Los Mundiales que España gana en ciencia y pierde en los negocios

Por Nuño Domínguez.

España es el primer país del mundo en la ciencia del vino. Los investigadores españoles son la referencia mundial en los procesos de fermentación y mejora de caldos por delante de gigantes como EEUU y China y rivales tradicionales como Italia o Francia. También somos los primeros en ciertas áreas de la lingüística o en el estudio del ozono en la atmósfera, un campo relacionado con las energías renovables.

En estas áreas, los científicos españoles de Universidades como la de Zaragoza o organismos de Investigación como el CSIC superan a sus rivales en entidades mucho mejor dotadas como la NASA o la Agencia Atmosférica de EEUU. Así lo indican los datos de Spotlight, una nueva herramienta para medir la producción científica de países y centros de investigación y que pone de manifiesto en qué áreas la ciencia española es campeona mundial, tal vez sin saberlo.

El sistema, desarrollado por Elsevier, la mayor editorial de revistas científicas del mundo, no se basa en los indicadores clásicos divididos en disciplinas (química, física, biotecnología...) que actualmente usan España y muchos otros países europeos para medir el rendimiento científico, sino destapando nichos de colaboración multidisciplinar entre campos aparentemente separados. Sus creadores dicen que pueden desvelar áreas concretas en las que España podría consolidar su posición de líder mundial creando centros específicos entre varias universidades o invirtiendo más dinero en aquellos investigadores españoles que son referencia mundial si trabajan juntos, pero que si se les considera por separado quedan diluidos en el ruido general. Es una perspectiva atractiva, pero por ahora, imposible.

El tipo de información que aporta la herramienta es incompatible con la toma de decisiones de en la burocracia made in Spain. La información puede ser valiosa para las universidades, pero estas no tienen la autonomía política para tomar decisiones necesarias (cerrar departamentos que no rinden y darle el dinero a los que sí lo hacen). Al final, España (y muchos otros países europeos, que tienen una estructura similar) puede acabar desperdiciando la ocasión de aprovechar su ventaja, algo que sí hacen otros países, según los creadores de Spotlight.

“En Europa, salvo en Reino Unido, esta herramienta no ha triunfado porque todo es muy rígido y las instituciones no pueden tomar decisiones, sin embargo en EEUU o Asia, por ejemplo, ha tenido más éxito”, reconoce David Miño, director de ventas de Spotlight y otras aplicaciones para el sur de Europa. La herramienta rastrea Scopus, una gran base de datos de estudios publicados en todo el mundo por cuyo uso Elsevier cobra a sus abonados. Sus algoritmos buscan estudios científicos que se citan entre sí aunque no se hayan publicado en la misma área temática. De esta forma aparecen grupos específicos que mezclan disciplinas como la tecnología de los alimentos, la química y la biología y confluyen, por ejemplo, en todo el conocimiento relacionado con el vino, en el que, según el programa, España tiene a los científicos más citados (influyentes) del mundo.

Entre ellos destacan expertos en aromas y coloración del vino como Vicente Ferreira, del departamento de Química Analítica de la Universidad de Zaragoza, o Amparo Querol, especialista en el análisis de la fermentación del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (parte del CSIC). Estos investigadores trabajan en instituciones con presupuestos que están en el rango de los cientos de millones de euros y sin embargo sus estudios van por delante del Departamento de Agricultura de EEUU, con un presupuesto para I+D cercano a los 1.000 millones de euros anuales. Algo similar ocurre con la competencia DC 81, la clave que la herramienta de Elsevier otorga al campo de la investigación del ozono en la atmósfera y que engloba ingeniería eléctrica, ciencias atmosféricas, oceanografía y que están relacionadas con las energías renovables. Según la herramienta, algunos investigadores españoles producen más y mejor ciencia que otros de prestigiosos centros como el Centro Goddard de la NASA o la agencia medioambiental de EEUU NOAA.  ¿Qué podrían hacer las instituciones españolas para potenciar a investigadores como estos? Poco o nada.

Un sistema "para evitar abusos"

“Esta herramienta sería útil a nivel de universidad si se tuviera capacidad de elegir, pero las instituciones de este país no eligen a sus investigadores”, opina Luis Sanz, director del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC). En España la selección de investigadores, catedráticos y otro personal relacionado con la I+D se hace a través de oposiciones “centralizadas” y “supervisadas”. Este sistema se diseñó para “evitar abusos”, dice Sanz, pero también impide que una universidad pueda tomar decisiones sobre qué investigadores contratar y cuáles despedir. “En un centro público, puedes tener dos investigadores funcionarios que no producen y dos estudiantes posdoctorales geniales, pero no te podrás deshacer de los primeros para contratar a los segundos”, reconoce. “En toda la historia no ha habido ni un científico funcionario despedido tras un expediente disciplinario, en parte por la complicidad de los compañeros”, asegura este experto en política científica y asesor de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Pero ser número uno en ciencia no es garantía de mayor beneficio económico. Así lo advierte Vicente Ferreira, uno de esos investigadores españoles líderes mundiales en su campo, el del vino. El científico lamenta que a pesar de que los especialistas en su campo son conscientes desde hace años del liderazgo español en este área, las instituciones regionales o estatales lo desconocen. A esto se suma el problema de sacarle partido al liderazgo. “En España tenemos un sistema tecnológico que no es capaz de absorber ese impacto científico”, señala. Los adelantos sobre cómo mejorar el aroma de los vinos que logran investigadores como Ferreira no tienen tanto impacto directo a nivel empresarial porque faltan empresas, dice, que tiendan puentes entre laboratorios y bodegas. “Si vas a la Universidad de Burdeos verás algo que no existe en España: hay tres o cuatro empresas que costean la mitad del departamento de enología”, asegura Ferreira. Esta falta de transferencia puede explicar por qué, en la práctica, “países como Francia, Italia y posiblemente Australia van por delante de España en mercancía vendida y beneficios”, reconoce el investigador.

Pero, dependiendo de a qué universidad se pregunte, puede que no se vea todo tan negro. “Estas herramientas son interesantes, más que para identificar a investigadores en concreto, para encontrar las fortalezas y debilidades temáticas”, opina Asunción Longo, vicerrectora de Investigación de la Universidad de Vigo. Su Universidad ha probado la herramienta de Elsevier y señala que, en pequeña medida, las universidades sí pueden dirigir fondos propios para impulsar ciertas áreas temáticas, aunque se trata de cuantías modestas. Pero Longo adelanta otro problema indirecto de estos indicadores: el precio. Muchas universidades españolas no pueden permitirse pagar lo que que cuestan este tipo de herramientas que ofrecen grupos como Thompson Reuters o Elsevier y que “rondan los 40.000 euros al año”, señala.

En España, la solución a los problemas que hacen aflorar este tipo de análisis no se ha afrontado en décadas, pero existe. Desde el punto de vista del personal, Sanz propone un “pacto intergeneracional” entre científicos, para que, en cierta proporción, los investigadores que están al final de sus carreras y ya no producen tanto dejen paso a sus colegas jóvenes, siempre amenazados por la inestabilidad. Para Ferreira, una de las soluciones sería valorar más la vertiente aplicada de la ciencia, por ejemplo, dándole la misma importancia a que un investigador haya publicado en tal o cual revista a que tenga una patente en su sector a la hora de recibir ayudas públicas. Es un cambio fácil de hacer sobre papel, pero que requiere otro cultural. “Yo soy el primero que he descuidado esta faceta”, reconoce, “porque tengo 150 estudios publicados y una sola patente que además no es de mi campo”.

 Fuente: El Confidencial (Sección Teknautas)



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