Fig.
1. Detalle del retrato del padre Santos.
Adoración de la Sagrada
Forma, Claudio Coelho
H. 1972, Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial. Fot.:
Wikimedia Commons, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Cl.Coello.La_Sagrada_Forma.1685-90.Sacristy,_El_Escorial.jpg, (consultado en febrero de 2018).
Velázquez en la renovatio escurialensis
de los Santos y el vocabulario estético del diecisiete en la descripción de la Sacristía
The role of Velazquez in the renovatio escurialensis as seen in the
chronicle of Fray Francisco
de los Santos and the aesthetic vocabulary of the seventeenth
century in the description of the Sacristy
Universidad Complutense de Madrid, España
https://orcid.org/0000-0001-5000-3435
A través de la crónica de Fray Francisco de los Santos se ofrece
un estudio sobre las investigaciones que tratan a Velázquez como decorador e ideólogo
de la renovación escurialense, analizando la terminología y vocabulario estético
del Padre Santos en el contexto de su consideración historiográfica.
Palabras clave: Fray Francisco de los Santos; Renovatio Escurialensis; Velázquez; Terminología artística
barroca.
Through the chronicle of Fray Francisco
de los Santos, a study is offered about the investigations that deal with Velázquez
as decorator and ideologist of the renewal of El Escorial, analyzing the
terminology and aesthetic vocabulary of Friar Santos in the context of his historiographical
consideration.
Keywords: Friar Francisco de los Santos; Renovatio Escurialensis;
Velázquez; Baroque artistic
terminology.
Cómo citar este trabajo / How to cite this
paper:
GUTIÉRREZ GARCÍA, Rosa,
“Velázquez en la renovatio escurialensis a través de la crónica
de Fray Francisco de los Santos
y el vocabulario estético del diecisiete
en la descripción de la Sacristía”, Atrio. Revista de Historia del Arte, n.º 24, 2018, págs. 58-69.
Copyright (c) 2018 Rosa Gutiérrez García. Este es un artículo
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Atrio.
Revista de Historia del Arte, n.º 24, 2018, págs.58-69. ISSN: 0214-8293, eISSN: 2659-5230
La figura de Fray Francisco de los santos y su fortuna historiográfica.
Estado de la cuestión
La importancia de la obra del padre Santos, Descripción breve del Monasterio de S. Lorenzo el Real del Escorial (Madrid, 16571) todavía constituye una de las fuentes más valiosas para el estudio del monasterio escurialense. Por una parte, esta edición celebra el fin de la construcción del Panteón Real, consumada con la solemne traslación de cuerpos que también relata de forma minuciosa, y la conclusión parcial de la renovatio pictórica de El Real Monasterio. Fray Francisco de los Santos (1618-1699) fue prior del monasterio de forma intermitente entre los años 1681 y 1687, y entre 1697 y 1699, y si bien su escrito fue eclipsado, en la historiografía posterior, por el de Fray José de Sigüenza, en su momento gozó de una gran fortuna editorial.
Fray José de Sigüenza es el responsable de las crónicas del Escorial junto con su antecesor, Fray Juan de Jerónimos, este último importante testigo de vista y presente en el proyecto desde el conocimiento de su emplazamiento, en una de las estribaciones del Guadarrama. Será a partir de 1663 cuando tomará el relieve el Padre Santos, también monje jerónimo del monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial. Como confiesa él mismo en su prólogo, el Padre Sigüenza fue quien “le dió luz” para proseguir la labor cronística que le convenía a la sobria nobleza de la fábrica.2 Finalmente, en 1763, Fray Andrés Ximénez continuó la descripción con las ampliaciones necesarias hasta la fecha y, aunque en un tono más próximo a los ideales de la Ilustración, acomodándolo a las exigencias léxicas de su formación claustral. En cualquier caso, Ximénez procede de manera similar al modo en que el Padre Santos había hecho con Sigüenza, retornando a su texto original, y contemplando en su prólogo un ensalzamiento de sus antecesores:
“Procuró imitar á este Escritor famoso, en la hidalguía del lenguage y novedad de Frases, el Rmo. P. Fr. Francisco de los Santos, igualmente condecorado con los expresados Religiosos honores […] que no han bastado repetidas Impresiones, para saciar el buen gusto de los Entendido”3.
Frente a la larga tradición investigativa de la que goza El Escorial, no podemos decir lo
mismo de la obra y persona del
Padre Santos. Sin embargo, en los últimos años, su figura está siendo rescatada con mayor
ahínco por Javier Campos4, así como la reciente tesis de José Luis Vega
Loeches, el estudio más
completo y reciente hasta la fecha sobre Fray Francisco de
los Santos5 aunque,
sin embargo, no el primero. En 1970,
Carmen Monedero Carrillo de Albornoz
ya había publicado
el primer estudio monográfico sobre la figura del Padre Santos, realizando
una importante labor de investigación
archivística que había conseguido arrojar datos hasta entonces
desconocidos; entre ellos, un gran número de correspondencia,
así como una partida de bautismo, documentos referidos
a los prioratos
etc. Monedero encomió los escritos de Santos refiriéndolos como “un canto” y añade:
“No nos trasmiten un objeto, sino una idea. Ni tampoco una “noticia”, sino una exaltación. Y de algo que nos parece ha existido desde
siempre, que desde siempre lo hemos conocido y que sólo su sentido e
interpretación nos estaba velado”6.
Sin embargo, como indica Vega Loches, la fortuna historiográfica del Padre Santos se ha visto ensombrecida por dos acusaciones de plagio, la primera referida a Sigüenza, y la segunda a Velázquez7. Desde 1884 los reproches de plagio habían determinado todos los estudios del Padre Santos, hasta que Sánchez Cantón se atreviera a romper una lanza a su favor calificando su obra de gran “utilidad y aun novedad” aunque todavía con reservas puesto que, a su juicio, “el P. Santos carece del vigor crítico del Padre Sigüenza”8. En 1985, Saturnino Álvarez Turienzo, al que ya nos hemos referido, publica un libro que resume el total de fuentes escurialenses hasta la época. Sin embargo, nos encontramos con que califica la descripción del Padre Santos como estrictamente deudora de la de Sigüenza, y aunque resulta “minuciosa y puntual”, destaca:
“Primor, estudio y elegancia, aunque de caracoleo, en el
mismo sitio, sin faltar a la modestia, asiento y gravedad que pide el asunto. O más bien
faltando a ellos, aunque no por desacato activo, sino por frivolidad. En suma, el barroco es una frivolidad explícita, aunque apoyada
en una implícita e intangible seriedad […] Tenemos delante dos obras [se refiere a
una miscelánea literaria de 1563-1633] que dan de El Escorial la versión típica
del barroco”9.
No deja de ser curioso que ese mismo año, el profesor Agustín Bustamante publicara una obra dedicada a desmitificar la historiografía que ensalzaba la crónica de Sigüenza por encima de la del Padre Santos, reprochándole el uso de “trampas históricas” y afirmando que “para conocer el Monasterio de San Lorenzo el Real, lo primero que hay que hacer es neutralizar la visión que Sigüenza da de él”10. En realidad, lo que se proclamaba era un uso responsable de las fuentes jerónimas empeladas de forma contextual, y cuyo paradigma encontramos en sus estudios sobre el Panteón Real. No será hasta 1996, gracias al estudio del Padre Santos en la obra de Harin Hellwig11, cuando se provocará una reacción en cadena revalorizando, más justamente, las aportaciones teóricas de Santos, como es el caso de las diversas publicaciones de Bonaventura Bassegoda (1998, 2002, 2003, 2004, 2008)12.
Vocabulario estético del XVII. Una cuestión de estilo
“Clara,
brevis, & verax” En la cita que encabeza
este apartado, fray José Méndez de San Juan, religioso de san Francisco de Paula, encomia
la Quarta parte de la Historia
de la Orden del
Padre Santos, publicada el 5 de febrero de 1680. Dice del estilo
del Padre Santos que reúne las
tres características que deben adornar cualquier tratado histórico-artístico:
claridad, brevedad y veracidad. Son, precisamente, estas tres características las que han sido objeto de controversia a lo
largo de los siglos, y las que nos hemos propuesto analizar aquí. En el siglo
XVII el debate acerca de la cuestión de la liberalidad de la pintura y la búsqueda
de un mayor prestigio social se encuentra más vivo que nunca. En estas
declaraciones, es claro que subyacen tales iniciativas, que de manera general se
encuentran en el contexto de reivindicación de una praxis erudita de la pintura.
Así, el retorno de ciertos valores clásicos de las normas retóricas latinas en
los tratados de la época será una constante durante todo el Barroco, con sus pertinentes
acomodaciones al gusto del momento.
A la cabeza se encontraba la claridad,
como valor primordial, que Cicerón había proclamado en su célebre Retórica; si bien el estilo literario
barroco hoy día resulta intrincado y algo enrevesado, la relevancia de la elocuencia como valor −proclamada por Curcio Rufo− está fuera de toda duda.
Fray José Méndez de San Juan había calificado el estilo del Padre Santos como “docto, graue, y elegante”,
uno de los mayores encomios de los que pudo gozar en críticas coetáneas, pues
la grauedad como valor en la cultura romana,
reivindicada por el Cónsul Frontino, y reformulado más tarde por el humanismo, corresponde a las normas
del tan preciado decorum barroco. Además,
cabe distinguir entre
veracidad y voluntad de veracidad. En
ocasiones, se ha reprochado al Padre Santos exageraciones en su discurso o abuso
de las frases hechas con la intención
de embellecer su texto descriptivo, y si bien han producido confusión entre
gran parte de la historiografía. Saturnino Álvarez
no duda en reprochar, por este
motivo, el estilo de Santos: “Desarrollados
en un lenguaje convencional, de estática aceptación, en que el único aspecto de
compromiso resulta de la competencia expresiva
en la invención de nuevas
posibilidades encomiásticas. Tropieza uno con encuentros expresivos felices”13.
Sin duda, se refiere a expresiones del cronista tales como “hasta oy no se ha
visto en España cosa igual de su Autor” como una forma de escritura
puramente retórica que puede fácilmente inducir a error, aunque recientemente
se ha querido interpretar un rigor en estas frases, más exactas a como habían
considerado hasta el momento. Por poner
solo el ejemplo más relevante, cuando el Padre Santos describe el Crucifijo de Tacca, ciertamente estamos
ante una obra sin parangón
en la carrera artística del autor. Con todo, el texto está poblado de expresiones semejantes: “y de lo grande que obró”14 o “es de
lo mejor, que creo se ha pintado”15, que
impiden un discurso centrado y delatan un “recorrido
reposado y autorreferencial”16. La fraseología barroca, con
adjetivos y expresiones comunes a la época, encomiaron al Escorial como “maravillosa máquina”, referido así por Santos
y Ximénez; una serie de recursos formales que Saturnino censura por el ornato accesorio
del estilo barroco literario, y nada ahorrativo, frente al de Sigüenza.
Entre las adjetivaciones que gozan de más constancia en la
obra de Santos se encuentran la valentía:
“obra que muestra bien la valentía de
aquel Maeftro”17
o “es valentísimo quadro”18, como
sinónimo en la época
de valioso, referido también a la virtus, aunque resulta complejo escudriñar el
significado concreto con que el Padre Santos
emplea el término, ya que podría sugerir también fuerza o vigor. Se hace
referencia constante al sentimiento: “pero
no les haze falta para parecer vivas”19, –en este caso en las obras de Veronés en
la Antesacristía– como cualidad de la pintura que es capaz de reflejar los
movimientos del alma, la propia fisonomía de la expresión del espíritu humano.
Otro relevante leitmotiv del Padre Santos
es resaltar la idea de algo que
parece verdadero; una idea que se
remonta a la antigua leyenda de Zeuxis y Parrasio, presente como tópico en toda la literatura barroca.
Lomazzo, en su célebre Tratado, identifica la expresión de los sentimientos con el movimiento de las
figuras: el pintor que conozca mejor la mecánica del cuerpo humano y de sus
movimientos, es decir, el perfecto motista será el
que mejor representará los movimientos espirituales, esto es, los affetti. En el siglo XVII, sin
embargo, más que representar eficazmente los afectos y los movimientos físicos
relativos, se quiere comunicar un estado emotivo con el fin de provocar en el
espectador una reacción sentimental. Por consiguiente,
debe haber en la figuración un sentido inconcluso que tienda a continuarse en
el ánimo del que mirase. Precisamente, la condición sine qua non para lo verdadero es la destreza “con grandísmo estudio y destreza”,
dirá el Padre Santos de la obra de Velázquez, a la que también calificará de rara. La rareza supone en el siglo XVII
la excepcionalidad y tiene un sentido fundamentalmente positivo.
Sin embargo, lo que hace tan especial
a la crónica de Santos
es que no tenía pretensiones de constituir un
tratado ni estaba dirigido a artistas o teóricos, y
por lo tanto, goza de un léxico diferente al de estos, aunque también comparte
alguna de sus expresiones; si bien, quizá como un “diletante teólogo”20, pues narra
sobre todo las escenas típicamente religiosas. Sin embargo, en opinión de
Colomer, “no hay que pedir al olmo del Padre Santos las peras teóricas que
producían sus coetáneos romanos y parisinos por aquellas fechas, pues la
Descripción del Escorial no tuvo ambición de tratado artístico”21. La importancia del argumento que describe, las
relaciones artísticas, la información referida a las características de las
obras, así como su ubicación, viaje e
historia de las mismas, restan importancia a juicios tan ferozmente juzgador
del Padre Santos como “faltan palabras
para expresar la gracia de la Santa Virgen; su rostro es más que humano” o
“esto es vida y carne y no pintura”, confundidas con palabras del propio Velázquez
en sus Memorias que,
supuestamente el Padre
Santos habría añadido posteriormente a su escrito, hecho que había
desencadenado el conocido debate sobre la autoría del escrito que todavía hoy
sigue vigente.
Si consideramos la demoledora cita de Custodio
Vega en 1962 en términos no tan peyorativos: “tiene un estilo pesado,
que desazona al lector desde la primera hoja” podemos considerar que
delata, ciertamente, un estilo difícil de asimilar, pero también
un completo repertorio de notas o “triturado
teórico”22 de cuantas noticias se
tenía entonces, con una orientación teórico-artística enrevesada y mezclada con
juicios de valor que constituían las veces de tópicos terminológicos, si bien
muchas adjetivaciones resultan anacrónicas y profundamente refinadas23. Sin embargo, esta consideración bien podría
ser extensible a toda la literatura artística en España hasta bien entrado el
siglo XIX.
El Escorial como museo: Velázquez en el debate de la
representación
y el poder. La renovatio escurialense
Bajo
el reinado de Felipe IV se emprendió
una de las más grandes
empresas artísticas del siglo, que había hecho valedor al Escorial de la denominación de museo o galería de pinturas. Tal calificativo hunde sus raíces en
el año 1593, cuando Paolo Morigi se había referido a
este por primera vez como “gran museo”,24 si bien esta denominación actualmente
implicaría un criterio más estricto, principalmente en torno al cumplimiento de
tres características: criterio museográfico, accesibilidad y difusión. Pero El Escorial contaba con una amplia
colección de pinturas que ofrecía accesibilidad a un público culto y solo la
estancia palaciega era de ámbito privado; así mismo,
la colección se conoció por la amplia
literatura de los jerónimos “sustitutivos de lo que hoy
sería un catálogo razonado”25. Nada nos
impide, pues, esta calificación.
Con Felipe
IV el monasterio recuperó
el esplendor del que había
gozado con Felipe II, tras el posterior
cambio sufrido con Felipe III. El resultado había sido una colección
descuidada, escasa y poco moderna, en opinión del Padre Santos26. Incluso Julio Chifflet,
el capellán del monarca, en 1653, con la inauguración del Panteón Real,
había confesado que el rey también
advertido “estar pobres
de pintura algunas pieças”27. Por tanto, para mayor gloria de la monarquía, Felipe IV decidió emprender un cuidado
programa de pintura religiosa, motivo
por el cual a partir de 1656 se le encargó a Diego de Velázquez las
tareas de selección e
instalación de nuevas obras, así como de
reubicar las ya presentes. En ese momento, Velázquez
gozaba de cuantiosos privilegios y gajes en la corte; codiciaba el
puesto de aposentador real desde 1652, y ejercía como “pintor de cámara” desde 1628 por derecho consuetudinario. Con todo, la
historiografía moderna ha comenzado a contemplar la amplitud de las tareas que Velázquez había desempeñado durante aquellos años. Su ocupación en cuestiones burocráticas de
la vida ceremonial del palacio, el cargo de aposentador,
pero además por el diseño arquitectónico de algunas partes del palacio
Real, del Alcázar, y seguramente los anteproyectos para La torre Ochavada y el
Salón de los Espejos28 parecen atenerse a
diseños del propio Velázquez29, que además se encontraba actuando como director de las colecciones reales, cargo que ejerció renovando toda la decoración de El Escorial y adaptándolo al gusto romano de la época. Se ha dicho de Velázquez, quizá exagerándolo, que fue el primer director
del Museo del Prado porque
a él le debemos la fundación de las colecciones reales, puesto que fue
protagonista en los momentos culminantes de las mismas, entre ellas las compras
de Felipe IV, que había heredado además las valiosas colecciones de Felipe
II y que Velázquez
también se había
encargado de reordenar.
Las dos fuentes de ingreso de obras fueron esencialmente la donación
y los regalos por parte de la nobleza y la alta burguesía. Huelga decir
que para este proyecto, tanto el rey como Olivares,
secundados por la diligencia
de Luis de Haro, contaron con la nobleza
más destacada de la época, como ya han señalado
Brown y Elliott,
entre los que destacan el Conde de Castrillo,
el marqués de Leganés, el duque de Medina de las Torres,
el marqués de Castel Rodrigo, el
protonotario de Aragón don
Jerónimo de Villanueva y sobre todo el VI conde de Monterrey,
virrey de Nápoles30. La renovatio escurialense se cifra, sobre todo, en las salas capitulares y en la sacristía,
concebidos como auténticos
museos y guiados
por un criterio
de modernización a la italiana. La Perla de Rafael en la Sacristía
sustituyó a las grisallas
de Navarrete el Mudo; Velázquez
desplazó las obras
del Bosco y la pintura flamenca,
seguramente por criterios de gusto. Conservó los tres cuadros de Tiziano (La Virgen con el Niño, El tributo del César, Magdalena Penitente)
y trasladó Oración en
el huerto, del mismo autor,
de la antesacristía, y añade obras
de artistas italianos de
la talla de Correggio, Guido Reni etc. Se hace evidente el progresivo desplazamiento de la
pintura del norte y de la pintura
española, más acorde al gusto
sincrético de Felipe II, a favor
de la estética italianizante de Felipe
IV que Velázquez
aprendió con gran solvencia en sus sucesivos
viajes a Italia31.
El criterio museológico de Velázquez para la ordenación de obra religiosa fue, además de otorgar primacía al gusto clasicista, una ubicación basada en el tamaño y formato de las obras32, y aunque podría escudriñarse un criterio basado en el discurso temático de las figuraciones, se ha preferido no forzar una lectura iconográfica de la que no se tiene suficiente seguridad33. Con todo, Velázquez ha demostrado ser profundamente moderno en la preocupación por el ordenamiento interno, siguiendo los tres principios museológicos universalmente aceptados: igualdad de tamaño de los cuadros emparejados, correspondencia estilístico-formal de los autores y similitud icónico-temática de las figuraciones34. Además, también se hace imposible determinar la secuencia cronológica que siguió Velázquez en la redecoración del Escorial, pero es muy probable que lo primero en comenzarse, después del Panteón, fuese la sacristía y la antesacristía del templo, a principios de 1655, de manera que a mediados de 1656 ya se hubiese finalizado el montaje de ambos espacios35 quedando reunidos en ellos un total de cuarenta y una pinturas que Velázquez seleccionó y ordenó para su instalación en El Escorial “que por su diligencia se trajeron de diversas partes de Europa”36 y de las que el Padre Santos fue testigo presencial y cronista exhaustivo.
Antesacristía y
sacristía. Un catálogo avant
la lettre
“La
compostura, riqueza y asseo de quanto
se propone a la vista,
suspende
verdaderamente a todos”37.
De las obras que Velázquez renovó, a saber, el aula de moral, la iglesia vieja
y capítulo prioral, entre las más relevantes se encuentran la sacristía y su sala
aneja y acceso natural, la antesacristía, que destacan, en efecto por sus grandes dimensiones; no en vano el programa
de renovación comenzó
en estas salas. El 15 de octubre 1656 la nueva edición del Padre Santos estaba lista para imprimirse
en la Imprenta Real, y Felipe IV ya había
podido contemplar el nuevo montaje pictórico de la sacristía, acontecimiento
del que tenemos noticia por la Relación38 de
Jules Chifflet, donde alude a la grata impresión del monarca.
El relato del Padre Santos comienza con el minucioso análisis de la Antesacristía “pieça hermosa y alegre”39 indicando su tamaño, la decoración de grutescos al fresco de la bóveda, la cuidada cajonería y los suelos de mármol. Santos abre el capítulo dedicado a las pinturas de la Antesacristía de la siguiente manera:
“Aduirtió su Magestad estar pobres de pintura algunas pieças […] no permitió se diletase
el reparo de esta falta y así ordenó que con las pinturas antiguas que aquí
estaban se compusieran otras pieças menos
principales, y en estas se ajustasen a las que iremos refiriendo”40.
El Padre Santos
hace referencia de forma continuada a la buena disposición de las obras,
cifrando la mayoría de sus descripciones en el tamaño que ocupaban las pinturas
en su emplazamiento: “el alto del lienço cinco pies, y el largo doze
y medio, que es el mismo de la Fuente”41
de lo cual se deduce la importancia que este otorgaba al arte de colocar cuadros,
juicios que intercala con observaciones artísticas que delatan su formación
visual: “son las figuras menores del
natural”42 refiriéndose a la Huida a Egipto de Tiziano. “Tiene este lavatorio [se refiere a la
antesacristía] seis quadros
de pintura marauillosa al olio, de curiosas manos de
grandes pintores hechos”43, sin
embargo, el testimonio de la Memoria atribuida
a Velázquez difiere del descrito por
el Padre Santos, de lo que se deduce
que documenta un estado primitivo del montaje que luego fue modificado44.
Comentarios como “todo él desnudo, bellísimo
y tierno, que parece de carne viva, y enterenece al coraçon”45 refiriéndose al Niño en brazos de la Virgen,
en la obra de Veronés, son sintomáticos de la sensibilidad estética del Padre Santos, a la que tanto se ha aludido.
Sin embargo, si comparamos su obra con la del Padre Talavera, el estudio relacional del
espacio con la obra es obviado sistemáticamente por Santos, que alaba el
magistral tratamiento de la luz en las pinturas pero
no las relaciona con las lámparas del techo, de las que sin embargo sí se
detiene en describir sus materiales, lo cual es muestra de un ojo aficionado.
El Padre Santos se recrea en
descripciones tan poéticas y personales de las que podemos deducir su
preferencia por escuelas, estilos y autores concretos, como es el caso de “otro de Paulo
Veronés, de la predicación de S.luán […] Está
el Bautista en el Desierto, significando muy al natural, la eficacia del
espíritu, que le mouia à procurar con su enseñanza, y
doctrina la salud de las Almas. Los que sallan à oirle,
se vén, como suspendidos y robados de su voz; vnos en pie, otros sentados, o à la sombra de los arboles, o en las peñas, que se descubren en el Pays con mucha variedad”46, si lo comparamos con descripciones tan parcas
como las que realiza de Ribera, del que, en la mayoría de las ocasiones se
limita a nombrar el título de la pintura, es ostensible la preferencia del cronista.
Los adjetivos “ternura” y “suavidad” son bastante frecuentes cuando se refiere a las obras de Veronés, Tiziano y Guido Reni, delatando su gusto italianizante; y cuando compara obras italianas con la pintura del norte, su inclinación hacia lo italiano vuelve a ser clara: “Sobre la puerta principal por donde entramos, ay vn Lienço grande, de la Historia de la Muger Adultera, de mano de Vandic, Flamenco de Nacion, obra muy estimable. [...] Los coloridos y ropas muy excelentes, semejantes a los del Tiiciano, que fue el que les dió mas gracia, y á quien imitó este Autor”47. La descripción de la Sacristía comienza con un texto reelaborado por el Padre Santos a partir de la exclamación de Sigüenza: “en entrando por la puerta de la sacristía parece que se ensancha el corazón viendo una pieza tan grande...”. Y prosigue:
“Las paredes de mucha blancura y a la vna y
la otra parte se ve en ellas la mayor variedad y excelencia de pintura, que pudo conseguir
el arte, y juntar la Potencia: Quadros al olio de los mejores
Maestros, que han celebrado las edades, historias
santas, donde la atención y deuoción hallan viuo lo pintado, según la fuerça
con que las mueuen, y arrebatan. Començaremos
a referirlas, tomando el rumbo desde el Altar,
donde está vna Tabla de Rafael de Vrbino, que sin admitir competencia, merece el lugar primero”48.
Esta afirmación que encabeza el comienzo de la descripción de
la Sacristía, el Padre Santos hace
referencia a la pintura de los maestros
italianos del siglo XVI como Tiziano, Rafael,
Veronés, Tintoretto como la mayor excelencia que alcanzó la pintura a lo largo del
siglo XVI. Ciertamente, Rafael, hasta el viaje de Manet a España, es el artista
más valorado de Europa y paradigma de belleza ideal. Como ya se ha dicho, el
relato del Padre Santos narra lo que
se va viendo en el transcurso de un paseo; es por ello que
se ha llegado a denominar “guía artística”49
pero sus juicios y descripciones no gozan de un orden preestablecido, de
manera que introduce descripciones estilísticas, a veces formales, que se
adhieren a breves consideraciones puramente
subjetivas, no por ello menos
interesantes, pues son sintomáticas del sentir estético
del XVII. En otras ocasiones añade sencillos apuntes sobre
el viaje de las obras, su mecenazgo y procedencia, pero no polemiza ni tiene la
dureza del texto de Sigüenza; al contrario “Santos
actúa como un meticuloso cicerone doctrinal”50.
En la descripción de las pinturas
de la Sacristía el Padre Santos ofrece información sobre la procedencia de las obras “España en aquel reyno
y de otros confidentes, D. Luis Mendez de Haro, Conde-Duque de Sanlucar y consiguió por grandes precios
(sin que se lo pareciese ninguno) los Lienços y tablas que entre tantas
buenas se reputaua
justamente por las mejores, que fueron las que hemos dicho, traidas a Madrid”. Ésta es una afirmación interesante por tres motivos. En primer lugar, porque en la Memoria se dice que fue pintado para la iglesia que “llaman de San Marcos, en Venecia”, y la corrección de Santos por “San Marcola” demostraría el enriquecimiento del vocabulario artístico
del Padre Santos tras la lectura
de la misma, y en segundo lugar, porque en la descripción
de la sacristía se hace hincapié en más de tres ocasiones en la procedencia
diversa de las obras, confirmando la importancia que Felipe IV quiso darle a
esta estancia, otorgándole el prestigio de una procedencia noble: “vinieron de Inglaterra a España, de la
almoneda del rey Carlos de Estuardo”, repitiéndose “la política regia de añadir a su colección obras de la nobleza que ya
había experimentado con éxito en los tiempos del Buen Retiro”51. En tercer lugar, porque
Santos, buen conocedor de Felipe IV, pretende
ocultar el ocasional enfado del monarca ante los excesivos gastos de la
nobleza. La carta del rey a 7 de septiembre de 1637 da fe de ello: “El conde de Monterrey no ha tenido orden
para estos gastos […] ni he oido en mi vida partida
tan excesiba, y entre las demás, pareze
que se excuse la de cavallos y aderezos de caballo de
66.083 escudos”52.
Con todo, este ocultamiento forma parte del sentido común del
decoro y lo pertinente en una descripción encomiástica del edificio y de la
monarquía. Las novedades específicas en el plano terminológico del arte
referidas a la pintura de la Sacristía no son especialmente significativas,
pues al no tener pretensión de tratado, su discurso resulta más
retórico-persuasivo que crítico53. Como
acertadamente indica la autora, las valoraciones del Padre Santos están encaminadas al sentimiento barroco
pero inciden en una cuestión dieciochesca como será la experiencia
estética, valorando los sentidos que intervienen en el disfrute
sensorial de las obras,
sensibilidad que el Padre Santos ha
demostrado tener muy desarrollada.
Sin embargo, Santos no
es anacrónico en todo. Prosiguiendo
el camino por la Sacristía,
el Padre Santos afirma
que “el Lienço del Lauatorio de Christo a sus Discipulos la Noche
de la Cena, que está sobre
los Caxones, hasta tocar la cornisa […] es de excelentísimo capricho en la inueción, dificultosamente se persuade
el que lo mira, a que
es pintado”, en cuya descripción se delatan los dos grandes tópicos barrocos,
uno ya mencionado
como es la veracidad
de la pintura para representar correctamente los movimientos del alma, y otro referido
al capricho y a la invención,
a los que acude siempre Palomino
para encomiar a Velázquez,
término que se encuentra
en el centro del debate de la liberalidad de la pintura, pues el capricho
remite a la libertad y la libertad de ejecución
comienza con la libertad de pensamiento; libertad por tanto más
intelectual que artística.
Por otra parte, en la edición de
1667 el Padre Santos tiene la ocasión
de mencionar la Túnica de José, de Velázquez, de cuya descripción se deduce el contacto del
pintor con el cronista. “Estos pastores
doloridos […] ellos y otros tres que se uen en ciertas
distancias con capotes, zurrones
y cayados repartidos por aquel
pauimento pintados con grandísimo estudio y destreza”, vemos que el Padre
Santos, además de señalar
aspectos técnicos, dice de los personajes
se trata de pastores y no de hermanos, lo cual induce a pensar
una posible conversación sobre la pintura
en cuestión. Diversas frases hechas nos remiten
al concepto de decorum, tales como “son todas [las figuras]
de víuisima actitud, según a lo que atienden”54. En la segunda parte de la descripción de la Sacristía, las adjetivaciones artísticas
están encaminadas a relatar la
historia representada en las pinturas, y el Padre Santos añade comentarios
que subrayan su carácter
devocional, matizando la sintaaxis con respecto a su anterior edición, con la finalidad
de hacerla más comprensible55.
En la Sacristía,
el protagonismo pertenece
a los maestros
italianos del siglo XVI, con una inclinación especial
por los venecianos, encabezados por Tiziano,
que gozaba de un lugar
privilegiado en el altar del testero
oriental, presidiendo la sala y
seguido de Verónes, Tintoretto y Palma el Joven.
El siglo XVII lo ocupan personalidades de la talla de Guercino,
Guido Reni, además de Rubens y
Van Dyck. Téngase en cuenta que
son dos flamencos de estilo italiano,
así como el Españoleto, Jusepe
de Ribera, el único que
encabeza las filas del arte español junto con Velázquez, “pero si lo fue, no lo fue por ser español,
sino por ser profundamente italiano en su estilo”56.
1.
La obra DE LOS SANTOS, Francisco, Descripción breve del Monasterio de S. Lorenzo
el real del Escorial: Vnica maravilla del mundo: Fabrica
del prvdentisimo rey Philipo
Segvndo... Madrid, Imprenta Real, 1657, contará con
tres reediciones aumentadas durante los años 1667 (relata el montaje definitivo
de los tres ambientes de los capítulos y la decoración de la iglesia vieja), 1681
(conmemora el esfuerzo de reedificación tras el incendio de 1671), 1698 (relata
la remodelación pictórica de la zona de la celda prioral), de las cuales se empleará
para el presente estudio la de 1667 por ser la más completa. Así mismo, durante
los años 1671 y 1760 gozó de dos traducciones al inglés (Londres) y en 1746 fue
extractado junto con algunas biografías de Palomino en una publicación inglesa.
2.
ÁLVAREZ TURIENZO, Saturnino, El Escorial en las letras españolas,
Madrid, Editorial Patrimonio Nacional, 1985, pág. 9.
3.
XIMÉNEZ, Andrés, [1764] Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo del
Escorial: su magnífico templo, panteón y palacio, compendiada de la descripción antigua y exornada con
nuevas vistosas láminas de su planta y montéa,
aumentada con la noticia de varias grandezas y alhajas y coronada con un
tratado apendice de los insignes profesores de las
bellas artes estatuaria, arquitectura y pintura. Ed. 2006, prólogo, s.fol.
4.
CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA,
Francisco Javier, Cuarta
parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo (Madrid, 1680), Colección del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, San Lorenzo del Escorial, Ediciones
Escurialenses, 2008.
5.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial en el siglo XVII.
Francisco de los Santos, tesis doctoral inédita, Madrid,
Universidad Complutense de Madrid, 2006.
6.
MONEDERO CARRILLO DE ALBORNOZ,
Carmen, “La figura de fray Francisco de los Santos”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, V,
1970, págs. 203-264.
7.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 13.
8.
SÁNCHEZ CANTÓN, Francisco Javier, Fuentes literarias para la historia del arte español, t. II,
Madrid, C. Bermejo Impresor, 1933, págs. 221-222.
9.
ÁLVAREZ TURIENZO,
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10.
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del Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial, t. I, San Lorenzo de El Escorial, Reedición editorial Cimborrio, 1985, págs. 9-12.
11.
HELLWIG, Karin, La
literatura artística española del siglo XVII, Madrid, Visor, 1999. Primera edición,
Frankfurt, 1996.
12.
BASSEGODA I HUGAS, Bonaventura, El Escorial como museo. La decoración pictórica
mueble en el monasterio de El Escorial desde Diego Velázquez hasta Frédéric Qulliet (1809), Bellaterra,
Barcelona, Girona, Lleida, Memoria Artium, 2002.
13.
ÁLVAREZ TURIENZO,
Saturnino, El Escorial en las letras españolas…, op. cit., pág. 71.
14.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX, De la Sacristia, sug
Pieças y adornos, fol. 49.
15.
Ibídem.
16.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 19
17.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX…, op. cit., fol. 47.
18.
Ibídem, fol. 48.
19.
Ibídem, fol. 44.
20.
JUSTI, Carl, Velázquez y su siglo,
Madrid, Espasa [1888] 1999, pág. 522.
21.
COLOMER, Jóse Luis,
“De Madrid a Roma: 1630.
Velázquez y la pintura de historia”, PORTÚS
PEREZ, Javier, (coord.), Fábulas de Velázquez: Mitología e Historia Sagrada
en el Siglo de Oro, Madrid, cat. exp. Museo Nacional del Prado, 2007. pág. 156.
22.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 19.
23.
Ibídem.
24.
BASSEGODA I HUGAS, Bonaventura, El Escorial como museo…, op. cit.,
pág. 134.
25.
Ibídem, pág. 135.
26.
MORÁN TURINA,
José Miguel y CHECA CREMADES,
Fernando, “Las colecciones pictóricas de El Escorial y el gusto barroco”, Goya, n.º 179,
1984, págs. 252-261.
27.
ANDRÉS, Gregorio de, “Relación de
la estancia de Felipe IV en El Escorial por su Capellán Julio Chifflet (1656)”, Documentos para la historia del monasterio
de San Lorenzo de El Escorial, Madrid, 1964, t. VII, págs. 405-431.
28.
BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, “Diego Velázquez. Pintor y arquitecto inventivo. El progreso
de la arquitectura en la corte de Felipe IV”, ASENJO
RUBIO, Eduardo, CALDERÓN
ROCA, Belén y CAMACHO MARTÍNEZ,
Rosario (coords.), Creación artística y mecenazgo en el desarrollo cultural del Mediterráneo en la Edad Moderna, Madrid, Ministerio de Ciencia e Innovación, 2011,
pág. 509.
29.
El debate
de Velázquez arquitecto ha sido ampliamente tratado por BLASCO
ESQUIVIAS, Beatriz, y anteriormente por
BONET CORREA, Antonio, “Velázquez, arquitecto y decorador”, Archivo Español de Arte, abril/septiembre, 1960, págs. 215-249.
30.
RIVAS ALBALADEJO, Ángel, Entre Madrid,
Roma y Nápoles. El VI conde de Monterrey y el gobierno
de la monarquía hispánica (1621-1653), Tesis Doctoral, Barcelona, Universitat
de Barcelona, 2015, pág. 592.
31.
MORÁN TURINA, José Miguel
y CHECA CREMADES, Fernando, “Las colecciones pictóricas…”, op. cit., pág. 254.
32.
MARTÍNEZ RIPOLL, Antonio, “La
pintura barroca española en El Escorial”, El Monasterio del Escorial y la pintura, actas
del Simposium (1/5-IX- 2001), San Lorenzo de El Escorial,
Real Centro Universitario María Cristina de El Escorial,
2001, pág. 269.
33.
BASSEGODA I HUGAS, Bonaventura, El Escorial como museo…, op. cit.,
pág. 137.
34.
MARTÍNEZ RIPOLL,
Antonio, “La pintura
barroca española…”, op. cit., pág. 273.
35.
Ibídem.
36.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX…, op. cit.,. fol. 81.
37.
Ibídem, fol. 45.
38.
ANDRÉS, Gregorio de, “Relación
de la estancia...”, op. cit., págs. 405-431.
39.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX…, op. cit., fol. 43.
40.
Ibídem, fol. 44.
41.
Ibídem.
42.
Ibídem.
43.
Ibídem.
44.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 590.
45.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX…, op. cit., fol. 45.
46.
Ibídem.
47.
Ibídem, fol. 49-50.
48.
Ibídem.
49.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 9.
50.
Ibídem.
51.
MORÁN TURINA, José Miguel
y CHECA CREMADES, Fernando, “Las colecciones pictóricas…”, op. cit., pág. 255.
52.
RIVAS ALBALADEJO, Ángel, Entre Madrid,
Roma y Nápoles…, op.
cit., pág. 597.
53.
RODRÍGUEZ ORTEGA,
Nuria, “Similitudes y diferencias léxico-textuales en dos descripciones seiscentistas del Real Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial. Ejemplo
de exploración lingüístico-computacional de textos digitales”, Teoría y literatura artística en la sociedad
digital. Construcción y aplicabilidad de colecciones textuales informatizadas, Gijón, Trea, 2009, págs. 363-430.
54.
DE LOS SANTOS, Francisco, Discurso IX…, op. cit.
55.
VEGA-LOECHES, José Luis, Idea e imagen de El Escorial…, op. cit., pág. 587.
56.
MARTÍNEZ RIPOLL,
Antonio, “La pintura
barroca española…”, op. cit., pág. 271.
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Fecha de recepción: 12/03/2018 Fecha de aceptación: 02/05/2018