Fig. 1. La Insignia de la Cruz, conocido como “la Cruz de
los Labradores” o “la Diablesa”, Nicolás de Bussy (1695).
Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela. Fot.: Mariano Cecilia Espinosa.
La alegoría procesional en el
barroco:
de
Nicolás de Bussy
The Processional Allegory in the Baroque: “La Diablesa” by Nicolás de Bussy
Universidad de Murcia, España
Museo de Arte Sacro de Orihuela, España
El grupo
escultórico de La Insignia de la Cruz, conocido popularmente como “la
Diablesa”, obra realizada en 1695 por el escultor estrasburgués Nicolás de Bussy, constituye uno de los ejemplos más significativos de
obras de carácter alegórico vinculadas a la Semana Santa en España e
Hispanoamérica. El análisis de la pieza desde la vertiente procesional como
función religiosa para la que fue diseñada nos remite a pasos procesionales
como “la Canina” de Sevilla, el paso de “la Muerte” de Zaragoza o “el Arquero
de la Muerte” en Lima (Perú). Esta perspectiva nos permite adentrarnos mejor en
su significado, su complejo simbolismo, en la motivación para la que fue creada
y en la mentalidad de la sociedad del barroco español.
Palabras clave: Nicolás de Bussy; escultura; barroco; Orihuela; Sevilla; Lima; Zaragoza.
The sculptural group of the Insignia de la
Cruz, popularly known as “la Diablesa”, made in 1695
by the sculptor of Strasbourg, Nicolas de Bussy, is one of the most significant examples of allegorical works
linked to Holy Week in Spain and
Hispanic America. The analysis of
the piece from the processional side as a religious function for which it was
designed refers us to processional steps such as “La Canina” in Seville, the passage from “La Muerte”
in Zaragoza or “El Arquero de la Muerte”
in Lima (Peru). This perspective allows us to delve deeper into
its meaning, its complex symbolism, the motivation for which it was created and
the mentality of Spanish Baroque society.
Keywords: Nicolás de Bussy; sculpture;
baroque; Orihuela; Sevilla; Lima; Zaragoza.
atrio nº 23 | 2017 ISSN: 0214-8293 | pp. 60-73
El grupo escultórico de La Insignia de la Cruz1, también conocido como “la Cruz de los Labradores”2, popularmente “la Diablesa”3, que se conserva en la ciudad de Orihuela, representa uno de los ejemplos más impactantes de las esculturas alegóricas en España. El estudio de esta extraordinaria obra escultórica del barroco español, se ha realizado bien desde la óptica documental4, o la estrictamente material y artística5. En este trabajo, pretendemos contextualizar la pieza con la función religiosa para la que fue encargada en 1694 y ejecutada un año después, la procesión de Viernes Santo en la tarde, y analizar el grupo escultórico desde todas sus vertientes, para conocer los valores culturales que intrínsecamente conserva la pieza desde la perspectiva histórica y artística vinculada a la máxima expresión de la religiosidad popular de nuestro país, las celebraciones públicas de Semana Santa6.
En este artículo profundizamos en el sentido, el simbolismo y la iconografía de una pieza imprescindible para comprender el arte barroco que se estaba gestando a finales del siglo XVII en el Sureste español, y determinante en el devenir de la escultura del setecientos que, a su vez culmina en la plenitud alcanzada por la obra del escultor murciano Francisco Salzillo Alcaraz7. No obstante, antes de adentrarnos en su estudio y análisis pormenorizado vamos a situar el momento artístico de su diseño y ejecución, que coincide con la estancia en el Levante del escultor estrasburgués Nicolás de Bussy, a quien se atribuye de manera unánime su paternidad.
1. El panorama artístico en el sur valenciano a finales del siglo XVII:
La llegada de Nicolás de Bussy
La creciente actividad artística que desde el Renacimiento se desarrolla en la incipiente nueva sede episcopal de Orihuela8 tiene su continuidad durante la primera mitad del siglo XVII donde el panorama artístico de la diócesis orcelitana se configura en torno a las relaciones artísticas existentes entre Granada, Murcia y Orihuela, que facilitaron el conocimiento de la obra de artistas andaluces como Alonso de Mena, Alonso Cano, su discípulo Pedro de Mena, Montañés o Juan de Mesa. Estas interacciones artísticas que se venían desarrollando en aquel momento entre Andalucía y dos de los focos artísticos más activos del Sudeste, las ciudades episcopales de Murcia9 y Orihuela10, quedan evidenciadas en la magnífica imagen de la Virgen del Rosario, que se conserva en la capilla de su advocación situada en la girola de la S. I. Catedral de Orihuela. La talla fue realizada en 1633 por el desconocido escultor Bernardo de Aguilar, posiblemente de origen andaluz, que fue magníficamente policromada y estofada por el oriolano Francisco Heredia11, el único pintor activo en Orihuela durante buena parte del siglo XVII, con numerosas intervenciones para las iglesias oriolanas como es el caso del retablo de la Capilla del Hallazgo en el Santuario de Nuestra Señora de Monserrate o algunos restos retablísticos conservados en los almacenes del Museo Diocesano de Arte Sacro de Orihuela. Aunque desconocemos los pormenores de la presencia de Bernardo de Aguilar en Orihuela, la pieza pone de manifiesto la fusión de las formas artísticas andaluzas con la tradición decorativa local y nos muestra las pautas de la escultura del mediodía hispano, con elementos heredados de Montañés y Juan de Mesa12. Por otro lado, en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Orihuela se conserva una imagen tallada a principios del siglo XVII del niño Jesús Salvador del Mundo, procedente de la catedral oriolana, realizada dentro de una estética andaluza, que también demuestra esta relación artística de Orihuela con el sur peninsular13.
La peste de 1648 y la epidemia de 1678, diezmaron la población y provocó –como es deducible–, un retroceso significativo en la actividad económica, situación que afectará a las bellas artes con un descenso muy considerable en el número de encargos artísticos por parte del principal mecenas, la Iglesia local, que vio mermados sus ingresos de fábrica, destinados a la dotación de los templos14. No obstante, esta situación varió ostensiblemente en el último cuarto del siglo XVII con la mejoría económica, el cese de las epidemias y de otros infortunios como las reiteradas inundaciones del río Segura o los períodos alternos de sequía. La recuperación económica permitirá que en las últimas décadas del seiscientos el panorama de las bellas artes recupere el esplendor del Renacimiento, y se encuentre a la altura de una ciudad que, tras la capital valentina, era la más importante del antiguo reino de Valencia, como cabeza de gobernación, sede episcopal y principal centro universitario del mediodía valenciano.
En este momento surgirá una potente escuela local de tallistas, escultores, y retablistas, encabezada por las familia de los Caro, Jusepe Rufete, Laureano Villanueva, y Bartolomé Perales, que se extenderán por todo el Sureste, significativamente por el reino de Murcia. El mediodía valenciano volverá a ser un foco artístico de gran relevancia en conjunción con la vecina región de Murcia, hasta el punto que podríamos definir como una escuela interregional. En el panorama local oriolano destacan los pintores Francisco Heredia o Bartolomé Albert, y plateros como Bautista Varó, Juan Joli o el palermitano Antonio Martínez Rubio, – ejemplo de las relaciones artísticas con los territorios del sur de Italia pertenecientes a la Corona de Aragón–, junto a la llegada a finales de siglo del pintor valenciano Senén Vila –colaborador de Bussy–, y de trabajos pictóricos del lorquino Pedro Camacho, entre otros.
En el campo escultórico, la llegada a la zona del escultor estrasburgués Nicolás de Bussy será determinante ya que modificará el lenguaje artístico predominante, abriendo los horizontes hacia el triunfo de unas imágenes de gran dramatismo que suscitaban emociones hasta aquel momento totalmente desconocidas. El escultor alemán estaba afincado desde 1688 en la vecina población de Murcia15, un artista formado en los principios que regían el barroco europeo16. Bussy había llegado a la capital de España en 1659 en el séquito de Juan de Austria, en donde se incorporó a la Corte como escultor de cámara de Felipe IV. Unos años después, en 1662, se trasladará a Valencia donde trabajará como oficial en el taller del escultor Tomás Sanchís. A partir de 1668 desarrollará en la capital del reino su labor como imaginero, formando parte del gremio de carpinteros de la ciudad. En 1672 abandonó la capital valenciana iniciando un periplo por todo el Levante, trabajando en Alicante, donde contraería matrimonio en 1676 y establecería su taller, realizando diversas obras para Elche, Aspe, Orihuela y Murcia.
En la diócesis de Orihuela coincidió con el grupo de retablistas que se estaba forjando en la zona a cuya cabeza estaba Antonio Caro “el viejo”, un artista que ejerció su profesión por todo el Sureste17 alcanzando un notable prestigio con obras de gran interés como el retablo de la Capilla del Hallazgo en la antigua ermita de Nuestra Señora de Monserrate de Orihuela, culminado durante los años 1675 - 1677 con la intervención del pintor Francisco Heredia, que pone de manifiesto los logros que se estaban produciendo en Orihuela y que rápidamente se expandirán por todo el Levante. Antonio Caro será el iniciador de una importante escuela familiar con sus hijos Antonio y José que desarrollarán su trabajo en Orihuela y Murcia, Ignacio, que trabajará en Cartagena, y su sobrino Manuel, cuya actividad se centrará fundamentalmente en Lorca18.
La primera obra conocida de Nicolás de Bussy
para Orihuela se remonta al año 1689 y corresponde al encargo de los diseños
para realizar un retablo y tabernáculo destinado a la capilla mayor de la
Catedral oriolana19, cuyo trabajo sería realizado por el escultor
José Caro, hijo de Antonio
Caro “el viejo” y seguidor de la obra de Bussy20. Esta primera vinculación con la Catedral
de Orihuela, y con su cabildo eclesiástico, le permitiría recibir
nuevos encargos como será el caso de “la Diablesa”, una obra destinada a la procesión de Viernes Santo en
la tarde, en aquel momento organizada por las cofradías de la catedral de
Orihuela, establecidas en su capilla extramuros dedicada a Santa María del
Loreto y dependiente del Cabildo Catedralicio.
Fig.2. Detalle de la parte inferior del grupo escultórico
La Insignia de la Cruz, en donde se sitúan
las alegorías de la muerte y el mal, representadas respectivamente por un esqueleto
y un diablo con formas de mujer. Fot.: Mariano Cecilia
Espinosa.
2. El encargo de La Insignia de la Cruz y su función religiosa:
La procesión del santo entierro de cristo
En 1694, tenemos noticias de una iniciativa que cambiará el significado de la antigua procesión de Viernes Santo en la tarde, –cuyo origen se remontaba a la segunda mitad del quinientos–, y marcará desde el punto de vista artístico su trayectoria durante siglos: la realización del paso procesional alegórico de La Insignia de la Cruz. En este sentido, el 5 de septiembre de aquel año, la junta de la cofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral se reunió para tratar en qué lugar de la Capilla del Loreto se iba a colocar una nueva insignia que llevarían sobre sus hombros los labradores de los arrabales de la ciudad para salir en la procesión que se hacía todos los años el Viernes Santo por la tarde junto al resto de imágenes que participaban en la misma21.
El 26 de marzo de 1695 los labradores Tomás Alcorisa, y Miguel Ros, cofrades de la cofradía del Santísimo Sacramento22, exponían ante el notario Andrés Ximénez que los labradores23 de la ciudad de Orihuela y su término, todos ellos cofrades y porteadores de algunas de las imágenes que participaban en la procesión del Viernes Santo en la tarde, habían decidido realizar a su costa “la insignia de la Santísima Cruz” para llevarla en la procesión de Viernes Santo cuyos gastos ascendieron a 800 libras, que se debían satisfacer entre todos ellos24. En aquella fecha, se recogieron muchas cantidades pero aún faltaba dinero para satisfacer el precio ajustado y concertado con el escultor, ya que los labradores no lograron recoger todo lo necesario. Dado que la celebración de la procesión estaba muy próxima era necesario solventar la deuda. Para ello, se había resuelto pedir un cargamiento de censal de 300 libras que concedió la priora y comunidad de monjas dominicas de Santa Lucía de Orihuela a razón de 17 dineros por libra y que sirvió para pagar al escultor que había realizado el paso procesional25.
Los mayordomos acordaron, previa votación, que se dieran antorchas para los nazarenos que iban a alumbrar La Insignia de la Cruz, tal como se hacía con el resto de insignias antiguas durante la procesión de Viernes Santo, y para iluminarla el Jueves y Viernes Santo, así como los días de Pascua. Además, se decidió que el día de la procesión se determinara el lugar que debía ocupar en la misma26. Los mayordomos de la cofradía decidieron que el citado paso procesional se colocara en el sitio donde estaba hasta entonces el grupo escultórico de “el Desenclavamiento”27.
La nueva insignia se entregó en 1695 y costó 800 reales. Desde el punto de vista documental no hay constancia del escultor a quien se le pagó el coste de la obra. No obstante, la historiografía ha mantenido su filiación a Nicolás de Bussy, una atribución unánime, y acertada bajo nuestro criterio, ya que este artista era el único capaz de transmitir un nuevo lenguaje a través de las formas escultóricas. En este sentido, las obras de Bussy están cargadas de una fuerte expresividad, tienden al patetismo y el simbolismo y poseen acusadas influencias del mundo germánico28, aspectos que se reflejan claramente en “la Diablesa” de Orihuela, una obra considerada por el profesor Belda Navarro como la más significativa de su etapa valenciana29.
La Insignia de la Cruz, representaba de modo alegórico el triunfo de la cruz de Cristo sobre el pecado, la muerte y su capacidad generadora de vida. La obra escultórica, –colosal en cuanto a su significado–, causará un gran impacto emocional en los fieles y en el significado de la procesión en sí misma, ya que con la creación de este paso se pretendía que el cortejo procesional no acabara con la contemplación desolada de la muerte, representada por el cuerpo yacente, sin vida, inerte, de un Cristo vejado y torturado, sino con la esperanza y la visión consoladora de la resurrección mediante la representación de la victoria de la cruz, en definitiva de la redención30. Con esta nueva incorporación variaba notablemente el mensaje de una procesión que no concluía con el entierro del cuerpo de Cristo sino con un alegato final sobre la resurrección y la esperanza.
3. Significado y simbolismo: El estandarte de la redención
El grupo escultórico representa el triunfo de la cruz, signo de la redención, que se alza invicta en los cielos, sobre la tierra, la muerte, reflejada por un esqueleto, el mal, representado por el diablo con formas de mujer y el pecado. Esta singular y un tanto insólita iconografía, que también aparece en la crestería de las cajoneras de la sacristía de la catedral de Murcia, ha sido interpretada por algunos autores como un trasunto de las actas apócrifas de Pilato en donde se relata que los santos rogaron a Dios que dejase en los infiernos el signo de la cruz como señal de victoria durante toda la eternidad:
Y asimismo todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del
Señor, y dijeron con voz unánime: Has llegado, al fin, Redentor del mundo, y
has cumplido lo que habías predicho por la ley y por tus profetas. Has
rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la cruz, has descendido
hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y de la muerte, por tu majestad.
Y, así como has colocado el título de tu gloria en el cielo, y has elevado el
signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo, Señor, coloca
en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no
domine más.31
No obstante, el profesor Belda Navarro32 ha apuntado una interpretación más sencilla y acertada desde nuestra perspectiva sobre su inspiración y significado. Según este historiador, el verdadero contenido iconográfico hay que buscarlo en el libro de cabecera del escultor El christiano interior, donde se exponen las contradicciones de la época y “las denodadas luchas de los estamentos religiosos por implantar unas formas de vida ascética con menosprecio de lo físico y carnal hasta alcanzar la contemplación de los triunfos de la Cruz sobre el mundo, los vicios y el infierno”33. Como ya apuntamos en líneas anteriores, este tema se encuentra tallado en la cajonera de la sacristía de la Catedral de Murcia, que en razón a su proximidad cronológica34 y geográfica debe considerarse como un motivo claramente inspirador de este grupo escultórico, junto a las fuentes habituales utilizadas y divulgadas por el cristianismo.
Un ejemplo de antecedente iconográfico es la obra Alegoría de la redención, de Jacopo Ligozzi (h. 1587), recientemente donada por Óscar Alzaga al Museo Nacional del Prado. En este lienzo aparecen en el Gólgota junto al sedile de la cruz de Cristo, los principales personajes y elementos del grupo procesional que estamos analizando: la muerte simbolizada en un esqueleto que mira atenta a un reloj de arena, un diablo, –sin formas femeninas–, acompañado por la serpiente, y ángeles que revolotean en torno a la cruz. Delante y focalizando la atención del espectador, la Virgen llora ante el cuerpo de Cristo muerto, tras ser desenclavado. Como podemos comprobar en el grupo escultórico de Bussy no se muestra la imagen de Cristo muerto, pues en el contexto procesional no era necesario, ya que le precedía en el cortejo la urna del Cristo Yacente y detrás la Virgen en su soledad llorando a su hijo.
La influencia de composiciones anteriores de carácter alegórico y relacionadas con el tema principal de la redención, como es el caso de la obra de Jacopo Ligozzi, influyeron notablemente en el diseño de esta iconografía en España, con variaciones significativas como es el caso del diablo con formas femeninas de Bussy, heredero de la tradición centroeuropea, y que podemos apreciar tanto en el grupo escultórico de Orihuela como en la talla de la cajonera de la Catedral de Murcia. En este sentido, Bussy recupera la tradición de representar a los diablos femeninos propia del mundo medieval centroeuropeo. Tanto en Flandes como en el Sur de Alemania, encontramos construcciones alegóricas, como “la Columna de la Trinidad” o de “la Peste” de Viena, erigida en conmemoración del cese de epidemia de 1679 y proyectada por Matthías Rauchmiller donde participaron escultores como Fischer von Erlach, Strudel, entre otros. Es probable que estas obras sirvieran de inspiración para Bussy a la hora de componer La Insignia de la Cruz. En este sentido, la imagen de la Diablesa es muy similar a la escultura que simboliza la peste en Viena, que aparece vencida con apariencia de mujer envejecida con los senos totalmente flácidos.
La cruz vacía con las gotas de sangre derramada por Cristo, –en evocación a su poder purificador y a la extendida devoción a la sangre de Cristo35–, con el sudario colgado sobre el madero transversal, es el elemento principal del grupo escultórico, simboliza la resurrección y reina en el cielo, sobre el mundo, aplacando a la muerte, representada por un esqueleto –Mors Mortem Superavit36–, y al tiempo, que transcurre de manera inexorable, materializado en un reloj que nos muestra la fugacidad de la vida, el triunfo y la universalidad de la muerte que a todos irremediablemente nos llega. La situación en el paso del esqueleto y el diablo con la manzana en la mano, todos bajo la Cruz redentora, tiene relación con la calavera de Adán como símbolo del pecado original, relacionado desde el punto de vista teológico con la redención de la cruz de Cristo37, y con la tradición de su enterramiento en el monte del Gólgota. En definitiva, la obra alegórica muestra el dogma de la redención de la humanidad donde Jesucristo, el nuevo Adán, ha entregado su vida en la cruz, venciendo a la muerte y el pecado, simbolizado por la Diablesa y la manzana que sostiene en su mano, liberando a la descendencia del primer Adán, de las tinieblas, de la muerte hacia la luz de la vida eterna.
Dada su impecable realización técnica, de gran calidad en cuanto a sus formas, espacio, volumen, equilibrio y policromía, podemos considerarla como una de las mejores creaciones del arte barroco español, a lo que se suma la escasez de pasos alegóricos en España, más proclive en sus procesiones a narraciones continuas en detrimento de versiones simbólicas menos comprensibles38, su paralelo más cercano es El Triunfo de la Santa Cruz sobre la Muerte, el Mundo y el Pecado, popularmente conocido como “la Canina” de la Semana Santa de Sevilla, que participa cada Sábado Santo en la Hermandad Sacramental del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo, realizada en 1691 por Antonio Cardoso de Quirós39 –estrenada dos años después–, o el paso de “la Muerte” incorporado al Santo Entierro de la Semana Santa de Zaragoza en el año 1730.
La introducción de este grupo escultórico y la elección de esta iconografía en el discurso catequético de la procesión, nos revela una idea intencionada de transmitir un mensaje claro de salvación a través del poder persuasivo de las imágenes y sobre la fuerza conmovedora de su contemplación40 en el atardecer de Viernes Santo, por la calles estrechas de la antigua ciudad episcopal convertida en un vía crucis urbano y con el bello simulacro de la cruz victoriosa como principal elemento protagonista.
4. Paralelismos en Sevilla, Zaragoza e Hispanoamérica: “La Canina”, “El paso de la Muerte” y “El Arquero de la Muerte”
Como ya advertimos en líneas anteriores el paso procesional alegórico en el contexto de las procesiones de Semana Santa en España está presente en ciudades de gran tradición pasionaria, como Sevilla con la obra de Cardoso de Quirós, o en Zaragoza con el paso de “la Muerte”41, perteneciente a la Hermandad de la Sangre de Cristo42, cercanos al grupo escultórico oriolano en cuanto a su simbolismo y significado. Por otro lado, el impacto de Europa en el Nuevo Mundo tuvo una gran repercusión en las artes con la llegada de nuevas formas y estilos que, conjuntamente con el proceso de evangelización, marcaron el nacimiento de un arte nuevo, fruto del mestizaje de las tradiciones y la estética, aportando una mirada nueva al arte occidental. Del mismo modo, las costumbres españolas y las expresiones populares se exportaron a Hispanoamérica, como es el caso que aquí nos interesa de la Semana Santa como expresión de la religiosidad popular. En este sentido, en Lima (Perú), tenemos un extraordinario ejemplo entroncado con la idea procesional de Sevilla y Zaragoza; “el Arquero de la Muerte”, y otras piezas alegóricas, –hoy desaparecidas, similares al modelo iconográfico de “la Diablesa” de Orihuela.
El primer ejemplo que vamos a analizar es el paso alegórico del Triunfo de la Santa Cruz, popularmente conocido como “la Canina” que participa en la Semana Santa sevillana cada Sábado Santo. La composición escultórica tiene como elemento principal a la cruz de Cristo vacía, de cuyo brazo derecho pende un sudario blanco, mientras en el otro extremo cuelga uno negro con la leyenda “Mors Mortem Superavit”. Delante de ella quitando protagonismo a la cruz, se sitúa un esqueleto, símbolo de la muerte, abatido, en actitud reflexiva, sentado sobre el orbe, mientras sostiene una guadaña. A su izquierda, se localiza el dragón con una manzana símbolo del pecado y del mal, vencido por la resurrección de Cristo, que culmina el mensaje global del grupo, la redención de la humanidad43.
Esta configuración del grupo escultórico no es la original. Según Mestre Navas44 su origen se remonta a finales del siglo XVI –entre 1575-1582–, con la participación de un paso con la cruz y unos sudarios cerrando la procesión del Santo Entierro tras el Cristo yacente y la Virgen, en idénticas circunstancias que “la Diablesa” de Orihuela. Así se mantuvo durante las primeras décadas del siglo XVII, hasta que a partir de 1640 se fue enriqueciendo y renovando constantemente, dadas sus características efímeras, ya que cada año se reelaboraba coincidiendo con su estación de penitencia con materiales de baja calidad, sólo la cruz y el esqueleto eran de madera, encargándose a diferentes artistas y artesanos su diseño y ejecución, destacando entre ellos a Juan Valdés Leal y a Luis Pedro Osorio, este último fue el que más tiempo intervino en su composición, con diversos encargos anuales. Por aquellos años, el conjunto escultórico lo componían un ángel o un niño45, situado sobre el mundo, la muerte coronada, –en referencia la fugacidad de su reinado–, el árbol del Génesis donde se le colocaban manzanas, cuatro pirámides pintadas en color negro y blanco, y la cruz que presidía toda la representación acompañada de dos palmas como símbolo triunfal46.
La definitiva imagen del grupo escultórico
se debe a la reforma emprendida por
el escultor Antonio Cardos de Quirós en 1691, quien
siguiendo las indicaciones de Manuel Contreras, presbiterio y mayordomo de la cofradía, llevó a cabo una modificación consistente en focalizar
en el centro de la composición a la imagen de la muerte, desapareciendo el árbol, las palmas y
el niño, manteniéndose a su vez el mundo, la Santa
Cruz y el demonio. La nueva
obra estrenada en 1693 mantenía el mensaje alegórico
de la resurrección, a pesar del giro iconográfico, aunque con la muerte como protagonista, aspecto muy relacionado con la mentalidad
del momento. Durante estos procesos
de continua renovación consta la
participación de Valdés Leal quien
añadió al esqueleto una corona y un manto, atributos reales a una muerte que reinaba sobre el orbe. Su impronta queda patente en el trabajo
final de Cardoso Quirós y, evidentemente la influencia de sus alegorías a las vanitas:
In ictu oculi y
Finis Gloriae Mundi.
Fig. 3. Detalle del rostro de “la Diablesa”, símbolo del
mal vencido por la Cruz, –la redención–, que alude al pecado original sosteniendo
una manzana entre sus manos. Fot.: Mariano Cecilia Espinosa.
En el caso del paso procesional del Triunfo de la vida sobre la muerte, de la Semana Santa de Zaragoza, su origen se remonta al año 1730 cuando los cofrades de la Hermandad de la Sangre de Cristo encargaron el paso de “la Muerte”, compuesto por un esqueleto abrigado con un manto de armiño, que tenía a sus pies un cetro y la corona real47. El símbolo de la muerte abría el cortejo procesional del Santo Entierro de Cristo. En este sentido, en 1799 esta procesión estaba formada por: “la Muerte”, “Cenáculo” “Oración en el Huerto” “Prendimiento”, “Jesús atado a la columna”, “Ecce Homo”, “Jesús con la cruz a cuestas”, “Calvario”, “Descendimiento”, “Santo Sepulcro” y “San Pedro”48. Como podemos comprobar el paso de “la Muerte” era, al igual que en Sevilla, el preludio de la procesión, la reflexión previa del espectador antes de contemplar la pasión de Cristo, aunque en este caso no hay referencia alguna a la Resurrección. Esta obra sufrió algunas modificaciones en el siglo XIX, según nos muestra el proyecto de reforma de la procesión del Santo Entierro de Cristo, en donde aparece el paso de “la Muerte” configurado en torno a un esqueleto erguido con pose regia y ataviado con capa real y con la corona a sus pies junto a una guadaña, acompañado de diversas inscripciones referentes a la vanidad y la fugacidad de la vida. Su significado mantendría el original con ligeras variaciones iconográficas y se encuadra dentro del concepto reflexivo ante la muerte.
En las procesiones hispanoamericanas la idea de utilizar pasos alegóricos se plasmó en los cortejos procesionales, tal como documenta la acuarela de Pancho Fierro –Francisco Fierro Palas–, donde se escenifica una procesión de Semana Santa en la calle de San Agustín de Lima. La obra fechada en la década de 1830 pertenece a la Hispanic Society of America49, y en ella se muestra una de las tradiciones españolas más genuinas, las procesiones de Semana Santa, recreadas en el Nuevo Mundo, en este caso en el Virreinato de Perú, con idéntica plasticidad y estética que en la metrópoli, en este caso con Sevilla como principal referencia. La procesión sigue con detalle las formas de narración de la pasión empleadas en España mediante distintos grupos escultóricos –al modo de la procesión barroca– portados a hombros, y con sentido catequético. En esta obra se documentan los pasos de “la Entrada de Cristo en Jerusalén”, “la Última Cena”, “la Oración en el Huerto”, “el Prendimiento”, “la Flagelación”, “el Camino del Calvario”, “la Elevación de la Cruz” y “la Crucifixión con la Virgen y San Juan”. Además de estas obras sobresale una escultura extraordinaria dedicada al tema de la muerte, “el Arquero de la Muerte”, obra del mestizo limeño Baltazar Gavilán50 realizada por encargo de los agustinos, expresamente para las procesiones de Semana Santa51, en concreto, para la procesión de las Ánimas de Jueves Santo, también conocida como de la Sangre de Cristo.
Al igual que sucede con los ejemplos españoles de Sevilla y Zaragoza, “el Arquero de la Muerte” precede, en el orden procesional, al resto de grupos escultóricos. En este sentido, hay que señalar dos aspectos significativos: en primera instancia el paso procesional sevillano cambió de orden en la procesión al incidir sobre su concepto original de alegoría de la Resurrección aspectos reflexivos sobre la fugacidad de la vida y la muerte que a todos llega, siendo un preludio del cortejo procesional pasional y por ende de la narrativa catequética de la procesión. Por otra parte, la Semana Santa en Lima fue fundada por sevillanos, tal como fue el caso de la Cofradía de la Soledad, por lo que la procesión asumiría la tradición y costumbre española, en especial la sevillana. En este caso, el concepto de la escultura de “el Arquero de la Muerte” y su situación en la procesión, así como su significación, siguen el ejemplo de las procesiones pasionarias de Sevilla y Zaragoza.
La obra en madera policromada de Baltazar Gavilán es el trabajo más significativo de su producción, y del tema de la muerte arquera en el campo escultórico, cargado de una gran realismo, sin precedentes en la plástica del barroco peruano, representa de forma dramática un tema como ya hemos visto esencial en la mentalidad de la sociedad del barroco. Su impecable realización a la hora de plasmar el cuerpo humano esqueletizado, una importante diferencia con las realizaciones españolas que estamos analizando en este trabajo, así como la tensión que transmite el cuerpo en el momento de lanzar el dardo de la muerte, ponen de manifiesto la maestría de la obra, y la intención del escultor de lograr un gran realismo para la contemplación no estática, sino en el movimiento de la procesión y dirigida a unos fieles en cuya mentalidad la muerte ocupaba permanentemente su cotidianidad.
En este sentido, la presencia de la muerte en la Lima colonial fue un aspecto cotidiano muy presente en la mentalidad del siglo XVII, al igual que ocurría en España, pero acrecentado con las circunstancias locales donde la violencia cotidiana, la precariedad de la vida de la mayoría social, las epidemias o los desastres naturales como los terremotos, así como la preocupación por ser víctima de una muerte súbita, derivó en una constante preparación para alcanzar una “buena muerte”, indispensable si se pretendía alcanzar la gloria eterna. La población era consciente de la fragilidad de su condición, aspecto que se acrecentaba con la insistente y continua predicación de la Iglesia sobre la muerte, el infierno, el juicio final y la gloria, como herramienta significativa para la conversión indígena. Por ello, dentro de los cortejos procesionales de Semana Santa, encaminados a la evangelización de los fieles a través de la plástica y la teatralidad de estas escenificaciones no podían faltar las referencias a la muerte, al mal, el pecado, y a la esperanza en la resurrección.
A nivel iconográfico, el tema de la muerte arquera tuvo una gran aceptación en Hispanoamérica cuya población fue muy receptiva a la hora de asimilar la reflexión sobre la muerte que el barroco contrarreformista pretendía asentar en estos nuevos territorios siguiendo la tendencia existente en la poesía, el teatro y la plástica del Siglo de Oro español. Tanto la población indígena como la mestiza no tardaron en adoptar esta nueva iconografía por su cercanía a las costumbres prehispánicas de representar a la muerte por medio de cráneos y tibias, tal como las podemos ver en los altares de Tenochtitlan, Tlatelolco o Calixtlahuaca, entre otros52.
No obstante, el paso de “el Arquero de la Muerte” no era la única composición alegórica que participaba en la procesión limeña. Anteriormente a la disposición del cortejo procesional que nos muestra la acuarela de Pancho Fierro conocemos una descripción de la procesión, en aquel momento denominada de la Sangre de Cristo, donde además de la obra de Baltazar Gavilán participaba un grupo escultórico similar a “la Diablesa” de Orihuela compuesto por la cruz invicta, el mundo, el demonio y la muerte, con la diferencia en el sagrado madero donde aparecía Cristo crucificado:
...Saca arrastrando fuera del estandarte principal, seis banderas negras, que en las tres llevan
los triunfos de Cristo,
van los tres enemigos
del ánima, mundo,
demonio y carne;
y en las otras tres en una la muerte y triunfos de ella, en las otras dos en una tiaras,
capelos y mitras,
y en la tercera
corona y cetros.
Llevan en unas andas que cargan ocho, con túnicas negras,
un grande y devoto Cristo
crucificado, cuya cruz pisa el globo
del mundo, y tiene rendidos
al demonio, muerte
y pecado en forma
de una culebra, que causando
horror y el Cristo majestad,
forman un paso de amor y miedo.
Va otra muerte que es osamenta humana en otras andas, con arco, flecha
y guadaña, en hombros de Religiosos. En otras va
el Santo Lignum
Crucis, en hombros de sacerdotes revestidos debajo
de palio, y remata la virgen
enlutada. Júntense a esta procesión
y hacen un cuerpo dos cofradías
que van delante, una de Indios oficiales,
y otra de negros libres
con diferentes bultos y cruces,
aunque todos con túnicas negras y escapularios
blancos, y un escudo en que está pintado un corazón y un Cristo...53.
5. A modo de conclusión
La contrarreforma tenía en la reflexión sobre la muerte una de sus líneas directrices esenciales, “el más eficaz antídoto contra la vanidad del mundo”, tal como concebían los jesuitas y plasmó el arte barroco en las representaciones del propio San Francisco de Borja contemplando la calavera de la otrora hermosa emperatriz Isabel de Portugal, escena que magistralmente tallara en 1695 el propio Nicolás de Bussy, obra conservada en el Museo de Bellas Artes de Murcia. Estas ideas reflejadas en el arte barroco salieron de los templos para inundar las calles en Semana Santa, buscando la expiación, el arrepentimiento y la conversión del pueblo. Este es el sentido de la presencia de esculturas relacionadas con el tema de la muerte y la resurrección, todas ellas alegóricas, en las procesiones pasionarias, significativamente aquellas que representaban la pasión y el entierro de Cristo. La misma intención se repitió en tierras americanas, aunque en un contexto social distinto, donde la conversión indígena era prioritaria y más acuciante, por lo que la procesión y los grupos escultóricos fueron un instrumento fundamental y muy significativo en la labor evangelizadora de las órdenes religiosas.
Dentro de la alegoría procesional de la Semana Santa española podemos distinguir entre un primer momento donde prevalece el significado de la esperanza en la resurrección de Cristo representada por la cruz invicta como símbolo de la redención son los casos de “la Canina” de Sevilla y “la Diablesa” de Orihuela, y una evolución en el caso sevillano hacia un concepto reflexivo en torno a la muerte y la fugacidad de la vida, que es exportado al virreinato de Perú, y se repite en el caso del paso de “la Muerte” de Zaragoza. Como antecedentes en el empleo de alegorías de la salvación se recurrió la figura de Jesús niño como salvador del mundo y símbolo de la Resurrección principalmente en Andalucía y posteriormente en Hispanoamérica. El mejor ejemplo de la transición hacia alegorías más dramáticas en torno al tema de la muerte es la reforma de Cardoso de Quirós del paso del Triunfo de la Cruz de Sevilla, que sin olvidar el mensaje de salvación, otorgó un mayor protagonismo a la reflexión de los files en torno a la muerte, siempre en consonancia con la mentalidad de la sociedad de aquel momento.
Por su parte, el grupo escultórico de “la Diablesa”
recoge el sentir contrarreformista
en el marco de una procesión dramática que llama a la conversión. Su autor, el estrasburgués Nicolás de
Bussy, plasmó
magistralmente en una alegoría
escultórica la mentalidad del hombre del barroco, el mensaje
de la Iglesia con un lenguaje
formal que nos remite
a su raigambre centroeuropea, tal como se aprecia significativamente en la efigie del diablo. Con este ejemplo concreto, podemos comprobar la intencionalidad teológica y evangelizadora de estas funciones públicas religiosas, donde una procesión estamental que representa el entierro de Cristo, el
luto y afligimiento de la comunidad
local, se transforma en un mensaje de salvación intencionado y diseñado
por la élite religiosa, en este caso el Cabildo
Catedralicio, organizador del cortejo
procesional, a quien se debe la intencionalidad
del encargo, materializado por unos labradores que serán durante
siglos los porteadores de sus andas en la procesión.
1.
Con esta denominación aparece en las actas de la Cofradía
del Santísimo Sacramento de la Catedral
en el momento de su realización y colocación en la Capilla del Loreto. Archivo Diocesano de Orihuela (en adelante A. D. O). Fondo Archivo Catedralicio de Orihuela. Libro
de juntas de la Cofradía
del Santísimo Sacramento. Sig.: 1066.
2.
Se ha conocido
históricamente con esta denominación por ser sus porteadores los labradores de la ciudad
de Orihuela y su término,
todos ellos cofrades
de la Loable Cofradía del Santísimo
Sacramento de la Catedral.
3.
En el ámbito popular
se conoce al grupo escultórico con este término
reduciendo su significado a la impactante figura del diablo
con formas de mujer. Esta denominación también
ha sido aceptada y empleada
por la historiografía. Algunos autores
se han referido a ella como “el Triunfo de la Cruz” o “la Exaltación
de la Cruz”.
4.
SÁNCHEZ PORTAS,
J., “Aportación al estudio de la Semana
Santa oriolana”, Revista Oleza, 1981,
s/p
5.
SÁNCHEZ-ROJAS FENOLL Mª del C., El escultor
Nicolás de Bussy, Murcia,
Universidad de Murcia,
1982.
6.
Sobre la Semana
Santa de Orihuela
véase la tesis
doctoral: CECILIA ESPINOSA, M., La Semana Santa
de Orihuela: arte,
historia y patrimonio cultural, Murcia,
Facultad de Letras, Universidad de Murcia, 2014. https://digitum.um.es/jspui/handle/10201/40346.
7.
La obra de Nicolás de Bussy, y posteriormente los trabajos del marsellés Antoine
Dupar, influyeron decididamente en este escultor, nacido en 1707,
considerado por sus contemporáneos como “celebrado
escultor de España”
y “escultor del mayor
crédito de estos
reinos”.
8.
Durante la segunda
mitad del siglo
XVI la ciudad de Orihuela
alcanza su cénit
al lograr en 1564 la sede episcopal tras siglos de reivindicaciones y pugnas con el
vecino reino castellano de Murcia
y su diócesis de Cartagena. Finaliza así un largo período
donde los límites
civiles y eclesiásticos no coincidían, ya que todo el
Sur valenciano pertenecía a la Corona de Aragón, mientras
en el ámbito pastoral dependía
de la diócesis castellana de Cartagena. Sobre este tema conocido
por la historiografía como “el
pleito del obispado” véase: CARRASCO RODRÍGUEZ, A., “Los orígenes del pleito del
obispado de Orihuela (ss. XII – XIV)”, Anales
de Historia Medieval,
Universidad de Alicante, nº
11, 1996 – 1997, págs.
633 – 642, y del
mismo autor la tesis doctoral: La ciudad
de Orihuela y el Pleito
del Obispado en la Edad Moderna, Alicante, Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes, 2001.
9.
BELDA NAVARRO, C., HERNÁNDEZ ALBALADEJO, E., Arte en la Región de Murcia. De la Reconquista a la Ilustración, Murcia, Región de Murcia, 2006.
10.
LÓPEZ JIMÉNEZ,
J. C., “Consideraciones en torno
al Arte en Orihuela”, Anales Centro
de Cultura Valenciana, Nº
45, 1960, págs.
160-178.
11.
SÁNCHEZ PORTAS, J.,
“Bernardo de Aguilar
y Francisco de Heredia autores
de la escultura de Nuestra
Señora del Rosario
de la Catedral de Orihuela”, Revista Oleza, 1982, s/p.
12.
BELDA NAVARRO, C., Virgen del Rosario: catálogo de la exposición Semblantes de la Vida, Orihuela, La Luz
de las Imágenes, 2003, págs. 426-427.
13.
Esta escultura del niño Jesús Salvador
del mundo es conocida popularmente como “el niño de la bola”, en referencia al orbe que porta en su mano izquierda.
Se trata de una pieza
escultórica del siglo
XVII de escuela
andaluza que procede
de la Catedral de Orihuela. La iconografía del Niño Salvador
o Niño Redentor, se caracteriza por la presencia de un globo
terrestre que sostiene
Jesús, a menudo
coronado por una cruz, como ocurre en el caso de la pieza de Orihuela, por la actitud de bendecir de la imagen
y la ausencia de dolor
en la misma. Esta imagen
recibía adoración en el altar
mayor de la Catedral el 2 de febrero y participaba en una procesión claustral. Ese día se le colocaba
en su mano izquierda una pequeña candela,
tradición que continúa
en la actualidad tras cinco siglos. El ceremonial de su festividad se encuentra reglado
en A. D. O. Fondo Archivo Catedralicio de Orihuela. Libro Verde. Sig.: 1100.
14.
Por concesión del rey Alfonso
X “el Sabio” las parroquias de Orihuela disponían del tercio diezmo,
–la fábrica– para la construcción, reparación y dotación
de los templos como principal fondo
para los encargos
artísticos. La Catedral
de Orihuela poseía
además el quinto
diezmo, –la quinta
casa–, también llamada
Fábrica Menor, que junto
a la Fábrica Mayor o tercio diezmo
completaban sus recursos
para mantenimiento mejora
arquitectónica y mueble
del templo catedralicio. CECILIA ESPINOSA, M., RUIZ ÁNGEL, G., Guía del Archivo
Catedralicio de Orihuela, Orihuela, Cabildo Catedral
de Orihuela, 2008.
15.
SÁNCHEZ ROJAS FENOLL, M. C., Nicolás de Bussy, Murcia, Ayuntamiento de Murcia, 2003, págs. 71 – 87.
16.
Los estudios sobre el escultor
han sido muy abundantes destacamos aquellos de mayor relevancia: SÁNCHEZ
MORENO, J., “Nicolás
de Bussy, escultor. Nuevos datos sobre su personalidad artística y humana”, Anales de la Universidad de Murcia, 1943,
págs. 121-154; LÓPEZ
JIMÉNEZ, J. C.,
“Nicolás de Bussy y su origen”, Archivo Español
de Arte, nº 105, 1954, págs. 63-80; LÓPEZ JIMÉNEZ, J. C., “El escultor Don Nicolás de Bussy”, Archivo de arte valenciano, nº 34, 1963,
págs. 64-77; SÁNCHEZ-ROJAS FENOLL, M. del
C., El escultor Nicolás
de Bussy, Murcia.
Universidad de Murcia,
1982; BUCHÓN CUEVAS,
A. M., LÓPEZ AZORÍN, M. J., “Escultores extranjeros maestros del gremio de carpinteros de Valencia: Nicolás
de Bussy, Julio
Capuz y Francisco Stolf”, Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, LXXV, 2000,
págs. 161-168; SÁNCHEZ
- ROJAS FENOLL,
M. C., LÓPEZ
AZORÍN, M. J.,
“Notas para una
bibliografía del autor”,
Boletín del Museo Nacional de Escultura, nº8, 2004, págs.
29-36; RAMALLO ASENSIO,
G., “Nicolás de Bussy. Iconografías de la pasión
importadas desde el centro de Europa”, en CABAÑAS BRAVO,
M. (coord.)., Arte foráneo
en España. Presencia e influencia, Madrid.
CSIC, Instituto de Historia, 2005;
VV.AA., Nuevas aportaciones al estudio del
escultor barroco Nicolás
de Bussy, Murcia,
Archicofradía de la Preciosísima Sangre
de Nuestro Señor
Jesucristo, 2005; INIESTA
MAGÁN, J., BELDA NAVARRO, C., “Nicolás de Bussy y la Archicofradía del Rosario. Las
claves de un pleito”, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2006;
HERNÁNDEZ GUARDIOLA, L.,
“Bussy y sus
colegas en Alicante”, en SÁNCHEZ–ROJAS FENOLL,
M. del C.,
MONTOJO MONTOJO, V., ESTRELLA SEVILLA, E., Nicolás de Bussy, un escultor europeo
en España; tercer
centenario de su muerte (1706-2006), Murcia, Real Academia de BBAA de Santa María
de la Arrixaca, 2006; MONTOJO, V., “El tiempo
histórico de Nicolás
de Bussy”, en SÁNCHEZ–ROJAS FENOLL,
M. del C.,
MONTOJO MONTOJO, V., ESTRELLA SEVILLA, E. Nicolás de Bussy…, op.cit., MONTOJO
MONTOJO, V., Nicolás de Bussy un escultor europeo
en España (Catálogo de exposición), Murcia,
Real Academia de Bellas Artes
de Santa María de la Arrixaca,
2006. SÁNCHEZ-ROJAS FENOLL,
M. C., “La etapa murciana
de Nicolás de Bussy”, SÁNCHEZ-ROJAS FENOLL,
Mª DEL C. MONTOJO
MONTOJO, V. ESTRELLA SEVILLA,
E., Nicolás de Bussy…, op. cit.,
MONTOJO MONTOJO, V., “Los primeros hermanos
de la Cofradía de Jesús
Nazareno de Cartagena y Nicolás de Bussy”, Ecos del Nazareno, 2017, págs. 4-7.
17.
SEGADO BRAVO,
P., “El escultor-retablista Antonio Caro “el Viejo”,
Imafronte, nº 2, 1986, págs.
83-99.
18.
DE LA PEÑA
VELASCO, C., El retablo
barroco en la antigua diócesis de Cartagena (1670-1785), Murcia, Colegio Oficial
de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 1992.
19.
Este encargo denota
el prestigio alcanzado por Nicolás de Bussy al confiarle el principal espacio
del templo más relevante del obispado de Orihuela. Archivo Municipal de Orihuela. Juntas de fabrica de la Catedral. S. XVII. Capítulos del retablo y sagrario de la capilla
mayor de la catedral por Antonio Caro,
se especifica que
en caso de fallecimiento continuará el trabajo el escultor Laureano
Villanueva. Sig.: 1070.
20.
NIETO FERNÁNDEZ, A., Orihuela
en sus documentos, tomo I, Murcia, Instituto teológico franciscano de Murcia, 1984,
pág. 36.
21.
A. D. O. Fondo
Archivo Catedralicio de Orihuela. Libro de juntas
de la Cofradía del Santísimo Sacramento. 2 - v. Sig.: 1066 f.
22.
El primero de ellos, Tomás Alcorisa aparece
por aquellas fechas como miembro
destacado de la junta de la cofradía.
A. D. O. Fondo Archivo Catedralicio de Orihuela. Libro de juntas
de la Cofradía del Santísimo Sacramento. Sig.: 1066.
23.
Estos labradores procedían de los arrabales de la ciudad:
el arrabal Roig, el arrabal
de San Agustín y el Arrabal de San Juan, todos ellos eran cofrades
del Santísimo Sacramento, que se obligaban todos los años desde antiguo
a portar algunas de las imágenes de la procesión.
24.
SÁNCHEZ PORTAS,
J., “Aportación al estudio de la Semana
Santa oriolana”, Revista Oleza, Orihuela, 1981, s/p.
25.
A. D. O. Fondo
Archivo Catedralicio de Orihuela. Registros notariales de Andrés Ximénez, ff.
272 r- 277 r. Sig.:
766 a.
26.
A. D. O. Fondo
Archivo Catedralicio de Orihuela. Libro de la cofradía de Santa María
del Loreto. Junta celebrada el 5 de Septiembre de 1694.
Sig.: 1066.
A.
Desde entonces La Insignia
de la Cruz formó parte
del edificio y de las propiedades muebles
de la S. I. Catedral
de Orihuela, en concreto tuvo altar y retablo
desde el año 1695 en la capilla
extramuros de la Catedral dedicada a Nuestra Señora
del Loreto, tal
como aparece reflejado en distintos inventarios catedralicios. A. D. O. Fondo
Archivo Catedralicio de Orihuela. Inventarios de la S. I. Catedral de Orihuela. Sig.:
933. Allí se veneró hasta
1936 cuando por motivos bélicos fue trasladada al Museo
Nacional de Orihuela, dependiente de la República española, hasta que fue devuelta a su lugar
de origen tras finalizar el conflicto. En la
Capilla del Loreto se mantuvo
hasta la década
de 1960 cuando
por motivos de conservación y ante el deterioro de la capilla
se trasladó a la Biblioteca Pública “Fernando de Loazes”, para iniciar un largo periplo
de cambios de ubicación permaneciendo en el Museo
de Semana Santa
y luego en el Museo
Arqueológico Comarcal San Juan de Dios, donde se conserva
en la actualidad.
27.
BELDA NAVARRO,
C., Los siglos del barroco, Madrid,
Akal, 1997, pág. 210.
28.
Ibíd.
29.
En la Semana Santa
de 1694 participaron con tan solo una Cruz con toallas.
30.
RAMALLO ASENSIO, G., “Fuentes tipológicas e iconográficas de Nicolás de Bussy”, en VV.AA., Catálogo de la exposición Nicolás de Bussy,
Murcia, Ayuntamiento de Murcia, 2003, págs. 58-59.
31.
BELDA NAVARRO,
C., 2013. La diablesa, trabajo inédito conservado en el Archivo
Diocesano de Orihuela.
32.
El Christiano Interior
o guía fácil para salvarse, traducido al castellano de un original
francés escrito por Monsiu Bernieres, Cavallero Francés,
tuvo varias ediciones.
33.
BELDA NAVARRO, C., HERNÁNDEZ ALBALADEJO, E., Arte en la Región de Murcia. De la Reconquista a la Ilustración, Alicante, Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes, 2006, pág. 274.
34.
Una clara referencia al culto a la Vera Cruz y la Sangre
de Cristo, devociones que, tanto en Castilla como en Aragón
propiciaron el nacimiento de las procesiones de
Semana Santa en España, cuya estética original
se aproxima a la actual
procesión de viernes
Santo de San Vicente de la Sonsosierra en la Rioja.
35.
La muerte,
de Cristo, venció
a la muerte.
36.
El tema de la muerte vuelve a aparecer en la obra de Bussy con la imagen de San Francisco de Borja realizada
por el escultor estrasburgués en torno a 1695
37.
BELDA NAVARRO, C., “Imago pietatis. la escultura para el oratorio
y para la intimidad”, El legado de la escultura, Murcia,
Ayuntamiento de Murcia,
1996, págs. 63-69.
38.
LÓPEZ PLASENCIA, J. C., “Mors Mortem
superávit. Sobre las
fuentes iconográficas de una alegoría procesional de la Semana Santa
sevillana”, Tercerol,
Cuadernos de Investigación,
nº 14, 2010 – 2011,
págs. 49 – 84.
39.
SÁNCHEZ MORENO, J., “D. Nicolás
de Bussy, escultor
(Noticia de su actividad artística). Las imágenes simbólicas”, Anales de la Universidad de Murcia, 2º trimestre, 1943-1944, págs. 186-187.
40.
Este paso procesional cuyo origen se remonta al siglo XVIII
volvió a salir
en la procesión del Santo
Entierro de Cristo
de Zaragoza, tras 36 años sin participar. Al ser un nuevo paso
se le ha intitulado de manera diferente el “Triunfo de la vida
sobre la muerte”. Hasta 1910 se conoció como
el paso de “la Muerte”, desde ese año y hasta 1980 como “El Pecado y la Redención”.
41.
Sobre esta cofradía
véase el trabajo
de GÓMEZ URDAÑEZ,
J. L., La Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza. Caridad
y ritual religioso en la ejecución de la pena de muerte, Zaragoza, Asociación para el Estudio
de la Semana Santa, 2004.
42.
LÓPEZ PLASENCIA, J. C., “Mors mortem
superávit. Sobre las fuentes iconográficas de una alegoría
procesional de la semana santa
sevillana”, Tercerol,
cuadernos de investigación,
nº 11, 2011,
págs. 50-84.
43.
Sobre esta obra véase el completo estudio
de: MESTRE NAVAS, P. A., Historia
de la Real Hermandad del Santo Entierro
de Sevilla: Del Colegio de San Laureano al de San Gregorio
de los Ingleses.
Ed. 500, Sevilla, Real Hermandad del Santo Entierro de Sevilla, 2010.
44.
La imagen de “Jesús infante”, ya sea de pasión o de gloria,
fue habitual en las procesiones de Semana Santa
en España, significativamente en Andalucía donde se incorporan a finales
del siglo XVI y en Hispanoamérica durante
el barroco, destacando aún hoy día su presencia en México, Perú,
Colombia y Guatemala . Las composiciones alegóricas como
espejo de la salvación se representaron principalmente de dos formas:
el Niño Jesús
como símbolo de la Resurrección y los grupos escultóricos del triunfo de la cruz.
Como podemos comprobar en el caso de Sevilla
se fusionan en uno estas
dos concepciones que finalmente derivan
en la opción del triunfo de la cruz sobre la muerte como alegoría de la Redención, donde la reflexión
en torno a la muerte alcanza un mayor protagonismo a partir de 1693.
HENARES PAQUE, V., “Las imágenes exentas
de Jesús niño en la semana Santa
andaluza”, Tercerol, cuadernos de investigación, nº 10, 2006, págs.
177-194.
45.
MESTRE NAVAS, P. A., Historia de la Real Hermandad
del Santo Entierro
de Sevilla…, op. cit., págs. 102-104.
46.
GÓMEZ URDAÑEZ, J. L., “La
Hermandad de la Sangre de Cristo en la historia”. Tercerol, Cuadernos de investigación, 9, 2005, Zaragoza, págs. 75-92.
47.
RINCÓN GARCÍA,
W., “Los pasos procesionales de la Hermandad de la Sangre
de Cristo de Zaragoza antes
y después de la Guerra
de la Independencia”,
Tercerol,
Cuadernos de investigación, nº13, 2009,
Zaragoza, págs. 165-186.
48.
La acuarela
fue donada por Huntington en 1919.
49.
Esta pieza escultórica se conserva en la antesacristía de la iglesia
de San Agustín, de Lima,
y sale en procesión en Semana Santa
desde hace más de doscientos cincuenta años.
50.
Fernando Arellano apunta
la inspiración en el grabado
de Durero Hércules matando
arpías a flechazos. ARELLANO, F., El arte hispanoamericano, Caracas, Editorial Universidad Católica
Andrés Bello, 1988,
pág. 350.
51.
MÍNGUEZ CORNELLES, V., “La muerte arquera
cruza el atlántico”, Semata, Ciencias Sociais e Humanidades, vol. 24, 2012,
págs. 149-170.
52.
BARRIGA CALLE,
I., “La experiencia de la muerte
en Lima. Siglo
XVII”, Apuntes, nº31, 1992,
págs. 81-101.
Fecha de recepción: 27/12/2016 Fecha de aceptación: 15/02/2017