Transformaciones estéticas, formales y
espaciales en las iglesias gótico-mudéjares de Córdoba
ANTONIO JESÚS GARCÍA
ORTEGA
Escuela Técnica Superior
de Arquitectura. Universidad de Sevilla, España
Fecha de recepción: 21 de septiembre de 2010
Fecha de aceptación: 17 de febrero
de 2011
atrio, 17 (2011) ISSN: 0214-8289 p.
17 - 30
Resumen: En
más de una
ocasión la arquitectura tiene que afrontar las necesidades o gustos de otro tiempo,
imprevisibles cuando se concibe y materializa. Es el
caso de las
primeras iglesias medievales de Córdoba, construídas
según un modelo arquitectónico sencillo, y con formas que han sido frecuentemente denominadas como gótico-mudéjares. La homogeneidad y número de este colectivo
permiten delimitar y tipificar, con
inusitada nitidez, las
transformaciones funcionales, estéticas, etc.
que incidieron en estos edificios, que han demostrado su versatilidad durante siete siglos. Simbolismo, forma, espacialidad, liturgia, música y canto,
o todo aquello que siempre rodeó a la muerte, tuvieron
mucho que ver.
Palabras clave: Iglesia medieval, Córdoba, tipología parroquial, gótico, mudéjar.
Abstract: The architecture frequently has to confront
the needs or preferences
of posterior epochs, that are unpredictable at the time
of design and construction.
This one is the case of the first
medieval churches of Córdoba, which
were built following a simple architectural model. Its shapes
have been frequently classified as Gothic-Mudejar. The architectural set is both homogeneous and numerous, and therefore allows to clearly
analyze the buildings’ functional and esthetic
transformations. These buildings have demonstrated its versatility for seven centuries.
These were related to symbolic
aspects, the form,
the interior space,
liturgy, music
and singing, or also with everything what concerns the death.
Key words: Medieval church,
Córdoba, parochial type, Gothic, Mudejar.
En el al-Andalus conquistado por el reino castellano-leonés durante el siglo
XIII, sencillos y flexibles esquemas
arquitectónicos permitieron levantar un gran número
de iglesias parroquiales. Lenta pero inexorablemente, el emerger
de sus fábricas, cambiaría la fisionomía urbana de importantes urbes islámicas como Jerez,
Sevilla o Córdoba.
Muchos de estos
templos estuvieron concebidos para resolver unos mínimos iniciales, con soluciones tipificadas, formalmente sencillas, ágiles de ejecución y aprovechando los materiales del lugar.
Unas características, todas ellas, propias
de la edilicia en territorios de repoblación.
Sin embargo, más pronto que tarde, tuvieron que enfrentarse al cambio
de los tiempos, que mudó creencias, ritual,
estética... o simplemente necesidades. Ante la imposibilidad de una continua
reedificación ex-novo de
esta arquitectura, se practicaron transformaciones sobre los propios
edificios, que así se convirtieron en memorandum del paso de tiempo,
y también en cierto modo en registro
de la religiosidad e inquietudes de la colectividad. La respuesta del modelo
arquitectónico será claro
síntoma tanto del acierto
del diseño
inicial, como de la permanencia en el tiempo
de los criterios y requerimientos que inspiraron el plan original, cuestiones fundamentales
para comprender en su globalidad la creación arquitectónica.
Atendiendo a todo ello, este trabajo
se centra en las principales transformaciones experimentadas a lo largo
de los siglos
por una tipología concreta, la parroquial cordobesa del bajomedievo, y que pertenece aquellos primeros modelos repobladores puestos en práctica tras la conquista. Aunque las iglesias construidas en Córdoba han sido objeto
de importantes estudios histórico-artísticos1, tanto a nivel individual como colectivo, con el presente trabajo, se pretende profundizar en una cuestión
específica: el resultado que con el tiempo
tuvo esta arquitectura, evidenciado en el devenir de todos y cada uno de los edificios.
En la antigua
capital del Califato
se erigió, prácticamente de manera simultánea, un amplio y homogéneo conjunto de iglesias, todavía
hoy bien conservado, constituyendo un magnífico y temprano exponente
de la primera arquitectura religiosa del valle del Guadalquivir. Y aunque mucha de la
edilicia andaluza participó de las mismas
características y procesos
de transformación, el estudio de otros conjuntos arquitectónicos presenta mayores
dificultades por su desaparición o heterogeneidad.
Así, en Jerez, aunque también
tempranos, subsisten pocos templos parroquiales y muy transformados; en Sevilla
y su entorno (Carmona, los núcleos del Aljarafe, etc.)
el tipo local acabó
cuajando algo más tarde, para luego secundarse en un amplio
y difuso período; en la ciudad
de Jaén poco queda significativo de los primeros
tiempos; y en los confines
occidental (la serranía
onubense) u oriental (Úbeda o Baeza) muchos
de los primeros edificios son arcaizantes y dispares.
Además, como
señaló Chueca, tras
las conquistas andaluzas, fue en la ciudad de Córdoba
donde se llevó a cabo uno de los planes de construcción parroquial más
sistemático, atendiendo a un esquema
arquitectónico caracterizado por:“tres naves, sin crucero,
y tres ábsides,
uno para cada nave; ábsides y
primeros tramos abovedados, el resto cubierto
en madera”2. El resultado fueron unos edificios donde se combinan las formas gótico-cistercienses cristianas
de las cabeceras, con las cubiertas de madera de las naves, reflejo
de lo mejor de las tradiciones
constructivas y estéticas hispanomusulmanas. La organización de todos ellos es basilical, compartiendo también el intento, más o
menos afortunado, de orientarse este-oeste según la
tradición3. Igualmente, como se ha podido comprobar
en estudios específicos4, el modelo
de referencia llevaría
implícito unos mismos
criterios para
el control formal,
trazado y dimensionamiento de cada
espacio, redundando en la
homogeneidad del conjunto (Fig. 1).
Fig. 1. Plantas de las primeras iglesias parroquiales cordobesas (restitución omitiendo añadidos): 1. La Magdalena, 2.San Lorenzo, 3. San
Pedro, 4. Santiago,
5.
Santa Marina, 6. San Miguel y 7. San Nicolás.
Este modelo arquitectónico siguió vigente durante
todo el siglo
XIV, aplicado en las importantes iglesias conventuales de S. Hipólito y S. Agustín,
y
también con algunos ejemplos en otras poblaciones del antiguo reino de Córdoba. Las
primeras innovaciones significativas no aparecerán hasta mediados del siglo XV, en la iglesia-santuario de la Fuensanta, que adopta una cabecera de
capilla mayor única sensiblemente
cuadrada, cubierta con bóveda estrellada5. No obstante
este templo conservará aún el cuerpo de tres naves, simplificando y actualizando el diseño de las arcadas,
algo que pronto se
abandonará en la ciudad por
el modelo de iglesia de nave única6.
La homogeneidad
arquitectónica de estas primeras iglesias
parroquiales cordobesas, junto
con la coincidencia en sus coordenadas espaciotemporales, constituyen una plataforma idónea,
e infrecuente, para abordar
estudios comparativos. En nuestro caso,
se persigue la detección, y nítida
tipificación, de las dinámicas que incidieron en el modelo arquitectónico,
así como éste fue capaz de adaptarse desde su creación
hasta nuestros días. No siempre
la arquitectura consigue
resistir el envite
de siete siglos.
Para todo
ello va a ser
útil, junto al conocimiento y perfecta delimitación del tipo original, su encuadre en la arquitectura que por entonces se realizó en la
nueva Andalucía cristiana.
Durante la centuria del doscientos, todo un amplio
sector del sur peninsular, vertebrado por el Guadalquivir, pasa a referenciarse al contexto occidental y cristiano que suponía Castilla. Según los criterios imperantes en la metrópoli, en cada ciudad
tomará forma una
red parroquial, base
de la pastoral urbana
y la organización administrativa de las respectivas diócesis7, y que comenzó
alojando muchas de sus sedes
en antiguas mezquitas. Esto dió lugar a que,
salvo algún caso
cordobés y sevillano, y algunas modestas iglesias del Alto Guadalquivir8, se retrasara el inicio de muchos edificios hasta finales del s XIII. Incluso
importantes núcleos del
reino de Sevilla,
su campiña, el Aljarafe o la sierra norte, se incorporarían mucho después al proceso edilicio. En la concreción arquitectónica de los edificios operó cierta actitud
depredativa y pragmática,
incorporándose cualquier expediente formal y constructivo que viniera bien a la ocasión: junto a arcaicas
formas importadas de templos parroquiales o conventuales de la meseta,
cistercienses o mendicantes, aparecerán algunos
“goticismos” tomados de la fábrica catedralicia más influyente del momento,
la burgalesa. En las naves operaron
criterios de sencillez constructiva, economía y agilidad
de ejecución, recurriéndose, salvo contadas excepciones, a la cubrición con madera. Pese a todo,
en el resultado se comprueba que las primeras iglesias andaluzas
mantienen vivo recuerdo de aquellos espacios en los que rezaron
sus padres –o ellos mismos–
no mucho antes, resultando
edificios con una identificación claramente cristiana.
Entre los esquemas
más sencillos estarán
los de nave única y capilla mayor9, o los de tres naves con testero plano
y cubierta lígnea, sin cabecera alguna10. Completando éste tenemos los que añaden una capilla
mayor, a eje con
la nave central11; así, en el antiguo
reino de Sevilla
lo habitual será una Iglefia de tres naues con fu Capilla principal, como
rezan sus ordenanzas medievales12. Pero en su capital, y antes de la generalización durante el s. XIV del tipo
local, se construiría Santa Ana de Triana. Se trata de un contundente edificio de tres naves y sendos ábsides, todo abovedado,
una formalización poco secundada en
Andalucía por su mayor coste13. Los templos de tres naves y cabecera triabsididada se volverán
a ver tardíamente en el ámbito sevillano, ya con cubiertas lígneas en las naves; también existen algunos
en el extremo
oriental, Baeza o Úbeda, coexistiendo con tipos más sencillos14. Sin embargo fue el característico de Córdoba15, donde se dotó de algunos aspectos que lo distinguirían, como el mayor desarrollo de los ábsides
o la utilización de sillería grande
y bien escuadrada para su construcción. En esta ciudad, y aunque existen
pocos datos documentales sobre la erección
de las fábricas, a finales del siglo XIII
ya estarían iniciadas muchas
de ellas. La iglesia de La Magdalena es la más temprana, a la que seguirían S. Lorenzo,
Santa Marina, Santiago, S. Pedro, San Miguel y S. Nicolás, ésta tardíamente16. La construcción
debió comenzar por sus cabeceras, prolongándose durante todo el siglo XIV, de lo que
son prueba el diseño de las tracerías de algunos
rosetones, datados ya en el siglo XV. Pese a ello, debieron mantener
gran fidelidad al plan inicial, dada la homogeneidad del resultado. Esto es lo que
da interés
a un estudio de conjunto
como el aquí planteado.
Abandonado ya el antiguo
rito mozárabe, los primeros
templos cordobeses se concibieron para
el romano: espacios
bastante diáfanos y con una sencilla jerarquización, cualificando arquitectónicamente la cabecera, donde se ubicaba Altar, oficiante y clero17; en la nave, los fieles asistirían, de pie, a las celebraciones18. Ahora en la liturgia juegan un papel destacado los movimientos procesionales, tanto en las celebraciones ordinarias (entrada y salida, ofertorio, comunión...) como en determinados acontecimientos (encendido del Cirio Pascual,
Vía Crucis, etc.);
las naves laterales lo acusarán, y como
ya
venía siendo frecuente
en los templos de la época, adquieren entidad y anchura.
Fig. 2.
Iglesia parroquial de La
Magdalena.
Los tres ábsides
contiguos de la cabecera son los únicos
espacios cubiertos con bóvedas
ojivales, ligadas por el característico nervio de espinazo burgales. El ábside central
sobresale en planta
de los de los laterales. Estamos ante unas profundas y desahogadas capillas,
infrecuentes en las parroquias
andaluzas19, y concebidas originariamente al modo cisterciense, sin conexión directa entre ellas20. En estas cabeceras, o cerca de ellas, encontramos frecuentemente un caracol de escalera; una solución de mínimos para prescindir de costosas torres;
éstas, salvo algún alminar reutilizado, no estuvieron nunca previstas
en el plan original.
Sin mediar transepto o crucero se adosa el cuerpo de tres naves de estructura basilical, la central más ancha y alta, formalizada con arcadas apuntadas que sostienen elegantes armaduras de par y nudillo
en la nave central, y de colgadizo a una sola
agua en las
laterales. Estas cubiertas lígneas caracterizan la estética y espacialidad de las naves, perdiendo en parte el acentuado carácter gótico que
tenían otras iglesias parroquiales o conventuales coetáneas de la meseta
castellana, abovedadas totalmente. Esta solución de cubrición ha otorgado también
a los edificios el calificativo de mudéjares, algo
reforzado por algunos
detalles decorativos, o, singularmente, por las elaboradas tracerías geométricas de algunos rosetones, como el magnífico del hastial principal de S. Lorenzo.
Los accesos de los pies
y laterales disponen de portadas abocinadas, y en las que existió cierto entendimiento de “elemento
arrimado”; el gesto, como ningún otro, delata una praxis proyectual aditiva
para la concreción y composición del edificio
(Fig. 2). En una arquitectura así entendida, poco importaba seguir actuando al paso de las demandas
de cada época,
¿por qué no adicionar más elementos o espacios, transformar otros, o incluso
eliminar alguno?
Muchas y variadas fueron
las actuaciones que han experimentado los edificios desde
su fundación inicial.
Sin embargo la mayoría obedecieron a unas dinámicas comunes y claramente identificables en el análisis de conjunto. Éstas, a su ves, son agrupables según su carácter,
como a continuación se expone (Fig. 3).
Fig. 3. Destino primero
y cronología de
los espacios incorporados a las iglesias (sólo
los hoy subsistentes).
La preferencia de los poderosos por construir su morada eterna
contigua a la casa de Dios provocó la pronta aparición, ya desde
época medieval, de capillas funerarias. Será un esfuerzo
privado del que se acabarán
sirviendo a la larga las parroquias, que con el tiempo las reconvierten a sacristía, sagrario,
capilla de culto
o improvisado almacén.
Se adosarán limpiamente a los templos en zonas
cercanas a la cabecera, practicando huecos de comunicación cualificados con portadas; y aunque existieron diferentes modelos, exteriormente todos asumirán con pocos alardes
la formalización del caserío, volúmenes sencillos y faldones
de teja. A menudo, sólo la escala,
los perfectos muros de sillería y algún detalle
o vano los delatan.
Una solución habitual será la de rotundos espacios únicos, que recuerdan a una qubba islámica, como la de los Orozco
en Sta. Marina
(s. XV); la otra, modesta
a la vez que más occidental, consistirá en desnudos
volúmenes góticos, cubiertos con uno o más tramos
de bóvedas cuatripartitas (la de Villaviciosa, en S. Lorenzo –s. XIV–), o de terceletes (de los Hoces,
en Santiago
–s. XV–). La capilla de los Santos
Mártires (S. Pedro) será un caso peculiar
y tardío (1742), construyendo una cuidada cúpula semiesférica en el espacio principal, al que se adosa un camarín para
las reliquias aparecidas en el lugar. También los propios templos
serán utilizados, alojándose desde el medioevo en muros y arcosolios, o directamente bajo
el pavimento21, una solución cualificada en las criptas de S. Nicolás (1771-73) o la ya desaparecida de La Magdalena22. Sin embargo, los
más humildes acabarían en el cementerio parroquial,
siguiendo una ancestral costumbre cristiana, recogida incluso en la legislación del s. XIII23. Fue
éste un ámbito
anexo al templo en
posición variable, y cuyo uso empezaría
a extinguirse con la llegada
de las tesis higienistas a Córdoba, a principios del s. XIX24.
Las dos grandes ausencias respecto a los tipos parroquiales castellanos, torres y pórticos, acabarían apareciendo con dispar fortuna. En la
arquitectura
nortepeninsular, el campanario
gozaba de cierta libertad para insertarse
en la planta25, una característica aprovechada
para añadir fácilmente este
elemento a la gran mayoría de parroquias de Córdoba. En algunos casos, como Santa
Marina y S. Pedro, pudo facilitar su aparición
el aprovechamiento del cuerpo inferior como capilla funeraria privada,
pero la unánime incorporación en las demás iglesias delata
una clara y temprana
intencionalidad.
S. Lorenzo y Santiago se adelantaron integrando antiguos alminares,
luego recrecidos y reestructurados en distintos momentos. En el resto
se realizó una característica operación de adosado
que aprovecha o incluso incluye el primitivo husillo
en un nuevo fuste,
lo que les llevará
a asumir su errática posición: S. Pedro y Santa
Marina son ejemplos característicos de este proceso, adoptado
también por La Magdalena aun a costa
de destruir su ábside de la epístola. En S. Miguel también
se da en el costado
norte, aunque dejando al caracol medieval
fuera. Sólo en la nueva torre de S. Nicolás
carecemos del antecedente, quizás por la destrucción de un amplio
sector del antiguo muro norte para ampliar
el propio espacio
de la iglesia.
En ésta se acaba en 1496 una
esbelta torre octogonal y de aire
militar. También
La Magdalena tuvo su torre medieval, sólo conocida por el dibujo de Wyngaerde26, y luego sustituida por la actual de 1796. En S. Pedro y Sta. Marina se pudieron iniciar
en el s. XIV, pero la primera se completaría con una
espadaña en el diecinueve, y la segunda,
mediando el s. XVI, con un
cuerpo de campanas renacentista de Hernán Ruiz el joven. A éste se debe
también el magnífico campanario de S. Lorenzo,
donde el alminar
se recrece con obra
cristiana medieval, para luego añadirle en 1555 un remate de tres
volúmenes girados entre
sí (Fig. 4).
Sólo en S. Miguel
parece producirse una incorporación tardía, ya que torre
y remate pudieran ser de 1749.
El pórtico costanero castellano, frecuentemente al sur, no existe
en el primigenio modelo de iglesia
local. Cuando con el tiempo aparece adopta una posición variable, siendo
“remiendo” de situaciones formalmente deficientes. En Santiago, la nave del evangelio sufre un estrechamiento para integrar al antiguo alminar
y darle acceso
desde el interior
del templo; el extraño
retranqueo de la fachada norte
lo ocupará un pórtico de principios del s. XIX,
posible sustitución del
aludido en documentos de 1431. San
Lorenzo tiene un hastial mal compuesto
por la irrupción prácticamente en fachada, y girado, del alminar; aquí
a poniente se añadirá en la segunda
mitad del s XIV
un
pórtico de tres arcos desiguales y planta trapezoidal, haciéndose así partícipe del estrechamiento que experimentan los pies del templo parroquial. En S. Nicolás
sólo ocupa una parte del costado sur, cobijando el reducido ámbito que queda contiguo
a la sacristía, obras todas
del s. XVI.
La necesidad de espacios de apoyo al funcionamiento parroquial tampoco fue bien contemplada en las primeras
iglesias, lo que frecuentemente
lleva a servirse de los ábsides
laterales o de alguna antigua
capilla funeraria. También,
cuando es posible,
se añaden nuevos volúmenes
para sacristía, sagrario, despachos parroquiales o incluso vivienda.
La capilla del Sagrario
de Santa Marina (1647) se cubrirá con cúpula, o la sacristía de S. Nicolás
(s. XVI)
con un bello
artesonado, a la de La Magdalena (1520)
se le hará incluso una pequeña linterna;
otras, como las dependencias parroquiales de S. Pedro
(1864), compondrán fachadas con cuidado lenguaje clasicista; pero muchas de estas construcciones, modestas, se vuelven
a confundir con las de la
ciudad, y como ella, se debieron renovar reiteradamente27.
Fig. 4.Torres parroquiales de S. Lorenzo (izqda.) y de Sta
Marina (dcha.),
con los
campanarios añadidos por Hernán Ruiz el joven (h. 1555-6).
El ámbito
específico para el culto y la liturgia, el templo, sólo
en S. Nicolás experimentó una ampliación significativa, contigua a la
nave del evangelio; sería el único desahogo
a una iglesia con tan sólo dos tramos en las
naves. Más frecuente fue
la operación inversa,
la que segrega
un sector como panteón
familiar o para alguna cofradía; así ocurrirá
en las capillas absidiales, que se limitan con una simple reja, como la que aún vemos en
el ábside norte de Sta.
Marina28. El caso más invasivo
se produjo a los pies de
la nave norte de S. Pedro,
donde se construye a principios del dieciséis,
para la Cofradía del Santísimo Sacramento, todo un templete rematado
con bovedita semiesférica; pero aún así, las
rejas siguen dejando
ver el interior.
Acomodar un lugar
para la música
y el canto religioso provocó la irrupción
del coro en los templos. En Santiago lo encontramos en alto y a los pies,
aunque el espacio
inferior se aprovechó para capilla bautismal
y dependencias varias29. Pero más a menudo debió
instalarse en el centro de la nave
mayor, como los de S. Pedro y S. Lorenzo,
modestamente reubicados luego en
el presbiterio; también
en La Magdalena, que a fines del s. XVIII se va a los pies,
aun a costa de cerrar
y tabicar el acceso principal. S. Nicolás,
con las sucesivas reformas
del setecientos, hace
una de las operaciones más completas:
construye una tribuna
alta para órgano
en el último tramo de la nave de la epístola, y ciega también
la portada de los pies,
adelantándola de paso unos metros para dar entidad
al ámbito específico del coro.
A estas transformaciones, reversibles muchas, se anticipará otra
más modesta pero duradera, y
que afectaba sustancialmente al entendimiento de la cabecera: la intercomunicación de los ábsides
practicando huecos. Esto
desvirtuaba su concepción de entes espaciales y funcionales autónomos, pero a cambio se ganaban unos espacios complementarios de la capilla
mayor (como sagrario, por ejemplo). Casi
siempre serán exiguas
y toscas perforaciones de los muros absidiales, desnudas, sin cualificación ni molduraje; en La Magdalena se datan ya en el s. XIV, y las
más tardías parecen
ser las de S. Nicolás de la Villa (s. XV).Aquí, excepcionalmente, son elaboradas y amplias, permitiendo una novedosa
visibilidad del altar
mayor y la acomodación de fieles en los ábsides laterales; una mejora sustancial al templo más pequeño
de
la ciudad.
Los procesos
experimentados por los edificios tuvieron lugar, según la época, con diferente carácter
e intensidad; muchos,
además, fueron de “ida y vuelta”. El uso y el propio
tiempo decanta las intervenciones que perduran. Es significativo que los cambios o añadidos más importantes se produzcan
antes
de expirar la propia etapa bajomedieval: pronto se interconectaron las capillas absidiales o comenzaron a levantarse torres,
tampoco parece que los
escasos pórticos se hicieran esperar, y la mayoría
de las capillas funerarias son también de este momento
(Fig. 3a).
Aunque esto delata la modestia
o insuficiencia del modelo arquitectónico adoptado, a la postre es inequívoca prueba de la vitalidad de los edificios en aquel tiempo.
Ademas, durante estos primeros
siglos aún existe aceptación y respeto a la espacialidad original. Todo lo más, el edificio se enriquece
con pinturas en los ámbitos
más señalados, como
los presbiterios. En la capilla
mayor de S. Lorenzo
se realizaron en estilo
italogótico
durante el s. XV30, perviviendo hasta nuestros
días bajo enlucidos y el antiguo retablo
barroco (Fig. 5).
Fig. 5. Capilla
mayor de S. Lorenzo.
Los siglos siguientes tuvieron que ocuparse de culminar más de una obra, principalmente torres, a la par que ya se imponían
importantes refuerzos y consolidaciones
en algunas iglesias. En este contexto, muchas
actuaciones se aprovecharon para introducir la nueva estética renacentista, y de la que
la Iglesia cordobesa fue uno de sus principales valedores en la ciudad31. Si en el siglo XVI se plantean acotadas reestructuraciones de
portadas, basas o capiteles, la posterior etapa
barroca buscará decididamente una nueva espacialidad: con ocasión de incendios o reformas, se ocultará el espontáneo
y austero organismo gótico con falsas bóvedas de arista, monumentales retablos, pilastras y cornisas, etc.32; y aun quedó impulso
para alguna capilla,
sacristía o sagrario. También,
a partir el s. XVIII,
los coros se empiezan a reubicar desde el centro de las naves,
buscando el presbiterio o, más frecuentemente, los pies,
donde se realizan tribunas altas para órganos (Fig. 3b).
Posteriormente las dinámicas parecen frenarse o incluso invertirse. El ochocientos comenzó con la transformación neoclásica de Santiago,
que hasta el momento se había librado de las operaciones generales de remozado; pero
el siglo también
se llevó consigo alguna
parroquia y otras
se deterioran o abandonan
hasta no hace tanto (Fig.
6)33. De los dos últimos siglos
tendremos ex-novo poco más que algunas
dependencias parroquiales, como las
adicionadas en 1864
tras los ábsides
de S. Pedro.
Sin embargo, en paralelo a la
degradación de los edificios nacerá
una creciente conciencia que llevará a impedir
algunas demoliciones, como
la pretendida de S. Nicolás por
parte de la municipalidad en 189534.Ya en los albores
del s. XX, incluso, se abordará la consolidación y recuperación de algún edificio35 (Fig. 3c).
Fig. 6. Derrumbe de Santiago, en 1981.Véase el coro alto de los pies, el antiguo alminar (dcha.), los restos de bóvedas
de arista y
la redefinición formal
del rosetón gótico y la del óculo
lateral (Archivo Junta de Andalucía).
Éste es un proceso acentuado en las últimas
décadas, con restauraciones que frecuentemente
“desnudarán” al edificio
hasta encontrar el primitivo
contenedor gótico, consolidando sólo las reformas o añadidos de valor; entre ellos, señaladamente, los espacios para
la música, coros
u órganos. A veces, el restaurador, meticuloso, se esforzará en dejar rastro
de la historia arquitectónica del edificio: si en algunas
zonas asoma la osamenta medieval, en otras queda
una bóveda barroca o la estudiada composición del paramento,
a menudo manteniendo la nueva formalización en medio punto
de las que
fueron apuntadas arquerías; en los presbiterios
se dejarán, o no, los retablos barrocos, pudiendose también
recolocarse en los testeros de las naves. El edificio,
sin perder su uso primero,
consigue así en nuestra época,
paradójicamente, convertirse en museo de sí mismo.
Las iglesias
estudiadas son un buen ejemplo
de la voluntad de los primeros pobladores de construir espacios
de oración al gusto cristiano, amortizando las antiguas mezquitas que
en muchos casos alojaron inicialmente al culto.
Para ello, no obstante, no tienen reparo
en aprovechar, junto a las técnicas y formas góticas, algunas soluciones
de ascendencia islámica o hispanomusulmana. Sin embargo en la tipología y organización del edificio no queda
duda, adoptándose un modelo al uso en la época
y experimentado largamente en el norte
peninsular: cuerpo de naves basilical y cabecera triabsidiada, omitiéndose inicialmente pórticos y costosas
torres.
El tipo religioso
pronto se debió revelar
como “escaso”, y atendiendo
a lo
divino y humano,
tuvo que afrontar una actualización constante. Los edificios se redefinirían en la medida
de sus posibilidades, demostrando la validez
y polivalencia de los distintos espacios arquitectónicos, originales o añadidos: ábsides
que de sagrario pasan a enterramiento privado
de una saga nobiliaria; inversamente, capillas
funerarias que luego
sirven para sacristía o a alguna cofradía; torres que en su primer
cuerpo acogen a un panteón; coros que se van acomodando en distintas ubicaciones...
Dar cobijo a la muerte
fue una demanda constante, algo para lo que
no siempre fue bastante el contiguo cementerio parroquial, convirtiendo a todo
el pavimento del
templo en improvisado camposanto; los más
ilustres, incluso, tuvieron un lugar en la cabecera,
o construyeron sus propias capillas funerarias. A éstas, seguirían sacristías, espacios para cofradías, reliquias, camarines, despachos parroquiales o algún que
otro pórtico, innovación ésta que no acabó
cuajando generalizadamente en los edificios. El porcentaje de superficie incorporada llegará a ser significativo; en S. Nicolás, casi
tanto como el propio
edificio inicial, aumentando incluso el ámbito
interior dedicado al culto. Es una dinámica
“aditiva” que no hace otra
cosa que secundar la del magma urbano,
en constante tensión
y cambio; al igual que el caserío,
las sedes parroquiales crecen a partir
de su célula primera, en este caso
un contenido volumen basilical.
Las torres, omnipresentes, son la principal enmienda a la modestia del plan
primero, que se conformó al modo cisterciense con pequeños husillos de caracol. A menudo
se servirán de éstos como primer tramo
de ascenso, lo que les
hará asumir su posición en la planta,
un tanto errática. Debió ser una empresa
constructiva ambiciosa y costosa, sólo equivalente al impulso inicial de sustituir las mezquitas por nuevas iglesias, un esfuerzo nítidamente consciente e intencionado. No en vano, la torre, visible
a escala territorial,
era hito e identificador de la ciudad
cristiana.
Interiormente las reformas fueron menores o, al menos, reversibles. Los cambios formales y decorativos, que lejos de mimetismos historicistas vistieron al edificio según los gustos de cada época (retablos
y altares, redefinición de huecos, falsas bóvedas de arista...), fueron
operaciones formales que luego el
s. XX deshizo en gran
número. También, cuando
se compartimenta o privatiza el espacio suele
ser con la liviandad de una reja;
sabemos que fue frecuente en las capillas
absidiales, quedándonos todavía
alguna.
Más significativas son las aperturas para intercomunicar
ábsides, una clara reforma funcional
que, pese a discreta, cambia sustancialmente el entendimiento de la cabecera como células espaciales contiguas pero autónomas. En las naves la mayor incidencia la produjeron los coros, que tras la inicial
invasión de la nave central,
acabaron mudándose al presbiterio o a acotados sectores de los pies,
sobreelevados o no;
sólo cuando para
ello se ciega el acceso
y portada principal, habría una repercusión sustancial en el uso
del templo.
Muchos edificios sobrevivieron a esto y más, demostrando la gran capacidad de respuesta a los avatares de la historia
de aquel primer modelo parroquial, compacto y muy
coherente arquitectónicamente. Aunque
modestos en tamaño y programa funcional, su sencillez de planteamiento le otorgaba
capacidad de adaptación; mientras, su escala o la rotundidad y contundencia de su
materialización pétrea, implicaban garantías de pervivencia, cualificación de arquitectura monumental, levantada para generaciones. Aún hoy sus ocres volúmenes, destacando entre un indiferenciado caserío,
caracterizan el paisaje urbano cordobés.
1.
Los edificios
son frecuentemente aludidos
en textos generales
sobre el panorama
andaluz, siendo también
objeto de análisis
individual en estudios
locales. Su valoración
como colectivo se ha acentuado en los últimas décadas, fomentado por la aparición de trabajos monográficos sobre la característica arquitectura gótico-mudéjar
cordobesa. A título de ejemplo, véanse
COMEZ RAMOS, R., Arquitectura alfonsí, Sevilla, Excma.
Diputación Provincial de Sevilla, 1974;
COMEZ RAMOS, R., Las empresas artísticas de Alfonso X el
Sabio, Sevilla, Excma. Diputación Provincial de Sevilla,
1979, pág. 98.También, JORDANO
BARBUDO,
M. A., MORENO CUADRO, F. y MUDARRA BARRERO,
M., Iglesias de la reconquista.
Itinerarios y puesta en valor, Córdoba, Publicaciones de la
Universidad de Córdoba y Obra Social
y Cultural Cajasur, 1997.
JORDANO BARBUDO, M. A., El Mudéjar en Córdoba, Córdoba, Excma. Diputación Provincial de Córdoba, 2003.
2.
CHUECA GOITIA,
F., Historia de la arquitectura occidental. vol. IV. Edad Media cristiana en España, Madrid, 1989, págs. 229-230.
3.
A su simbolismo sumaba
el ser un criterio sencillo y seguro.
Según Krautheimer fue la
disposición habitual a partir del siglo V en los territorios
bañados por el mediterráneo,
influyendo en su abandono las ideas del
Concilio de Trento (KRAUTHEIMER, R., Arquitectura paleocristiana y bizantina, Madrid, Cátedra, [1965]
1993, pág. 111).
4.
Véase el trabajo GARCÍA
ORTEGA, A. J., “Mecanismos de proyecto
medievales. El caso cordobés a partir de sus parroquias”, Ra, 5,
2003, págs. 3-12.
Los estudios sobre
las proporciones y control formal
de los edificios, se ampliaron en GARCÍA ORTEGA, A. J., Traza de la planta en el modelo
parroquial cordobés bajomedieval.Tesis doctoral
inédita, Departamento de Expresión Gráfica Arquitectónica, Universidad de Sevilla, 2008.
5.
Esta capilla
mayor puede considerarse un precedente de las luego construidas en las
iglesias conventuales de Sta.
Marta, S. Jerónimo y Sta. Cruz.
Se trata de fundaciones del
s. XV, aunque las obras se llegaron
a adentrar en el s. XVI (JORDANO BARBUDO, M. A.,
Arquitectura medieval cristiana en Córdoba (desde la reconquista al inicio
del Renacimiento), Córdoba, Servicio de publicaciones de la Universidad de Córdoba, 1996,
págs. 193 y 231).
6.
Junto a las tres
iglesias conventuales citadas, Sta. Marta, S. Jerónimo
y Sta. Cruz,
tenemos la también conventual de Jesús Crucificado o la del hospital de S. Sebastián, ambas ya erigidas en el s. XVI.
7.
La parroquia urbana se generalizó durante el siglo
XIII, cuando el crecimiento demográfico de las ciudades episcopales hizo necesario un nuevo sistema pastoral, sectorizando toda la población. La adscripción de los feligreses podía ser similar
a la división urbana en circunscripciones civiles
o collaciones, dando lugar
a parroquias territoriales; o, menos
habitual, optando cada
feligrés libremente por alguna (ALONSO
DE PORRES, C., Las parroquias de la
ciudad de Burgos, Burgos, Caja de Ahorros Municipal
de Burgos, 1981).
8.
En Úbeda y Baeza se debieron
realizar algunas de las primeras
iglesias andaluzas; esto explicaría sus formas arcaicas, románicas prácticamente, tomando
modelos conquenses o sorianos; en algunos casos parecen campestres ermitas trasladadas al interior de una trama urbana (GILA MEDINA, L., Arquitectura
religiosa de la Baja Edad Media en Baeza y Úbeda,
Granada, Universidad de Granada. Servicio de publicaciones, 1994).
9.
Lo secundaron S. Pedro en Baeza o su homónima
en Úbeda, ó las onubenses de S. Mamés de Aroche, Santa Brígida
de Almonaster la Real, Santa
Bárbara de Cortegana o Santa Brígida de Galaroza; también
la tardía de S. Martín, en Sevilla.
10. Como la arcaizante Santa María de Montoro (Córdoba), quizás la primera
iglesia de nueva planta construida fuera de la capital cordobesa.
11. Es el caso
de la iglesia de Santa
Cruz de Baeza,
aunque se trata
de un edificio temprano y poco representativo, claramente referenciado al románico.
12. Texto de la edición
facsímil de PEREZ
ESCOLANO,V. y VILLANUEVA SANDINO, F., Ordenanzas de Sevilla.Año de 1632.
Reedición crítica
y facsímil, Sevilla, OTAISA, 1975, pág. 150. Se trata de un esquema que pudo ser iniciado por la terna hispalense de Santa
Marina, San Julián y Santa Lucía,
y de manera señalada por la primera
(COMEZ RAMOS, R., Las empresas
artísticas…, op. cit., pág.
98).
13. Ejemplos destacados serían
S.Antón de Trigueros (Huelva)
o el templo conventual de las franciscanas de Santa Inés de Sevilla
(CÓMEZ RAMOS, R.,“La introducción de la arquitectura gótica en Sevilla en el siglo XIII”, Metrópolis Totius Hispaniae. 750 Aniversario Incorporación de Sevilla
a la Corona castellana, Sevilla, 1998, págs.107-117).
14. Tres naves y sendos ábsides tiene S. Juan Bautista, en Baeza, y así también
debió ser en su origen
la iglesia de S. Pablo de Úbeda. En ésta, aunque
pervive sólo la capilla mayor poligonal, existen
significativos indicios de los ábsides
laterales, como el arco toral
del lado de la epístola.
15. Existen también algunos
ejemplos en localidades de su alfoz,
como la parroquia de Santa María de la Asunción, en Castro del Río, quizás coetánea a los ejemplos
de la capital; o ya avanzado
el s. XIV la parroquia de S. Andrés en Adamuz.
16. Aunque en la ciudad se constituyeron un total catorce
parroquias, el estudio
no se puede aplicar
al resto: de S. Andrés, coetáneo y similar, quedan
escasas subsistencias medievales por una traumática reedificación del s. XVIII;
S. Juan y Santo Domingo de Silos son modestos templos de tres naves y testero
plano, posteriores y muy reformados; Omnium Sanctorum y El Salvador desaparecieron y sólo se concocen por imprecisas referencias; y, por último, dos casos reaprovecharon dilatadamente las mezquitas en las que se establecieron: la aljama, sede catedralicia y parroquia de Santa María,
y S. Nicolás de la Ajerquía, que pervivió
durante siglos en un oratorio de barrio.
17. La solución estaba
bastante lejos de la rígida compartimentación y jerarquización a que había dado
lugar el antiguo
rito visigodo, abolido
a finales del s. XI: espacios pequeños y oscuros, organizados en retícula y a distintas cotas, cierre del ámbito presbiteral con un iconostasis, etc.
18. Hasta fines del s. XVII
no se generalizan los asientos
para ellos.
19. Tienen un tramo
recto precediendo al fondo poligonal, algo que según
Azcárate es característico en muchas de las capillas mayores del
gótico andaluz del
momento; pero en Córdoba, y esto ya no es tan frecuente, aparece
también en los laterales (DE AZCÁRARTE RISTORI, J. M., Arte gótico en España, Madrid, Cátedra, 1990,
pág. 45).
20. Aunque ya existía
en la arquitectura anterior, algunos autores señalan la costumbre cisterciense de dotar a los templos
con cinco capillas. Esto posibilitaba que otros tantos
monjes, o canónigos (en una catedral)
pudieran oficiar misa a la vez en sendos altares consagrados.También debió influir la generalización a partir del s. X del culto
de los Santos
y de sus imágenes, como una reacción
contra los iconoclastas (MOYA BLANCO, L.,“La liturgia
en el planteamiento y composición del templo moderno”, en AA.VV. Conferencias sobre la liturgia en la arquitectura religiosa, Madrid, Centro de publicaciones. Secretaría General Técnica del Ministerio de Fomento, [1949]
2000, pág. 36-37).
21. MARFIL RUIZ,
P., Informe y memoria científica de intervención arqueológica de urgencia en las
Iglesias de San Pedro y La Magdalena, Córdoba, 1996 (documentación inédita perteneciente al archivo de la Delegación de Cultura en Córdoba, de la Junta
de Andalucía –autorización de consulta
y uso de 28/8/2000, ref. DPI/jvv/tv–).
22. La cripta de esta iglesia, ya en desuso en 1873, presentaba el ámbito bajo
rasante adosado exteriormente en el costado
norte, pero con acceso desde
el interior del templo.
23. El corpus legislativo de Las Partidas,
promovido por Alfonso
X, establece que “... fue ordenado por los padres
santos, que hubiesen sepulturas los cuerpos cerca
de sus iglesias, e no en los lugares yermos
e apartados de ellas” (Part. I,Tit. XIII, Proem;).Además se regulan
numerosos aspectos, como
el tamaño que deben de tener, dependiendo de la importancia del templo al que van anejos
(parroquial, conventual o catedralicio) (Part. I,Tit. XIII, L. IV).
24. En 1809 se dicta el Decreto de Jose I Bonaparte, relativo a la creación del
Cementerio de la Salud, en unos terrenos
frente a la Puerta de Sevilla, empezándose a erradicar los cementerios intramuros. En S. Nicolás
estuvo en el costado sur,
siendo allanado en 1842;
S. Lorenzo lo tuvo
en el opuesto, dejando el nombre a la calle
“cementerio viejo”; el de Santa
Marina desapareció en 1865 y estaba
alrededor de todo el templo
(salvo la cabecera); el de Santiago, por último,
se encontraba tras los ábsides.
25. Véase el sistemático análisis
de VIDAURRE JOFRE, J., Ciudad y arquitectura medievales. Morfologías imaginarias en Castilla y León 1050-1450, Madrid, Colegio
Oficial de Arquitectos de Madrid, 1990,
págs. 139-145.
26. El conocido dibujante de ciudades, Anton Van den Wyngaerde, realizó su vista general de Córdoba en 1567. Es un dibujo
a plumilla y aguada, que se conserva
en el Victoria and Albert
Museum de Londres ( Ref. 95.H.54; 8455.6).
27. Por ejemplo, adosada a la cabecera
de S. Nicolás todavía
existe la vivienda
del sacristán. Los restos
más antiguos datan del dieciocho, pero que ya es aludida en documentos
del siglo anterior.También a la antigua
sacristía y dependencias parroquiales de Santa
Marina se le añadiría una segunda planta
en 1734.
28. El ábside fue reformado para Sagrario en 1632, pasando
pronto a panteón
familiar de los Benavides.
29. El coro alto
a los pies, pero dejando
libre el ámbito
inferior, se dará
también en los dos grandes
templos conventuales de la ciudad
que fueron coetáneos a las parroquias, S. Pablo y S. Pedro el Real. Aquí
como en Santiago
se trata de adiciones posteriores, que vienen a secundar un modelo operante ya a fines del s. XV (recuérdese S. Juan
de los Reyes, en Toledo).
30. SERRANO OVIN, V., “La iglesia
parroquial de S. Lorenzo”, Boletín de la Real Academia de Córdoba, 97, 1977, págs.
74-90.
31. VILLAR MOVELLÁN, A.,“Esquemas urbanos
de la Córdoba Renacentista”, Laboratorio de Arte, 10, 1996, pág. 104.
32. Con el s. XVIII debió llegar a la ciudad una acentuada
inquietud barroquizante.
Durante el primer tercio se redefinió con bóvedas
encamonadas la espacialidad de La Magdalena, siguiéndole S. Pedro,
S. Nicolás (1739), S. Miguel
(1743), S. Lorenzo (1750)
y Sta. Marina (1751). En Santiago, excepcionalmente, durante
este período sólo se reformará para capilla funerria el ábside del evangelio.
33. Archivo Delegación de Cultura
(Córdoba), Junta de Andalucía (autorización 28/8/00, ref. DPI/jvv/tv).
34. ROMERO BARROS, R.,:“Córdoba y sus
monumentos”, Diario
de Córdoba, 30 de agosto
de 1895.También, JORDANO BARBUDO, M. A., MORENO
CUADRO, F. y MUDARRA
BARRERO, M.,
Iglesias de la reconquista… op. cit., págs.
152-154.
35. Es de destacar
la del antiguo templo dominico
de S. Pablo, coetáneo a las primeras parroquias, y que
se restaura en los años
del cambio de centuria (RAMÍREZ DE ARELLANO,
R., “La restauración del templo de San Pablo”,
Diario de Córdoba, 9 de Julio de 1901).