RESEÑA

Revista de Historia del Arte, nº 27 (2021): 342-346. "https://doi.org/10.46661/atrio.5901"

Flores Ruiz, Eva María, y Yolanda Victoria Olmedo Sánchez, eds.

Entre plumas y pinceles: imágenes femeninas en la literatura y la pintura (1800-1950)

Madrid: Sial/Trivium, 2020. 216 págs.

ISBN 978-84-18333-61-3

La simbiosis entre pintura y literatura ha sido una constante a lo largo de la historia universal, sin embargo, en los siglos XIX y XX presentarán una misma protagonista: la mujer. En el contexto en que ellas empiezan a transitar entre ser el objeto artístico y ser el sujeto artístico, se gestará el empoderamiento femenino por el cual las mujeres adquieren un rol más activo en las artes, ya no solo serán musas, sino también quienes se apoderen de los pinceles y las plumas para crear obras de gran calidad artística. A tal efecto, las profesoras Eva María Flores Ruiz y Yolanda Victoria Olmedo Sánchez, ambas de la Universidad de Córdoba, editan esta interesante y pertinente obra científica, donde se dan cita investigadores especialistas en la historia de género y su vinculación con las artes, para argumentar con sus aportaciones el papel preponderante de las mujeres artistas en pintura, literatura y otras manifestaciones culturales.

El ejemplar se articula en siete capítulos precedidos por una introducción realizada por las editoras del volumen, que permite conocer de manera sintética aquello en lo que se profundizará a lo largo de los siete capítulos que componen esta aportación científica.

El primer capítulo: “Mujeres e imagen artística durante el siglo XIX y principios del XX”, corre a cargo de Francisca Vives Casas, quien señala un recorrido sobre cómo históricamente a la mujer se le ha asignado el rol de “ángel del hogar”, siendo madre, esposa e hija que se ocupa de los quehaceres domésticos y cuida de la familia. Por este motivo, numerosos artistas representan la maternidad como uno de los temas iconográficos claves entre el mundo femenino. Durante el siglo XIX aumentarían las representaciones de madres con sus hijos en actitud afectiva, no alejándose del prototipo idealizado en las imágenes tradicionales de la Virgen con el Niño, como se ejemplifica a lo largo de este primer capítulo con citas pictóricas a autores españoles de la época. En cambio, el siglo XX trajo consigo algunos cambios en los escenarios femeninos, pues las costumbres sociales permitieron la salida del hogar o las escenas en tarea educativa o de aprendizaje para verlas disfrutar al aire libre en numerosas representaciones artísticas donde aparecen en jardines, cafés, restaurantes o teatros. Además, las mujeres van introduciéndose en el mundo intelectual, representándolas decididas, misteriosas e inaccesibles, e incluso algunos hombres por miedo –y como crítica– al empoderamiento femenino las plasman con pantalones y en actitudes varoniles.

El segundo capítulo: “Hacia el retrato individual femenino y su acercamiento a las escritoras”, es elaborado por Rocío Cárdenas Luna para tratar cómo el asentamiento de la burguesía y sus nuevas prácticas sociales traen consigo un desarrollo del género retratístico. En el mismo, destacará la mirada hacia la mujer, a quien se le producen numerosas muestras de retratos. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, se encuentran en actitudes modélicas, pasivas y sin mención a su papel intelectual, pues siguen relegadas a escenas de interior, representándose más como lectora –y esposa o madre– que como escritora. En este sentido, no existen rasgos diferenciadores de estas escritoras, sino que actúan como simples modelos que posan ante la mirada del hombre, careciendo de atributos propios de la condición autorial y de la práctica de la escritura, predominando la visión retratística de busto. Bien es cierto que, en este contexto, los varones escritores tampoco aparecen como imagen autorial en tanto que ya no tienen que posicionarse socialmente, sino que encargan retratos privados para posicionarse en el modelo burgués, y no requieren de gestos o símbolos que evidencian su arte de la escritura. Por ello, ellas tampoco se diferenciarán en sus retratos, a pesar de la necesidad de hacerse valer en su profesión.

Habiéndose mencionado por un lado a la mujer-modelo, como “ángel del hogar” y, por otro, a aquellas escritoras desprendidas de atributos iconográficos de su profesión, en el capítulo de Yolanda Victoria Olmedo Sánchez titulado: “Con nombres de mujer: escritoras en la pintura cordobesa”, se alude a cómo estas profesionales de la pluma sirven de inspiración para el pincel de hombres, ejemplificado en el caso cordobés. A caballo entre los siglos XIX y XX comprobamos cómo Tomas Muñoz Lucena, Ángel Díaz Huertas, Adolfo Lozano Sidro, José Garnelo y Alda o Julio Romero de Torres dan luz propia a féminas destacadas en la vida literaria de esta época. Partiendo de santa Teresa de Jesús como modelo de mujer escribana –aún en los tiempos contemporáneos– el texto se centra en otras escritoras: María Vinyals, Carmen de Burgos, Margarita Nelken y Teresa Wilms. Se trata de mujeres que mantuvieron relaciones no solo profesionales, sino también interpersonales con pintores de esta época, en un contexto marcado por la proliferación de las conexiones entre pintura y literatura dentro de los círculos intelectuales.

El cuarto capítulo: “Del lienzo al papel: el salto mortal de la nodriza en la segunda mitad del siglo XIX”, escrito por Eva María Flores Ruiz, permite el análisis exhaustivo de las diferencias simbólicas asignadas al rol de nodriza. Por un lado, la pintura envuelve a estas en un aura de reconocimiento social; y, por otra parte, en la literatura se les relega a un segundo plano, tachándolas de ingenuas o incluso se les impregna de un carácter vil. De este modo, encontramos un capítulo de gran relevancia para explorar otro rol femenino a través de numerosos ejemplos pictóricos y literarios para, a su vez, constatar las analogías y las divergencias entre ambas manifestaciones artísticas, en un contexto decimonónico donde ambas muestras culturales están hermanadas y son la una metáfora de la otra, lo que una escribe, la otra dibuja y a la inversa, para así representar la realidad social del momento.

La muestra de un rol femenino más controvertido como es el de prostituta, será analizado en el quinto capítulo de esta publicación por Isabel Clúa: “Deseos íntimos, placeres públicos: prostitutas, cortesanas y otras infames”. Entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la representación de estas mujeres se torna una realidad en las manifestaciones artísticas, especialmente, en la pintura y en la literatura. A pesar de que la figura de la prostituta surge en los orígenes históricos, no será hasta la modernidad cuando se desarrolle una ambigüedad entre profesión y moralidad, lo cual otorga más matices a estas mujeres. Articulando su discurso en tres interesantes epígrafes, irá desvelando los diferentes escenarios pictórico-literarios por los que puede atravesar esta figura femenina, deambulando entre lo público y lo privado, o la obscenidad y la exhibición, citando interesantes obras para observar cómo se presenta este marginado y problemático arquetipo femenino en los inicios de la cultura contemporánea.

El capítulo sexto: “Difusión y crítica de la mujer pintora en la revista Blanco y Negro (1891-1936)”, es elaborado por Isabel Rodrigo Villena, quien relata la importancia de esta revista de corte cultural, en la cual solían dedicarse algunas notas –e incluso páginas– a mujeres artistas en un contexto donde no era la tónica general. En la primera parte del mismo, la autora consigue llevar a cabo un análisis evolutivo de la revista, haciendo especial hincapié en su visión sobre las mujeres artistas a lo largo de sus años de publicación. Resalta también aquellas referencias hacia autoras históricas de la época moderna o incluso de la contemporaneidad. De este modo, las reseñas y los comentarios de dicha revista vuelven a citarse en este libro para descubrir o recordar a artistas carentes de reconocimiento historiográfico por el hecho de ser mujeres, siempre dispuestas en un segundo plano por la crítica del arte. Un hecho sobre el cual, en la segunda parte en que se estructura este capítulo, se profundiza mediante la crítica a artistas femeninas que, por regla general, eran escritos de varones que abusaban de clausulas formalistas para juzgar de manera subjetiva la capacidad artística de ellas, infravalorando su talento o incluso masculinizándolo, resaltándose al respecto la única figura femenina reconocida en la crítica del arte: Margarita Nelken. En conclusión, Blanco y Negro tuvo un papel fundamental para la difusión del trabajo de mujeres artistas profesionales contemporáneas, cuyo análisis posibilita una reconstrucción de gran parte de su legado cultural aún silenciado hoy día.

En el último capítulo, su autor Gerardo Pérez Calero relata: “La presencia de la mujer artista o escritora en el Ateneo de Sevilla (1890-1950)”. Se presenta a esta institución de talante cultural y progresista como un foro donde la mujer artista tuvo un papel más destacado a partir de finales del siglo XIX. De esta manera, se citan numerosas artistas locales y regionales de gran interés junto a los valores y temáticas de sus obras pictóricas, literarias o musicales, afirmando cómo se encontraban artísticamente en igualdad cualitativa con aquel arte realizado por los hombres presentes en las exposiciones del Ateneo de Sevilla. Se trata, pues, de un interesante capítulo que abarca un amplio período hasta completar la primera mitad del siglo XX; una etapa en la que, pese a la situación histórica, la mujer va adquiriendo un protagonismo artístico profesional.

En definitiva, en las páginas de este libro se dan cita obras con una nueva relectura simbólica en la que se sitúa el foco de atención en la mujer. De hecho, algunas representaciones recogidas ya han sido citadas en otros estudios y, por supuesto, analizadas por los ojos de millones de receptores en los museos o colecciones que las albergan. Sin embargo, en esta publicación se suceden todas ellas en consonancia para mostrar un único tema preponderante como es el protagonismo de la mujer en las artes. Así esta obra contribuye a reconocer la valía de la mujer como artista, citando nombres españoles e internacionales y, especialmente, se hace énfasis en aquellas profesionales regionales-locales, cuyos nombres son olvidados, desafortunadamente, en los libros de historia e historia del arte. En este sentido, Entre plumas y pinceles: imágenes femeninas en la literatura y la pintura (1800-1950) supone un acercamiento a grandes artistas femeninas a través de un texto de lectura sencilla, amena y repleta de datos contrastados, novedosos y exhaustivos para conocer el arte hecho por mujeres, convirtiéndose esta en una obra clave en la divulgación científica de la identidad femenina para los lectores y las lectoras interesados en este apasionante tema de género y arte.

David Cejas Rivas

Universidad de Córdoba, España

0000-0002-2667-2708