco tiempo los
cronistas ya le adjudicaban cualidades morales excepcionales, esa razón y su
pertenencia a una de las familias más ilustres de la ciudad, permitieron
conservar su memoria. Y lo cierto es que si miramos con detenimiento las
actividades que llevó a cabo en los últimos trece años de su vida, aquellos en
los que sólo tuvo que rendir cuentas ante Dios y que son los mejor
documentados, se justifica la percepción benefactora
aunque incompleta que ya recibieron de ella sus contemporáneos.
Su señoría había nacido en Sevilla y fue la segunda hija
de las cinco que tuvieron Perafán II de Ribera,
Adelantado de Andalucía y primer conde de los Molares, y su segunda esposa,
doña María de Mendoza1. Era todavía una niña cuando en 1455 su padre
falleció, y este hecho hizo que creciera viendo a la condesa ejercer como madre
y como gran señora de sus dominios capaz de enfrentarse al mismísimo rey2.
Es importante tener en cuenta este aspecto porque, como tan acertadamente nos
descubría Virginia Wolf cuando se lamentaba de la carencia de modelos para las
mujeres que querían escribir en su tiempo, el ámbito exclusivamente familiar en
el que éstas eran educadas, convertía a las madres en
el ejemplo más importante a imitar.
Aunque más adelante se hará referencia a Perafán de Ribera y al inmenso patrimonio que legó a sus
descendientes, es conveniente analizar primero la herencia cultural que les
aportó doña María, la condesa de los Molares. Pues ésta era hija de Catalina
Suárez de Figueroa e Íñigo López de Mendoza, el primer marqués de Santillana,
muerto en 1458 y que tan acertadamente supo armonizar las actividades guerreras
y culturales. Por tanto, fue hermana y tía de algunos de los principales
mecenas y promotores de obras de arte que actuaron en la Península durante la segunda
mitad del siglo XV y gran parte de la centuria siguiente, los que patrocinaron
significativas obras del gótico final e introdujeron las novedades del
renacimiento italiano.
La intensa vinculación familiar fue un factor
determinante de la primacía cultural y social de los Mendoza3. Y
aunque este sentimiento no los hace diferentes, ya que en la mentalidad de la
época no existe el individuo sino la familia, y el triunfo o la caída de una
persona supone la elevación o desgracia de sus parientes, el seguimiento de la
trama artística que crean varias generaciones de Mendoza permite comprender el
contexto en el que actuó Catalina de Ribera, una de ellos.
Desde el punto de vista del patrocinio artístico, el
cardenal don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla entre los años
1474-1482 y hermano de doña María, heredó de su padre, el marqués de
Santillana, el papel de cabeza de linaje. Convirtió en un modelo para la
familia su actividad como mecenas y la sabia instrumentalización que hizo del
encargo de obras de arte como medio de demostración y afianzamiento del ascenso
social. Su primogénito, Rodrigo Díaz de Vivar Mendoza, puso en práctica estas
enseñanzas en la construcción del castillo de la Calahorra en su marquesado
granadino del Zenete. Mientras que
en el caso del segundo hijo, Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito tras su participación en las guerras de Nápoles, fue
su esposa Ana de la Cerda quien desarrolló con más amplitud las labores de
patrocinio4. Entre los nietos de don Pedro, dos mujeres destacaron
por su dedicación a la promoción artística, Mencía de Mendoza, marquesa del Zenete, y Ana de Mendoza, princesa de Éboli.
Los otros hermanos varones de Doña María demostraron
igualmente su interés por el mecenazgo. Don Diego de Mendoza, primer duque del
Infantado construyó el palacio gótico de Manzanares el Real. Don Íñigo López de
Mendoza, primer conde de Tendilla, fue uno de los
hombres clave del reinado de Isabel la Católica que, entre los años 1475 y
1478, lo nombró asistente de Sevilla con la difícil misión de conseguir la
concordia entre los Guzmanes y los Ponce de León en las revueltas de los
primeros tiempos de su reinado5. De los hijos que tuvo éste último, primos de doña Catalina, Diego Hurtado de
Mendoza fue sucesor de su tío don Pedro como cardenal de España e igualmente
arzobispo de Sevilla (1485-1502). Suya fue la iniciativa de que Simón de
Colonia acudiera a las obras de construcción de la catedral hispalense, templo
al que donó importantes piezas de platería como una cruz de altar gótica
toledana con las armas del donante y los llamados candeleros alfonsíes6.
Su hermano Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, además de
participar en la construcción del palacio de Carlos V en la Alhambra, en donde
desempeñaba la alcaidía heredada de su padre, ocupa un papel destacadísimo en
la introducción del renacimiento en Sevilla. Como se analizará más adelante, al
morir el cardenal encargó el sepulcro para éste en Génova a Domenico
Alesandro Fancelli
(1508-09), con lo que atrajo a la ciudad al escultor italiano y el nuevo estilo7.
Además de los tres citados, la condesa de los Molares
tuvo dos hermanas, Leonor se casó con el conde de Medinaceli y fue madre de
Luis de la Cerda, primer duque de Medinaceli y constructor del palacio renacentista
de Cogolludo en 1501. Y Mencía de Mendoza desarrolló una importantísima obra de
promoción artística en Burgos. Allí había contraído matrimonio con don Pedro
Fernández de Velasco, conde de Haro y condestable de Castilla, otro de los
hombres fuertes en la corte de Isabel la Católica. Primero la ausencia de su
marido ocupado en tareas cortesanas y en la guerra de Granada y, más tarde, su
viudez, la llevaron a hacerse cargo personalmente de la construcción, compra de
obras y decoración tanto de la Casa del Cordón, residencia familiar en Burgos,
como de la capilla funeraria de los Condestables en la catedral de esta ciudad,
realizada por Simón de Colonia. En este sentido es muy significativa la frase
que la tradición pone en los labios de doña Mencía cuando su marido volvió de
la guerra de Granada: ya tienes palacio en que morar, quinta en que cazar y
capilla en que te enterrar8.
A la vista de semejante furor constructivo y despliegue
de promoción artística en una misma familia durante sólo dos generaciones,
incluso teniendo en cuenta su influyente posición, cabe dudar que tal actitud
obedezca sólo a un desmedido amor por la cultura y las artes como sello de
identificación y distinción familiar.
Es evidente que los Mendoza habían ido ocupando parcelas
de poder en Castilla desde tiempos de los reyes Juan II y Enrique IV. Pero es a
raíz del apoyo decidido que prestó el cardenal don Pedro a la princesa Isabel
en la guerra contra su sobrina Juana de Castilla y, en consecuencia, toda la
familia que él encabezaba, cuando los Mendoza ascienden al estrellato cortesano9.
Una vez acabada la guerra los hermanos y cuñados de doña María se contarán
entre las personas más cercanas a los Reyes Católicos, especialmente el
cardenal de España y el conde de Tendilla, y ello les procuró mercedes y
negocios que incrementaron enormemente la fortuna familiar, no hay que olvidar
cómo los títulos que se han venido mencionando fueron creados para ellos.
Pues bien, un ascenso tan rápido era necesario consolidarlo
creando la imagen de ese poder y las obras de arte ofrecen recursos muy
apropiados para ello. El lenguaje artístico se convierte en un instrumento que
deja constancia del elevado nivel social, político y económico de los Mendoza,
pero no olvidemos que esos mismos factores también les
habían facilitado el acceso a la cultura de vanguardia a través de los viajes a
Italia por cuestiones diplomáticas y militares de algunos miembros de la
familia. Es necesario vivir en palacios cuya suntuosidad informe del rango de
sus dueños y, a su vez, les otorguen prestigio. Semejantes ingredientes
requerirán también los enterramientos o más aún, porque éstos permiten dar un
paso hacia la inmortalidad.
Ya he aludido a que con este somero análisis prosopográfico pretendo contextualizar la labor de Catalina
de Ribera, cuyos motivos para actuar son semejantes a los de sus tíos y primos10.
Pero además nos permite observar otro hecho muy significativo: que contó con
modelos femeninos de promoción artística en su propia familia, entre sus tías y
primas. Aunque se podría pensar que la reina también constituye un referente,
considero que las intenciones de carácter político que impulsaron con
frecuencia el mecenazgo de Isabel la Católica, la aleja significativamente de Catalina
de Ribera. A pesar de ello, se debe tener en cuenta la cercanía física y
probablemente afectiva entre ambas mujeres, ya que las estancias de la reina en
Sevilla fueron frecuentes y las unían lazos de parentesco, pues el esposo de
doña Catalina, Pedro Enríquez, era tío de Fernando el Católico.
A diferencia del olvido sistemático con que la
historiografía ha reflejado la labor de las artistas, a menudo las promotoras
han salvado esa marginación y se ha conservado la memoria de sus actuaciones.
Esta situación es consecuente, especialmente en el caso de las mujeres de la
nobleza, con el hecho de que no transgredieron el papel que la sociedad les
había asignado y promovieron obras que servían para prestigiar sus linajes o
bien de carácter religioso, ambas tareas siempre admiradas socialmente en una
mujer11.
Se ha visto cómo los hijos y nietos del marqués de
Santillana fijaron sus residencias en diferentes ciudades de Castilla y
vivieron también en algunas de Aragón siguiendo a la corte. Hasta Sevilla llegaron
el primer conde de Tendilla y los dos cardenales arzobispos, don Pedro y su
sobrino don Diego, aunque la mayor parte del tiempo ocuparon la sede desde la
distancia, pues las tareas en una corte itinerante les reclamaban.
En cambio, María de Mendoza llegó a Sevilla para
quedarse. Se había casado con Per Afán II de Ribera, un personaje de gran
relevancia durante la reconquista, cuyos frecuentes viajes por su dedicación a
la guerra y ser requerido en la corte no impidieron que la residencia familiar
se fijara en las casas que desde antiguo pertenecían a su linaje12.
Se trataba del palacio de los Ribera en la collación de Santa Marina, situado
frente a esta parroquia y cuyo solar ocupa hoy la antigua iglesia jesuita de
San Luis de los franceses.
Eran unas casas de origen islámico y reformas mudéjares,
cuya estructura en torno a patios y huertas había sido ampliada a principios
del siglo XV13. En este marco se desarrolló la vida familiar durante
varias décadas, pues allí nacerían las hijas del matrimonio. Al cabo de los
años se instalaría también Pedro Enríquez, hijo del Almirante de Castilla,
cuando en 1460 se casó con Beatriz. Ésta era la primogénita y heredera de la
Casa de Ribera, el Adelantamiento de Andalucía, el Estado de Alcalá y el título
de condesa de los Molares, aunque es evidente que fue su marido quien desempeñó
los cargos entretanto no los heredara el hijo que tuvieron, Francisco Enríquez
de Ribera. Sin embargo, Beatriz murió en 1470 y el viudo se empeñó en casarse
de nuevo con su cuñada Catalina, a pesar de la oposición de doña Naría de Mendoza, la suegra. Para conseguirlo obtuvo el
eficaz apoyo de don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia y casado con la
segunda hermana, Leonor. Eran los años del conflicto sevillano entre los Guzmán
y los Ponce de León, por lo que el cuñado y jefe de los primeros no quería
perder al Adelantado, que hasta entonces estaba en su bando14.
Desde la boda en 1474 hasta 1483, Catalina y Pedro
permanecieron en las casas de Santa Marina, donde nacieron sus dos hijos,
Fadrique y Fernando. Pero el matrimonio sabía que esta antigua casa familiar
estaba destinada al primer hijo de Pedro con Beatriz, por lo que era
aconsejable la adquisición de una residencia propia que fuera espejo además su
imparable prosperidad.
El reinado de los Reyes Católicos estaba consolidado,
había terminado la guerra de Sucesión, se había firmado la paz con Portugal y
los monarcas se dedicaban a forjar el nuevo estado en el que se pusieron los
medios para que cada estamento gozase de una hacienda saneada15.
Entre otros bienes, a los Enríquez de Ribera les eran muy rentables las almonas
de Triana, monopolio para la fabricación de jabón heredado por Pedro Enríquez
de su padre, el Almirante de Castilla, y que se había visto muy beneficiado por
la explotación de los extensos olivares de los Ribera, lo que permitía el
control de la fabricación y del abastecimiento de las materias primas16.
Para redondear la situación dos hechos históricos
repercutirán en la vida de la pareja: la fundación en 1478 de la Inquisición
con su implacable actuación en Sevilla y el comienzo de la guerra de Granada en
1482. En un principio la competencia fundamental de la Inquisición fue la
represión de la herejía judaizante de los conversos. Y las actuaciones
comenzaron por Sevilla en donde la relajación religiosa estaba generalizada.
Probablemente esa situación hizo que los conversos sevillanos, algunos de los
cuales ocupaban importantes cargos públicos y beneficios en los cabildos
catedralicio y municipal, no fueran conscientes de lo que se avecinaba hasta
que en 1480 comenzaron los apresamientos, las primeras ejecuciones y, como
consecuencia, la confiscación de bienes que pasaban al fisco real.
Capilla de la Casa de Pilatos. F. del S. XV
Entre esas posesiones
salieron al mercado auténticas oportunidades y los Enríquez de Ribera
aprovecharon algunas, no porque fueran malvendidas por los reyes y
constituyesen una ganga, sino por la ocasión de hacerse con grandes propiedades
que en condiciones normales no hubiesen sido puestas en venta y que además
contaban con ciertos lujos, como el excepcional acceso al agua de las casas que
adquirieron en la collación de San Esteban. En septiembre de 1483 están
fechadas las escrituras de compra de la futura residencia familiar -conocida
años después como Casa de Pilatos- y de la gran propiedad de Quintos17.
Fueron confiscadas a sendos conversos y en ellas invirtieron nuestros
protagonistas trescientos veinte mil y un millón de maravedíes respectivamente,
realizándose la adquisición, a través de un criado, por la propia «dª Catalina de Ribera, mujer de d. Pedro Enríquez»18.
Tenían recursos
suficientes para hacer frente a las compras pues al antiguo patrimonio hay que
añadir que con su intervención en la guerra Enríquez adquirirá, además de
prestigio y poder territorial, más riquezas. No olvidemos que
como Adelantado de Andalucía, en el asedio final a la ciudad de Granada don
Pedro mandaba un contingente compuesto por seis mil peones y quinientos
caballeros19.
Pero remontémonos a
principios del mismo siglo XV para justificar otro aspecto esencial en el que
deben manifestarse la fama y el poder de un caballero y su linaje. La
relevancia de los Ribera no sólo había requerido la posesión de una residencia
acorde a su situación social, como las casas de Santa Marina con sus soberados
y sus palacios20. Era imprescindible que los miembros de la familia
recibieran sepultura en patronazgo propio, como nos recuerda la frase atribuida
a Mencía de Mendoza. Esa razón había guiado a Per Afán de Ribera “el Viejo”
cuando adquirió en 1410 el patronato de la Cartuja de Santa María de las Cuevas
y el uso funerario de la cripta bajo el presbiterio de la iglesia. Sin embargo,
Pedro Enríquez llegó más lejos después de heredarla y, como estudia el profesor
Lleó, la búsqueda de fama y gloria que justificaría
en parte la adquisición del palacio de la collación de San Esteban,
hizo que convenciera a los cartujos para que además de la cripta, sirviera para
enterramiento suyo y de sus descendientes la Capilla del Capítulo, una
edificación gótico-mudéjar de las más suntuosas del monasterio21.
Así llegamos al año
1492, el Adelantado muere en febrero cerca de Antequera, cuando volvía a
Sevilla, apenas un mes después de tomada Granada. Durante la última década él
se había ausentado varios meses cada año mientras duraban las campañas bélicas
doña Catalina, que aparece como titular en muchos de los documentos que se
generan en la familia, había ido asumiendo diferentes responsabilidades
empujada por las circunstancias y, como se dijo, habituada al ejemplo de su
madre.
La actuación de doña
Catalina en aspectos administrativos y patrimoniales cambia. Mientras su marido
estaba vivo los propósitos que guiaban al Adelantado, y ella contribuía a
alcanzar, corresponden a los de un noble guerrero cuyas victorias le reportan
fama e importantes beneficios económicos, lo que debe plasmarse en la casa que
habita y en la sepultura que guardará su cuerpo, sin que quede muy lejos el
ideal de conducta caballeresca. En su viudez, los intereses de ella serán
otros, tan adaptados a su papel de gran señora muy devota y responsable de su
linaje como los anteriores lo estaban al de su marido.
En primer lugar, cumple
escrupulosamente los deseos que don Pedro expresa en su testamento, para lo que
despliega un férreo y eficaz control de sus negocios. Y
además, pone en práctica una idea común entre la nobleza, que guía
especialmente a las mujeres promotoras. Se ve a sí misma como un eslabón de la
cadena del linaje por la que se transmite un complejo patrimonio, que incluye
símbolos de poder en forma de obras de arte y arquitectura. Y Catalina de
Ribera no sólo es consciente de que su deber es traspasar a sus hijos dicho
patrimonio, sino que trabaja de manera concienzuda y exitosa por acrecentarlo y
por eludir una situación que con frecuencia sería dolorosa para los padres acaudalados,
el mayorazgo. Se había instituido acertadamente para impedir disgregaciones en
las herencias que diluyeran el poder social y económico de las familias nobles,
pero podía dejar en importante desventaja económica al resto de los hijos con
respecto al primogénito. Ella consigue en octubre de 1493 que los reyes le
otorguen la facultad de instituir mayorazgos
y, como explica en su testamento, desde ese momento dirige los negocios
y las compras para que la herencia de Fadrique y Fernando fueran equiparables,
teniendo en cuenta que las ventajas de la primogenitura serían para Francisco,
el hijo mayor de su marido y su hermana22. No hay frases que mejor
resuman sus intenciones y esfuerzos, a la vez que la percepción de sí misma
como mujer que ha gobernado con eficacia sobre sus bienes, que las escritas por
ella misma en su testamento: amados hijos ya sabéis como he trabajado en
todo lo que he podido por vos acreçentar esa hacienda
que os queda (…) ruego por amor de nuestro señor os acordéis del buen linaje donde
venís (…) y con mucha paz se parta este poquito que os dexo
(…) mas pues nuestro señor le plugo de me dar que
pueda mandar, habedlo por bien (…). Que seáis buenos hermanos pues sabéis que
siempre os crié igualmente por vos hacer que no tuviésedes envidia y os quisiésedes
bien así os lo ruego agora por amor de nuestro señor23.
El interés de que sus
hijos, que siendo adolescentes habían sido armados caballeros en los
campamentos de Granada, contaran con los adecuados instrumentos que predican la
fama, explica su atención constante en ampliar, construir y ornamentar el
palacio de San Esteban, que habría de heredar Fadrique. Y también la compra en
1496 de otras casas, esta vez en la collación de San Juan de la Palma y
conocidas después como palacio de las Dueñas, en las que realiza obras
semejantes en coste y estilo artístico, para dejarlo en herencia a su segundo
hijo, Fernando24.
Podemos preguntarnos si
el gusto de la condesa se ve reflejado en las obras que manda realizar en los
palacios o si, con gran agudeza y profundo sentido ecléctico, percibe qué
modelos debe imitar para que las casas que está labrando reflejen la alcurnia
de sus propietarios. Es decir, sobre la base de dos edificaciones mudéjares que
no son derruidas y se corresponden plenamente con la estética sevillana, se
introducen elementos contados, pero muy significativos del gótico final. Así se
incorpora a las construcciones domésticas un estilo al alcance aún de muy pocos
sevillanos, que se identifica con el poder de la nueva monarquía, cercana a la
familia Enríquez de Ribera en las personas de los reyes, junto a los que se han
conseguido tan importantes beneficios en la guerra de Granada. Pero al mismo
tiempo, el gótico es el estilo en el que se está construyendo la gran catedral,
un referente de modernidad alejada de la arquitectura tradicional sevillana, en
la que se expresa un lenguaje constructivo importado al servicio de un cabildo
cuyo arzobispo no olvidemos que era primo hermano de doña Catalina.
Así se eligió tracería
gótica para antepechos y tejados que dan a los patios, y las capillas de ambos
palacios fueron cubiertas con bóvedas de terceletes, significativamente
similares a las del oratorio de los Reyes Católicos en el Alcázar y la capilla
mayor de la catedral25. El maestro que trabajó para ella pudo ser Hamete de Cobexi, un morisco que
estuvo a su servicio y tomó el nombre de Francisco Fernández, llegando a ser
maestro mayor del Alcázar (1502-37), en donde construyó el oratorio citado26.
A pesar de esto, la
influencia islámica es muy patente en las obras que promueve, como lo es en su
vida cotidiana, tan relacionada con el hecho fronterizo. Las yeserías y la
epigrafía árabe de los alfices y frisos, que decoran los salones de la planta
alta y de la
escalera principal de las casas de San
Juan de la Palma son semejantes a
las de San Esteban, usando textos que proceden del palacio de Pedro I en el
Alcázar y, a su vez, de la Alhambra27.
Precisamente el que la
frontera estuviera tan presente en la vida de Catalina de Ribera le permite
conjugar cierta permeabilidad hacia las tradiciones moriscas con el papel de
dama cristianísima, que se esmera en la construcción de los oratorios de sus
casas, tan católica como la propia reina y dispuesta a adquirir, quizá con
cierta ventaja, las pertenencias confiscadas a los conversos por herejes. El
inventario de los bienes que dejó a su muerte nos informa con mucha precisión
de esta mezcla cultural.
En la primavera de 1487,
por ejemplo, se habían conquistado Vélez-Málaga y Málaga con la participación
de su marido e hijos. Fue la primera ocasión durante las campañas granadinas en
que varios miles de musulmanes quedaron convertidos en esclavos y, entre otras
partidas, seiscientos ochenta y tres de ellos fueron regalados por los monarcas
a prelados y caballeros, comenzando por el cardenal Mendoza, a quien se dieron
setenta personas28. Es muy probable que un regalo semejante a su
esposo sea el origen de los noventa y dos esclavos moriscos que vivían en la
casa y de los que ella se preocupa especialmente en su testamento29.
Personas con diferente cualificación profesional que participaron en labores
domésticas, de producción, constructivas y artísticas para su dueña, pero que
también mantuvieron vivos determinados aspectos de su cultura tras el traslado
a Sevilla, comenzando por el hecho de que todavía en 1503 mantenían sus nombres
árabes. Podemos fantasear sobre si los Enríquez al volver de las campañas granadinas con el
correspondiente botín, se preocuparían de incluir algunos objetos especialmente
atractivos o exóticos a modo de recuerdo de las conquistas para la señora de la
casa. Y es que, aunque algunas de las ropas moriscas que constan en el
inventario de sus bienes, no fueran usadas por ella sino por las esclavas,
otros tejidos aparecen integrados en su vida, valorados y de uso familiar como
sábanas, colchas o alfombras. Incluso entre los ornamentos litúrgicos aparece
una almalafa o vestidura talar morisca, de oro y grana30.
Sin embargo, esta
tolerancia no tiene nada de sorprendente pues llevaba practicándose en Sevilla
desde su propia reconquista dos siglos y medio atrás. Cierta guía sobre la
personalidad de Catalina de Ribera, dada la práctica inexistencia de documentos
personales, aparte de su testamento, la ofrece el inventario de sus bienes y de
las obras de arte que atesoró entre ellos en su residencia de San Esteban.
Desde luego no hay
constancia de que los objetos artísticos que la rodeaban hubieran sido
comprados directamente por ella, pero debemos recordar que la familia debió
instalarse en la nueva casa poco después de 1483 y, aunque la mudanza podría
haber incluido alguna obra heredada, es lógico pensar
que se llevasen del palacio de Santa Marina fundamentalmente las
adquiridas por el matrimonio31.
El nuevo palacio había
que decorarlo y los objetos artísticos encargados de ese cometido seguían la
moda de la época, es decir, aquellas piezas que ennoblecían con su valor el
mobiliario habitual. Por eso es tan importante el número de cofres, arcas y
cajas pues, aunque había algunos armarios, aquéllos eran los principales
encargados del almacenamiento en el hogar. Muchos son descritos sencillamente
como de palo o madera, pero también es frecuente que sean de plata o marfil y
que otros estén pintados, especialmente con imágenes de la Virgen.
De la misma manera hay
que valorar tejidos como las alfombras y, sobre todo, los paños o tapices en
sus distintas versiones. Permitían decorar y dar calidez a las paredes de un
palacio mudéjar, pero también eran elementos clave en las vestiduras de las
riquísimas camas o sirvieron como sobreestrados y
antepuertas a modo de cortinas. A esto habría que añadir el valor emblemático
de los reposteros y el litúrgico de palias de altar, frontales o paños de paz,
con frecuencia bordados usando sedas de colores y oro32. A las
distintas funciones hay que sumar su calidad artística y valor iconográfico y,
aunque ya es imposible descubrir la primera, sí contamos con información sobre
los temas representados en los paños. Abundan los motivos vegetales, definidos
por lo general como arboledas, pero también los de figuras que componen escenas
religiosas y de la antigüedad. Su señoría guardaba en arcas una serie de paños
con las historias de Salomón, Daniel, Tolomeo o Alejandro y el rey Darío, junto
con escenas de la Crucifixión, el Prendimiento o los Reyes Magos33.
A diferencia de los
tejidos, la pintura y escultura que poseía la condesa eran exclusivamente de
tema religioso y con un importante componente devocional. Quizá por este
motivo, y de manera semejante a lo que ocurría con la colección pictórica de la
reina Isabel, predominan las obras de origen flamenco, lo que se ha querido
interpretar como una tendencia a ver en el objeto artístico un elemento de
reflexión religiosa más que de contemplación estética34. Tengamos en
cuenta además cómo en estos años la corte ya está a la cabeza de la renovación
de los gustos artísticos35.
En la casa de San
Esteban la ubicación de las pinturas no seguía un criterio expositivo. Fueron
inventariados diez retablos, la mayoría de formato pequeño y compuestos por dos
tablas, que se repartían por distintas dependencias e incluso estaban guardados
en arcas. Aunque tres de ellos forman parte del oratorio, la documentación no
aclara si esta estancia era la capilla construida por doña Catalina al fondo
del patio principal, u otra de carácter más íntimo, ya que se describe como el
retrete que hay junto a la cámara en que falleció su Señoría36.
Algo parecido ocurre con
las esculturas que son pocas y fueron heredadas por Fadrique, excepto una pieza
de indudable valor crematístico que al ser considerada como joya debió pasar
con todas las demás por deseo testamentario a manos de su nuera, Inés
Portocarrero. Se trata de una imagen en oro de la Virgen guarnecida de perlas, rubíes
y diamantes, que nos permite reflexionar sobre el carácter del conjunto de
objetos que estamos analizando y preguntarnos si en este momento constituían
una colección37.
La gran mayoría de las
piezas no eran exhibidas, en realidad los únicos objetos que aparecen ordenados
en varios armarios situados en los corredores que dan al patio pequeño, son
tarros y tinajolas de Portugal con las armas de doña
Catalina, pero no se especifica su contenido. Los objetos, a excepción de
las obras devocionales, están guardados en cofres, arcas, cajas y canastos de
distintos tamaños, con frecuencia envueltos en papeles o lienzos dentro de
ellos38.
Además de las obras
artísticas señaladas y de la platería litúrgica, poseía piezas muy cercanas al
concepto medieval de cámara del tesoro. Como en aquéllas, el número de joyas es
proporcionalmente muy importante, con preferencia de formas caprichosas y
abundancia de piedras preciosas. Pero también encontramos característicos
objetos lúdicos como el ajedrez, que en este caso es de marfil, y los elementos
naturalia que a lo largo del quinientos
resultarán imprescindibles en las wunderkamern,
como ámbar, coral, jaspe, azabache o perfumes, entre los que sobresale por su
cantidad la algalia39.
No se debe olvidar que
la mayoría de estos bienes fueron heredados por Fadrique y podrían haber sido
el germen de la riquísima colección de obras de arte, antigüedades, libros y
curiosidades que el hijo reuniría años después en el mismo palacio40.
Desde luego su educación de corte humanista lo convirtió en un intelectual muy
diferente del caballero medieval dedicado a la guerra que fue su padre. En
estas dos generaciones parece quedar reflejado el cambio de época, pero es
probable que la gradación fuera más sutil y quizá la madre participara en ella.
Es fácil reconocer la
inteligencia de Catalina de Ribera en la brillantez con que dirigió los asuntos
administrativos y la sabiduría que muestra en su testamento. Fue una mujer
habituada a escribir que llega a redactar personalmente parte del documento de
sus últimas voluntades, pero es complicado discernir su horizonte cultural41.
Entre sus bienes se hizo relación de ocho libros, la mayoría de tema
devocional, como misales, libros de oraciones y evangelios. Sin embargo,
conocemos el título de dos de ellos: Soliloquio de San Agustín y Arte
de bien morir, probablemente el texto escrito por Pablo Hurus
hacia 1479- 148442. Estas dos obras fueron heredadas por don
Fadrique al igual que otra cantidad indefinida de volúmenes que su madre guardaba
en un arca junto a una carta de marear43.
Es muy probable que no
supiese leer en latín, porque no era frecuente que las mujeres lo estudiasen y
porque el escribano que redacta el inventario aclara que están en romance
algunos de los libros que ella debió usar con más frecuencia, los que le
servían en el rezo: dos ejemplares de los evangelios y un libro pequeño de
oraciones. No sería extraño que alguna de estas piezas fueran libros de horas
iluminados y, desde luego, al alto coste que de por sí tenían hay que añadir
que algunos estaban enriquecidos con plata.
Pero no cabe duda de que
el último proyecto que acometió en su vida fue el que le reportó fama e
inmortalidad, consiguiendo así, seguramente de forma inconsciente, aquello que
anhelarían las siguientes generaciones de humanistas en pleno renacimiento. Era
como si después de dedicarse durante años a los negocios de la familia, y a
consolidar la inmensa fortuna que se disponía a repartir equitativamente entre
sus dos hijos, hubiera decidido que llegaba la hora de trabajar por la paz de
su propia alma. Quizá fuera un plan acariciado desde tiempo atrás, pero fue en
1500 cuando fundó un hospital para mujeres en una casa de la calle Santiago44.
Con el correr de los años el hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, como
era conocido popularmente, se convertiría en el más importante de la ciudad y
la arquitectura de su nueva sede, junto a la Puerta de la Macarena, uno de los
ejemplos más significativos del renacimiento sevillano. Pero esta construcción,
que hoy en día alberga al Parlamento de Andalucía, no se inició hasta 1546 y
por disposición testamentaria del hijo de doña Catalina, Fadrique Enríquez de
Ribera45.
Sepulcro de doña Catalina de Ribera.
Cartuja
de Santa María de las Cuevas.
Pacce Gazzini - 1521
Es evidente que, a pesar
de las extraordinarias circunstancias personales que le permitieron escribir
que nuestro señor le plugo de me dar que pueda mandar, ha pasado a la
historia por aquella actuación que mejor se correspondía con el rol asignado a
las mujeres: el ejercicio de la caridad. No cabe duda, como correspondía a sus
creencias, fortuna y estatus que practicaba esta virtud, y así lo demuestran
varias disposiciones de su testamento. También hay que contar con las garantías
de publicidad que conlleva la amplia repercusión social de fundar un hospital.
Pero probablemente el principal responsable de que Catalina de Ribera quedase
inmortalizada como la más virtuosa matrona de Sevilla fue su hijo Fadrique. Y
para ello utilizó un lenguaje culto y eficaz, el de las imágenes que decoraron
su monumento funerario.
Fadrique Enríquez de
Ribera encargó los sepulcros de sus padres en Génova en el verano de 1520. Para
ello hizo un alto en el camino durante su peregrinación a los Santos Lugares y
suele argumentarse que le impulsaría la admiración por la decoración de la
Cartuja de Pavía, por lo que dirigió sus pasos hacia los mismos escultores.
Pero no olvidemos cómo su padre, don Pedro, había conseguido de los cartujos el
privilegio de ser enterrado con su familia en la magnífica sala del capítulo, y
ahora en Fadrique recaía la responsabilidad de encargar una obra sepulcral que
hiciera honor al lugar. Y recordemos también que once años antes había llegado
a la catedral de Sevilla desde Génova la obra que por su complejidad
iconológica marcaría un antes y un después en el arte funerario hispalense, el
sepulcro del Cardenal Hurtado de Mendoza, encargado por el hermano de éste, el
conde de Tendilla, ambos primos del doña Catalina46.
Así parece fácil deducir porqué los pasos de don Fadrique se dirigieron a
Génova y, dada su cultura humanista, valorar que había tenido mucho tiempo para
decidir las imágenes que retratarían la vida, obras y virtudes de sus padres.
La iconografía de los
sepulcros de los Ribera ha sido brillante y pormenorizadamente analizada por el
profesor Lleó Cañal, pero merece la pena insistir en
algunos detalles de la obra dedicada a doña Catalina, por la manera en que
parecen reflejar la imagen que su hijo tenía de ella, naturalmente tamizada por
el lenguaje del humanismo renacentista47.
Debemos tener en cuenta
el topos humanista de la Fama, alcanzada por la propia
virtud y las buenas acciones, como garante de la Inmortalidad. Esto ya aparece
en el sepulcro del Cardenal y se hace evidente también en el caso de los
Ribera. Don Pedro destaca como la figura del caballero cuyos hechos de armas
consiguieron el triunfo del cristianismo sobre el infiel. Mientras que la
piedad y la caridad son las virtudes que permiten a doña Catalina alcanzar la
Fama. Pero como se ha visto al comentar el inventario de sus bienes, en la
piedad de la condesa los libros de oraciones, evangelios y otras lecturas eran
objetos cotidianos que debían componer entre sus manos una imagen habitual y justificarían
su representación en los relieves destinados a dejar memoria de su vida. No
sólo en la figura yacente que corresponde más bien a un modelo tipo, sino
especialmente en las victorias aladas de las enjutas, cuyos atributos son la
tradicional cornucopia y unos libros abiertos poco usuales, encargados de
manifestar los medios por los que se ha alcanzado el triunfo sobre la muerte48.
Igualmente sorprende la representación de un triángulo del que pende una
plomada, que ha sido interpretado de dos formas. Para Justi
este emblema aludiría a los grandes trabajos arquitectónicos de los Ribera,
mientras que Lleó lo considera el símbolo de la
Justicia atemperada por la Clemencia, en consonancia con el resto del relieve49.
Si tenemos en cuenta la primera opción, es muy sugerente que don Fadrique
decidiera colocar este elemento significante en el haber de su madre y no en el
de don Pedro, atribuyendo a doña Catalina la responsabilidad de una actividad
que para él resultaba obvia.
1.
Las otras hijas se llamaron Beatriz,
Leonor, Inés y María.
2.
Sobre
la energía y ejercicio del poder por parte de doña María ya advertía
el analista Ortiz de Zúñiga
al informar que en 1460 el favorito de Enrique IV, Beltrán de la Cueva, había querido casarse con la hija mayor, Beatriz, señora ya de la casa de Ribera por haber
muerto su padre. Doña María
se negó alegando que desde 1457 se habían firmado capitulaciones con don
Pedro Enríquez, hijo segundo del almirante don Fadrique, aunque por su corta edad
no se había efectuado el desposorio.
Don Beltrán llegó a traer al rey a Sevilla para que
se negociase el asunto pero aunque las instancias fueron muchas y aun en
parte violentas, la varonil condesa de los Molares, madre de la novia, resistió briosa y efectuó luego a los ojos del rey el casamiento con don Pedro, el que enojado,
fulminando amenazas que su facilidad ocasionaba
que fuesen tenidas en poco, se partió
de esta ciudad antes de partirse
el año. Ortiz de Zúñiga,
Diego: Anales de Sevilla. Tomo III. Sevilla, ed. 1988, p. 18. Efectivamente
doña María consiguió sus propósitos pero en su testamento
declara cómo ella tuvo que sostener
las villas de Cañete y la Torre cuando el rey las embargó por haber casado a Beatriz con don Pedro Enríquez.
Archivo Ducal de Medinaceli.
Sección Alcalá, leg. 5,
doc. 33.
3.
DÍEZ DEL CORRAL,
Rosario: Arquitectura y mecenazgo. La
imagen de Toledo en
el renacimiento. Madrid, 1987, pp. 21-26.
4.
Ana de la Cerda desplegó una importantísima actividad de patrocinio artístico tras quedar viuda, entre 1536 y 1553. En esos años
y tras la compra de la
villa de Pastrana a Carlos I hizo construir
el actual palacio ducal por Alonso de Covarrubias y la iglesia
del convento de San
Francisco.
5.
GIL, Juan: Los conversos y la inquisición sevillana. Tomo I, Sevilla 2001,
p. 32.
6.
D. Diego
Hurtado informa en 1495 al cabildo
que ha escrito al maestro Ximón (de Colonia) para que vea la obra. VV.AA.: La
Catedral de Sevilla. Sevilla 1990. pp. 146. Por
los mismos años el maestro estaba trabajando para la tía del arzobispo, doña Mencía de Mendoza, realizando la Capilla del Condestable en la Catedral de Burgos.
7.
LLEÓ CAÑAL, V.: Nueva Roma. Mitología y Humanismo en el Renacimiento sevillano. Sevilla, 2001, p. 134-140
8.
Esta
frase nos llega entre otros a través de SÁINZ DE LOS TERREROS, R.: Notas genealógicas de un linaje
del valle de Soba. Madrid, 1954, p. 271, según se cita en
ALONSO RUIZ, Begoña: “Palacios donde
morar y quintas donde holgar de la Casa de
Velasco durante el siglo
XVI”, Boletín del Museo e Instituto “Camón
Aznar”. LXXXIII-2001, p. 5.
9.
En
1474 el cardenal Mendoza declaró
abiertamente su apoyo a la princesa Isabel y arrastró a su parentela, formando la liga de las casas de
Alba, Enríquez y Mendoza, contra las de Pacheco,
Carrillo, Zúñiga y Benavente.
AZCONA, Tarsicio: Isabel
la Católica. Vida y reinado.
Madrid, 2004, p 145.
10.
En
la actualidad se llama la atención,
desde distintas especialidades sobre la necesidad de atender a la reconstrucción documentada de vínculos de parentesco, como punto de partida para abordar los estudios sobre el estamento nobiliario.
11.
ARANDA BERNAL, Ana: “La
participación de las mujeres
en la promoción artística durante la edad moderna”. Goya, nº 301-302, 2004, pp. 229-240.
12.
Su
familia era de origen gallego y una significativa muestra de las continuas ausencias del adelantado es que otorgó
su testamento en Valladolid en 1454. ORTIZ DE
ZÚÑIGA, op. cit. p. 6.
13.
Por un privilegio rodado
del rey Enrique II, fechado
en el Alcázar de Sevilla el 16 de
mayo de 1371, se donó
un palacete al adelantado Per Afán de Ribera.
Con ello
se quiso premiar la lealtad, fianza, afán y trabajo de Ribera y además su valor en la guerra. El edificio había sido propiedad de la reina doña Leonor, a su lado se alzaba una mezquita, frente a lo que más tarde sería
la iglesia de Santa Marina.
En 1417 el palacio fue ampliado y se le abrió puerta a la calle San Luis, para lo que
se compraron casas
y huertas al monasterio
de la Santísima Trinidad.
En 1603 los jesuitas compran las casas y las derriban para construir la iglesia. GONZÁLEZ MORENO, J.: Aportación a
la historia de Sevilla. Sevilla, 1991, pp. 80-81.
14.
ORTIZ DE ZÚÑIGA, op. cit., p. 53.
15.
AZCONA, op. cit., p. 195.
16.
LLEÓ CAÑAL, V.: La casa de Pilatos, Madrid, 1988, p. 23
17.
Tal
denominación
se debe a la práctica, instituida
por el primer Marqués de Tarifa, de un vía crucis que enlazaba el palacio con el antiguo
templete de la Cruz del Campo. Íbidem,
p. 11.
18.
Las casas de la collación de San Esteban habían sido confiscadas a Pedro el Ejecutor. Íbidem, p. 15. Ambas compras tuvieron
lugar los días 26 y 27 de septiembre y, aunque la campaña de Granada de aquel año había
terminado en mayo, no es seguro que don Pedro hubiera vuelto ya a Sevilla, lo que podría explicar que doña Catalina actuara sola como muestra la documentación: Luis
de Mesa, miembro del Consejo
de los Reyes, juez y receptor de los bienes de su Cámara
y Fisco por razón de herejía, por el poder que tiene vende a Dª Catalina de
Ribera, mujer de D. Pedro Enríquez,
y en su nombre a Lope de Agreda, su criado, el heredamiento de casas, molino de aceite, 200 ar. de olivar, tributos, montes y prados, que fueron de Pedro Fernández Cansino,
hereje, y de su mujer Isabel Martínez, conversa, igualmente
condenada por herejía. El precio de la venta es de
1.000.000 mrs.
Borrero, Mercedes: El archivo
del real monasterio de San Clemente. Catálogo de documentos
(1186-1525). Sevilla, 1991. Doc. 491.
19.
CARRIAZO, J.M.: “Alegrías que hizo Sevilla por la conquista de Granada” En la frontera de Granada: homenaje
al Profesor Carriazo.
Sevilla, 1971-73. Tomado de Lleó Cañal, V.: Nueva… op. cit., p. 145.
20.
Así
se describe esta residencia en
el testamento de María de Mendoza. Los soberados servirían para el almacenaje pero también como los cuartos más reservados
de algunos habitantes de la
casa, indicaría la existencia
de un segundo piso, algo poco habitual en la arquitectura mudéjar sevillana. Los palacios, hay que entenderlos
como grandes salones rectangulares. A.D.M.
S.A., 5, 33.
21.
LLEÓ CAÑAL, V.: La casa … op. cit.,, p. 15-16
22.
El reparto
debió ser tan satisfactorio
para sus hijos que no hay constancia
de ningún pleito en este sentido
entre los hermanos
y sus sucesores, todo
lo contrario hay gestos de generosidad entre ellos. De todas formas don Francisco murió sin herederos en 1509, de manera que le sucedió en el mayorazgo y en todos los títulos
su hermanastro don Fadrique. 23 Hay que advertir sobre la retórica del lenguaje, porque este poquito que os dexo se elevaba a la importante cantidad de 25 millones de maravedíes. A.D.M. S. A., 6, 7.
23.
El nombre
del palacio se debe al inmediato convento
cisterciense de las Dueñas.
Las casas pertenecían a Pedro de Pineda y María de
Monsalve, señores de Casabermeja,
y fueron compradas por doña Catalina el 20 de febrero de
1496 por 375.000 mrs. FALCÓN MÁRQUEZ, T.: El
Palacio de las Dueñas y las casas-palacio sevillanas del siglo XVI.
Sevilla, 2003, p. 82.
24.
Íbidem, p. 88.
25.
En
el testamento aparecen
entre los 92 esclavos una serie
de alarifes que debieron intervenir en las dos casas. Uno
es el ya citado, otro es Juan de Limpias, cuyo nombre coincide
con el del maestro mayor de carpintería del Alcázar (1479-
1506). También figura Juan
Sánchez por los servicios
que me ha hecho, que puede
ser el cantero de ese nombre
que llegó a ser aparejador
del ayuntamiento en 1533. Íbidem, p. 89.
26.
27 Íbidem, p. 89-90.
27.
28 AZCONA.
Op. cit., p. 366.
28.
Mando
que mis hijos don Fadrique
e don Fernando sean obligados
de dar de comer a las personas que de mi mano señalare en esta
hoja porque ellas son tan pobres que no se podrán valer y por amor de dios mientras vivieren
quiero que les den de comer a las que yo aquí señalare
e dinero y a cada una den
media fanega de trigo cada mes (…) y a don Fadrique ruego que les dexe estar en el aposentamiento
de acá dentro y no salgan
de su casa porque son
personas de quien yo me serví (…) ruegole que con mucho amor las traten como ellas
merecen (…) y porque ya no tendrán quien
les ayude vístanlas de luto y a los hombres den sayos y capuces, no lo mando porque lo traygan por mí, mas porque guarden su ropa.
A.D.M. S. A., 6, 7.
29.
Entre otras, fueron inventariadas
una ropa morisca de zarzahán (tela de seda delgada)
con mangas anchas e hechas a letras moriscas, una colcha de brocado y zarzahán morisco vieja, sábanas moriscas, una camisa morisca vieja, un pedazo de toca morisca, cuarenta alfombras moriscas, labrada de punto morisco,
etc. Es probable que algunos objetos
procedieran de la tienda que los Enríquez
de Ribera usaban durante
las campañas militares, como una caldereta morisca de latón, un atanor morisco o tres servidores de la tienda del Alfaneque.
A.D.M. S. A., 16, 35.
30.
En
el inventario de bienes de su madre se hace
relación de los ornamentos
de la capilla, que quedarían
en su poder
tras la marcha de doña Catalina y su familia. A.D.M. S. A., 16,
39.
31.
Don Fadrique
heredó de su madre tres palias de altar labrados de oro y seda y un paño de paz naranjado
labrado de blanco y morado. A.D.M. S. A., 16, 35.
32.
Cuatro
paños, los tres grandes de la historia de Tolomeo, dos sobreestrados y uno como antepuerta
de la misma cámara de Tolomeo con tres apañaduras, otros tres paños de una cámara de arboleda y dos entresuelos de arboleda, un
frontal de los Reyes Magos con oro,
cuatro paños grandes de figuras de la historia de Alejandro y el Rey Darío, otro
paño de figuras del prendimiento, otro paño de figuras del crucificado
33.
un paño de la historia de Sulamon (sic) viejo.
A.D.M. S. A., 16, 35.
34.
Cinco
reposteros de los de Flandes,
dos retablos de Flandes, uno
de la Quinta Angustia y el otro
de la Salutación, un lienzo
pintado en que está la historia del nacimiento y de los
Reyes Magos de Flandes, dos
escobillas de Flandes doradas, un cofrecillo de Flandes lleno de (…) y perfumes y
cosas de mujeres, un cofre de Flandes viejo. A.D.M. S. A., 16, 35.
35.
En la colección de la reina aunque hay alguna pintura de Botticelli o Perugino, el grueso es de artistas flamencos como Bouts,
David, van der Weyden, etc. MORÁN, M. y CHECA, F: El coleccionismo en
España. Madrid, 1985, p. 40.
36.
En
el oratorio aparecen un retablo pequeño de Ntra.
Sra., otro de Santa Bárbola,
otro retablo pequeño con un
crucifijo. En otras estancias se hallaban: un retablo como libro en que está
una imagen, un retablo de la Salutación y el Huerto en dos tablas,
una caja pequeña pintada una imagen de Sta. Marina en
un retablo, dos retablos de Flandes, uno de la Quinta Angustia y el otro de la Salutación, un retablo
de la pasión que quedó en la capilla y otro retablo de Ntra. Sra. para decir misa, éste último nos indica
cómo la familia contaba con este privilegio.
A.D.M. S. A., 16, 35.
37.
Las esculturas
heredadas por Fadrique Enríquez de Ribera fueron: Una imagen de bulto
de Ntra. Sra. y de Satanas (sic)
y Josepe, una
imagen de San Cristóbal en bulto
dorado y un San Roque. Entre las joyas se
describe una imagen de Ntra.
Sra. de oro de bulto con
una (…) en que hay en ella cuatro perlas
granesas y cuatro rubíes grandes y hay una rosa de oro que tiene encima de la cabeza cinco rubíes y en otra rosa
que tiene a los pies hecha
una cruz de cuatro
diamantes y un rubí. A.D.M. S. A., 16, 35.
38.
Como ejemplo, un cofrecico pequeño dorado labrado con ámbar que dice que la
reina de Nápoles lo envió a su señoría
en que hay un papel en que está envuelta
una cajita de hueso pequeña. A.D.M. S. A., 16, 35.
39.
La algalia
es una planta malvácea cuya
semilla, de olor almizcleño, se empleaba en perfumería. Era muy caro pero
no faltaba en las cámaras de las señoras más acaudaladas, comenzando por la reina y las infantas. En diferentes
estancias se inventarían una berenjena de hueso
llena de algalia y ciertos pebeteros, dos papeles de algalia vacíos, un cuero de gato de algalia, un cofrecillo de Flandes lleno de (…) y perfumes y cosas
de mujeres, talegas de
perfume y polvos de Alejandría.
A.D.M. S. A., 16, 35.
40.
LLEÓ V.:
La casa… op. cit., p. 23-24.
41.
Los útiles para escribir y el almacenamiento de escrituras que había en su cámara así lo delatan: ocho manos de papel para escribir, un tintero de azófar, un tintero de plomo, un cofre de Flandes viejo lleno
de escrituras, un canastillo
y un esportilla con escrituras,
una talega con escrituras. A.D.M.
S. A., 16, 35.
42.
Un
misal de mano en pergamino, unos evangelios de pergamino en romance, un libro en que están los evangelios en romance, un libro en romance pequeño de oraciones, un libro de pergamino en que su Señoría
rezaba, otro libro recubierto de plata en que rezaba
su Señoría, otro libro de San Agustín que se llama soliloquio, otro libro que se llama Arte de bien morir. A.D.M.
S. A., 16, 35. Un incunable de Arte de bien morir y breve confesionario se
conserva en la Biblioteca del Monasterio de San
Lorenzo del Escorial.
43.
Un arca de madera grande en que estaban
unos libros plateados y una carta de marear. A.D.M.
S. A., 16, 35.
44.
Favoreciéndolo
con bula de erección del pontífice Alexandro VI, dada en
Roma a 13 de mayo. Consiguió que lo visitase la reina algunas veces. ORTIZ DE ZÚÑIGA,
op. cit., p. 178.
45.
Doña Catalina nombró
como patronos a los priores de la Cartuja, de San Jerónimo y de San Isidoro del
Campo, pero
fueron las cuantiosas sumas legadas por don Fadrique las que hicieron posible la nueva construcción. GESTOSO, José:
46.
Sevilla
monumental y artística.
Sevilla, 1892. Tomo III, p. 107. 46 LLEÓ, V.: Nueva…, op. cit., p. 134-140.
47.
Como el profesor Lleó aclara
no se conserva la constancia
escrita del programa iconográfico, aunque no sería descabellado pensar que lo hubiera, dado que
se elaboró para el posterior encargo
de los sepulcros de sus abuelos.
Íbidem, p. 155-175.
48.
Las cornucopias son desde el medioevo un símbolo de la Caridad y Lleó Cañal considera que los libros aluden al fundacional del Hospital de las Cinco Llagas, por tanto que la gran labor caritativa de la difunta sería su llave para el Paraíso.
Íbidem.
49.
JUSTI, K.: Estudios de Arte Español,
Madrid, s.a., vol, I, p. 93. Íbidem.