RESEÑA

BESA GUTIÉRREZ, Rafael de

El Museo de Bellas Artes de Sevilla en el siglo XIX

Sevilla: Diputación de Sevilla, 2018. 254 págs.

ISBN 978-84-7798-408-5

Conocer nuestro patrimonio es una misión compleja y con una gran cantidad de aristas, lo que hace que el discurso de las grandes obras maestras de la historia del arte haya quedado completamente desfasado: aspiramos a una visión mucho más completa y global. Esta dirección se toma de forma clarividente en la publicación que nos atañe, El Museo de Bellas Artes de Sevilla en el siglo XIX, resultado de la investigación de Rafael de Besa Gutiérrez que parte de su tesis doctoral, defendida en 2016. Dos años después, el fruto de ese trabajo ha dado lugar a una fantástica publicación con prólogo de su director de tesis, Ramón Corzo Sánchez, que forma parte de la Serie Arte de la editorial de la Diputación de Sevilla, tras ganar el premio de monografías de esta sección en 2016.

La obra de Rafael de Besa Gutiérrez es una excelente contribución para el conocimiento de la historia del Museo de Bellas Artes de Sevilla, que viene a unirse al trabajo previo de otros autores como Ignacio Cano Rivero, quien fuera director de la institución entre 2003 y 2007, o José Ramón López Rodríguez, a quien debemos una completa Historia de los Museos de Andalucía, 1500-2000 (2011). Con ellas, podemos desentrañar la coyuntura histórica y legislativa responsable de que el Museo haya llegado a nuestros días tal y como lo conocemos.

Para lograrlo, de Besa Gutiérrez nos llevará a sus antecedentes, reflejando cómo las desamortizaciones y las diferentes contiendas crearon un clima perfecto para el tránsito ilícito de obras de arte sevillano, dentro y fuera de las fronteras de nuestro país. Así, locales y extranjeros lucraron sus colecciones personales y fueron responsables de la dispersión de obras de notable calidad que, de otro modo, hubieran seguido en sus ubicaciones originales o hubiesen pasado a ser parte del Museo.

En pleno contexto de las desamortizaciones decretadas por Mendizábal, resaltan figuras como José Musso y Valiente, gobernador de la provincia, que para paliar ese trasiego incontrolado propuso la creación de un museo en el que se atesoraran las piezas que considerase valiosas una comisión destinada a este fin. Y es que, como reflejan las páginas de la presente publicación, la historia del Museo de Bellas Artes de Sevilla es la historia de aquellas personas que se involucraron en su desarrollo y que, con voluntad, pasión y verdadera vocación, fueron capaces de proteger una gran cantidad de obras clave de nuestro patrimonio, enfrentándose a situaciones verdaderamente adversas con una alarmante falta de recursos y personal. Se trata de iniciativas individuales que, contando con mayor o menor respaldo de sus contemporáneos, fueron decisivas para la conservación de la historia y arte de toda una sociedad.

Durante los primeros años del Museo muchos aliados destacaron por su arrojo y determinación, mientras que otros terminaron por ocasionarle más perjuicios que favores. El Museo de Bellas Artes de Sevilla en el siglo XIX está lleno de anécdotas que nos acercan a esta realidad, historias que remiten a la vida de sus integrantes y demuestran que un museo no es un cementerio de las artes, sino un espacio vivo, centro de las alegrías y desvelos de los profesionales que lo hicieron posible. Es el caso de Manuel López Cepero, canónigo de la catedral de Sevilla que, si bien ha pasado a la historia como uno de los mayores responsables de la dispersión del arte sevillano, tuvo una actitud destacable como miembro de la Comisión del Museo; fue él quien consiguió trasladar las obras a la catedral cuando, por el conflicto carlista, las primeras sedes –el hospital del Espíritu Santo y el convento de San Pablo– iban a recibir usos bélicos. Así, López Cepero dejó por escrito el enorme esfuerzo realizado, manifestando la desidia de la autoridad local y de la Junta del Museo, y vanagloriando el indudable favor que hizo a la ciudad con su capacidad de reacción.

Contraria a esta actitud, encontramos a otros profesionales que se decantaron por el interés personal antes que por el general. En los años 50 del siglo XIX, ya establecido el Museo en su sede actual y abierto al público, su conserje, Antonio Cabral Bejarano, que previamente había demostrado una entrega total a la institución, fue acusado de vender por cuenta propia 50 cuadros “sin mérito artístico” que pertenecían a la colección. Afortunadamente, todas las obras fueron recuperadas, y este hecho apenas tuvo efecto en la integridad personal y profesional de su responsable.

Entre estos episodios, gracias a las palabras de Besa Gutiérrez asistiremos a la transformación del Museo desde sus sedes temporales hasta su llegada al convento de la Merced, que se convertirá en otra de las narrativas más comunes del quehacer diario de la institución debido a su pésimo estado de conservación y a la falta de fondos. Tanto es así, que durante la Primera República se llegó a estudiar su traslado al Real Alcázar, opción descartada porque allí se habría dispuesto de menos espacio y hubiesen hecho falta unas costosas obras de adecuación.

Se producirá también una transferencia de competencias, ya que la gestión del Museo pasará de las distintas comisiones a la Real Academia de Bellas Artes en 1850, con un paréntesis de 1858 a 1867 en el que volvió a la Comisión de Monumentos. Motivado por ello, se producirá la convivencia de las colecciones con los alumnos de la Escuela de Bellas Artes, que pasará a establecerse en el mismo edificio. Además, en sus galerías y patios se colocarían de forma temporal las piezas arqueológicas que luego formarían el Museo Arqueológico de Sevilla.

Para conseguir sus propósitos, Rafael de Besa Gutiérrez apoya sus palabras en transcripciones de documentos y testimonios de la época que dan una veracidad científica a su publicación; además, con ello logra que sintamos el pulso vital del Museo de Bellas Artes y veamos su evolución como un proceso lógico en el que hay una gran cantidad de protagonistas, no solo humanos. Efectivamente, desde el principio algunas piezas fueron consideradas insignias de la colección y se convirtieron en reclamo, como ocurrirá con las obras de Murillo o el San Jerónimo de Pietro Torrigiano.

Uno de los aspectos más provechosos de la publicación es que recoge un amplio espectro de factores relativos al Museo, construyendo una imagen compleja del mismo. En sus páginas, se habla de los aspectos históricos que propiciaron su creación, las vicisitudes por las que la colección pasó, cómo se dispusieron las obras en las salas del convento de la Merced, las intervenciones arquitectónicas sobre el edificio, la opinión de visitantes, la realización de las primeras exposiciones temporales, las donaciones y depósitos que ha ido recibiendo e incluso los procesos de selección de personal, como es el caso de los restauradores. En síntesis, El Museo de Bellas Artes de Sevilla en el siglo XIX se convierte en la memoria de un Museo que sigue en constante crecimiento, y cuya historia le dota de una personalidad particular que es importante recordar para mantener su autenticidad.

A modo de conclusión, el autor incluye un breve epílogo en el que hace acto de presencia el siglo XX, cuando tras una gran intervención el edificio recuperó su estabilidad estructural y se consideró, por primera vez, como digno espacio para la exposición de las grandes piezas artísticas de la historia sevillana. Así, alejado del papel subsidiario ante la Escuela de Bellas Artes y la Academia, cobró una nueva juventud y empezó a brillar en la ciudadanía gracias a las excelentes exposiciones temporales que fueron celebradas.

En este apasionante recorrido, Rafael de Besa Gutiérrez aparece como un efectivo narrador que realiza su labor sin que nos demos cuenta, de forma amena y con una coherencia que pone sobre la mesa su conocimiento de los documentos y la historia del Museo. Probablemente gracias a esa capacidad logra transmitir con tanta eficacia el dinamismo vital que ha acompañado a la institución desde sus orígenes, y hace del conocimiento de sus entresijos un proceso agradable y satisfactorio. Por ello, no cabe duda de la utilidad de esta contribución al conocimiento sobre la compleja historia del Museo de Bellas Artes de Sevilla en el convulso contexto del siglo XIX.

Rafael Molina Martín

Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España

https://orcid.org/0000-0001-5728-0734