Los espacios públicos de las viviendas acomodadas del
siglo XVIII a partir de la documentación notarial
de Murcia y Madrid1
ELENA MARTÍNEZ ALCÁZAR
Universidad de
Murcia. España
Fecha de recepción: 25 de septiembre de 2010
Fecha de aceptación: 17 de febrero de 2011
atrio, 17 (2011) ISSN: 0214-8289 p. 91 - 102
Resumen: Este artículo pretende
analizar el modo en que se amueblaban y decoraban
las estancias destinadas a las relaciones sociales de las casas aristocráticas en la segunda mitad del siglo XVIII. Para ello se han consultado inventarios de bienes
de personajes del estamento nobiliario de Murcia y Madrid y se ha cotejado con ciertas fuentes literarias de la época.
Palabras clave: siglo XVIII,
mobiliario, decoración, sociabilidad, influencia extranjera.
Abstract: This article pretends to analyze the way in which the stays used for social relations were furnished and decorated in the aristocratic houses of the second half of the XVIIIth century.To do this, there have been consulted good inventories of noble estate characters from Murcia and Madrid and it`s been compared to certain literary sources from that time.
Keywords: XVIIIth century, furniture, decoration, sociability, foreign influency.
Durante el Setecientos penetraron en España maneras
de proceder, costumbres y gustos novedosos que entroncaban con otros países
y con los cambios de mentalidad de algunos pensadores que apostaban por civilizar y ordenar la vida de los individuos. El contacto con otras cortes,
propiciado por la nueva dinastía
regia, las relaciones comerciales y la divulgación de teorías
centradas en la evolución del modo de vida de los ciudadanos favorecieron variaciones en el transcurrir diario de la población. Dichos
acontecimientos dieron lugar
a la internacionalización de las modas, el deleite obtenido
en las nuevas formas
de sociabilidad y la búsqueda
de una mayor comodidad e intimidad en la vida doméstica. Estas
ideas otorgaban a quien las adquiría el prestigio
de ser considerados ante los demás como firmes representantes de los nuevos tiempos.
Superado el pesimismo
de años anteriores, las clases
nobiliarias comenzaron a practicar actividades que dulcificaran su ocio.
La sociabilidad y el
trato entre sexos alcanzaron nuevos cauces
de desarrollo que se vivían
tanto en los espacios públicos como
en los privados. No hacía
falta acudir al paseo
o al café para relacionarse con otras personas, puesto que las tertulias, las visitas y los refrescos, celebrados en casas
particulares, gozaban de numerosos
adeptos. Estar
en contacto con los demás
requería que se cuidaran las maneras de presentarse convenientemente y más si cabe por el hecho
de que la burguesía emergente absorbía los
usos de la clase dirigente, invadiendo sus espacios, imitando su imagen o accediendo al mercado de las artes suntuarias. En aquella sociedad las críticas a los nuevos ricos
que abusaban de los
aires franceses reiteraban la falsedad de las apariencias, es decir, mostrar
a través del semblante lo que en realidad no se era2. Como
indica Hontanilla, conceptos
abstractos antaño primordiales como el valor o el honor iban en menoscabo a favor de
los criterios tangibles que aportaba
el aspecto exterior3. Si bien,
también hay que tener
en consideración que muchos de los
ataques que se producían a los petimetres o afrancesados provenían de sectores tradicionalistas, que veían
con malos ojos
los intentos de modernización y el cosmopolitismo de que estos
personajes hacían gala.
Se temía que pusieran
en entredicho las
costumbres definidoras de la nación
y que el orden establecido pudiera
mudarse con medios
como la prosperidad en los negocios o un
talante europeizado4.
El desarrollo y los cambios
producidos en la decoración de interiores y en
el traje fueron
dos caballos de batalla en el Setecientos, en tanto que eran
los aspectos primordiales en los que podía
o no detentarse el lujo. Numerosos eruditos teorizaron sobre
el grado de conveniencia o degradación del lujo
para los diferentes países europeos, ya que,
en los nuevos tiempos,
enraizaba con la idea de modernidad que
implicaba el seguimiento de las modas.
Había quienes (Jovellanos,Arroyal,Forner,etc.)
denostaban sus consecuencias porque
lo vinculaban exclusivamente a la nobleza, considerando que las demandas de este tipo de productos
eran fiel reflejo
de su ostentación e inactividad ociosa.
Los excesos cometidos por este sector
contrastaban con la pobreza y la austeridad reinante en el resto de estratos sociales. Estas
personas estaban ocupadas
en sus quehaceres cotidianos y no contaban
con el tiempo y el dinero necesario
para ocuparse en esas bagatelas, pues únicamente
disponían de lo estrictamente necesario para vivir sin
comodidades o lujos superfluos.
Aquellos que sí lo consideraban un aliado para
el desarrollo social
lo defendían en términos económicos, con planteamientos que
intentaban otorgar
un papel importante a la mejora
del bienestar del hombre y remarcando los beneficios psicológicos y morales del lujo burgués
en contraposición al aristocrático. El primero, ayudado
con una política
correcta, aportaría a la
población, mediante el trabajo y el talento,
la satisfacción de un “lujo
que genera y que motiva el trabajo productivo,
las ocupaciones útiles, el lujo de
la sociedad ocupada5”. Esta consideración entronca
con lo que pensaba Sempere y Guarinos, ya que sólo admitía un lujo moderado
como una especie de premio consistente en el confort
y el bienestar, obtenido gracias
“al esfuerzo
civilizador del hombre6”.
Al igual que la imagen
personal, la decoración de la casa
aportaba noticias a los visitantes sobre el gusto,
el estatus y el grado
de conocimiento o implicación en las modas que venían
de fuera. Esta
última cuestión otorgaba más valor al mobiliario y se basaba
en que la tipología o los acabados casaran con los modelos
extranjeros, por encima
de la calidad que tuvieran
los materiales o la dificultad en la técnica
empleada. Por tanto, se estimaba
más el aspecto que la durabilidad de los muebles: “Si los muebles antes eran más
costosos, también eran de mayor duración, y después de haber servido
mucho años, se podía todavía
aprovechar la materia de que se fabricasen, lo que no sucede con los papeles
pintados, canapés y otros muebles
que se usan en el día7”.
En esta época
la adquisición de objetos mobiliarios y suntuarios por parte de los acaudalados experimentó un notable
auge debido a varios motivos. Por un lado, el gusto coleccionista había
derivado con respecto
a etapas precedentes en las que se prefería
adquirir pinturas, objetos
de plata labrada o
aderezos, en una atención al mobiliario. En parte, esto se debió
al esmero que estaban
poniendo los monarcas en la redecoración de los Sitios
Reales, contratando a artífices extranjeros,y la protección que, a
su vez, tuvieron con las manufacturas nacionales suntuarias8. La idea de lujo que por entonces se relacionaba con los productos exógenos
impulsó también a los maestros del mueble españoles que comenzaron a imitar los tipos que llegaban de fuera, desarrollando técnicas de fabricación
que abarataban el coste, imitación de piezas exóticas o falsificación de algunos materiales.
Por otro lado, la rápida sucesión
de las modas hizo que las piezas
se renovaran contantemente, bien encargando nuevos productos, bien redecorando los ya existentes con tapicerías,pinturas o lacados.A tal punto
llegó esta aceleración de cambios que una pieza
nueva podía quedar obsoleta
en pocos días. De hecho, El Censor
creó el término
“anticuación”
para informar de las obras pasadas
de moda, aunque
hubieran salido al mercado hacía un tiempo
relativamente reciente9. Estar al tanto de todos estos
aspectos era la representación tangible de que el propietario pertenecía a un nivel social
y económico elitista, que estaba implicado en modernizar su ritmo de vida al son
de otras cortes
europeas y que,
aparte de ser
componente de un estado privilegiado, también
lo parecía y debía parecerlo.
Todos estos factores
llevaron implícito un aumento considerable en el encargo
de objetos suntuarios.
Así mismo, hay que tener en cuenta el cambio que
se produjo en el uso de
las diferentes dependencias de la casa.
Hasta mediados del siglo XVIII
las estancias eran polivalentes, no tenían especialización y en ellas se realizaban diferentes actividades, lo que
significaba que las habitaciones se iban adaptando y transformando según
las necesidades de sus moradores. Sin embargo, las casas
comenzaron a disponer de espacios claramente delimitados y funcionales debido
a ciertos cambios
en la construcción de viviendas en aras de un
mayor orden y comodidad. A esto se unió
la ideología de raigambre burguesa
de considerar el hogar como
refugio adaptado al descanso, al margen
de las tareas laborales ejercidas en el exterior. Como indica Franco
Rubio, los espacios
se independizaron del individuo, dotándose de reglas en las que los
habitantes se sometían a las actividades propias de su función y no a la
inversa como ocurría tradicionalmente10. Esto originó toda una demanda de nuevas tipologías mobiliarias que satisfacían el uso a que se dedicaba
cada estancia, las cuales experimentaron una notable diferenciación entre los espacios íntimos
–en los que el concepto
de comodidad cobraba
fuerza– y públicos. En estos últimos
los acaudalados colocaban sus muebles más
ostentosos para evidenciar su estatus.
El espectro de las relaciones sociales se amplió
en este siglo.
Se puede distinguir entre
una sociabilidad pública
que se vivía en los paseos o en los cafés y otra privada
que tenía lugar
en las viviendas, tales como las
visitas, los refrescos o las tertulias. En ambas, la clase dirigente mostraba su poderío mediante su porte,
sus maneras, su indumentaria y aderezos. Pero en su
propia casa
contaba con más
aliados para representar la ostentación de su
rango, ya que los muebles, la decoración de las paredes
o las obras de arte informaban al visitante sobre
el gusto, el grado de civilización o formación
del anfitrión. Los invitados se reunían en salones o gabinetes, donde
a menudo
tomaban dulces, chocolate y refrescos varios: “Para el gusto habrá ricas
bebidas, en cristalinos vasos dirigidas; ramilletes suaves con primores, habrá de dulces
secos, no de flores, agua
clara y fría,
que es de corte, aunque
traiga carámbanos del Norte,
chocolate en xicara de á vara, (…) Y para concluir este agasajo habrá lo regular, que es el cascajo de bollos, de vizcochos, de tostadas, y otros melindres, con
roscas regaladas11”. En estos lugares solían colocarse los objetos más suntuosos del propietario. Los escaparates eran muy
comunes en estas
salas, puesto que, a través de sus cristales, quedaban en
exhibición elementos ricos para la mesa como cuberterías o vajillas de plata, relicarios, obras de porcelana o “china”,
pequeñas esculturas religiosas y otras menudencias. En los inventarios de bienes suelen anotarse el número de vidrios que lo componían y es habitual
que reposen sobre un bufete: “Dos escaparates grandes
con cerradura y llaves y dos bufetes todos
de pino dados de charol negro y dorado
con tres cristales
grandes cada uno” en 1200 reales,
“Dos escaparates pequeños
de peral, con cerradura
y llaves con doce cristales
cada uno y de ellos algunos
quebrados”, valorados en 71 reales12. De origen
renacentista, los bufetes
siguieron teniendo protagonismo en el siglo
XVIII puesto que era un tipo
de mesa estable
que permitía colocar
sobre su tablero relojes13,urnas con esculturas y papeleras, entre
otros. Además, por influencia italiana, fueron
desarrollando desde el siglo XVII
su función como
elementos decorativos, no tanto como sustentantes, al presentar tableros
jaspeados, marmóreos y lacados,
con hábiles decoraciones en marquetería14.
Otra mesa arrimadera característica de esta época fue la consola,
un mueble suntuoso a la moda en que se reflejaban las diferentes corrientes estilísticas en su factura
y que contribuía a ornar los gabinetes de las estirpes más acomodadas. Generalmente
hacía juego con un espejo, estaba provista de un tablero de mármol con travesaños ornamentados entre las soportes y era
uno de los ejes vertebrados de la sala.
El modelo más común de consola
presentaba las patas curvadas
hacia dentro y ricos detalles
dorados en rocalla y motivos vegetales, difundido por toda Europa
desde la corte
de Luis XIV15. Cuando la estética cambió
a finales de siglo, debido
a las teorías ilustradas
que criticaban los excesos del rococó y que abogaban
por una vuelta a la sencillez y a la naturalidad clasicista, las líneas sinuosas
y coloristas de los
muebles se fueron desechando en aras de las formas
rectas y sobrias.
Por tanto, en el neoclasicismo, fueron comunes las consolas “de sobre de media
luna
o rectangulares16”.
Muchos de estos
muebles –aunque también
se observa en tocadores, biombos, papeleras, cofres, cajas,
camas, sillas o marcos de espejos– tenían acabados en charol17, término con que se denominaba a las lacas
de procedencia oriental, pero que pronto
empezaron a imitar
diversos países europeos como Inglaterra18, Alemania, Italia
y España. Aguiló data
el periodo de 1680
a 1750 como el momento
en que se produjo el auge de los lacados japoneses y chinos. Los
primeros eran negros
o dorados, los chinos, por su
parte, tenían más colorido y menor dimensión. Monarcas como Carlos
II ya contaban con alguna
pieza de charol
oriental entre sus bienes. Sin embargo, fue Isabel de Farnesio
la que consolidó esta fascinación decorativa, pues disponía
de varios paneles
de lacas en su gabinete y dormitorio y otros muebles charolados realizados por maestros
andaluces o mejicanos, entre otros19. Esta inclinación por lo exótico
se constata también
al analizar el elevado número de piezas “de China”
(porcelanas), los juegos
de chocolate (jícaras, platillos, mancerinas y tazas), café y té, algunos
objetos extravagantes venidos
de Oriente o América
y géneros de telas y abanicos de los inventarios.
En la Óptica del cortejo se
describe “un salón
hermoso ricamente adornado de pinturas, bellos espejos,
hermosas cornucopias iluminadas20”, y es que en las paredes
se produjo también
un despliegue decorativo de gran riqueza y variedad que enriquecía el esplendor de los elementos arquitectónicos y que contribuía a la ostentación del gusto del propietario ante sus
familiares y amigos. La temática
predominante en los cuadros y estampas
(siempre descritos y tasados con sus marcos
en los inventarios de bienes) era
la religiosa21, con predominancia de las distintas advocaciones marianas.
Pero, como apuntó
Sureda Berná, entre
la aristocracia también
era común la presencia de representaciones históricas, retratos de monarcas
y mapas que revelaban el interés cultural
de sus poseedores22. Además, según cuentan
algunos escritores de la época,
la demanda de temas profanos
fue en auge a lo largo de todo el siglo. El predicador José
María Antonio López
Cotilla relató el desasosiego que sentía la gente piadosa
al entrar en estos gabinetes “tan de moda,
que llenos todos de fábulas
gentilicias, medallas, y países de mentidas
deidades,
no hallando entre ellos, ni una imagen de Cristo,
ni una efigie de María23”. Las
imágenes de bulto
no son muy abundantes si se comparan
con las escenas
pictóricas habidas en la documentación de archivo
de distintas zonas del país.
Solían colocarse en urnas contenidas en escaparates, bufetes
o rinconeras: “rinconera con una urna y dentro una efigie de San Antonio de
Padua24”, “Mando que el niño Jesús,
que está en la alcoba
del quarto
principal en una urnita
clavada en la pared se restituya al Monasterio de las Madres Bernardas de Valladolid25”.Además estaban de moda las hechuras que imitaban
la estética naturalista y luminosa napolitana, como se observa en
los anuncios de venta de los periódicos de la época:
“figuras sueltas de todos géneros y
tamaños para adornos de oratorios y gabinetes, su hechura y colorido no es menos
primoroso y de gusto que las fábricas en Roma o Nápoles26”.
La suntuosidad de estos espacios
se completaba con las colgaduras textiles y los papeles pintados,
como comentaba Ramón de la Cruz en El petimetre:“(…) y ya ven los españoles/ que el papel
y las indianas/ para vestir las
paredes/ les hacen muchas ventajas/
a los cuadros de Velázquez, / Cano, Ribera, que llaman/ el Españoleto, y otros/
pintorcillos de esa laya27”. Los frisos aparecen con asiduidad en los inventarios del estamento nobiliario y se colocaban en la parte baja de la pared. Aunque inicialmente eran de estera,
progresivamente se realizaron en sedas o pinturas y era común
que decoraran los estrados de las señoras: “friso para estrado con diferentes pinturas
y media caña dorada28”, tasado
en ciento cincuenta y seis reales
de vellón.
Las nuevas maneras de comportarse,como síntoma
de una mayor desinhibición y cercanía en las relaciones sociales, se reflejaron en la forma de realizar
los asientos. Además, las modas indumentarias femeninas, con aquellos trajes mullidos y elevados
peinados, requerían lugares
de reposo acordes con
su aspecto. Tradicionalmente, las sillas de los grandes
salones se situaban arrimadas a las paredes y estaban concebidas como un ornato más de estas
estancias. No estaban pensadas para propiciar la comodidad de los individuos, antes bien conferían una postura rígida y altiva por la disposición recta de los espaldares. Sin embargo, a medida que las formas
curvilíneas fueron impregnando el modo en que se elaboraban muebles
y decoraciones, cuando se hicieron frecuentes las tertulias o reuniones y las formas
de relacionarse se distendieron, los asientos comenzaron a adaptarse a la forma
del cuerpo, favoreciendo el descanso y la relajación. Desde Francia empezaron a importarse modelos de sillas con reposabrazos, más anchas y bajas que las
tradicionales, con respaldos y patas en cabriolé, pies
“de cabra” y acolchados
tapizados. Usados
más por hombres
que por mujeres, fueron también frecuentes los taburetes o sillas a la inglesa, caracterizados por tener “el respaldo
calado de pala central29”. Esto permitía
mantener una postura
libre en la que
cruzar o estirar las piernas, aunque contraviniera lo que rezaban los manuales
de conducta
de la época: “(…) estando
sentado ten los pies puestos
igualmente en la tierra, ni cruces
las piernas, ni las
tengas sobradamente apartadas, ni las alargues lejos
de la silla, en que estuvieres30”.
Otra tipología novedosa fue
el canapé o sofá, que
adquirió la forma conocida de respaldo único,
acolchado, y reducido
número de patas durante
el reinado de Carlos III. Síntoma de una vida más confortable, la aristocracia
los incorporó a sus salas
de reunión, contando con varios ejemplares que hacían
juego con sillas
y taburetes, como se observa
en la partición de los bienes
de José Gómez
de Terán, Marqués de Portago y miembro
del Consejo de Hacienda
de su Majestad. Este personaje tuvo un canapé de tres asientos correspondientes a unas sillas
doradas “para verano
de tafetán listado,
con sus cubiertas de cotón”,
“otro canapé de dos asientos
compañero del antecedente”, y dos más,
a juego con seis taburetes con fundas de damasco31.
Una cuestión relevante a tener en cuenta fue el importante papel que ejerció la mujer en la decoración del espacio doméstico, en relación con las
teorías que las relegaban al interior del hogar:
“es digna alabanza de la mujer, que
sea oficiosa y cuidadosa de su casa y familia; sea trabajadora y hacendosa de sus puertas
adentro, hilando
lino y lana para el abrigo y socorro de su
familia32”. Sin embargo, los nuevos
tiempos las llevaron a implicarse en el
devenir de las modas y en el tipo de relaciones de corte extranjerizante, consiguiendo un cierto nivel de emancipación que disgustaba a tratadistas y moralizadores. Ellas consideraban que, como
abanderadas del hogar, tenían derecho a decidir sobre qué elementos
querían situar en él para presentarlos
ante los demás. Esta idea,
como señala Rybczynski, es la que justifica que se
crearan tipologías de tumbonas y butacas destinadas exclusivamente al uso del bello sexo,
tales como la duquesa, la marquesa o la sultana,
donde las mujeres se mostraban ante
los visitantes recostadas a la manera
de las diosas
griegas33.
Esta faceta del género femenino era denostada por algunos pensadores del momento
que veían como, tras
casarse, las mujeres
se dedicaban a encargar todo tipo de fruslerías a la moda,
generando grandes gastos
al núcleo familiar. De esta forma,
desatendían las labores
propias de sus funciones de buena
madre y esposa. Así, Nipho criticaba como desde
el primer momento en que accedían al matrimonio era “necesario pensar
luego en transformar la casa,
pintar nuevos frisos, enrasar
los techos, dorar
hasta los corredores más excusados, rehacer la vajilla a la moda
y poner en superfluos aparadores la mitad del imperio
de la China; y para
todos estos despropósitos hacen tributarios a los
graneros, venden por nada los muebles antiguos a los prenderos y destierran de toda la casa lo que tenga
el más leve resabio
de viejo34”. Por eso, De la Cadena les recordaba:“sois unas
meras administradoras de vuestras riquezas, aunque
tengáis el dominio
de ellas; y que os ha de pedir estrecha cuenta de todas ellas
el Señor, de quien es el oro, la pata, y todas las cosas35”. Tradicionalmente la mujer contaba
con un espacio
donde recibía sus propias visitas, se entretenía en sus labores
y descansaba. Se trataba del estrado, que espacialmente podía
ocupar una habitación entera o estar
incluido dentro de una sala más amplia,
destacándose visualmente con el empleo
de una tarima.
Los más grandes
se componían de un espacio
íntimo o de descanso donde se colocaba una cama y otro público
o de recepción que albergaba sillas,
taburetes, bufetes y alfombras con almohadas, ricas
colgaduras, frisos y mesitas con brasero.
El hecho de que las mujeres se sentaran en el suelo36 sobre almohadas o alfombras dio lugar, como indica
Abad Zardoya, a la miniaturización de los muebles
de estos lugares, a su disminución en altura para que se pudiera
llegar sin problemas, por ejemplo, a coger los dulces y
refrescos
que se colocaban sobre las mesas37.
En el siglo
XVIII esta concepción de un espacio
determinado y definido
para las mujeres, donde “empezaba a correr, desde
la fecha de su boda,
un tiempo muerto
que las envejecía, que las iba desligando de un modo cada
vez más
irremisible de todo propósito de participación en la vida38”,fue cambiando con el paso de los años
hasta convertirse en un lugar
exclusivamente para las relaciones sociales
entre los dos géneros. Su vertiente íntima quedó
en el olvido, pasando a formar parte
de las habitaciones de recepción,
que junto a las de respeto y las privadas, configuraban la distribución de las estancias domésticas que había propuesto Jean François Blondel
como modelo para una vivienda
ideal39.Aunque desde la mitad
de la centuria se tiende a
denominar a esta
estancia “gabinete” o “salón”, en la documentación notarial de finales
de siglo todavía
hay referencias a bufetes,frisos, taburetillos (sin respaldo) con sus fundas
y almohadas de estrado. En algunos inventarios que presentan los bienes organizados por estancias sigue
habiendo un epígrafe para el estrado.
Por ejemplo, la ya mencionada Duquesa de Atrisco tuvo en su
segundo estrado: “doce
sillas de red en el asiento y respaldo con el copete
calado dadas de blanco,
pintura y perfiles
dorados de Inglaterra”, “doce taburetes compañeros de lo mismo,
y con las mismas molduras, pintura y perfiles dorados”
y “un pie de encaje
de una urna de Santa Teresa de Nogal,
el pie de cabra y la urna con su cristal
de una vara de largo y tres cuartas
de ancho40”. El gran
número de asientos refleja lo multitudinarias que eran estas reuniones, además, el hecho
de que tuviera sillas y taburetes –teniendo en cuenta que estos últimos se diferenciaban de las primeras
en la ausencia de brazos y estrechez del respaldo– hace pensar que las sillas
serían las más propicias para que se sentaran las mujeres y así acomodar
mejor la figura
que les proporcionaban sus trajes.
En las formas
de comer también
se notó el contagio de influencias
de otras cortes. La importancia dada al refinamiento que podía aportar
el aspecto exterior
no se manifestaba únicamente en las galas
que se llevaran puestas, también el componente cívico
debía ser inherente a la persona. No sólo había que estar versado en modas, en el arte de la conversación o el
galanteo, pues las buenas
y nuevas maneras debían
mostrarse también en la
mesa. Apunta
Rodríguez Bernis que el aspecto
más novedoso en este ámbito fue el respeto
que se comenzaba a tener
por el resto de comensales, recomendado por la
literatura sobre corrección de costumbres, en su mayoría francesa. Esto significaba no abrir demasiado los brazos para
no molestar a las personas que hubiera a los lados,
no comer de otros platos
que no fueran
el propio, no extender los brazos sobre
la mesa, no inclinar el cuerpo sobre
las viandas y cuidar
de no derramar la comida
sobre la ropa o el mantel41. No obstante, costó introducir estos
modales entre los españoles, si se atiende a los comentarios que lanzaban los
extranjeros que visitaban el país. A finales de la década
de los cincuenta, el italiano
Norberto Caimo escribía
que se seguía comiendo con las manos,
bebían varios de una misma copa, se hacían ruidos y se dejaban los restos de
comida sobre el mantel. Además,aunque se introdujo la servilleta, cuenta
que la usaban también para secarse el sudor42.
A pesar de estas críticas, en las relaciones de los acaudalados de la mitad del
Setecientos se incluyen, en la mayoría
de los casos,
varios ejemplares de tenedores,
cuchillos, cucharas y servilletas, lo que indica que hubo cambios
en la educación a la hora de comer. Por ejemplo,
ya no se usaba
el cuchillo para coger
los alimentos: “sería cosa
indecente, e incivil,
poner también a la boca
el cuchillo43”, para eso
estaba el tenedor, que a su vez propiciaba el no tener
que tocar los manjares con las manos.
El espacio que hoy se entiende
como comedor en sí no existía. Lo común es que los criados transportaran mesas a las antesalas o a las salas de reunión. Cuando
el grupo era numeroso, se ponían varias
para crear “grupos reducidos en los que
la charla pudiera
resultar más fluida44”, lo que hizo
que las grandes mesas
extensibles inglesas tardaran
en ser aceptadas en España.
Ya a finales de la centuria, las remodelaciones de las casas
de la élite contaban con un espacio delimitado que formaba el comedor de “gala” para
los banquetes y otro
más pequeño para
las comidas familiares e íntimas45.
Otro espacio que
se convirtió en sociable en esta época
fue el tocador. Aquí acudían amigos íntimos, peluqueros, modistas y criadas,
donde hablaban de modas y aconsejaban al anfitrión o anfitriona sobre
maneras de componer su apariencia, recomendándole ciertos géneros de telas, guarniciones, afeites o peinados. Desde el siglo XVI y hasta mediados
del siglo XVIII la denominación “tocador”, hallada en los inventarios de bienes, hacía
referencia a una mesa con cajón que solía vestirse
con colgaduras, a menudo iba
acompañada de un espejo y era el mueble que las mujeres
usaban para guardar sus aderezos. Otras veces consistía únicamente en una caja con un espejo embutido en el interior de la misma que se ponía encima de un pie alto
y que también servía para albergar abalorios, como los actuales
joyeros46. Así se mantuvo hasta
que en el Setecientos el artificio de la moda
complicó el atuendo
y los aderezos, por lo que incorporó
varios cajones compartimentados para organizar los envases
según forma y contenido y un espejo de medio cuerpo encima47.Como apuntaba Zamácola en El libro de moda en la
feria, la ciencia
del tocador iba a comprender: “todo lo que pertenece al vestido,
al peinado, al blanqueo y lavamiento de cara, a la limpieza y arreglo de la dentadura, a las pastas
para las manos,
y a los perfumes y olores para
los pañuelos48”.
Recapitulando, fue una época de cambios
para el país que, aunque
paulatinamente, terminaron por establecerse a mediados de siglo en el ritmo
diario de las clases acomodadas. Comenzó a verse
con buenos ojos
el ser permeable a las innovaciones que venían del extranjero, tales
como la obtención de
un mayor disfrute en las relaciones personales, dedicando tiempo y caudal
para que las reuniones o tertulias fueran más amenas y agradables. Por ello las
salas públicas debían
de estar provistas de cuantos elementos fueran necesarios para que los invitados se sintieran cómodos
y conocieran, sólo con
echar un vistazo a su alrededor, el estatus, el gusto, las aficiones o el bagaje cultural del anfitrión.
Cuando los acaudalados comenzaron a vivir
de esta manera
el contacto con los demás, convirtiéndose al mismo tiempo
en fieles seguidores de las modas cambiantes de otras cortes, la forma de hacer y decorar
los muebles se adaptó a los nuevos gustos
y costumbres. Especialmente significativo fue el cambio que se produjo
en la elaboración de asientos, pero también se notó, por
ejemplo, en el auge que
tuvieron los lacados
orientales y en las innovaciones mobiliarias para el comedor,
dependencia que empezó
a definirse en esta
época.
La decoración de aquellas estancias, los muebles, las colgaduras, las
imágenes sacras, etc.,
actuaban como símbolos
reveladores de la condición y el rango de los propietarios, porque todo lo que rodea
a una persona –el traje,
los modales, el modo como
decide ornar su casa–, desvela
información muy valiosa a aquellos que saben mirar.
1.
Este
trabajo es resultado
de la ayuda concedida por la Fundación
Séneca, en el marco del PCTRM 2007-2010, con financiación del
INFO y del
FEDER de hasta
un 80 % y del proyecto
de investigación Imagen y Apariencia (08723/PHCS/08) financiado con cargo al Programa
de Generación de Conocimiento Científico de Excelencia de la Fundación Séneca-Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región
de Murcia en el marco
del II PCTRM
2007-10.
2.
Además de esta cuestión, el hecho de aparentar más de lo que se era entraba
en conflicto con los rasgos del carácter español,
estos eran: moralidad férrea, sinceridad y naturalidad. Los
modos adquiridos de otras naciones, a través
de los manuales de educación, y la liviandad con que se manifestaban las relaciones personales ponían en entredicho estas señas definidoras de la esencia de ser
español.ÁLVAREZ BARRIENTOS,J.,“La
civilización como modelo
de vida en el Madrid
del siglo XVIII”,
Revista de dialectología y tradiciones
populares, LVI, 1, 2001,
pág. 149.
3.
HONTANILLA,A.,“Disección anatómica de la imaginación y de la moda en el sueño satírico 54 de El Censor”, Revista Hispánica Moderna,Vol. 62, 1, 2009,
pág. 63.
4.
GONZÁLEZ TROYANO, A., “El petimetre: una singularidad literaria dieciochesca”, Ínsula, 574,
pág. 21.
5.
Se
trata de una de las consideraciones que la publicación periódica El Censor puso de manifiesto en su intento por justificar el lujo y que argumentó
junto a otras premisas, como su conciliación con la religión:“Más yo no sé qué idea tan sombría se forman muchos de la Religión. Concíbenla como una madrastra que mira con
pesar nuestras alegrías y les parece que lleva consigo
una privación absoluta
de todos los bienes terrenos
y que para obtener
la Bienaventuranza que nos ofrece
en la otra vida, es menester que seamos en ésta
verdaderamente infelices” Censor, CXXIV, 1087-88.
Citado por DÍEZ,
F.,“La
apología ilustrada del lujo en España.
Sobre la configuración del hombre consumidor”, Historia Social, 37, 200,
págs. 19 y 21.
6.
RICO
JIMÉNEZ, J.,“Estudio preliminar” en SEMPERE Y GUARINOS,
J., Historia
del lujo y de las
leyes suntuarias de España,Valencia, Institució Alfons
el Magnànim, 2000, pág. 59.
7.
SEMPERE Y GUARINOS,
J., Historia del lujo y de las leyes suntuarias de España, Madrid, Imprenta real, 1788, pág.
178.
8.
LÓPEZ
CASTÁN,A.,“La colección
de bienes muebles
del marqués de Yranda y la renovación del gusto en el Madrid
ilustrado”, Boletín del Museo e Instituto “Camón Aznar”, XLV, 1991, págs.
131-132.
9.
ÁLVAREZ BARRIENTOS, J., Ob. Cit.,
pág. 152.
10. FRANCO RUBIO, G.,“La vivienda en la España Ilustrada: habitabilidad, domesticidad y sociabilidad” en REY CASTELAO, O., y LÓPEZ, R.J.,
eds., El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, II, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2009, pág. 127.
11. El ceremonial de estrados y crítica de visitas, Antonio Espinosa, Madrid, 1789.
Recogido por VÁZQUEZ MARTÍN, J., El Madrid
de Carlos III,
Madrid, Consejería de Cultura
de la Comunidad de Madrid,
1989, pág. 20.
12. Partición de los
bienes de Francisco Riquelme Robles y Galtero. (Archivo Histórico Provincial de Murcia (A.H.P.M.U), ante Alejandro López Mesas. Protocolo 3345, 11 de junio de 1766, f. 200v).
13. Sostenían ejemplares como los que poseyó María Teresa Pacheco
y Jirón, condesa de Miranda:“dos relojes
de sobremesa hechos
en Inglaterra, su autor Nicolás
Lambert con sus oras y quartos en seis
campanas, días, meses
y luna, meses
del año y días de la semana con sus cajas de charol azul y ocho días de cuerda, que valen ambos
ochenta doblones que hacen quatromil y ochocientos reales
de vellón”. (Archivo Histórico Provincial de Madrid.
(A.H.P.M.) ante
Lorenzo de Terreros. Prot.
18.777, 3 de mayo de 1755,
f. 212v-213r).
14. RODRÍGUEZ BERNIS, S., Diccionario
de mobiliario, Madrid, Ministerio de Cultura, 2006,
pág. 69.
15. BARRERA, J., y ESCÁRZAGA,A., Muebles, alfombras y tapices, Madrid,Antiquaria, 1994, pág. 126.
16. RODRÍGUEZ BERNIS, S., Ob.Cit., pág. 120.
17. En Murcia es frecuente la denominación “china”
como sinónimo de “charol”: “dos medios bufetes dados de china”.
Partición de los bienes de Nicolás Serrano
y Abadía, Procurador de causas del Número de Murcia. (A.H.P.M.U. ante Juan Mateo
Atienza. Prot. 2383, 29 de junio de 1798, f. 32r-63v).
18. Se considera que esta técnica
decorativa se introdujo en España gracias
a las piezas que importaba el comerciante inglés
Giles Grendley, destacando unos
muebles de laca roja que adquirieron los duques del Infantado en la década
de los años treinta. (AGUILÓ
ALONSO,M.P.,“Notas sobre la ebanistería madrileña en el siglo XVIII”,
Revista de dialectología y tradiciones populares, LVI,“, 2001, pág.
246).
19. AGUILÓ ALONSO,M.P.,“‘Vía orientalis’1500-1900.La repercusión del
arte del Extremo Oriente
en España en mobiliario y decoración”, Actas de las XII Jornadas Internacionales de Historia
del Arte. El arte foráneo
en España. Presencia e influencia (Madrid, 22-26
de noviembre de 2004),
Madrid, CSIC, 2005,
págs. 529- 530.
20. CADALSO, J., Óptica del cortejo. Espejo
claro en que con demostraciones prácticas del entendimiento se maniiesta lo
insubstancial de semejante empleo, Barcelona,Viuda Piferrer, Impresora de S.M., 1790, pág. 19.
21. Aunque los individuos mostraran sus devociones en estas salas, la piedad
más íntima se vivía en los oratorios privados. Normalmente se componían de un armario-retablo en el que se veneraba
una pintura o escultura, aunque
los más pudientes le destinaban una dependencia de la casa
donde se celebraba misa y que albergaba una mesa de altar con sus manteles y útiles correspondientes como cálices, sacras
o candeleros, un armario-escaparate
con relicarios e imágenes y cuadros sacros,
principalmente.
22. SUREDA BERNÁ, M.J.,“Una aproximación al estudio del consumo artístico
en la Barcelona
de finales del siglo XVIII”, Pedralbes: Revista
de Historia Moderna, 5, 1985, pág. 142.
23. Citado por VEGA,
J., “Transformación del espacio
doméstico en el Madrid del siglo XVIII:
del oratorio y el estrado
al gabinete”, Revista de dialectología y tradiciones populares, LX, 2, 2005, pág.
195.
24. Partición de los
bienes de Francisco David, Presbítero y fabriquero de Murcia, de la parroquial de san Bartolomé (A.H.P.M.U. ante Juan Mateo
Atienza. Prot. 2383,
18 de julio de 1798, 127r-142v).
25. Testamento de Bernarda Sarmiento de Valladares y Guzmán, Duquesa
y Señora de Atrisco, Marquesa
de Valladares,Vizcondesa de Neyra y Dama de la Reina. (A.H.P.M. ante Pedro Martínez Colmenar. Prot. 15.426,
31 de diciembre de 1744,
s/f).
26. Diario de Madrid, 13 de diciembre de 1758. Citado
porVEGA, J., Ob. Cit., pág.
214.
27. Recogido por GATTI, F.J., Doce sainetes,
Barcelona, Labor, 1972, págs. 66-67.Véase PÉREZ SÁNCHEZ,
M.,“Algunos
aspectos del arte textil de ostentación en Murcia: alfombras, colgaduras y tapices
de los siglos XVII y XVIII”, Imafronte, 12-13,
1998, págs. 271-292.
28. Partición de los bienes de José Monteagudo, Jurado del Ayuntamiento de Murcia. (A.H.P.M.U. ante Pedro Juan de Visedo. Prot. 4045,
24 de octubre de 1769, s/f)
29. RODRÍGUEZ BERNIS, S., Ob.Cit., pág. 302..
30. Reglas de la buena crianza, civil
y cristiana, utilísimas para todos,
y singularmente para los
que cuidan de la
educación de los Niños,a quienes
las deberán explicar,inspirándoles insensiblemente su
práctica en todas ocurrencias, Barcelona, Imprenta
de Sierra y Martí, 1819,
págs. 16-17.
31. A.H.P.M. ante Antonio Martínez
Salazar. Prot. 16.741,
1 de octubre de 1755,
343r-483r.
32. ARBIOL DÍEZ, A. La familia regulada, Facsímil, Zaragoza, Institución Fernando elCatólico, 2000, pág. 69.
33. RYBCZYNSKI,W. La casa. Historia de una idea, Madrid, Nerea,
1989, pág. 103.
34. NIPHO, F.M., Cajón
de sastre, t. IV, págs.
77-78. Citado por MARTÍN GAITE, C., Usos amorosos del dieciocho en España, Barcelona, Lumen, 1981, pág. 35.
35. DE LA CADENA, O., La virtud en el estrado.Visitas juiciosas, Madrid,Andrés Orte, 1766, pág. 11.
36. Esta costumbre sorprendía a los extranjeros que arribaban a España:“he visto que las mujeres
se pasaban todo
el día sentadas sobre el estrado, casi
como nuestros sastres,
o como mucho sobre un cojín y apoyadas en otro”. LABAT, J.B., Viaje por España. Recogido por SOLÉ,
J.M., La tierra del breve pie. Los viajeros
contemplan a la mujer española, Madrid,Veintisiete Letras, 2007, pág. 89.
37. ABAD ZARDOYA, C.,“El estrado:
continuidad de la herencia islámica
en los interiores domésticos zaragozanos de las primeras
cortes borbónicas (1700-1759)”, Artigrama, 18, 2003,
pág. 386.
38. MARTÍN GAITE, C., Ob. Cit.,
pág. 27.
39. ABAD, ZARDOYA, C., Ob. Cit., pág.
378.Véase MARTÍNEZ MEDINA,A., Espacios privados de la mujer
en el siglo XVIII, Madrid, Horas y Horas,
1995, pág. 20.
40. A.H.P.M. ante Pedro Martínez Colmenar. Prot. 15427, 11 de septiembre de 1752,
f. 22v.Véase otro ejemplo de cómo se componía la sala y la antesala
de estrado en MATEOS GIL,A.J.,“La vivienda de Don José
Raón Cejudo en Calahorra a partir del inventario de sus
bienes (1799)”, Kalakorikos, 12, 2007,
págs. 216-218.
41. RODRÍGUEZ BERNIS,S.,“Nuevas maneras,nuevos muebles”en
CASANOVAS, M.A., PAZ, M., RODRÍGUEZ, S., et al., El mueble del siglo XVIII. Nuevas
aportaciones a su estudio, Barcelona, Associació per a l`Estudi del Moble:
Museu de les Arts Decoratives: Institut de Cultura de Barcelona, 2009,
pág. 35.
42. MAROTTA PERAMOS, M., Viajeros italianos del Settecento y su visión de Madrid,
Tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid,
1991, págs. 322–323.
43. Reglas de la buena crianza… Ob.Cit., pág. 54.
44. RODRÍGUEZ BERNIS, S.,“Nuevas maneras…, pág. 38.
45. MARTÍNEZ MEDINA,A., Ob. Cit.,
pág. 22.
46. PIERA MIQUEL, M.,“La cómoda
y el tocador, muebles de prestigio en la sociedad catalana
del siglo XVIII”,
Pedralbes, 25, 2005, pág.
278.
47. RODRÍGUEZ BERNIS, S.,“Nuevas maneras…, pág. 40.
48. Recogido por CORREA
CALDERÓN, E., Costumbristas españoles. Autores
correspondientes a los siglos XVII,
XVIII y XIX, t. I, Madrid,Aguilar, 1964,
pág. 649.