Fig. 1. Retablo
de Nuestra Señora de Guadalupe. Iglesia de Santa Rosa de Viterbo,
ciudad de Querétaro. (Fotografía de Martha Fernández).
Arcos-cortinaje
en la arquitectura barroca novohispana
Arched Drapery in New Spanish Baroque
Architecture
Martha
Fernández
Universidad Nacional Autónoma
de México, México
marafermx@yahoo.com
https://orcid.org/0000-0002-1822-2299
Resumen
Los arcos que podemos mirar en la arquitectura barroca
de la Nueva España muchas veces tienen formas
tan variadas y ricas que dejan en un observador cuidadoso la impresión de estar mirando cortinas
talladas en piedra. Este ensayo es precisamente una invitación a reflexionar acerca de la posibilidad de que la intención
de los autores, patronos y propietarios haya sido esa, es decir,
representar cortinajes. Las
cortinas, los mantos y los doseles tuvieron una gran importancia desde el punto de vista
simbólico, pues son representaciones del cielo y, desde el punto de vista formal, cumplen
con los principios de movimiento, lujo, riqueza, dramatismo
y teatralidad del arte barroco.
Palabras clave: arquitectura; arcos; cortinaje; dosel; simbolismo; Nueva España.
Abstract
The arches we see in the Baroque architecture
of New Spain have such varied and rich forms that, to the careful observer, they
give the impression of looking at drapes carved in stone. This article is an invitation
to consider the possibility that those who commissioned or made them intended
to imitate curtains. Curtains, cloaks, and canopies had an important symbolic
function as representations of the sky and, from a formal perspective, manifested
the movement, luxury, wealth, drama, and theatricality of Baroque art.
Keywords: architecture; arches; drapery; canopy; symbolism; New Spain.
Cómo citar este
trabajo / How to cite this paper:
Fernández, Martha. “Arcos-cortinaje
en la arquitectura barroca novohispana.” Atrio. Revista de
Historia del Arte, no. 25 (2019): 24-43.
© 2019 Martha Fernández. Este es un artículo
de acceso abierto distribuido bajo los términos de
la licencia Creative
Commons Attribution-Non- Commercial-ShareAlike 4.0.
International License (CC BY-NC-SA 4.0).
Atrio. Revista de Historia del Arte, no. 25 (2019): 24-43. eISSN: 2659-5230
“La belleza y el placer estéticos
no nacen de ningún otro sitio más que de la hermosura y la ornamentación”.
León Bautista Alberti
La tela en la arquitectura novohispana
Cuando Vitruvio explicó la
manera de realizar las columnas jónicas escribió que en el momento en que los jonios construyeron un templo en honor de Diana, siguieron los mismos principios de proporción que habían regido la construcción
de las columnas dóricas,
pero esta vez les dieron
la delicadeza de un cuerpo de
mujer. Primeramente, hicieron el diámetro de la columna igual a la octava parte de su altura, con el fin de darle un aire más
esbelto; seguidamente imaginaron ponerle la basa hecha a manera
de calzado; tallaron luego volutas a una y otra parte del capitel, queriendo imitar el cabello que cae en bucles
a derecha e izquierda, y por
medio de cimacios y festones,
como cabellos arreglados sobre la frente, adornaron la parte anterior de los capiteles. Además, trazaron estrías a lo largo del fuste de la
columna, a imitación de los pliegues de la túnica de las matronas. De este modo, con estos matices, vinieron a inventar esos dos géneros de columnas [dórica y jónica], imitando en las unas, la simplicidad desnuda y despreocupación del cuerpo masculino y en las otras la delicadeza, el ornato y las proporciones del de la mujer.1
Es decir, que las estrías, son una representación abstracta de las telas de las túnicas que vestían las mujeres en la Antigüedad, talladas en piedra o madera, moldeadas en estuco o realizadas en cualquier otro material utilizado en la arquitectura para su ornamentación. Esta solución fue frecuente y no se utilizó solamente en columnas jónicas, sino en los soportes de todos los órdenes arquitectónicos.
Durante el desarrollo del barroco en la Nueva España, fue habitual la imitación de las telas integradas a la arquitectura y a la retablística. Precisamente en los retablos barrocos, fue recurrente la incorporación de mantos, pabellones y cortinas realizados con tela encolada para darles mayor realismo, como los encontramos, por ejemplo, en el mayor, dedicado a la Virgen de Guadalupe en la parroquia de Dolores Hidalgo, Guanajuato,2 que enmarca el cuadro de la titular; en el de Nuestra Señora del Pilar en la parroquia de Santa Prisca de Taxco, Guerrero,3 que abraza el fanal donde se encuentra la escultura de la Virgen; y en el de Nuestra Señora de los Dolores de la iglesia de Santa Clara en la ciudad de Querétaro,4 cuya tela azul forma un complejo adorno en forma de abanicos. En el retablo dedicado a la Virgen de Guadalupe que se localiza en uno de los muros laterales de la iglesia queretana de Santa Rosa de Viterbo,5 se levantan una cortina y un dosel de tela encolada superpuestos; aquella, enmarca el cuadro de la titular y el dosel es un aparato circular que sobresale del retablo y del que cuelgan un pabellón con borlas y una cortina que se pliega hacia el paramento del retablo (Fig. 1).
Igualmente,
en la arquitectura en piedra
y en los retablos de madera, particularmente del siglo
XVIII, fue usual la presencia
de las guardamalletas que imitaban los tapices y pendones que se colgaban en las
ventanas y en los balcones de
los edificios públicos y de
los palacios los días de fiestas y procesiones, aunque las guardamalletas se realizaron lo mismo para la arquitectura civil
que para la religiosa. En las iglesias, fueron
utilizadas especialmente en las portadas estípite, precisamente como adorno de los
pedestales de esas pilastras; así las encontramos, por ejemplo, en las portadas del Sagrario Metropolitano de la Ciudad de México,6
en la portada principal de templo de San Francisco Javier en Tepotzotlán, Estado de México7
y en la iglesia de la Compañía de Jesús en la ciudad de
Guanajuato.8 Pero también las podemos observar bajo columnas salomónicas, como en la espléndida
portada principal de la catedral de Nuestra Señora de
los Zacatecas9 y también como colgantes de los capiteles de pilastras, como se observan en la portada lateral
de la iglesia de Santo Domingo en
la Ciudad de México.10 Son dignas de
mencionarse, las guardamalletas que cuelgan del segundo
piso del claustro del convento de San Agustín de Zacatecas,
muy decoradas y terminadas en medallones
circulares.11
En la arquitectura civil las guardamalletas también fueron muy utilizadas, pues era como dejar los tapices que colgaban en las fiestas de manera permanente, de forma tal que podemos verlos bajo el vano de ventanas y balcones en varios edificios de la Ciudad de México, como el palacio de Iturbide12 y el de los Mascarones.13 Igualmente, se pueden mencionar, por su riqueza, la enorme guardamalleta que se encuentra en una de las ventanas de la llamada Casa del Inquisidor14 (Fig. 2) y las que adornan los vanos del segundo piso de la casa de los condes de Jaral de Berrio,15 ambos edificios en la ciudad de San Miguel de Allende, Guanajuato.
Fig. 2. Fachada de la Casa del Inquisidor. Ciudad de San Miguel de Allende, Guanajuato. (Fotografía
de Martha Fernández).
Asimismo podemos encontrar guardamalletas
desplegadas como pendones en los fustes de las pilastras,
como las del patio principal del hospital de Belén de la Ciudad de México,16 las que sostienen el portal de la Casa Escala,
de la ciudad de Querétaro17 y los contrafuertes,
tallados a manera de pilastras, del patio principal de la Casa Canal de San Miguel
de Allende.18 En el palacio de Iturbide, una
enorme guardamalleta decorada se despliega del arquitrabe para caer en el vano de ingreso
y en la Casa Canal prefirieron
abrirlas directamente sobre la puerta de madera de la entrada.
Fig. 3. Ventana de la fachada de
la Casa Escala. Ciudad de Querétaro. (Fotografía de Martha
Fernández).
Los
canteros de la Nueva España
dominaron a tal grado su oficio
que también tallaron cortinas y doseles, como aquella que luce una de las ventanas de la Casa Escala de Querétaro,
con sus dos hojas abiertas que caen
de un complejo corchete compuesto por borlas, conchas y acantos, el cual sirve de soporte
a un ramo de flores que sobresale pegado al muro; al estar abierta, pero retenida
al centro en la parte superior, se forma un arco conopial. Cada hoja de esa cortina está
sujeta con un cordón que culmina en una borla; la tela que queda suelta deja
ver varios pliegues y un completo bordado en la bastilla.
(Fig. 3) El dosel que cubre
la custodia en la estampa de
la iglesia de la Santísima Trinidad
de la Ciudad de México,19 es pequeño, pero está bien detallado; está conformado por un paño anudado al centro con un cordón que forma un anillo de donde sobresale una imitación de la tela trenzada, formando una especie de llama; el cordón cae a los lados y culmina con borlas, mientras que la “tela” cubre una apaisada media naranja y se despliega para cobijar
la custodia del Santísimo, flanqueada por dos ángeles.
Asimismo, es digno de mencionarse el extraordinario manto tallado en
piedra que se encuentra en el frontón que remata la portada principal de la
iglesia del Carmen, en la ciudad
de San Luis Potosí;20 en este caso, no es más que un paño, que se extiende desde un arco conopial tallado
al centro, debajo del cual se encuentra la figura de Dios padre, en actitud de bendecir, sosteniendo el mundo con su mano izquierda; a los lados, varios angelitos
hacen el esfuerzo por mantener el manto abierto, lo que produce en él los muchos pliegues
que podemos observar; este frontón es una representación clara de las citas bíblicas que hacen referencia a la tienda o carpa como imagen del cielo; de acuerdo con Isaías (40:22), “Él tiende los cielos como un toldo / y los despliega como una tienda de morada.”21
(Fig. 4)
Fig. 4. Frontón del remate de la iglesia del Carmen.
Ciudad de San Luis Potosí. (Fotografía de Martha Fernández).
El
yeso fue un material magnífico para esos fines, de manera que, en iglesias como el santuario de Nuestra Señora de Ocotlán,22 se despliega
un manto para dar abrigo a la imagen de la Virgen; se abre
en dos hojas, cada una de las
cuales está sujeta, como en
el caso de la cortina de la
Casa Escala, por medio de un cordón;
el paño de estuco tiene varios pliegues
y de toda su orilla cuelgan borlas, algunas de las cuales, por desgracia han desaparecido. Lo mismo ocurre en la iglesia
de Panotla, en la que el manto cobija la figura de San Nicolás de Bari, su
titular, pero a diferencia del
anterior, en el centro se forma
un arco conopial, el paño está sostenido
por angelitos y es más sencillo, pero no por ello menos plegado.23
(Fig. 5)
Fig. 5. Iglesia de San Nicolás de
Bari. Panotla, Tlaxcala. (Fotografía
de Martha Fernández).
Claro que todos estos ejemplos nos muestras
obras que podríamos calificar como figurativas y, por ello, muy evidentes para quien las contempla, pero se ha reparado poco en las formas abstractas, aunque
igualmente significativas, de algunas soluciones arquitectónicas como los muy ricos arcos que se encuentran
en mu chas portadas y patios, lo mismo en iglesias y conventos,
que en casas y palacios privados construidos
a lo largo y ancho de la Nueva España. Los diccionarios de arquitectura se contentan con darles los nombres técnicos de medio punto, apuntados, bilobulados, trilobulados o polilobulados; rebajados, carpaneles, curvilíneos, mixtilíneos, etcétera. Sin
embargo, considero que por las variadas
formas que adoptaron, también se podrían mirar de otra manera,
pues si el espectador se detiene a observar sus
soluciones formales y los elementos que las complementan como acodos, pinjantes, entrelazos, cordones, roleos, ménsulas y símbolos iconográficos, se puede formar una idea diferente a la de un simple arco mixtilíneo y caer en cuenta de que lo que en realidad parece que están representando
son cortinas talladas en piedra,
pero de manera abstracta, como las estrías que, como decía Vitruvio, representan las telas de las túnicas de las matronas sometidas.
Arcos-cortinaje
de la Nueva España
Sin pretender llevar a cabo un catálogo de arcos novohispanos que,
pienso, podrían considerarse cortinajes, citaré algunos ejemplos significativos que quizá ayuden en
esta invitación a buscar en ellos
otra intención que la meramente arquitectónica, a ver en ellos
telones abiertos a los lujosos y complejos juegos ornamentales y simbólicos
del barroco.
Arquitectura religiosa
Entre las soluciones formales más sencillas utilizadas
para, creo, imitar una cortina se encuentran los arcos conopiales, que, junto con los apuntados,
remontan su origen al arte medieval y fueron utilizados en la Nueva España desde el siglo XVI. En una cortina de tela común, el conopio se forma de manera natural
y lógica, al separar dos hojas
pero dejando unida la parte superior, donde se dibuja un triángulo que remata en una punta, es decir, que se constituye en un arco conopial
de tela, exactamente como los arcos conopiales en cantería, madera,
tela encolada y estuco de obras como las que cité antes, entre ellas, la cortina tallada en la ventana
de la Casa Escala de Querétaro, el dosel de la portada del templo de Panotla, Tlaxcala o el manto tallado en
piedra del frontón de la portada principal de la iglesia del
Carmen, de la ciudad de San Luis Potosí.
Fig. 6. Portada principal de la
iglesia franciscana de San Miguel
Huejotzingo. Puebla. (Fotografía
de Martha Fernández).
Los
arcos conopiales arquitectónicos,
se comenzaron a utilizar en México en los conventos fundados por los frailes mendicantes donde fueron muy
frecuentes, como se puede observar, por ejemplo, en la portada de la iglesia franciscana de San Miguel Arcángel,
en Huejotzingo, Puebla, el cual es, además, lobulado (Fig. 6); igualmente, el
arco de la portada que comunica el coro alto con el claustro, en el convento dominico de San Juan Bautista en Coixtlahuaca, Oaxaca y los que
se abren en la capilla abierta del convento de San Francisco, en la
ciudad de Tlaxcala
Fig. 7. Claustro del ex convento de San Agustín. Ciudad de
Zacatecas. (Fotografía de Martha Fernández).
Pese a su antigüedad, estos arcos se emplearon también en el arte
barroco novohispano con mucha frecuencia, como se aprecia, por ejemplo, en la portada principal de la iglesia de
la Casa Profesa de la Compañía
de Jesús, de la Ciudad de México, construida por el arquitecto Pedro de Arrieta de 1714 a 1720. Insisto en el nombre
del autor porque Arrieta fue un arquitecto que podríamos calificar como de vanguardia en muchos sentidos,24
de manera que, al utilizar el
arco conopial en una iglesia tan importante, más que un casual anacronismo,
llevaba una intención que, en mi opinión,
fue básicamente simbólica. Particularmente en el siglo XVIII, los arcos conopiales se combinaron con otros para hacer más complejo el conjunto, así los encontramos en el claustro del ex convento de San Agustín de la ciudad
de Zacatecas. (Fig. 7) En sus dos niveles
tiene arcos de medio punto; solo que en el primero, se alternan con arcos conopiales
y, en el segundo, con arcos
bilobulados. Es decir que, en el mismo claustro,
tenemos tres tipos de arcos: medio punto, conopial
y lobulado. Los arcos conopiales
semejan cortinas abiertas frente a nosotros y los bilobulados parecen galerías o pabellones. Sobre el extradós de todos ellos, se dejan ver orlas talladas
en forma de volantes de tela,
ceñidos por los broches que se prenden
en sus piedras claves donde se alterna la presencia de niños con la de
ángeles sosteniendo espigas.
Fig. 8. Portada principal de la
iglesia de San Francisco. Ciudad de San Luis Potosí. (Fotografía de Martha Fernández).
También existen arcos que semejan
cortinas a partir de dos superpuestos con diferente forma geométrica, como los de las portadas gemelas de la iglesia de
Nuestra Señora de la Concepción de la Ciudad de México25 y el que se
abre en la portada principal de la iglesia de
San Francisco de la ciudad de San Luis Potosí;26 el primero, de mediados del siglo XVII y el segundo, del siglo XVIII. Los de la
iglesia concepcionista, están constituidos por un arco
de medio punto en el que se inscribe otro semi hexagonal. En la piedra clave, se abren hojas de acanto ceñidas por lazos y roleos. El semi hexágono funciona a manera de cortina
abierta, sujeta al medio punto con un prendedor realizado a base de hojas, lo que da motivo
para que se afecte la forma de las jambas que adoptan un perfil circular.
Algo semejante ocurre con
el doble arco que se abre en la iglesia
de San Francisco de San Luis Potosí, (Fig. 8) solo que, en
este caso, el inferior es semi
octagonal. Para acentuar el aspecto
de cortina, a los lados, se
tallaron lazos a manera de hebillas y en la piedra clave, se labró un complejo broche compuesto por el escudo franciscano de las cinco llagas dentro de un medallón ovalado limitado por el cordón franciscano y rodeado todo de hojas y lazos. Sus impostas y sus jambas, en este
caso, son mixtilíneas, para
dar continuidad al perfil de los arcos superpuestos.
Igualmente, la portada principal de la capilla del Pocito del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México,27
(Fig. 9) tiene un doble arco, pero en
este caso, el exterior es mixtilíneo, formando un pabellón que pareciera sostenerse en el muro por medio de una moldura que
forma dos acodos en los extremos; en tanto que el arco
interior es trilobulado del que cuelgan
pinjantes que hacen las veces de borlas de una cortina.
Los
arcos de las otras dos portadas de la misma capilla también parecen imitar cortinajes. El de la
norte, es mixtilíneo y ascendente, formando ondas en el intradós y tableros en las enjutas, como si
se tratara de tela plisada. De la piedra clave pende una guardamalleta ornada con un medallón al centro, cuyo relieve, por desgracia, está muy erosionado. Las pilastras que flanquean la portada son ondeantes y su perfil, en
conjunto con el arco, parecieran
semejar las telas en movimiento; están además
recorridas por una decoración de hojas, a manera de trofeos, como si se tratara
de lienzos decorados.
La
portada sur, por su parte, tiene un arco poli lobulado,
del que –como en la portada principal– cuelgan pinjantes, que lo adornan a manera de borlas. Sobre la piedra clave también se encuentra una guardamalleta, cuyo medallón se perdió. Las enjutas, igual que en la portada norte,
tienen tableros y las pilastras que la limitan también son ondeantes, solo que, en este caso,
están estriadas, imitando los pliegues de los paños al caer, tal como lo explicó
Vitruvio.28
Fig. 9. Portada principal de la capilla del Pocito. Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad de México. (Fotografía de Martha Fernández).
La
portada de los Siete Príncipes de la iglesia del Carmen
de San Luis Potosí,29 (Fig. 10) también tiene un arco de ingreso lobulado, en este caso
de tres lóbulos: los más cercanos a las impostas son pequeños y casi circulares; en cambio, el central, es de gran tamaño
y peraltado, pero todo el extradós se encuentra adornado con hojas de acanto, haciendo la función de hebillas, como si estos
estuvieran sosteniendo una cortina al muro para mantenerla abierta. La solución que el arquitecto dio a los arcos de las portadas exteriores de la misma iglesia carmelita es muy interesante, pues tanto la principal como la Josefina,
tienen arcos de medio punto, pero
ambos están recorridos en todo
el intradós por sendos pinjantes que le otorgan la impresión de ser poli lobulados y,
nuevamente, los pinjantes funcionan a manera de borlas de una cortina.
Fig. 10. Portada de los Príncipes. Iglesia del Carmen,
ciudad de San Luis Potosí. (Fotografía de Martha
Fernández).
La
portada principal de la iglesia
de San Diego de Guanajuato,30 también comparte la solución de los lóbulos; en este
caso, con un doble arco: el interior de medio punto y el exterior polilobulado, ornado por medio de pinjantes.
Para completar la composición,
las impostas tienen pequeños mascarones encima de una gruesa moldura con roleos, a manera de tela enrollada, bajo las cuales se alzan las hojas de acanto de los capiteles
corintios, y cuelgan guardamalletas dobles de una
sola punta.
En
otros estudios dedicados a la imagen del cielo en la arquitectura
religiosa de la Nueva España,31 se ha explicado cómo los mantos, los doseles y los cortinajes se convirtieron en una forma de representarlo a partir de citas bíblicas como la de Isaías, que mencioné anteriormente y como la del Salmo
104:2 que a la letra dice: “Envuelto
de luz como de un manto / despliegas los cielos como una tienda…” Igualmente, en esos mismos
ensayos se comenta que, aunque esta idea no se desarrolló en el cristianismo, teóricos como Gérard de Champeaux y Dom Sébastien
Sterckx, sostienen que, en cambio, se adoptó
en la iconografía por influencia, claro, de la tradición
judía, pero también de la romana, en la cual el Dios Coelus tenía la función de extender el manto curvo del cielo.32 De todo ello derivó
que el cielo fuera concebido como una tienda que Dios
extiende como cubierta de la
Tierra.
Fig. 11. Portada del palacio del
conde del Valle de Súchil. Ciudad de Durango.
(Fotografía de Martha Fernández).
Asimismo, en los artículos a
los que me refiero, se ha advertido
que tales elementos también
recrean la tienda de Moisés
en el desierto, es decir, la primera revelación del legendario y paradigmático Templo de Salomón. Como se plantea en los textos escriturarios,
estando en el Monte Sinaí, Yahvé ordenó
al profeta construir un tabernáculo donde sería adorado y donde se manifestaría, pero por estar en ese tiempo el pueblo de Israel
en tránsito hacia la tierra prometida, el templo que levantó fue propiamente una tienda desmontable y transportable, construida
a base pieles y telas multicolores.33
Ambas tradiciones también formaron parte de la cultura de la Nueva España, lo que
se puede comprobar en el sermón titulado La Maravilla Immarscesible
y milagro continuado de María
Santíssima Señora Nuestra, en su prodigiosa
imagen de Guadalupe de México, que escribió el padre jesuita
Juan de Goycoechea, el “día
octavo del Novenario” que se llevó
a cabo para la dedicación del
santuario de Nuestra Señora
de Guadalupe, “extramuros” de la Ciudad de México, el
año de 1709. De acuerdo con
el cronista, “el Soberano Artífice” hizo los cielos y “fabricó para su adoración un Templo,” el “Templo del mundo,” el cual, según él, mucho
tenía de parecido con “este MARIANO Templo de GUADALUPE,
fundado en el sitio inconstante de el Mexicano Lago, pero con la firmeza de aquel hermoso Cielo, que Trassumptó en el Ayate su dueño:
y si copia el Templo a su Imagen, es este Templo una Imagen del Cielo.”34
Goycoechea entonces comparó ese cielo con una capa; la capa con el santuario de Guadalupe y, por supuesto,
esta con la tilma de Juan Diego.
De acuerdo con su visión, así como
sucede con el vestido, “la capa del cielo se ha de envejecer,”
y como quien
muda de gala, y estrena vestido, has de estrenar, y mudar
de Templo, y de Cielo, y el Cielo de tu Templo se ha de mudar en una Capa … Pues
Cielo Nuevo, que sea Capa, no
hay otra, que la de Juan Diego, debajo
de la Capa de el Cielo, porque
con MARÍA, se trassundó todo
el Cielo a aquella Capa … Yo no dixera en
el latino Idioma, con otra frase, lo que en el Mexicano
Tylma, que cubre medio lado, como el Cielo, Capa de media
Esphera.35
Si esto sucedía así en
el pensamiento virreinal, podemos entender que en la estructura arquitectónica que tuvieron los templos y claustros novohispanos se hayan desarrollado elementos formales específicos para representar el cielo como tienda cósmica y como la tienda de Moisés en el desierto, como, por ejemplo, las bóvedas de nervaduras (a la manera gótica o formando diversas figuras geométricas), las bóvedas de pañuelo o las bóvedas de aristas, para simular las telas tensadas por estacas o las varillas con que se armaban las carpas. Los arcos-cortinaje forman parte de ese mismo conjunto de imágenes arquitectónicas, pues en una portada anuncian el ingreso al cielo que es la iglesia misma y en un claustro
están representando el paraíso de los religiosos. En ese sentido, cabe recordar la frase inscrita en el friso del primer cuerpo de la portada principal de
la iglesia conventual de San Juan Bautista de Coyoacán, en la Ciudad de México:
“No está aquí algo distinto, sino la casa de Dios y la puerta
del cielo. Ge. 28,”36 pasaje
que se refiere al sueño de Jacob
y que precisa exactamente lo
que son, representan y simbolizan
los edificios sagrados.37
Arquitectura civil
En relación con la arquitectura
civil, uno de los arcos más
llamativos es el que se abre
en el balcón del antiguo palacio de José del Campo Soberón, conde del Valle de Súchil,
en la ciudad de Durango.38 (Fig. 11) Es mixtilíneo y multi moldurado; su imposta es una zapata tallada en piedra. Del centro, como piedra
clave, cuelga un pinjante a
manera de enorme lágrima, que imita un pedazo de tela colgante, cuyos pliegues
están representados por medio de molduras.
Aunque es en la ciudad de Querétaro donde se encuentra la
mayor cantidad de arcos de variadas
y caprichosas formas. En las casas habitación de
Querétaro, construidas en
el siglo XVIII, los patios fueron
fundamentales, tanto así que existieron casas no con uno, sino con varios
espacios de esa naturaleza; todavía, existe una, dedicada hoy a eventos
especiales, conocida como “la Casa de los Cinco Patios.” El clima
favorable de la ciudad debió de hacer
propicios esos lugares abiertos para la convivencia entre familiares y amigos
de la sociedad queretana en la época virreinal.
Así, los arcos de esos patios
son en verdad ricos y muy diversos;
de inmediato se percibe que su intención es adornar esos espacios como hacían
con las habitaciones, dotarlos
de la misma riqueza, singularidad y cobijo que proporcionaban las cortinas que colgaban dentro, pero talladas en piedra.
De esta manera, los arcos siempre son mixtilíneos y se forman a base de roleos, ménsulas en sucesión
y molduras. Veamos, por ejemplo, los del patio principal de la Casa de la Marquesa del Villar del Águila.39 En el primer
piso, se desplantan arcos curvilíneos, formando lóbulos deprimidos que ascienden hacia el centro; con roleos, se imitan las arrugas de la cortina y de la piedra clave cuelga un pinjante en forma de una flor abierta, que
deja ver los pistilos. Las pilastras que sirven de apoyo a los arcos tienen, en sus fustes, complejas guardamalletas en forma de pilastras estípites, que culminan en su
parte inferior con un cordón
anudado, del que penden flecos; pareciera que las pilastras hubieran servido de base para apoyar las “telas” colgantes de las cortinas talladas en piedra que forman
los arcos. En el segundo piso, sus dos costados principales tienen el mismo tipo de arcos que en la primera planta, mientras que, en los otros dos, los muros se convierten en bóvedas
limitadas por arcos lobulados
colocados transversalmente,
que se apoyan en ménsulas mixtilíneas adornadas con roleos y rematadas por guardamalletas. Los
arcos del arranque de la escalera
son lobulados, mientras que
los del desembarque son simplemente
ondeados. Todo el conjunto semeja un muestrario de arcos mixtilíneos que, desde mi punto de
vista, no son sino imitaciones
de cortinas talladas en piedra, como
las que debieron tener en las habitaciones interiores. (Fig. 12)
Fig. 12. Patio principal de la Casa de la Marquesa. Ciudad de Querétaro.
(Fotografía de Martha Fernández).
Fig. 13. Patio principal de la Casa de los Cinco Patios. Ciudad
de Querétaro. (Fotografía de Martha Fernández).
En
la casa de José de Escandón, conde de Sierra Gorda,40 los
arcos del primer piso son más
sencillos que los del segundo,
aunque, en ambos casos, rebajados. En el primer nivel, están constituidos por roleos y conopios diagonales; en el segundo, los roleos se apoyan en las impostas,
de donde arrancan lóbulos de diversos tamaños que dan la sensación de
ondas en movimiento. En la casa de José Antonio de Urrutia
y Arena, marqués del Villar
del Águila,41 los arcos del segundo nivel también
están realizados a base de pequeños lóbulos que rematan en roleos
sobre las impostas, pero en este
caso su simetría
ha provocado que sean calificados como arcos angrelados; no obstante, más que
referencia a la heráldica, considero que semejan los volantes de una cortina abierta.42
En
la Casa de los Cinco Patios,43 el principal, tiene solamente arcos trilobulados,
que se apoyan con roleos en los capiteles de las columnas octagonales
y sus piedras clave están adornadas con hojas. (Fig. 13) En
el actual corral de comedias, que fue
una casa habitación de un solo nivel,44
los arcos son mixtilíneos, imitando ondas o volantes de
una tela. Y la variedad de arcos queretanos
puede extenderse enormemente, si tomamos en cuenta
que no existen dos patios iguales,
todos tienen una enorme variedad de soluciones formales.
Es
obvio que las cortinas de tela de las casas y palacios novohispanos
tuvieron, como ahora, un sentido ornamental y utilitario; eran medios para dotar de privacidad a sus habitantes, al mismo tiempo que decoraban y vestían las habitaciones, por ello, me parece plausible considerar que los
arcos de los patios se convirtieran en las cortinas que también los adornaron y vistieron; mostraban ostentación, lujo y riqueza, la misma que debieron poseer sus propietarios; al mismo tiempo, se integraban a los juegos del arte barroco, a sus principios de movimiento y teatralidad.
Aunque no debemos olvidar que
el simbolismo formaba parte integral de esa cultura y, por lo mismo, no podemos soslayar el hecho de que, incluso en las casas habitación, permearan principios de esa naturaleza. André Corboz afirma que “las civilizaciones tradicionales sólo pueden vivir en
un espacio sagrado y en función de él,”45
mientras que, para Mircea Eliade, las ciudades y las casas habitación en las culturas tradicionales eran centros del mundo que reproducían “a escala microcísmica, el universo;”46
la colocación de la primera
piedra significaba precisamente marcar ese centro. En palabras de Eliade, “como la ciudad o el santuario, la
casa está santificada, en parte o en
su totalidad por un simbolismo o un ritual cosmogónico,”
para los habitantes es crear
“su propio ‘mundo’ y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo.”47 Desde este punto de vista, los arcos-cortinajes
de los patios de las casas, tendrían entonces un significado similar al
que tienen en los claustros: abrirse a la tienda del
cielo, al paraíso que representaba el patio, siempre pleno de árboles y flores, como un jardín, con su fuente al centro.48
También es importante mencionar
que, en aquel tiempo, las camas solían cubrirse con un dosel de tela que llamaban “cielo,” precisamente como una referencia a la idea de la
tienda cósmica que Dios había
tendido para cubrir la Tierra.
Un pabellón, igualmente, cubría el trono que se colocaba en un salón de los palacios de los nobles novohispanos.
Este espacio estaba reservado para recibir al rey de España en
caso de que visitara ese palacio,
cosa que desde luego nunca ocurrió,
pero esa sala, más allá
de esa posible visita, simbolizaba a la monarquía española. Es decir, que los tronos reales también se encontraban cubiertos por “cielos” de tela. Del mismo modo, la cátedra del arzobispo de México se encontraba
bajo palio en un salón del arzobispado, igual que la del papa, en Roma.
Un apunte final
En su libro Arte y belleza en la estética medieval, Umberto
Eco explica que los “autores eclesiásticos que celebran
la belleza del arte sagrado
insisten luego en su finalidad
didascálica… lo que los simples no pueden captar a través de la escritura debe serles enseñado a través de las figuras.”49
Esto, por supuesto, no solo
es aplicable a las artes visuales, sino que también lo es a la arquitectura, quizá, principalmente a ella. Como expliqué antes, un arco-cortinaje como ingreso a un templo, anuncia la entrada a la tienda cósmica
y a la primera revelación del
Templo de Salomón, o sea el
acceso a la casa de Dios; mientras
que, en el patio de un palacio, lo primero que puede transmitir es la riqueza de sus propietarios y el lujo con el que vivían.
Por ello,
considero que, si bien es posible describir y definir, desde un punto de vista constructivo los arcos que apreciamos
en todas las edificaciones virreinales y nombrarlos con su terminología arquitectónica, también es necesario verlos más allá
de ella; ubicarlos en su contexto
y tratar de entender las funciones que cumplieron no solamente como elementos estructurales de un edificio, sino también como parte de la sociedad
en los espacios por ella construidos.
Los arcos, por su propia naturaleza, no son elementos aislados, sino que forman
parte del conjunto arquitectónico y son también estructuradores de espacios: ingresos,
salidas, pasillos, patios, balcones, etcétera; establecen comunicación con su entorno y también
con los seres humanos. De manera que, así como se elaboraron
guardamalletas, mantos, cortinas y doseles en piedra, madera
o yeso, igualmente los arcos
pudieron convertirse en los cortinajes que abrigaron rituales religiosos y sociales.
No olvidemos,
sin embargo, que, desde una óptica
estrictamente formal, su presencia, durante el desarrollo del arte barroco, también estuvo comprometida con los principios de movimiento, riqueza, dramatismo y teatralidad
que acompañaron esa corriente artística en la Nueva España durante los siglos XVII y XVIII, lo que explicaría
la variedad de formas que adquirieron durante ese tiempo, son telones que adornaron (y todavía lo hacen) fachadas e interiores de templos, claustros y palacios.
1. Marco Vitruvio Polión, Los diez libros de arquitectura, lib. 4, cap. 1, trad. Agustín Blánquez, con prólogo y notas de Agustín Blánquez (Barcelona: Editorial Ibera, 1997), 87-88.
2. Gracias a su estilo artístico y la presencia de los estípites se sabe que este retablo es del siglo XVIII.
3. Este retablo fue realizado por el ensamblador Isidoro Vicente
de Balbás, entre
1752 y 1758.
Elisa Vargas Lugo,
La iglesia de Santa Prisca
de Taxco, 2.ª
ed. (México: Universidad Nacional
Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Estéticas, Coordinación de Humanidades, Coordinación de Difusión Cultural, Seminario de Cultura Mexicana, 1999), 77; Guillermo Tovar de Teresa,
Repertorio de artistas en México, 3 t., (México:
Grupo Financiero Bancomer, 1995-1997), 1:124.
4. Este retablo fue realizado por Francisco Martínez
Gudiño y fue concluido el año de 1765.
Mina Ramírez Montes,
Niñas, doncellas, vírgenes eternas. Santa Clara de Querétaro (1607-1864) (México: Universidad Nacional
Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Estéticas, 2005),
227.
5. Este retablo es del siglo XVIII y se puede atribuir al ensamblador Pedro Rojas. Mina Ramírez Montes,
“Retablos,” en Querétaro
ciudad barroca, coord. Juan Antonio Isla Estrada (Querétaro: Dirección de Patrimonio Cultural, Secretaría de Cultura y Bienestar Social,
Gobierno del Estado
de Querétaro, 1988),
169.
6. Construido por el arquitecto Lorenzo Rodríguez
de 1749 a 1768. Manuel Toussaint, La Catedral de México y el Sagrario Metropolitano: su historia, su tesoro, su arte, 2.ª ed. (México: Editorial
Porrúa, 1973), 247-48;
Jorge Alberto Manrique, “Sagrario Metropolitano de la Catedral de México,” en La Catedral de México, 2.ª ed.,
coords. Xavier Cortés
Rocha, Martha Fernández, y Armando Ruiz Castellanos (México:
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
2015), 313-14.
7. Construido por el arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano hacia 1754-1758. Tovar de Teresa,
Repertorio de artistas en México, 2:190.
8. Iglesia construida por el arquitecto Felipe de Ureña hacia el año de 1765, con el proyecto de fray José de la Cruz. Fátima Halcón, Felipe de Ureña. La difusión del estípite en Nueva España (Sevilla: Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 2012), 104, 106-7.
9. La construcción de la catedral actual
se inició el año de 1729 con el proyecto de Domingo
Ximénez Hernández. La iglesia se terminó el año de 1752 y la portada principal fue concluida el año de 1745. Clara Bargellini, La arquitectura de la plata. Iglesias monumentales del centro-norte de México.
1640-1750 (México:
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Turner,
1991), 273-78; Federico
Sescosse Lejeune, “Catedral de Zacatecas.
Nuestra Señora de los Zacatecas,” en
Catedrales de México,
ed. Carmen Valles
Septién (México: CVS Publicaciones, 1993), 188.
10. La iglesia actual fue comenzada a construir entre 1716 y 1720 y fue bendecida el año de 1736. Su autoría se atribuye a los arquitectos Pedro de Arrieta
y Miguel Custodio Durán. Gacetas de México. Castorena y Ursúa (1722) - Sahagún y Arévalo (1728-1742), con
introducción
de Francisco González
de Cosío (México: Secretaría de Educación Pública, 1950), 2:15,
8:354. La atribución de la autoría la han planteado muchos autores; en lo personal
considero más factible que sea del arquitecto Pedro de Arrieta,
entre otras cosas que tienen que ver con su estilo arquitectónico, porque como bien afirma Guillermo Tovar de Teresa,
existe un contrato a favor de ese arquitecto para la construcción de la iglesia del año de 1716 y por la que recibió 3,600
pesos de oro. Tovar de Teresa,
Repertorio de
artistas en México, 1:108.
11. El claustro, que actualmente se utiliza como oficinas del obispado, fue reconstruido en la segunda mitad del siglo XVIII. Eugenio
Noriega Robles, Zacatecas.
Crónica de una ciudad minera (México: San Ángel Ediciones, 1992), 74.
12. Hoy es sede de Fomento Cultural Banamex.
Fue construido por el arquitecto Francisco Antonio
Guerrero y Torres de 1779 a 1785. Martha
Fernández, “El palacio de Iturbide,” en Casas señoriales del Banco Nacional
de México (México: Fomento Cultural Banamex, 1999), 179.
13. Hoy se encuentra en
ese edificio un Laboratorio de Idiomas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Se desconoce el nombre de su autor, pero se sabe que la fachada fue construida de 1766 a 1771 y su interior es del siglo XIX.
Pedro Rojas, La casa
de los Mascarones (México: Universidad Nacional
Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Imprenta Universitaria, 1985), 13.
14. Se le conoce como “la Casa del Inquisidor,” aunque en realidad perteneció a la familia Castilblanque. Su construcción se terminó el año de 1780.
Francisco de la Maza, San Miguel
de Allende. Su historia. Sus monumentos (México: Frente de Afirmación Hispanista, 1972), 86.
15. En su puerta tiene una inscripción que reza: “Año del Señor 1791.”
Aunque Francisco de la Maza leyó “1797”
no creo que sea correcto. De todos modos, supongo, como dicho autor, que la inscripción de la puerta marca el año en que se concluyó su construcción. Maza, 86.
16. La construcción del hospital se inició el año de 1758 y en una de las ventanas del claustro principal tiene la fecha de 1766 en que posiblemente se concluyó. Su autor fue
el arquitecto Lorenzo
Rodríguez. José María
Marroqui, La ciudad de México, 3 t., 2.ª ed. facsimilar (México:
Jesús Medina Editor,
1969), 1:574; Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España, 2 t., 2.ª
ed. (México: Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, Cruz
Roja Mexicana, 1991), 2:95; Guillermo
Tovar de Teresa,
Bibliografía novohispana de arte, 2 t., (México:
Fondo de Cultura Económica, 1988), 2:38.
17. Casa del regidor
Tomás López de Escala, siglo XVIII.
Mina Ramírez Montes,
“Arquitectura
civil,” en Querétaro ciudad
barroca,
coord. Juan Antonio
Isla Estrada (Querétaro: Dirección de Patrimonio Cultural, Secretaría de Cultura y Bienestar Social,
Gobierno del Estado
de Querétaro, 1988),
94.
18. Construida a finales del siglo XVIII. Maza, San Miguel
de Allende, 79.
19. Iglesia construida por el arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano de 1755 a 1781. Tovar de Teresa,
Repertorio de artistas en México, 2:190.
20. Iglesia construida por el arquitecto indígena José Lorenzo a partir de 1749.
Fue dedicada el año de 1764. Alfonso
Martínez Rosales, El gran teatro de un pequeño mundo. El Carmen
de San Luis Potosí, 1732-1859 (México: El Colegio
de México, Universidad Autónoma de San Luis
Potosí, 1985), 179-96.
21.
Las citas bíblicas fueron tomadas de la Sagrada Biblia, versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar Fuster y Alberto
Colunga, O. P. (Madrid: Biblioteca
de Autores Cristianos,
1964).
22. En el cubo de una de las torres tiene la fecha de 1769, fecha en que se supone se terminó la construcción del santuario. Se encuentra en el actual
Estado de Tlaxcala.
23. Por su estilo arquitectónico y la presencia de los estípites, se sabe que la iglesia fue construida en el siglo XVIII.
Se encuentra en el actual Estado
de Tlaxcala.
24. Pedro de Arrieta
fue autor, entre otras obras, del santuario de Guadalupe que todavía se conserva, el que construyó de 1695 a 1709 y del palacio
de la Inquisición, hoy Museo de Medicina de la UNAM, que levantó de 1732 a 1736. Martha Fernández, “Pedro de Arrieta
y la arquitectura del barroco mexicano,” en El palacio
de la Escuela de Medicina (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Medicina, Nacional Financiera, 1994),
52; María Concepción Amerlinck de Corsi, “Pedro de Arrieta y su tiempo,” en Pedro de Arrieta.
Arquitecto
(1692-1738) (México: Universidad Nacional Autónoma de México,
Facultad de Medicina, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural,
2011), 46.
25. Convento fundado el año de 1540. La iglesia actual
fue dedicada el año de 1655. Gregorio
Martín de Guijo, Diario, 1648-1664, 2 t., (México:
Editorial Porrúa,
1952), 2:36-37; Elisa Vargas Lugo, Las portadas religiosas de México, 2.ª ed. (México:
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Investigaciones
Estéticas, 1986), 71.
26. La iglesia se comenzó a construir el año de 1686. Vargas Lugo, Las portadas religiosas de México, 217, pero la portada es del siglo XVIII,
Joaquín Bérchez la sitúa hacia el año de 1710. Joaquín
Bérchez, Arquitectura mexicana de los siglos XVII y XVIII
(México: Grupo Azabache, 1992),
193.
27. Fue construida por el arquitecto Francisco Antonio Guerrero
y Torres de 1777 a 1791. Ignacio González
Polo, “Vida y obra del arquitecto Francisco
Antonio Guerrero y Torres (1727-1792)” (tesis doctoral, Universidad Nacional
Autónoma de México,
2006), 151-56.
28. Las pilastras de las dos portadas laterales son salomónicas, como las proponía Guarino
Guarini en su tratado: Guarino
Guarini, Architettura civile, con introducción de Nino Carboneri y notas y apéndices de Bianca Tavessi La Greca (1737; reimpr., Milán: Edizioni il Polifilo, 1968),
lámina 18. Sobre la incorporación que hace Guarini de la pilastra salomónica en la arquitectura, puede verse el artículo de Martha
Fernández, “Los tratados del orden salomónico” y sobre la incorporación de la pilastra salomónica en la Nueva España, el artículo de Martha
Fernández, “El soporte salomónico en la arquitectura novohispana,” ambos recopilados en el libro de su autoría titulado: Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana (México: Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Estéticas, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 2011),
49-58, 87-130.
29. Su nombre completo es “Portada de la Madre
de Dios y de los Carmelitas y de los Siete Príncipes.” Esta portada fue construida de 1758 a 1764. Martínez Rosales, El gran teatro de un pequeño mundo, 284.
30. La portada data del año de 1784. Vargas
Lugo, Las portadas religiosas de México, 115.
31. Martha Fernández, “La imagen del cielo en la arquitectura novohispana. Mantos, doseles y cortinajes,” en Estudios sobre el simbolismo, 131-58; Martha
Fernández, “La imagen de la tienda
cósmica en los Santuarios del Tepeyac,”
Interpretatio. Revista de Hermenéutica 1,
no. 2 (septiembre 2016-febrero 2017):
71-87.
32. Gérard de Champeaux y Dom Sébastien Sterckx, Introducción a los símbolos, trad.
Abundio Rodríguez, O. S. B. (Madrid: Encuentro, 1992), 83.
33.
Éxodo 25:10-22; 26:1-37; 36:8-38.
34. Juan de Goycoechea, La maravilla immarcescible, y milagro continuado de María
Santíssima
Señora Nuestra, en su prodigiosa imagen
de Guadalupe de México. Compite firmezas con su nuevo Templo, que la copia: adelanta duraciones al Cielo, que a su Efigie traslada; iguala permanencias con el Augusto
Sacramento, de quien imita la Milagrosa Presencia en su Pintura. Reproducido en
David A. Brading, Nueve Sermones Guadalupanos (1661-1758) (México: Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 2005), 110-11.
35. Goycoechea, 113.
36. Génesis 28:17.
37. Sobre este tema, se puede revisar el breve artículo de Martha Fernández, “Los templos como imagen de la casa de Dios y la puerta del cielo,” en Inventario de arte religioso 2017 (México: Gobierno del Estado de Puebla, Secretaría de Cultura y Turismo,
2018), 150-51. Debajo de la inscripción transcrita y en el mismo friso existe otra que reza: “A 5 de abril. Año 1582.”
38. Construido por el arquitecto Pedro
Huertas y concluido el año de 1777.
Hoy es una sucursal del banco
Banamex. Clara Bargellini, “La casa del
conde del Valle de Súchil,”
en Casas señoriales del Banco Nacional de México (México: Fomento Cultural Banamex, 1999), 134.
39. La casa perteneció al III marqués del Villar del Águila, José Antonio Fernández de Jáuregui y Urrutia
y a su
esposa Gertrudis Josefa
de Villanueva Freire.
Se le conoce como “Casa de la Marquesa.” Fue concluida el año de 1756. Hoy es el Hotel
de la Marquesa. Ramírez Montes, “Arquitectura civil,”
84.
40.
El conde pasó a la Nueva España el año de 1727 y se estableció en la ciudad de Querétaro. La casa, por tanto, es del siglo XVIII.
Ramírez Montes, 74.
41. El marqués del Villar del Águila se estableció en la ciudad
de Querétaro el año de 1721, por tanto, la casa que construyó y habitó es del siglo XVIII. Ramírez Montes, 70.
42.
Los arcos del primer piso son de medio
punto sin ornamentación.
43.
Por sus características arquitectónicas sabemos que es una casa del siglo XVIII.
44.
Por sus características arquitectónicas sabemos que es una casa del siglo XVIII.
45. André Corboz,
“La ciudad como templo,” en Dios arquitecto. J. B. Villalpando y el Templo de Salomón (Madrid: Ediciones Siruela, 1995), 53.
46. Mircea Eliade,
Lo sagrado y lo profano (Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, 1998), 37.
47.
Eliade, 46-47.
48. Desde luego, tenemos que considerar que las fuentes o pozos en las casas solo fueron posible cuando los dueños pudieron conseguir y pagar la merced de agua, pero fue un esfuerzo que con el tiempo lograron implementar incluso en las casas de vecindad.
49.
Umberto Eco, Arte y belleza en la estética medieval, trad. Helena Lozano Miralles (Barcelona: Debolsillo, 2015),
Referencias
Amerlinck de Corsi, María Concepción. “Pedro de Arrieta
y su tiempo.” En Pedro de Arrieta. Arquitecto (1692-1738), 35-51. México: Universidad Nacional Autónoma de México,
Facultad de Medicina, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General
de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural, 2011.
Bargellini, Clara.
La arquitectura de la plata. Iglesias
monumentales
del centro-norte de México. 1640-1750. México: Universidad Nacional
Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Estéticas, Turner, 1991.
−−−. “La casa del conde del Valle de Súchil.” En Casas señoriales del Banco Nacional de México,
125-152. México:
Fomento Cultural Banamex, 1999.
Bérchez, Joaquín.
Arquitectura mexicana de los siglos XVII y XVIII. México: Grupo Azabache, 1992. Corboz, André.
“La ciudad como templo.” En Dios arquitecto. J. B. Villalpando y el Templo de Salomón, 51-77.
Madrid: Ediciones Siruela,
1995.
Champeaux,
Gérard de, y Dom Sébastien Sterckx. Introducción a los símbolos.
Traducido por Abundio Rodríguez, O. S. B.
Madrid: Encuentro, 1992.
Eco, Umberto. Arte y belleza en la estética medieval. Traducido por Helena Lozano
Miralles.
Barcelona: Debolsillo, 2015.
Eliade,
Mircea. Lo sagrado
y lo profano. Barcelona: Ediciones
Paidós Ibérica, 1998.
Fernández, Martha. “Pedro
de Arrieta y la arquitectura del barroco mexicano.” En El palacio de la Escuela
de Medicina, 21-55. México: Universidad
Nacional Autónoma de México, Facultad
de Medicina, Nacional Financiera, 1994.
−−−.
“El palacio de Iturbide.” En Casas señoriales del Banco Nacional de México, 177-206.
México: Fomento
Cultural
Banamex, 1999.
−−−. Estudios sobre el simbolismo
en la arquitectura novohispana. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones
Estéticas, Instituto Nacional de Antropología
e Historia, 2011.
−−−.
“La imagen de la tienda
cósmica en los Santuarios del Tepeyac.”
Interpretatio. Revista de Hermenéutica 1, no. 2 (septiembre 2016-febrero 2017), 71-87.
−−−. “Los templos como imagen
de la casa de Dios y la puerta del cielo.” En Inventario de arte religioso 2017, 150-51. México:
Gobierno del Estado
de Puebla, Secretaría de Cultura y Turismo, 2018.
Gazetas de México, Castorena y Ursúa (1722), Sahagún y Arévalo (1728-1742). Con introducción de Francisco González
de Cosío. México:
Secretaría de Educación Pública, 1950.
González Polo, Ignacio.
“Vida y obra
del arquitecto Francisco
Antonio Guerrero y Torres
(1727-1792).” Tesis doctoral, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006.
Goycoechea, Juan
de. La maravilla immarcescible, y milagro continuado de María
Santíssima
Señora Nuestra,
en su prodigiosa imagen de Guadalupe de México. Compite firmezas con su nuevo Templo, que la copia: adelanta duraciones al Cielo,
que a su
Efigie traslada; iguala permanencias con el Augusto Sacramento, de quien imita la Milagrosa Presencia en su Pintura. Reproducido en Brading, David
A. Nueve Sermones Guadalupanos (1661-1758). México:
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Marroqui,
José María. La ciudad de México. 3
t., 2.ª ed. facsimilar. México: Jesús Medina Editor,
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Muriel, Josefina. Hospitales de la Nueva
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Isla Estrada, 49-100. Querétaro: Dirección de Patrimonio Cultural, Secretaría
de Cultura y Bienestar
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−−−. “Retablos.” En
Querétaro ciudad barroca,
coordinado por Juan Antonio Isla Estrada, 157-92.
Querétaro: Dirección de Patrimonio
Cultural, Secretaría de Cultura
y Bienestar Social, Gobierno
del Estado de Querétaro, 1988.
−−−. Niñas, doncellas, vírgenes
eternas. Santa Clara de Querétaro (1607-1864).
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Señora de los Zacatecas.” En Catedrales de México, coordinado por Carmen Valles Septién, 185-96.
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Repertorio de artistas en México. 3 t. México: Grupo Financiero
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Vargas Lugo, Elisa. Las
portadas religiosas de
México. 2.ª ed. México: Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones
Estéticas, 1986.
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La iglesia de Santa Prisca
de Taxco. 2.ª ed. México:
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Coordinación de Humanidades, Coordinación de Difusión
Cultural, Seminario de Cultura
Mexicana, 1999.
Vitruvio Polión, Marco.
Los diez
libros de arquitectura. Lib.
4, cap. 1. Traducido por
Agustín Blánquez. Con prólogo
y notas de Agustín Blánquez. Barcelona: Editorial Ibera, 1997.
Fecha de
recepción: 27/07/2018 Fecha de revisión:
31/07/2018 Fecha de aceptación:
25/01/2019